miércoles, 20 de agosto de 2025

IMPOSTORES


"Así como en el orden natural, todo niño debe tener un padre y una madre, del mismo modo, en el orden de la gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien se jacte de tener a Dios por Padre, pero no demuestre para con María la ternura y el cariño de un verdadero hijo, no será más que un impostor, cuyo padre es el demonio…"

San Luís María Grignión de Montfort“, El secreto de María”.

martes, 19 de agosto de 2025

MEDITACIÓN SOBRE LA MODESTIA



  Que vuestra modestia sea conocida de todos los hombres, pues el día del Señor está cerca. (Filipenses IV, 5)

   I. La modestia es una virtud que regula el exterior del hombre; debes practicarla, porque no conviene a un cristiano, que debe ser la imagen y copia de Jesucristo, ser descompuesto en sus palabras o en sus actos. Dios está en todas partes; tu buen Ángel te ve; los hombres son testigos de tus inmodestias y se escandalizan de ellas. Todos estos motivos deberían persuadirte a amar esta hermosa virtud, que tanta gloria procura a Dios y tanto bien hace al prójimo. 

   ¡Qué hermoso es dar buenos ejemplos! (San Ambrosio).

   II. Para practicar la modestia, es necesario que consideres tu edad, tu condición, tu género de vida, el tiempo, el lugar y las ocasiones en que te encontrares. Tus miradas deben ser modestas, tanto como tus palabras, tus acciones y todo tu exterior; en una palabra, debes comportarte de tal modo que se pueda decir de ti: 

   “Así es como andaba Jesucristo, así es como obraba y conversaba con los hombres”. Quien profesa creer en Jesucristo, debe regular su conducta según la de su Maestro (San Jerónimo).

III. La modestia exterior depende de la interior; el rostro no es sino el reflejo de los sentimientos del alma. Si tus pasiones están bien mortificadas, si tu corazón está continuamente ocupado con el pensamiento de Dios, no tendrás mucho trabajo en ser modesto. Tu alma, encontrando su contento en el interior de sí misma, no lo buscará en el exterior. 

   Los sentimientos se manifiestan en nuestro continente, y el rostro es el espejo del alma y la expresión de las costumbres (San Isidoro).

La modestia.
Orad por la pureza en la juventud.

lunes, 18 de agosto de 2025

CARACTERES DEL ESPÍRITU DIABÓLICO – Por el Padre Juan Bautista Scaramelli. S.J.



SOBRE LA SOBERBIA MANIFIESTA
Y LA FALSA HUMILDAD.

   El segundo carácter del espíritu diabólico es, o una manifiesta soberbia, o una falsa humildad; pero nunca la verdadera humildad que Dios da. Cuando el demonio viene sin máscara siendo el padre de la soberbia, no puede levantar en nuestros corazones otros afectos que de vanagloria, de hinchazón y de complacencias soberbias; ni puede despertar en nosotros otros deseos que de honores, de glorias, de puestos, de preeminencias y de dignidades. Así dice San Gregorio: “Nihil  aliud diabolus mentes sibi subditas docet, quam celsitudinis culmen appetere, cunct aequalia mentis tumore transcendere, societatem omnium alia elatione transire, ac sese contra potentiam Conditoris erigere, siquidem iniquitatem in excelso locuti sunt. El diablo no enseña a las mentes sujetas a él otra cosa que a aspirar a la cima de la altura, a superar a todos los demás en el orgullo de la mente, a superar a la sociedad de todos los demás en una arrogancia diferente y a levantarse contra el poder del Creador, ya que han hablado iniquidad en lo alto.”

