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martes, 13 de mayo de 2025

S.S. PÍO XII SEÑALÓ QUE EL SECRETO DE FÁTIMA ADVERTÍA SOBRE LA APOSTASÍA EN LA IGLESIA, PERO FUE IGNORADO POR SUS SUCESORES



Un testimonio notable, aunque de relevancia indirecta, es el del cardenal Eugenio Pacelli –antes de convertirse en el Papa Pío XII– cuando era Secretario de Estado del Vaticano durante el reinado de Pío XI.

 El futuro Pío XII hizo una asombrosa profecía sobre un futuro trastorno en la Iglesia:

"Me preocupan los mensajes de la Santísima Virgen a Lucía de Fátima. Esta persistencia de María ante los peligros que amenazan a la Iglesia es una advertencia del Cielo contra el suicidio de alterar la Fe en su liturgia, en su teología y en su alma. (...) Oigo a mi alrededor a innovadores que quieren desmantelar la Capilla sagrada, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos, hacerla sentir remordimientos por su pasado histórico".[1]

    El biógrafo del Papa Pío XII, Monseñor Roche, señaló que en este punto de la conversación, Pío XII dijo entonces, en respuesta a una objeción:

"Llegará un día en que el mundo civilizado negará a su Dios, cuando la Iglesia dudará como Pedro dudó. Ella estará tentada a creer que el hombre se ha convertido en Dios. En nuestras iglesias, los cristianos buscarán en vano la lámpara roja [del Tabernáculo] donde Dios los espera. Como María Magdalena, llorando ante el sepulcro vacío, preguntarán: “¿Dónde lo han llevado?”[2]

    Es verdaderamente asombroso notar que el futuro Papa relacionó esta intuición aparentemente sobrenatural de la inminente devastación de la Iglesia específicamente con "los mensajes de la Santísima Virgen a Lucía de Fátima", y con "esta persistencia de María ante los peligros que amenazan a la Iglesia". Una predicción de este tipo no tendría sentido si se basara en las dos primeras partes del Gran Secreto, que no mencionan cosas como "el suicidio de alterar la Fe en su liturgia, su teología y su alma", o "innovadores que quieren desmantelar la Capilla sagrada, destruir la llama universal de la Iglesia, rechazar sus ornamentos y hacerla sentir remordimientos de su pasado histórico". Tampoco hay ninguna indicación en las dos primeras partes de que "En nuestras iglesias los cristianos buscarán en vano la lámpara roja donde Dios los espera".

    ¿Cómo sabía estas cosas el futuro Papa Pío XII? Es evidente que le fue concedida una visión sobrenatural, o bien que tenía conocimiento directo de que una parte de los "mensajes de la Santísima Virgen a Lucía de Fátima", que hasta entonces no habían sido revelados, predecían estos acontecimientos futuros en la Iglesia. En resumen, todos los testimonios sobre el contenido del Tercer Secreto, desde 1944 hasta al menos 1984 (fecha de la famosa entrevista de Ratzinger), confirman que se refiere a una catastrófica pérdida de Fe y de disciplina en la Iglesia, abriendo una brecha a las fuerzas durante mucho tiempo alineadas contra Ella: los "innovadores" a quienes el futuro Papa Pío XII escuchó a su alrededor, pidiendo el desmantelamiento de la capilla sagrada y cambios en la liturgia y la teología católicas.

Como se ha visto, esta brecha comenzó a producirse en 1960, precisamente el año en que, como había insistido Sor Lucía, debía revelarse la tercera parte del Secreto.

[1] Roche, Pie XII Devant l'Histoire, págs. 52-53.

[2] Ibíd.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

YA LO HABÍA ADVERTIDO LA SANTÍSIMA VIRGEN




"Los gobernantes civiles tendrán todos un mismo plan, que será abolir y hacer desapa
recer todo principio religioso para dar lugar al materialismo, al ateísmo, ... a toda clase de vicios.

 Que los que estén al frente de las comunidades religiosas vigilen a las personas que han de recibir, porque el demonio usará toda su malicia para introducir en las órdenes religiosas a personas entregadas al pecado, pues los desórdenes y el amor de los placeres carnales se extenderán por toda la Tierra".

Nuestra Señora de La Salette

jueves, 24 de octubre de 2019

VEMOS CUMPLIRSE ESTA PROFECÍA MARIANA


“La masonería, que entonces estará en el poder, hará que se promulguen leyes inicuas, con el objetivo de acabar con este sacramento (el del matrimonio), con lo que casi todo el mundo vivirá  en pecado. …El espíritu cristiano decaerá rápidamente,  extinguiendo la preciosa luz de la fe hasta que llegue al punto de que habrá una corrupción casi total y general de las costumbres".

