lunes, 1 de marzo de 2010

CARTA ABIERTA A MONSEÑOR MARTÍNEZ CAMINO CON RELACIÓN A LA FIRMA DEL REY SANCIONANDO EL ABORTO



Carta de un fiel español al Vocero de la Conferencia Episcopal Española.


Me dirijo a usted con todo el respeto que sinceramente le profeso en virtud del ministerio y el encargo que ha recibido de Cristo como sucesor de los Apóstoles.

Puede que resulte un poco atrevido, pero no puedo dejar de hacerlo en conciencia tras las recientes declaraciones que usted ha realizado en ruedas de prensa y medios de comunicación durante la semana pasada en relación con la ampliación de la abyecta ley del aborto en España y el papel del Rey de nuestro país que indefectiblemente tiene en este perverso juego por la necesidad constitucional de su firma en la misma para que tenga efecto.

Es moralmente claro que esta ley está en contra de la ley natural, de la ley de Dios, va a aumentar las ya horribles y espantosas estadísticas de abortos en España y en el mundo y va a ofender de forma escandalosa a nuestro Señor. La consecuencia lógica de esta ley es que cientos de miles de personas van a ser vilmente asesinadas en silencio sin que nadie haga nada por evitarlo. Desde 1985 en que nuestro país se unió al maligno club de estados que permiten los asesinatos legales de niños indefensos, cada año han aumentado el número de abortos en España y si hacemos caso de las estadísticas oficiales, rondamos ya el millón de muertos en este genocidio sin comparación en la historia con cualquier otro producido por su crueldad, por su aceptación social, por la complicidad de gobernantes de cualquier signo político y también, por qué no decirlo, por la pasividad de los que nos decimos católicos.

En sus recientes declaraciones, aludiendo al papel del Rey de España como firmante de la ley, usted ha comentado que el suyo (el del Rey) es un caso complejo. Según sus palabras, el Rey sabrá adecuarse a la moral católica en este caso dado que la moral católica es una para todos los católicos. También ha comentado que lo que él tiene que hacer ningún otro católico en España lo tiene que hacer más que él y que la aplicación de la moral católica en este asunto es un caso único y complejo. Además comentó que la Conferencia Episcopal no tiene previsto pronunciarse en un caso tan único y tan especial y tan complejo y decirle al rey lo que deba hacer o dejar de hacer. Estas notas las he extraido de sus declaraciones en la cadena readiofónica COPE del día 26 de este mes y son prácticamente literales.

Pues bien, monseñor, desde la humildad de un abundante pecador como soy, permítame decirle que está muy equivocado en todos los puntos aludidos.

Primero porque nuestro monarca ha demostrado en numerosas ocasiones que con su firma en leyes contrarias a la moral y fe catolicas ha dado la espalda con su antitestimonio catolico a la ley Divina. Baste mencionar la ley del divorcio, la ley del aborto de 1985, las diversas leyes sanitarias que han permitido la introducción y dispensacion de anticonceptivos abortivos en el sistema sanitario, la ley del matrimonio homosexual… ejemplos hay para rellenar un par de tomos completos. La triste conclusión es que nuestro Rey no ha adecuado su actuar como miembro del aparato gobernante a la moral católica, algo que usted espera no suceda esta vez. Siento decirle que va a suceder de nuevo.

Efectivamente, el rey es una persona singular en cuanto a su papel social. Pero es una persona más como católico confeso. Y como tal su caso ni es único ni es complejo. Su caso es exactamente igual al mío o al de mi hija de seis años. O estamos con Cristo o estamos contra Cristo. No hay tonos grises, blanco o negro, sí o no. Así de simple. Evidentemente sus actos tienen una trascendencia social que no tienen los míos o los de mi hija, pero por ello precisamente debe ser aconsejado e iluminado por aquellos que desde el punto de vista de la Iglesia tienen autoridad sobre él, es decir, por parte de ustedes. Y si yerra en su caminar de fe evidenciado en su actuar temporal, debe ser corregido públicamente para evitar escándalo mayor en el resto de los católicos de este país.

El encargo que ustedes los obispos han recibido del Señor es especialmente grave y trascendente: Buscar sin descanso la salvación eterna de todas las personas que estamos a su cargo y de las que no están, de cualquier condición social, de cualquier edad o profesión, sin atender a los posibles impedimentos que encuentren e incluso arriesgando su vida si fuera necesario para ello. Esto es lo que yo entiendo por Obispo. Esto es lo que he visto en muchísimos obispos santos que han tenido un celo extraordinario y han agotado su vida en este empeño.