   Antes si alguna vez sucede que el enemigo se introduzca en las cosas espirituales para engañar alguna persona incauta y luego se hace conocer por lo que él es, infundiendo espíritu de vanidad y de hinchazón con que se llene de vanas complacencias, tenga a los otros en nada, y a sí misma en mucho. Si con eso logra él infundir en su corazon este espíritu perverso; entra despues en su plena posesión y  hace de él lo que quiere. Así enseña Juan Gerson, y Io demuestra todos los días la experiencia: “Fictus Angelus, dice él, primo seminat tumoris spiritum, i impelid ipsum, ut ambularem cupia in magnis, ut sit placens, i sapiens in semetipso in oculis suis: quo obtento, jam illudit i deludit, quemadmodum voluerit. El falso ángel, dice, primeramente siembra el espíritu de hinchazón, y lo impulsa a andar en el deseo de grandes cosas, para ser agradable y sabio a sus propios ojos: cuando obtiene esto, ahora engaña y seduce, como quiere.” Verdad es, que haciéndose ver el demonio en esta forma, altanero y vano, es menos peligroso; porque es fácil de conocerle por lo que él es.

   Todavía es más de temer cuando viene enmascarado bajo la apariencia de una falsa humildad; porque no siendo conocido, entonces el traidor halla entrada. Esto sucede cuando nos trae a la memoria los pecados pasados, y las imperfecciones presentes, y nos hace ver la perdición en que hemos vivido, o el miserable estado en que aún nos hallamos; pero obra lodo esto con una maligna luz que no produce otro efecto que alborotar el alma, revolverla, llenarla de aflicciones, de inquietudes, de amargura, de tribulaciones, de pusilanimidad y caimiento, y a veces de profunda melancolía. Entre tanto el alma incauta no se defiende de estos pensamientos; porque hallándose con sus pecados y faltas delante de los ojos en un bajo concepto de sí, cree que está llena de humildad, cuando en la realidad está llena de un veneno infernal. 

   Oigamos sobre este punto a Santa Teresa; «La verdadera humildad, aunque hace que el alma se conozca por mala, y le dé pena el ver lo que es; pero no viene con alboroto, ni inquieta el corazon, ni ofusca la mente, ni causa sequedad; antes consuela. Duélese entonces de cuanto ofendió a Dios, y de otra parte le ensancha el seno para esperar su misericordia: tiene luz para confundirse a sí misma, y para loar a Dios, que tanto le ha sufrido. Más en la otra humildad que mete el demonio, no hay luz para bien alguno, parece que Dios lo mete todo a fuego y sangre; es una invención del demonio de las más penosas, sutiles y disimuladas que de él he conocido.» (Santa Teresa de Jesús “VIDA”).

   Persuádese pues el director que hay dos humildades: una santa que da Dios: otra perversa que mueve el demonio. La primera está llena de luz sobrenatural con que conoce el alma claramente sus culpas y sus miserias: se confunde interiormente y se aniquila, pero con quietud: y siente pena, pero dulce, y jamás pierde la esperanza en Dios. Este es un bálsamo del paraíso. La segunda humildad está llena de una luz infernal, que hace ver los pecados, pero con cierto tormento penoso, con turbación, con inquietud, con desmayo y con desconfianza en la bondad de Dios. Esta es un tósigo (veneno) del infierno, que si no da muerte al alma, la vuelve a Io menos débil, enferma e inhábil para todo bien. Y aquí para mayor claridad de esta importante doctrina advierta con cuidado el lector, que entre la humildad divina y la diabólica pasa esta diferencia, que aquella va unida con la generosidad y esta va junta con la pusilanimidad. La primera es verdad que humilla, y tal vez aniquila al alma a la vista de su nada y de sus pecados; pero al mismo tiempo, la levanta con la confianza en Dios, la conforta y corrobora, a más de esto, es pacifica, serena, quieta y suave: con lo cual el alma no solo espera el perdón de sus culpas, sino que tambien cobra ánimo para reparar con la penitencia, y con las buenas obras sus caídas pasadas y presentes; y de su mismo nada toma mayor confianza para hacer grandes cosas en servicio de Dios. La segunda al contrario, con una confusión turbia e inquieta, con un temor lleno de angustia y congoja, quita al alma toda esperanza, la hace vil y perezosa, la llena de desconfianza, de caimiento, de pusilanimidad y de desmayo; le quita en suma todas las fuerzas espirituales para que no pueda moverse, o a lo más se mueva con debilidad y languidez a las obras santas y virtuosas. Si le aconteciere al director el hallar en alguno de sus penitentes esta humildad perversa (como ciertamente le sucederá y no raras veces, especialmente en mujeres que de su naturaleza son tímidas y pusilánimes) le ha de abrir los ojos y hacer entender el espíritu diabólico de que está dominado, y reducirlo al camino verdadero con los medios que luego propondré.