Nta. Sra. del Buen Suceso a  la Madre Mariana de Jesús Torres

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lunes, 17 de julio de 2017

LA PASIÓN DE LA IGLESIA ANTES DE SU TRIUNFO por el cardenal Henry Edward Manning

  • EN EL CUERPO MÍSTICO SE REPETIRÁ LA PASIÓN DE CRISTO
  • VENDRÁ UN LAPSO DE PERSECUSIÓN PARA EL PEQUEÑO REBAÑO FIEL
  • EL SANTO SACRIFICIO DEL ALTAR CESARÁ UN TIEMPO
  • LA IGLESIA VERDADERA SERÁ BARRIDA DE LA FAZ DE LA TIERRA, ECHADA AL DESIERTO, ESCONDIDA EN LAS CATACUMBAS
  • LUEGO, EN LA IGLESIA HABRÁ UNA RESURRECCIÓN, UNA RECOMPENSA DE GLORIA POR TODO LO QUE TUVO QUE SOPORTAR

Como los impíos no prevalecieron contra Él (Cristo), aun cuando lo amarraron con cuerdas, lo arrastraron al juicio, le vendaron los ojos, se burlaron de él como un rey falso, lo hirieron en la cabeza como un falso Profeta, le arrastraron, y lo crucificaron, y en el ejercicio de su poder parecían tener un dominio absoluto sobre Él, de modo que Él cayó en tierra y casi fue aniquilado bajo sus pies; Y como en el mismo tiempo en que estaba muerto y sepultado fuera de sus ojos, fue conquistador de todos, resucitó al tercer día y ascendió al cielo, y fue coronado, glorificado e investido con su realeza y reina Rey de reyes y Señor de señores, así será con su Iglesia: aunque por un tiempo perseguida y, a los ojos del hombre, derrocada y pisoteada, destronada, despojada, burlada y aplastada, incluso en ese gran tiempo de triunfo las puertas del infierno no prevalecerán. En la Iglesia de Dios hay una resurrección y una ascensión, una realeza y un dominio, una recompensa de gloria por todo lo que ha soportado. Como Jesús, necesita sufrir en el camino a su corona; así será coronada eternamente con él. Que nadie, entonces, se escandalice si la profecía habla de los sufrimientos por venir. Nos encanta imaginar triunfos y glorias para la Iglesia en la tierra, que el Evangelio sea predicado a todas las naciones, y que el mundo se convierta, y todos los enemigos sometidos, y no sé qué, hasta que algunos oídos se impacientan al oír que hay dispuesto, para la Iglesia, un tiempo de terrible juicio. Y así hacemos como los judíos de antaño, que buscaban un conquistador, un rey y la prosperidad; Y cuando su Mesías vino en humildad y pasión, no lo conocieron. Así que, me temo, muchos de nosotros con nuestras mentes intoxicadas con visiones de éxito y victoria, no podemos soportar la idea de que hay un tiempo de persecución por venir para la Iglesia de Dios....

Los santos Padres que han escrito sobre el tema del Anticristo y de las profecías de Daniel, sin una sola excepción, hasta donde yo sé, y son los Padres tanto del Oriente como del Occidente, los griegos y los latinos - todos ellos unánimemente, dicen que en los últimos tiempos del mundo, durante el reinado del Anticristo, el Santo Sacrificio del altar cesará. En la obra sobre el fin del mundo, atribuida a San Hipolito, después de una larga descripción de las aflicciones de los últimos días, leemos lo siguiente: 
"Las iglesias se lamentarán con gran lamentación, porque no se ofrecerá más Oblación, ni incienso, ni adoración aceptable a Dios. Los edificios sagrados de las iglesias serán como chozas; Y el precioso Cuerpo y Sangre de Cristo no se manifestará en aquellos días; La Liturgia se extinguirá; Cesará el canto de los salmos; La lectura de la Sagrada Escritura ya no será escuchada. Pero habrá tinieblas sobre los hombres tinieblas, lamentación tras lamentación, y aflicción tras aflicción.
"Entonces la Iglesia será dispersada, echada al desierto, y será por un tiempo, como era al principio, invisible, escondida en Catacumbas, en cuevas, en montañas, en lugares de escondite; Por un tiempo será barrida, por así decirlo, de la faz de la tierra. Tal es el testimonio universal de los Padres de los primeros siglos....".
La Palabra de Dios nos dice que hacia el final de los tiempos el poder de este mundo se volverá tan irresistible y tan triunfante que la Iglesia de Dios se hundirá bajo su mano, que la Iglesia de Dios no recibirá más ayuda de los emperadores, reyes, príncipes, legislaturas, naciones, pueblos, para resistir en contra de la fuerza y el poderío de su antagonista. Se le privará de protección. Se debilitará, desconcertará y se postrará, y estará sangrando a los pies de las potencias de este mundo.