No puedo dejar de pensar en S. Francisco Javier agotado físicamente por bautizar horas y horas, enfrentándose al gobierno japonés arriesgando su vida y la de su traductor por decirles que eran idólatras y destruir físicamente sus ídolos. O podemos hablar de Tomas Becket, Arzobispo de Canterbury, asesinado en su iglesia por oponerse al Rey Enrique II y denunciar públicamente la injusticia de las leyes que promulgaba contra la Iglesia y la ofensa a Dios que ello suponía.

También reyes y reinas santos y para los que el secreto ha sido someter las leyes humanas a la ley divina. Baste el ejemplo de S. Luis IX rey de Francia, quien en el testamento que legó a su hijo le instaba sobre todas las cosas a esforzarse por alejar el pecado de todo el territorio bajo su gobierno. ¿Cabe mejor petición?

Muchos otros hay, seguro que usted conoce más que yo, y todos, absolutamente todos tienen la misma impronta: El amor a Dios, el celo apostólico, la defensa de la fe, la salvaguarda del rebaño, la búsqueda incansable de la salvación para su grey.

El caso que nos ocupa es especialmente grave. Una persona de su rebaño va a poner en riesgo su salvación eterna por la firma de una ley que ofende gravemente al Señor y esa firma va a tener trascendencia para una sociedad entera. Si no me equivoco esto entra dentro del ámbito de actuación de la Conferencia Espiscopal en general y de cualquier obispo en particular. Así que no puedo comprender por qué no van a actuar, según sus palabras, en este grave caso.

Yo tengo responsabilidad en guiar a mis hijos hacia el Señor en virtud de la autoridad paterna que he recibido del Señor. Si soy consciente que se apartan de Él y no hago nada por evitarlo, mi pecado es mucho mayor que el suyo porque consiento en él con mi silencio o pasividad sabiendo las nefastas consecuencias que tendrá para su vida eterna el que ellos vivan lejos de Dios. Ustedes tienen responsabilidad directa sobre todos los católicos, también sobre el Rey, y es su deber advertirle sobre la gravedad de lo que va a hacer, instarle a permanecer fiel a la fe y la moral de la Iglesia, aconsejarle adecuadamente. Y en caso de que no haga caso, públicamente amonestarle para evitar el escándalo en el resto del pueblo católico a su cargo.

Probablemente cualquier acción en este sentido será muy impopular, muy criticada desde cualquier ámbito socio político, pero recuerden que esto no es hacer política o meterse en política, sino realizar su función y buscar la salvación de las almas que se realiza en el ámbito temporal en el que nos desenvolvemos hasta nuestra muerte.

Nunca nadie, bajo ninguna circunstancia, está por encima de la ley divina. Ni mi hija, ni yo, ni el rey.

¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Quién les va a apartar del Amor de Cristo? ¿Acaso no todo lo pueden en Aquél que les conforta?

Como católico de a pie puedo decirle que muchos estamos ciertamente hartos de mensajes buenistas por parte de nuestros obispos. Mensajes cargados de ambigüedad y falta de compromiso y espíritu martirial que lejos de alentarnos en la Fe, muchas veces nos hacen renegar de lo que escuchamos de ustedes porque nos están mostrando un cristianismo descafeinado, gris, sin claridad. Mensajes de los que lo mismo se puede concluir una cosa que la contraria. Sean valientes, no duden del Señor que les ilumina y les sostiene. Vayan en vanguardia de todos nosotros y detrás del Señor con claridad, con luz, con la alegría de la salvación prometida. Sean el espejo en el que nos podamos mirar, el ejemplo que podamos tomar para ir en pos de Cristo siguiendo sus huellas.

S. Martín de Porres cuando era niño le pedía al Señor ser un niño como Dios quiere que sean los niños. Yo pido para ustedes que sean obispos como Dios quiere que sean los obispos de España en este momento tan grave. Y para ello tienen la asistencia de la Gracia Divina operante sin cesar.

No soy quien para juzgar lo que hace nadie, menos aún de ustedes, pero:

“Habiendo peligro próximo para la Fe, los prelados deben ser argüidos incluso públicamente por los súbditos”. (Suma Teológica, II-II, 33, 4-2)

Piensen en el enorme daño que se va a hacer a tantas personas, a la sociedad entera, la ofensa indescriptible e inconmensurable que el Señor va a recibir. No dejen pasar esta ocasión de largo, por el bien de toda la sociedad española, por el bien de los católicos españoles. No se arriesguen a ser ustedes cómplices con su silencio y ambigüedad de la terrible decadencia moral que sufrimos, porque algún día tendrán que rendir cuentas al Señor de su ministerio y este momento que vivimos está inscrito en él.

En el nombre de Jesucristo, ¡cumplan con su deber!.

Le imploro con humildad su bendición para mí y para mi familia, para que el Señor no permita que jamás nos apartemos de Él.

Atentamente.

Luis Fernández Olmedo
Fuente: Panorama Católico
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