“DISCERNIMIENTO DE LOS ESPÍRITUS”
Año. 1853.

sábado, 16 de agosto de 2025

EL CONSEJO DE LOS PRUDENTES


 
Los anales del mundo cuentan la noche, en una de sus páginas más amargas, en que los hombres prudentes se reunieron para inventar una moral a su medida. El salón donde se congregaron brillaba como vidrio bruñido y resonaba como eco vacío.

El aire estaba tan espeso de perfumes dulzones que el vapor amargo del café recalentado apenas podía abrirse camino. Las luces frías de las pantallas daban a los rostros un tinte espectral; los micrófonos, bocas de cíclopes metálicos, devoraban cada palabra con voracidad insaciable. A un lado clamaban por la libertad sin riendas, como caballos desbocados lanzados al despeñadero; al otro exigían igualdad total, como si los hombres pudieran pesarse en las balanzas de un cambista.

El ruido era una niebla densa: sofocaba el aire, nublaba el juicio, ahogaba hasta el pensamiento. Y, de pronto, en el cansancio colectivo se abrió un silencio breve, como un respiro robado.

De aquel hueco se alzó un hombrecillo de voz pegajosa y lenta, melosa como jarabe agrio, que hablaba como quien vende promesas en rebajas. Su corbata, más proclama que prenda, flameaba con cada ademán. Alzó las manos con gesto de mercader que ofrece espejos por diamantes y proclamó:

—Dejemos las verdades, que dividen. Quedémonos con lo que todos toleren. Forjemos una moral tan pequeña que quepa en la palma de cualquier mano: la ética de mínimos.

El salón entero, agotado, lo celebró como revelación celeste. El cansancio aplaude siempre más fuerte que la convicción. Y así, en un instante, la verdad fue arrojada al arroyo y en su lugar se entronizó el consenso.

Algunos delegados, con gesto nervioso, se ajustaban las monturas de sus gafas; otros, con estudiada indiferencia, miraban sus teléfonos, más absortos en la luz de la pantalla que en la oscuridad de la sala. La solemnidad era pura fachada: tras las corbatas y discursos, esperaba la comodidad de la pausa del café.

En un rincón, sin embargo, permanecía un hombre callado. Su rostro era austero, su mirada clara, y en sus ojos brillaba la memoria de libros viejos que hablaban de orden y de ley eterna. Había escuchado en silencio, hasta que se levantó como quien ya no soporta más ver la comedia sin gritar que es farsa.

No alzó la voz; no hizo falta. Habló, y su palabra resonó como campana en templo vacío:

—Lo que habéis engendrado no es ética, sino coartada. Habéis cambiado la roca de la ley natural por la arena movediza de los votos. Y la arena siempre cede bajo los pies del que confía en ella. Hoy llamáis paz a este pacto de cansancio, pero la paz sin justicia no es paz: es tregua disfrazada.

Los delegados lo miraron con sonrisas tensas. Algunos rieron por cortesía, otros cuchichearon “fundamentalista”. Mas él prosiguió:

—Mañana vuestros mínimos serán menos. Y al día siguiente, nada. Al huir de la verdad os entregáis al poder. Y el poder, cuando no se ata al ser, se disfraza de tolerancia mientras afila su mordaza.

El silencio se volvió pesado, inmóvil, casi visible. El moderador, con sonrisa petrificada, cerró la sesión y anunció la pausa del café. Y aquellos prudentes, convencidos de haber fundado la paz universal, corrieron hacia las bandejas de galletas, discutiendo si la leche debía servirse fría o tibia.