Henry Edward Manning, tinted lithograph by unknown artist, c. 1880.
"Incluso en ese gran tiempo de triunfo (del mal) las puertas del infierno no prevalecerán": Cardenal Manning

Conferencia del cardenal Henry Edward Manning 1861.

sábado, 17 de junio de 2017

PROFECÍA DE SANTA HILDEGARDA ACERCA DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS

"Es un derecho personalísimo de la persona" el cambio de identidad de género: Jaqueline L´Hoist Tapia, Presidenta de COPRED


Santa Hildegarda von Bingen* (1098-1179), conocida como la "Sibila del Rin" y como la "profetisa teutónica", gran mística e intelectual del siglo XII, que tuvo revelaciones y visiones proféticas, comentando en el Liber divinurom operum, el versículo 6,8 del Apocalipsis, escribió:

“La serpiente antigua goza con todos los castigos con los cuales el hombre es castigado en el alma y en el cuerpo. Él, que ha perdido la gloria celestial, no quiere que ningún hombre pueda alcanzarla. En realidad, apenas él se dio cuenta que el hombre había oído sus consejos, comenzó a proyectar la guerra contra Dios: ‘A través del hombre llevaré adelante mis propósitos’.

“En su odio, la serpiente ha inspirado a los hombres a odiarse entre ellos y, con el mismo mal propósito, los ha inducido a matarse unos a otros.

“Y la serpiente dijo: ‘Mandaré mi aliento a fin de que la sucesión de los hijos del hombre se extinga, y entonces los hombres se encenderán de pasiones los unos por los otros hombres, cometiendo actos vergonzosos’.

“Y la serpiente, probando gozo, gritó: ‘Esta es la suprema ofensa contra Aquel que ha dado al hombre el cuerpo. Que su forma desaparezca porque ha evitado la relación natural con las mujeres’.

“Es entonces el diablo quien los convenció a ser infieles y seductores, que los indujo a matar, transformándose en bandidos y ladrones, porque el pecado de homosexualidad lleva a las más vergonzosas violencias y a todos los vicios. Cuando todos estos pecados se hayan manifestado, entonces la vigencia de la ley de Dios será quebrada y la Iglesia será perseguida como una viuda”.
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*NOTA: El 7 de octubre de 2012 el papa Benedicto XVI le otorgó el título de doctora de la Iglesia junto a San Juan de Ávila.
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En la Ciudad de México "es un derecho personalísimo de la persona" el cambio de identidad de género: Jaqueline L´Hoist Tapia, Presidenta de COPRED


Polémica del 16 de junio de 2016

lunes, 6 de febrero de 2017

YA ESTABA PREDICHO POR SOR ANA CATALINA EMMERICH



 Lo que dicen los protestantes sobre la Misa Nueva: 

-“Las comunidades no católicas podrán celebrar la Santa Cena con las mismas oraciones que la Iglesia Católica [de la Nueva Misa impuesta en noviembre de 1969]: teológicamente esto es posible”.

(Max Thurian, pastor protestante de Taizé que junto con otros cinco pastores protestantes colaboraron en la elaboración de la Nueva Misa, citado en el diario La Croix, del 20 de mayo de 1969).

-“Las nuevas oraciones eucarísticas [de la Misa Nueva] presentan una estructura que se conforma a la misa luterana…”

(Roger Schutz, pastor protestante de Taizé. Citado en la revista “Itineraires”, nº 305, p. 162).

lunes, 10 de febrero de 2014

CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS EN LA PERSONA DE N.S. JESUCRISTO

Rey David


...No hubo uno de los demás Profetas que no anunciase al Mesías, ninguno que no descubriese en sí algunos rasgos tan expresos y tan circunstanciados del nacimiento, la vida, de la muerte, de la resurrección del Salvador, que se puede decir que su retrato estaba acabado muchos siglos antes de su nacimiento.

David, aquel rey profeta, aquel hombre según el corazón de Dios, da en sus Salmos la historia profética del Mesías; y no hay nadie que en la pintura que hace de Él no reconozca la historia abreviada, o un compendio histórico de Jesucristo. En ellos se ven las promesas de la venida del Redentor, de la vocación de los gentiles a la fe, del establecimiento de la Iglesia. El salmo II se refiere únicamente al Mesías: en él habla el Profeta de la divinidad de Jesucristo, de la extensión de su imperio, de su poder, de la conspiración de sus enemigos, y del castigo que deben temer los que rehúsen someterse a sus leyes. El III contiene una figura de Jesucristo en su pasión. El XXI su oración sobre la cruz. El XXVII la persecución de la Iglesia. El XXXIX es la figura de Jesucristo, glorificado después de haber padecido; y el XL es una figura de la traición del pérfido apóstol. El LXVII es una profecía visible de la venida de Jesucristo, de sus victorias, de los misterios que se cumplieron en su persona, y del establecimiento de la Iglesia por sus Apóstoles. El LXXI predice la adoración de los Magos. El LXXXVII es una figura sensible de Jesucristo que ora a su Padre en el tiempo de su pasión. En el XCVI describe David la segunda venida de Jesucristo a juzgar a los vivos y muertos; y en el CVI la vocación de los gentiles y el establecimiento de la Iglesia. El CXXVIII nos representa visiblemente la Iglesia victoriosa de las persecuciones; y se puede decir que todo cuanto el Rey profeta cuenta de los malos tratamientos, y de las sangrientas persecuciones que padeció de parte de Saúl y de su propio hijo Absalón, es una alegoría continuada de lo que Jesucristo padeció debajo de su propio pueblo; y aunque parece que David habla de su propia persona, es evidente que lo que dice no puede aplicarse a otro que a Jesucristo, del que el mismo David era figura. Dice en el salmo XXI: Foderunt manus meas et pedes meos: Me agujerearon los pies y las manos, tendieron tan violentamente mi cuerpo, y tiraron tan reciamente todos mis miembros, que era muy fácil contar todos mis huesos. En este lastimoso estado, añade el Profeta, les sirvo de un dulce y alegre espectáculo, apacientan sus ojos y divierten su vista mirando mis dolores; finalmente, para no perdonarme ningún género de suplicio, se repartieron a mis ojos mis vestidos, y echaron suerte sobre mi túnica: Et super vestem meam miserunt sortem. Es más claro que el sol, que nada de todo esto conviene al Profeta, y que todo este salmo se debe entender a la letra de Jesucristo, a quien David hace hablar sobre la cruz.