El hombre salió solo. Atravesó pasillos que olían más a negocio que a sabiduría. Afuera, la noche lo abrazó con su sombra cómplice, y en ese amparo sus pensamientos se hicieron letanía:

—Llaman prudencia a su cobardía, y paz a su miedo.
—Confunden justicia con consenso y verdad con estadística.
—Pactan con el error para no discutir, y despiertan encadenados por sus propias concesiones.
—Creen que el mundo puede sostenerse con mínimos, cuando hasta un niño sabe que la vida solo se sostiene con verdades.

La noche, testigo silenciosa, lo vio alejarse. Caminaba con la dignidad del que sabe que, aun perdiendo todas las batallas del mundo, su verdad permanece invicta.

OMO

viernes, 15 de agosto de 2025

FIESTA DE LA ASUNCIÓN



El último dogma de fe proclamado solemnemente por la Iglesia católica es la Asunción de la Virgen María, en cuerpo y alma, a la gloria del cielo. Para fundamentar esta definición, el Magisterio tomó en cuenta el consenso de los fieles, verificable en los más diversos tiempos y lugares; la abundancia de templos e imágenes que tempranamente honraron ese misterio; las diócesis y ciudades que lo ostentan como su nombre patronal; la fiesta litúrgica celebrada, desde muy antiguo, en Oriente como Occidente; la enseñanza constante y uniforme de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia, y la doctrina de probados teólogos.

La Sagrada Escritura, aunque silencia la muerte de María y su resurrección, muestra a la Madre del Señor siempre unida a la persona y destino de su Hijo divino. Vencedora ya del imperio del pecado por su Inmaculada Concepción (privilegio que el Hijo le conquistó por la sangre de su cruz), la fe de la Iglesia no dudó en extender esta solidaridad de destinos entre ambos, afirmando que también Ella venció, como Jesús, el poder de la muerte y corrupción del sepulcro.

En virtud de este hecho, no sólo el alma de María goza ya de la plena visión de Dios: también su cuerpo, antes domicilio de la divinidad, tras una momentánea dormición se ha revestido de las propiedades del cuerpo glorioso de Cristo resucitado. Es la persona entera de María, alma y cuerpo, espíritu y corazón, la que ha hecho su ingreso triunfal en el cielo, anticipando lo que el común de los elegidos espera disfrutar en el Día final.

La devoción popular suele referirse a esta fiesta con el nombre de "Tránsito". Es, en efecto, un paso, una pascua, un progreso victorioso. La sola enunciación del misterio nos recuerda que la vida no se detiene: su ley inmanente es crecer, fructificar, perfeccionarse. El otro nombre, "Asunción", aporta dos ideas-fuerza: nuestro camino es ascendente, sin otro límite y destino que el cielo; y nuestra ascensión es posible porque Uno, más fuerte que nosotros, nos atrae hacia lo alto.

La Virgen Asunta en cuerpo y alma al cielo se convierte así en Icono de la Iglesia que camina en la esperanza e indeclinable nostalgia hacia la gozosa reunificación con el Esposo. Mirarla, invocarla, celebrarla implica pasar victoriosamente de la angustia a la esperanza, de la soledad a la comunión, de la turbación a la paz, del tedio y de la náusea a la alegría y belleza, de las perspectivas temporales a las certezas y posesiones eternas: de la muerte a la vida.

Un primer nivel en que debería concretarse este tránsito pascual es el de nuestras conversaciones. En familia, en la educación, en las comunicaciones sociales han de abrirse y potenciarse instancias de elevación del alma hacia aquellos temas y valores que, como ella, no quieren ni pueden morir. El Hombre es mucho más que una concatenación de miserias, servidumbres y frivolidades del diario devenir. Tiene hambre de Dios, sed de Infinito. Es buscador del Último Sentido. Maestros, predicadores, comunicadores que aciertan en abrir esos espacios y habilitar tales instancias de elevación del alma prestan un servicio inapreciable y honran la dignidad del ser humano.

Un segundo nivel de elevación se encuentra en el ámbito de nuestras aspiraciones. Tendemos a conformarnos con lo que hay, en lugar de arriesgarnos a lo que viene y será mejor. Celebrar la Asunción, no sólo un 15 de agosto sino en cada cuarto misterio glorioso del Rosario, importa un compromiso continuo de excelencia y aristocracia espiritual. Es un nivelar hacia arriba, un habituarse a perseverar en camino ascendente. Es la ley de inercia del amor, que una vez iniciado quiere siempre más.

Y un tercer nivel de elevación es el de nuestras depresiones. Los devotos de la Asunción se regocijan en saberse dotados y llamados a inyectar, en nuestra convivencia, un tono vital de alegría y optimismo. Contemplando a María, se ven a sí mismos cantando el Magníficat que anuncia las victorias de Dios. Descansan, se recrean en la certeza de que hay en el cielo una Madre que los llama por su nombre y los cubre con su manto.

Pbro. Raúl Hasbún

jueves, 14 de agosto de 2025

¿COMULGAR SIN CONFESARSE?

Este video también puede verse en:


 CONFESIONARIOS VACÍOS
Por Lic. Oscar Méndez Casanueva

Dice San Pablo, divinamente inspirado, que quien comulga en pecado mortal "come y bebe su propia condenación".
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De ahí la necesidad que nuestra alma esté limpia de todo pecado mortal para que pueda Cristo ser recibido por nosotros. De ahí la necesidad -también- de la confesión sacramental para todo aquel que se sepa en pecado grave. Recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la comunión sin estar perdonados por la confesión sacramental es un pecado gravísimo que se llama sacrilegio. Todo aquél que está en pecado grave, todo aquél que no esté en gracia santificante -misma que se obtiene por la absolución personal en el sacramento de la confesión-, todo aquél que viva en ese estado y no se confiese o se confiese mal (sin verdadero arrepentimiento e intención de evitar el pecado; es decir sin contrición y propósito de enmienda) y comulga sacramentalmente, está "comiendo y bebiendo su propia condenación", según la Palabra de Dios.
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Quienes no creen o no obedecen la moral que la Iglesia enseña, quienes no desean seguir las normas morales que Dios exige y el magisterio custodia, no deben -por ninguna excusa- acercarse a recibir la Sagrada Eucaristía.

Luego, es fundamental estar en gracia santificante para comulgar. ¡Qué importante es que vivamos en gracia y qué importante es que comulguemos con frecuencia! Pero que importante es, también, hacerlo con las debidas condiciones y con el amor necesario a Dios, estando conscientes que, precisamente, estamos recibiendo a Dios mismo presente en la hostia consagrada. Recibamos a nuestro Creador y Redentor, recibámoslo como lo que es: Nuestro Dios y Salvador, nuestro Rey y Señor.

Qué tristeza es ver que muchos viven conforme al mundo y de manera contraria a la Ley de Dios, y sin cambiar de actitudes ni confesarse van a recibir a Dios vivo presente en la hostia sin el menor discernimiento de lo que hacen, sólo por el qué dirán los demás y sin pensar en lo que Dios sí dice de esto. Es el lamentable "modernismo" que los ha impregnado, es la inconsciencia de lo que es recibir a Dios, es el permanecer en sus errores y en su vida de pecado, creyendo en un falso dios bonachón hecho a su gusto, medida y conveniencia.

Y qué tristeza es ver, también, que muchos sacerdotes "modernistas" no enseñan ya esta doctrina católica y con su silencio son cómplices del sacrilegio. Hay en ello mucha culpabilidad y Dios les pedirá cuentas. Algunos fieles tendrán el atenuante de su ignorancia (cuando ésta no sea culpable), mismo que no se presenta en los sacerdotes que, como tales, están bien instruidos y callan por contemporizar con el mundo o por una fe débil, o por poco celo pastoral y exiguo amor a las ovejas que les han sido encomendadas.