No hay cosa, aun entrando la ciudad en que debía nacer el Salvador, que no haya sido predicha.

Profeta Miqueas
El profeta Miqueas, después de haber anunciado a Judá las calamidades que le habían de suceder, consuela a su pueblo y le promete un nuevo libertador en el Mesías que debe nacer en Belén de Efrata, en la tribu de Judá: Et tu Bethlehem Ephrata parvulus es in millibus Juda: ex te mihi egredietur qui sit dominator in Israel, et egressus eius ab initio, a deibus æternitatis (Mich. V):
Y tú, Belén de Efrata, eres pequeña entre las ciudades de Judá; sin embargo, saldrá de ti el que debe reinar en Israel, cuya generación es desde el principio y desde toda la eternidad, aunque no se deje ver sobre la tierra sino en el tiempo. Distingue el Profeta a Belén de Efrata, de donde era la familia de David, de otro Belén que estaba en otra tribu diferente. Estaban los judíos tan persuadidos a que el Mesías había de nacer en Belén, que cuando el rey Herodes, sobresaltado a la llegada de los Magos, preguntó a los sacerdotes y doctores de la nación en donde debía nacer el Mesías, no se detuvieron en citar esta profecía, y responder que debía nacer en Belén de Judá.

La profecía de Isaías no deja circunstancia de la vida, pasión y muerte de Jesucristo de que no hable; y el retrato que hace de Él es tan parecido, que san Jerónimo tuvo razón de decir que Isaías parece mas bien un evangelista que refiere lo que ha sucedido, que un profeta que anuncia simplemente lo que ha de suceder en adelante. Anuncia este Profeta el modo milagroso como el Mesías había de ser concebido: Ecce virgo concipiet, et pariet filium, dice, et vocabitur nomen eius Emmanuel (Isaí. VII). Mirad el prodigio que ha de suceder: una virgen concebirá y parirá un hijo que se llamará Emmanuel (en nuestro idioma Manuel), que significa Dios con nosotros.

Profeta Isaías
La pintura que nos hace de la pasión de Jesucristo en el capítulo LIII, parece ser casi de los Evangelistas. Vidimus eum, dice, et non erat aspectus: Le vimos, y estaba tan desfigurado, que no se conocía. Los profetas veían lo por venir de una manera tan clara y tan positiva, que hablan de ello ordinariamente como de un hecho ya pasado. A planta pedis usque ad verticem non est in eo sanitas: todo su cuerpo desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza no es sino una llaga: ha sido tan maltratado, añade el Profeta, que nos ha parecido el último de los hombres, y un varón de dolores: Novissimun vivorum, virum dolorum. Haciendo después hablar al Salvador, dice: Entregué mi cuerpo a los que me herían; y no aparte mi cara de los que me ultrajaban y me llenaban de salivas. Luego volviendo a tomar Él mismo la palabra, dice: Tomó sobre sí nuestras miserias, y se cargó voluntariamente de nuestras iniquidades: Ipse vulneratus est propter iniquitates nostras: fue cubierto de heridas por nuestros pecados, quiso padecer toda la pena que merecían nuestras culpas; y si hemos sido curados, se lo debemos a su sangre derramada por nosotros: Cujus livore sanati sumus. Por lo demás, continua el Profeta, si fue inmolado por nosotros, fue porque quiso serlo: Oblatus est quia ipse voluit. Ninguna cosa fue más libre que su sacrificio; y así, ni aun abrió la boca para quejarse. Será llevado a la muerte como una oveja que van a degollar, y guarda un profundo silencio: será semejante a un cordero que está mudo delante del que le trasquila: Et quasi agnus coram tondente se, obmulescet. Pero como sin embargo de las iniquidades ajenas, de que se dignó cargarse, y de que se halla inocente, es santo y justo por excelencia y por naturaleza, justificará con su muerte un gran número de criminales: Justificabit ipse justus multos; y por cuanto se entregó a la muerte por la expiación de los pecados, y oró por los mismos que le quitaban la vida, verá una numerosa posteridad, y reinará en todo el universo, y más allá de todos los siglos: si posuerit pro peccato animam suam, videbit semen longævum. ¿Quién no conoce en esta pintura alegórica el verdadero retrato de Jesucristo muriendo?

Todos los demás profetas no se proponen otro blanco que a Jesucristo. Él es el principal objeto de aquella multitud de predicciones que manifiestan los rasgos más vivos y más naturales de su vida. Entre todos los Profetas no hay uno que no sea como el rey de armas de este Hombre-Dios, cuya santidad y divinidad publican al mismo tiempo que predicen su venida. Él es nuestro Dios, dice el profeta Baruc, y ningún otro subsistirá delante de Él: Hic est Deus noster, et non æstimabitur alius adversus eum (Baruch, III). Él es el que encontró los caminos de la verdadera ciencia, y el que la dio a Jacob su siervo, y a su querido Israel. Después de esto fue visto sobre la tierra, y conversó con los hombres: Post hæc in terris visus est, et cum hominibus conversatus est. Quiere decir, que este Dios, cuya bondad es tan incomprensible, como infinita su misericordia, después de haber instruido y preparado a su pueblo en la escuela de los Profetas, después de haberle hecho con estas pinturas alegóricas y con estas predicciones multiplicadas capaz de un misterio tan sobre la capacidad del espíritu humano, se hizo visible sobre la tierra por su encarnación; y hecho hombre, se dignó conversar familiarmente con los hombres, y hacerse semejante a ellos.

Se puede decir que todo el Viejo Testamento es una continua alegoría de los misterios contenidos en el Nuevo, y singularmente del de la encarnación del Verbo, bajo los nombres figurativos de Cristo o Ungido del Señor, de Libertador, de Caudillo, de Rey, de Enviado, de Conductor, de Mesías, de Salvador. Por medio de estas pinturas alegóricas quiso el Espíritu Santo familiarizar, por decirlo así, el espíritu humano con una verdad, contra la cual se revolvía naturalmente toda su razón, y hacerle poco a poco capaz de la fe de un misterio tan sobre los sentidos y la razón.

Fuente: P. JEAN CROISSET S.J., AÑO CRISTIANO O EJERCICIOS DEVOTOS. VIDA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SACADA DE LOS CUATRO EVANGELISTAS: II. Cumplimiento de las profecías en la persona de Jesucristo.

domingo, 31 de marzo de 2013

3a. PARTE: LA RESURRECCIÓN, según las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich (Resumen)

VIENE DE (haz click): 2a. PARTE: LA PASIÓN, SEGÚN LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH (Resumen)

Cuando se acabó el sábado, Juan fue con las santas mujeres, las consoló. Pero no podía contener sus propias lágrimas por lo que se quedó con ellas solo un corto espacio de tiempo. Entonces, Pedro y Santiago el menor fueron también a verlas con el mismo propósito de confortarlas. Ellas prosiguieron con su pena después de que ellos se fueran.

Vi el alma de Nuestro Señor entre dos ángeles ataviados de guerreros; era luminosa, resplandeciente como el sol del mediodía, la vi atravesar la piedra y unirse con el Sagrado Cuerpo. Vi moverse sus miembros, y el Cuerpo del Señor, unido con su alma y con su divinidad, salir de su mortaja brillante de luz. En ese mismo instante me pareció que una forma monstruosa, con cola de serpiente y una cola de dragón salía de la tierra debajo de la peña, y que se levantaba contra Jesús. Creo que también tenía una cabeza humana. Vi que en la mano del Resucitado ondeaba un estandarte. Jesús pisó la cabeza del dragón y pegó tres golpes en la cola con el palo de su bandera. Desapareció primero el cuerpo, después la cabeza del dragón y quedó solo la cabeza humana. Yo había visto muchas veces esta misma visión antes de la Resurrección y una serpiente igual a la que estaba emboscada en la concepción de Jesús. Me recordó también la serpiente del paraíso, pero ésta todavía era más horrorosa. Creo que era una alegoría de la profecía: "El hijo de la mujer romperá la cabeza de la serpiente", y me pareció un símbolo de la victoria sobre la muerte, pues cuando Nuestro Señor aplastó la cabeza del dragón, ya no vi el sepulcro.

Jesús resplandeciente, se elevó por medio de la peña. La tierra tembló. Uno de los ángeles guerreros, se precipitó del cielo al sepulcro como un rayo, apartó la piedra que cubría la entrada y se sentó sobre ella. Los soldados cayeron como muertos y permanecieron en el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la luz brillar en el sepulcro se acercó, tocó los lienzos vacíos y se fue con la intención de anunciar a Pilato lo sucedido. Sin embargo aguardó un poco porque había sentido el terremoto y había visto al ángel apartar la piedra a un lado y el sepulcro vacío. Mas no había visto a Jesús.