Urge, hoy, que los pastores vuelvan a hablar y enseñar esta doctrina tan olvidada por muchos o desconocida -incluso- de las nuevas generaciones. Si es tan común que nadie la cumpla, ¿les costaría mucho esfuerzo que nos la recordaran -aunque sea brevemente- durante cada celebración litúrgica?

Resulta contrastante ver tantos comulgantes y vacíos los confesionarios. ¿En verdad todos ellos estarán en gracia y no requerirán confesarse? Sin intentar penetrar en la conciencia de alguien en particular, las matemáticas parece que no cuadran y nos indican la tremenda realidad y el significado de este hecho. ¿O será realmente que alguien pueda vivir años y años sin el menor pecado mortal? Ciertamente puede ser el caso de algunas almas buenas. ¿Cuántas serán? Sólo Dios lo sabe. Si así fuera la situación de algunos, deben recordar, también, que existe el mandamiento de la confesión anual. ¿Pero, realmente, la mayoría que lleva meses y meses o años y años sin confesarse, tiene limpia la conciencia de cualquier pecado grave como para saberse en gracia santificante y poder recibir a Cristo vivo y realmente presente en la Eucaristía? ¿Y no contribuirán a este mal -de la comunión sin confesión- aquellos sacerdotes que ya no están disponibles habitualmente en el confesionario.

Por parte de muchos sacerdotes: Omisión de enseñar esta doctrina y poco o nulo tiempo en el confesionario.

Por parte de muchísimos fieles: Poca instrucción que genera -en muchos casos- una ignorancia culpable. En otros, un descuido irredento por los asuntos de Dios y un vivir de acuerdo a las máximas del mundo, adecuando la moral y las enseñanzas de Dios y de la Iglesia a sus propios caprichos y criterios personales. Todo ello, lleva a la sacrílega comunión en pecado grave y sin confesión sacramental, que los hace comer y beber su propia condenación.

En ambos casos, una multitud que comulga y los confesionarios....¡vacíos!.

En resumen, para poder comulgar es moralmente indispensable confesarse con el sacerdote si después de la última confesión bien hecha se ha cometido pecado mortal. Además, debe el católico vivir siempre en gracia para morir en gracia y, así, poder alcanzar en la eternidad la bienaventuranza con Dios, de ahí la necesidad de frecuentar el sacramento de la Confesión, particularmente si se ha tenido la desgracia de haber cometido un pecado grave (mortal).

MUY IMPORTANTE: CONSULTAR LOS SIGUIENTES TRES ENLACES (haz clic):

¡COMULGA EN GRACIA!:

CINCO PASOS QUE SE REQUIEREN PARA HACER UNA BUENA CONFESIÓN:

¿PUEDE DIOS PERDONARME SI NO HAY UN CONFESOR?:

Nota: Video del padre Jorge Loring, sacerdote jesuita.

miércoles, 13 de agosto de 2025

lunes, 11 de agosto de 2025

¿CONOCES ESTE CANTO A LA SMA. VIRGEN?

🎵 “Oh María, Madre Mía” 🎹 es un canto mariano tradicional, muy querido en comunidades de habla hispana, aunque no es muy claro su origen que se disputa entre México y España, refleja la herencia de la lengua española en la devoción a María. Sus palabras son una oración sencilla y profunda, confiando el corazón a la Virgen María, buscando su guía y su consuelo. Para muchos, no es solo música: es un pedacito de infancia, un eco de fe, un recordatorio de esperanza.


UN SER HUMANO SOLO PUEDE CONCEBIR OTRO SER HUMANO Y NO UN SIMPLE MONTÓN DE CÉLULAS

 

Un mes despues de la concepción, un ser humano mide de largo un sexto de pulgada. El diminuto corazón ya ha comenzado a latir desde hace una semana, y los brazos, piernas, cabeza y cerebro ya han comenzado a tomar forma. A los dos meses, el niño ya cabe en una cáscara de nuez: acurrucado, la persona mide poco más que una pulgada. Dentro de tu puño cerrado, la persona sería invisible, y podrían aplastarlo sin tener intención de ello incluso sin darte cuenta. Pero si abres tu mano, la persona está prácticamente completa, con manos, pies, cabeza, órganos internos, cerebro, todo en su sitio. Todo lo que necesita es crecer. Mirando incluso más cerca con un microscopio estándar, puedes ser capaz de ver sus huellas dactilares. Todo lo necesario para establecer su identidad ya está en su lugar.