Mientras la Santísima Virgen oraba interiormente llena de un ardiente deseo de ver a Jesús, un ángel vino a decirle que fuera a la pequeña puerta de Nicodemo, porque Nuestro Señor estaba cerca. El corazón de María se inundó de gozo; se envolvió en su manto y se fue, dejando allí alas santas mujeres sin decir nada a nadie. Le vi encaminarse deprisa hacia la pequeña puerta de la ciudad por donde había entrado con sus compañeras al volver del sepulcro. Caminaba con pasos apresurados, cuando la vi detenerse de pronto en un sitio solitario. Miró a lo alto de la muralla de la ciudad y el alma de Nuestro Señor, resplandeciente, bajó hasta su Madre acompañada de una multitud de almas y patriarcas. Jesús, volviéndose hacia ellos dijo: "He aquí a María, he aquí a mi Madre". Pareció darle un beso y luego desapareció.

En el mismo instante en que un ángel entraba en el sepulcro y la tierra temblaba vi a Nuestro Señor resucitado apareciéndose a su Madre en el Calvario; estaba hermoso y radiante. Su vestido que parecía una copa, flotaba tras Él, era de un blanco azulado, como el humo visto a la luz del sol. Sus heridas resplandecían, y se podían ver a través de los agujeros de las manos. Rayos luminosos salían de las puntas de sus dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró sus heridas a su Madre, que se posternó para besar sus pies, mas Él la levantó y desapareció. Se veían luces de antorchas a lo lejos cerca del sepulcro, y el horizonte se esclarecía hacia el oriente, encima de Jerusalén.

La Santa Virgen cayó de rodillas y besó el lugar donde había aparecido su Hijo. Debían ser las nueve de la noche. Sus rodillas y sus pies quedaron marcados sobre la piedra. La visión que había tenido la había llenado de un gozo indecible. Y regresó confortada junto a las santas mujeres, a quienes halló ocupadas en preparar ungüentos y perfumes. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado, consoló a las demás y las fortaleció en su fe

La Santa Virgen se unió a la preparación de los bálsamos que las santas mujeres habían empezado a elaborar en su ausencia. La intención de ellas era ir al sepulcro antes del amanecer del día siguiente, y verter esos perfumes en el Cuerpo de nuestro Señor.

Las santas mujeres

Estaban las mujeres cerca de la pequeña puerta de Nicodemus cuando Nuestro Señor resucitó pero no vieron nada de los prodigios que habían acontecido en el sepulcro. Tampoco sabían que habían puesto allí una guardia, porque no habían ido la víspera a causa del sábado. Mientras se acercaban se preguntaban entre sí con inquietud: "¿Quién nos apartará la piedra de la entrada?" Querían echar agua de nardo y aceite aromatizado con flores sobre el Cuerpo de Jesús. Querían ofrecer a Nuestro Señor lo más precioso que pudieran encontrar para honrar su sepultura. La que había llevado más cosas era Salomé, no la madre de Juan, sino una mujer rica de Jerusalén, pariente de san José.

Decidieron que, cuando llegaran, dejarían sus perfumes sobre la piedra y esperarían a que alguien pasara para apartarla. Los guardias seguían tendidos en el suelo y las fuertes convulsiones que los sacudían, demostraban cuán grande había sido su terror. La piedra estaba corrida hacia la derecha de la entrada, de modo que se podía penetrar en el sepulcro sin dificultad. Los lienzos que habían servido para envolver a Jesús estaban sobre el sepulcro. La gran sábana estaba en su sitio pero sin su Cuerpo. Las vendas habían quedado sobre el borde anterior del sepulcro, las telas con que María Santísima había envuelto la cabeza de su Hijo estaban en donde había reposado esta.

Vi a las santas mujeres acercarse al jardín, pero, cuando vieron las luces y los soldados tendidos alrededor del sepulcro, tuvieron miedo y se alejaron un poco. Pero Magdalena, sin pensar en el peligro, entró precipitadamente en el huerto y Salomé la siguió a cierta distancia. Otras dos, menos osadas se quedaron en la puerta. Magdalena, al acercarse a los guardias, se sintió sobrecogida y esperó a Salomé; las dos juntas pasaron entre los soldados caídos en el suelo y entraron en la gruta del sepulcro. Vieron la puerta apartada de la entrada y cuando, llenas de emoción penetraron en el sepulcro, encontraron los lienzos vacíos. El sepulcro resplandecía y un ángel estaba sentado a la derecha sobre la piedra. No sé si Magdalena oyó las palabras del ángel, mas salió perturbada del jardín y corrió rápidamente a la ciudad, donde se hallaban reunidos los discípulos. No sé tampoco si el ángel habló a María Salomé, que había quedado en la entrada del sepulcro, pero la vi salir también muy deprisa del jardín, detrás de Magdalena, y reunirse con las otras dos mujeres anunciándoles lo que había sucedido. Se llenaron de sobresalto y de alegría al mismo tiempo, y no se atrevieron a entrar.