-Jerome Lejeune. Genetista Moderno.

sábado, 9 de agosto de 2025

EL DERECHO A MATAR: ENTRE LA CÁNULA, EL PAÑUELO Y LA DECLARACIÓN DE DERECHOS HUMANOS

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I. EL INFIERNO, LOS EUFEMISMOS Y LA LITURGIA PROFANA DEL YO

El aborto es un crimen. No hay atenuante posible, ni contexto que lo dignifique, ni retórica que lo suavice. Es, en sí mismo, un acto de injusticia absoluta: la destrucción deliberada del más inocente, del más indefenso, del más irreemplazable. Su malicia no necesita adjetivos para ser monstruosa. Basta el hecho.

Pero como si no bastara con la muerte, la cultura moderna ha añadido el escarnio. Hoy se mata al hijo no sólo en la sombra, sino bajo los reflectores; no con lágrimas, sino con aplausos; no en secreto, sino como espectáculo. Lo que antaño era escondido como pecado, hoy es celebrado como derecho. Y esto no es solamente una aberración añadida: es una consagración del crimen, una liturgia profana del yo, una religión sin Dios cuyo dogma es la autonomía absoluta y cuyo altar es el vientre profanado.

Cada vez que se sacrifica a un inocente en nombre de la “libertad reproductiva”, se perpetra una negación sistemática del orden natural, una subversión del derecho y una blasfemia contra la ley divina. Lo que llaman “interrupción voluntaria del embarazo” no es solamente la extirpación de una criatura: es la afirmación solemne de que el yo se ha vuelto dios, de que el bien y el mal pueden ser definidos por decreto, de que matar puede ser un acto de justicia.

II. LA INVERSIÓN DEL LENGUAJE: DE CRIMEN A DERECHO

La guerra espiritual de nuestro tiempo se libra en el campo del lenguaje. No basta con cometer el mal: es necesario rebautizarlo. Así, el aborto se convierte no solamente en un “derecho”, sino en una “conquista”, en un “acto de amor”, en una “forma de justicia social”. Cada palabra ha sido cuidadosamente trastocada para que el infierno se diga con tonos de dulzura.

Pero el Doctor Angélico enseña que veritas est adaequatio rei et intellectus —la verdad es la conformidad entre la cosa y el entendimiento. Cuando el lenguaje se disocia de la realidad, se disocia también de la verdad. Nombrar al asesinato como “intervención” no lo hace menos homicidio; proclamarlo como “progreso” no lo hace menos pecado. Este es el lenguaje del padre de la mentira, que prometió libertad en el Paraíso y entregó muerte.

III. LA LEGALIDAD COMO MÁSCARA DE LA INJUSTICIA: EL ESTADO COMO SACERDOTE DE LA NUEVA RELIGIÓN

La ley humana, cuando se aparta de la ley eterna y natural, deja de ser ley y se convierte en corrupción de la misma. El Estado moderno, que otrora fue instituido para custodiar la justicia, ha abrazado la apostasía jurídica: no solamente tolera el aborto, lo promueve; no solamente lo permite, lo financia; no solamente lo despenaliza, lo convierte en símbolo de civilización.

Así, el aparato legal se convierte en instrumento de muerte. Y, como enseñaba el Magisterio tradicional, lex iniusta non est lex —la ley injusta no obliga, sino que oprime. El orden jurídico que protege la muerte y persigue la vida ha invertido su finalidad: ya no protege al inocente, sino que protege al verdugo.