Casio que había esperado un rato, pensando quizá que podía ver a Jesús, fue a contárselo todo a Pilato. Al salir se encontró con las santas mujeres, les contó lo que había visto y las exhortó a que fueran a asegurarse por sus propios ojos. Ellas se animaron y entraron en el huerto. A la entrada del sepulcro vieron a dos ángeles vestidos de blanco. Se asustaron y se cubrieron los ojos con las manos y se postraron en el suelo; pero uno de los ángeles les dijo que no tuvieran miedo y que no buscaran allí al crucificado porque había resucitado y estaba vivo. Les mostró el sudario vacío y les mandó decir a los discípulos lo que habían visto y oído añadiendo que Jesús les predecería en Galilea y que recordaran sus palabras: "El Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores que lo crucificarán pero Él resucitará al tercer día. Entonces los ángeles desaparecieron. Las santas mujeres temblando pero llenas de gozo se volvieron hacia la ciudad. Estaban sobrecogidas y emocionadas; no se apresuraban sino que se paraban de vez en cuando para mirar a ver si veían a Nuestro Señor o si volvía Magdalena.

Mientras tanto Magdalena había ya llegado al cenáculo, estaba fuera de sí y llamó a la puerta con fuerza. Algunos discípulos estaban todavía acostados. Pedro y Juan le abrieron. Magdalena les dijo desde fuera: "Se han llevado el Cuerpo del Señor y no sabemos a dónde lo han llevado". Después de estas palabras se volvió corriendo al huerto. Pedro y Juan entraron alarmados en la casa y dijeron algunas palabras a los otros discípulos. Después la siguieron corriendo; Juan más deprisa que Pedro.

Magdalena entró en el jardín y se dirigió al sepulcro. Llegaba trastornada por su dolor y sus carreras, cubierta de rocío con el manto caído y sus hombros descubiertos al igual que sus largos cabellos. Como estaba sola no se atrevió a bajar a la gruta y se detuvo un instante en la entrada. Se arrodilló para mirar adentro del sepulcro y al echar hacia atrás sus cabellos que caían por su cara vio dos ángeles vestidos de blanco sentados a ambos extremos del sepulcro. Oyó la voz de uno de ellos que decía: "Mujer, ¿por qué lloras?" Ella gritó en medio de su dolor, pues no repetía más que una cosa y no tenía más que un pensamiento al saber que el Cuerpo de Jesús no estaba allí: "Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto". Después de estas palabras se puso a buscar frenéticamente aquí y allá pareciéndole que iba a encontrar al Salvador, presintiendo confusamente que iba a encontrarlo y que estaba cerca de ella. Ni la aparición de los ángeles podía distraerla de este pensamiento. Parecía que no se diera cuenta de que eran ángeles y no podía pensar más que en su Maestro: "Jesús no está ahí, ¿dónde está Jesús?". La vi moverse de un lado a otro como el que ha perdido la razón.

El cabello le caía sobre ambos lados sobre la cara, se lo recogió con las manos echándoselo hacia atrás y entonces, a diez pasos del sepulcro, en el oriente, donde el jardín sube hacia la ciudad vio aparecer una figura vestida de blanco, entre los arbustos a la luz del sepulcro y corriendo hacia él oyó que le dirigía estas palabras: "Mujer ¿por qué lloras?" Creyó que era el huertano porque llevaba una azada en la mano y sobre la cabeza un sombrero ancho, que parecía hecho de corteza de árbol. Yo había visto bajo esta forma al jardinero de la parábola de Jesús que contara en Betania a las santas mujeres poco antes de su Pasión. No resplandecía sino que era como un simple hombre vestido de blanco a la luz del crepúsculo. Él le preguntó de nuevo: "¿Por qué lloras?" Entonces ella en medio de sus lágrimas respondió: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé a dónde. Si lo has visto dime dónde está y yo iré a por Él." Y volvió a dirigir la vista frenéticamente a su alrededor. Entonces Jesús le dijo con su voz de siempre: "¡Magdalena!" Ella reconociendo su voz y olvidando crucifixión, muerte y sepultura, como si siguiera vivo dijo volviéndose repentinamente hacia Él: "¡Rabí!" postrándose de rodillas ante Él, con sus brazos extendidos hacia los pies del Resucitado. Pero Él la detuvo diciéndole: "No me toques, pues aún no he subido hacia mi Padre. Ve a decirles a mis hermanos que subo hacia mi Padre y Vuestro Padre, hacia mi Dios y Vuestro Dios" y desapareció.

Jesús le dijo que no le tocara a causa de la impetuosidad de ella, que pensaba que Él vivía la misma vida que antes. En cuanto a las palabras de "aún no he subido a mi Padre" quería expresar que aún no había dado las gracias al Padre por la obra de la Redención, a quién pertenecen las primicias de la alegría. Pero ella en el ímpetu de su amor, ni siquiera se daba cuenta de las cosas grandes que habían pasado. Lo único que quería era poder besar sus pies como antes.