IV. EL CUERPO DE LA MUJER COMO CAMPO DE BATALLA IDEOLÓGICA

El feminismo moderno ha sustituido el dogma del amor por el dogma de la revancha. El vientre materno, que debía ser santuario, se ha convertido en trinchera; la maternidad, que debía ser don, se ha vuelto esclavitud; la vida, que debía ser acogida, se ha convertido en enemigo. El cuerpo femenino ha sido reclutado como campo de guerra por una ideología que no busca elevar a la mujer, sino despojarla de su esencia.

La mujer no es liberada cuando rechaza la vida; es desfigurada. El demonio no odia la libertad de la mujer: odia su capacidad de dar vida. Por eso el aborto no es solamente un acto contra el hijo: es una rebelión contra la maternidad misma. Es el grito luciferino: non serviam.

V. LA VÍCTIMA SIN VOZ: EL NO-NACIDO Y LA OMISIÓN DE LOS JUSTOS

El niño por nacer es el más perfecto ícono de Cristo inocente: no tiene poder, no tiene voz, no tiene defensa. Y sin embargo, su muerte es celebrada como si fuera una victoria. La cultura moderna no solamente permite el crimen: lo proclama como virtud.

¿Y dónde están los justos? ¿Dónde están los padres, los maestros, los legisladores, los médicos, los clérigos? ¿Dónde están aquellos que debían alzar la voz en defensa del más pequeño? Callan. Porque hablar les costaría prestigio, seguridad o comodidad. Con todo, la historia, en su vaivén, a veces muestra destellos de heroicidad: en medio de la podredumbre moral, aún hay quienes, con una sencilla directriz o “hoja” de intenciones, se atreven a defender la vida del concebido, dando testimonio de que la prudencia política, cuando es recta, puede ser un baluarte contra la tiranía.

Pero el silencio ante la injusticia es complicidad con el mal. Es mejor morir con la Verdad que vivir con la mentira.

VI. LA VENGANZA DE LA NATURALEZA: CICATRICES ESPIRITUALES

El aborto no termina cuando cesa el latido del niño. El alma de la madre —creada para amar, no para destruir— queda marcada. Aunque la ideología diga que ha “decidido libremente”, la naturaleza grita. Los vientres vacíos lloran. Las cunas nunca compradas claman. Las pesadillas no cesan. La culpa no se borra con píldoras.

No solamente se destruye un cuerpo: se hiere un espíritu. No solamente se apaga una vida: se fractura la conciencia. No solamente se suprime al hijo: se oscurece la maternidad.

VII. LA RESPUESTA CATÓLICA: LUZ EN LA TINIEBLA

No bastan argumentos políticos. No bastan estadísticas médicas. No bastan campañas de sensibilización. Contra esta herejía vital, solo hay una respuesta suficiente: el Evangelio íntegro, la ley natural proclamada con claridad, la doctrina católica vivida con fidelidad.

Es necesario que resplandezca de nuevo la verdad eterna: que la vida es sagrada, que el hijo no es enemigo, que la maternidad es un don, que el crimen jamás puede ser derecho. La respuesta no vendrá de las élites ilustradas ni de las ONGs internacionales: vendrá de las almas humildes que han guardado la fe, de los laicos valientes, de los confesores fieles, de los apóstoles del Sagrado Corazón, que aún se atreven a llamar pecado al pecado y gracia a la gracia.

EPÍLOGO: EL DÍA DEL JUICIO Y LA SENTENCIA QUE IMPORTA

Vendrá el día en que los inocentes nos miren desde la eternidad. No preguntarán qué leyes se aprobaron, qué marchas organizamos, qué editoriales firmamos. Preguntarán algo más simple y más terrible: “¿Dónde estabas tú cuando nos mataban?”

Y si nuestro silencio fue cómplice, si nuestra tibieza fue disfraz de prudencia, si nuestra omisión fue más cómoda que nuestra fidelidad… entonces no podremos responder.

La historia juzgará al aborto como juzga hoy a la esclavitud. Pero más allá de la historia, el Justo Juez pedirá cuentas. Y entonces, sólo los que hayan defendido la vida con palabra, con oración y con sacrificio, serán hallados dignos.

Oscar Méndez O.