Después de un momento de perturbación Magdalena corrió al sepulcro, donde seguían los ángeles, que le repitieron las mismas palabras que habían dicho alas otras mujeres, que no buscaran allí al Crucificado porque había resucitado como había predicho. Segura entonces del milagro salió a buscar a las santas mujeres encontrándolas en el camino que conduce al Gólgota.

Toda esta escena no duró más de tres minutos. Eran las dos y media cuando Nuestro Señor se había aparecido a Magdalena y Juan y Pedro llegaban al jardín justo cuando ella acababa de irse. Juan entró el primero deteniéndose a la entrada del sepulcro. Miró por la piedra apartada y vio que estaba vacío. Después llegó Pedro y entró en la gruta donde vio los lienzos doblados. Juan le siguió e inmediatamente creyó que había resucitado y ambos comprendieron claramente todas las palabras que les había dicho. Pedro escondió los lienzos bajo su manto y volvieron corriendo. Los ángeles seguían allí pero creo que Pedro no los vio. Juan dijo más tarde a los discípulos de Emaús que había visto desde fuera a un ángel.

En ese momento los guardias revivieron, se levantaron y recogieron sus picas y faroles. Estaban aterrorizados. Yo los vi correr hasta llegar a las puertas de la ciudad. Mientras tanto Magdalena contó a las santas mujeres que había visto a Nuestro Señor y lo que los ángeles le habían dicho; luego se volvió a Jerusalén y las mujeres al jardín creyendo que allí encontrarían a los dos Apóstoles. Cuando ya estaban cerca Jesús se les apareció vestido de blanco y les dijo: "Yo os saludo". Ellas se echaron a sus pies anonadadas. Él les dijo algunas palabras y parecía indicarles algo con la mano. Luego desapareció.

Entonces las santas mujeres corrieron al cenáculo y contaron a los discípulos que quedaran allí, lo que habían visto. Ellos no querían creerlas ni a ellas ni a Magdalena, calificando todo lo que les decían de sueños de mujeres, hasta que volvieron Pedro y Juan. Al regresar estos se habían encontrado también con Tadeo y Santiago el menor, que los habían seguido y estaban muy conmovidos, ya que Nuestro Señor se les había aparecido a ellos también cerca del cenáculo. Yo había visto a Jesús pasar delante de Pedro y de Juan y me pareció que Pedro lo vio porque lo vi sobrecogerse súbitamente. No sé si Juan lo reconoció.

Los guardias

Casio fue a ver a Pilato una hora tras la Resurrección cuando aún el Gobernador romano estaba durmiendo. Le contó emocionado cuanto había visto en el huerto. Le relató sobre el temblor de la peña y cómo un ángel había apartado la piedra del sepulcro y que los lienzos quedaran vacíos. Le dijo que Jesús de Narzaret era efectivamente el Mesías, el Hijo de Dios y que, verdaderamente había resucitado. Pilato escuchó todo el relato con terror escondido y sin querer demostrarlo dijo a Casio: "Eso son supersticiones, has cometido una necedad acercándote tanto al sepulcro del Galileo, sus dioses se han apoderado de ti y te han hecho ver todas esas visiones fantásticas que ahora me cuentas. Te aconsejo que no digas nada de esto a los sacerdotes, porque ellos podrían perjudicarte". Hizo como si creyera que los discípulos hubieran robado y escondido el Cuerpo de Jesús mientras los guardias se habían dormido borrachos y que contaban esas supercherías para no declarar y reconocer su negligencia. Cuando Pilato hubo dicho todo esto y Casio se fue, él corrió a ofrecer sacrificios a sus dioses.

Los cuatro soldados que habían estado custodiando el sepulcro llegaron a continuación y relataron a Pilato lo mismo que Casio, pero él no queriendo escucharles más, los envió a Caifás. Los demás soldados estaban ya en el templo donde se habían reunido muchos ancianos judíos, ante los que narraban lo que había ocurrido en el huerto del sepulcro. Después de las deliberaciones, los ancianos cogieron a los soldados uno a uno y a fuerza de dinero o amenazas, los fueron convenciendo para que contaran que los discípulos se habían llevado el Cuerpo de Jesús mientras ellos dormían. Los soldados dijeron que sus compañeros habían ido a casa de Pilato a contarles lo mismo y que les iban a contradecir, pero los fariseos les prometieron que lo amañarían todo con el gobernador. En esto llegaron los soldados que habían ido a casa de Pilato y se negaron a rectificar lo que le habían contado a este.

Se había ido corriendo el rumor de que José de Arimatea se había librado milagrosamente de la prisión. Así que cuando los soldados fueron acusados por los fariseos de haberse dejado sobornar por los discípulos de Cristo para dejarles llevarse el Cuerpo y amenazados con fuertes castigos por no presentar el cadáver de Jesús, los soldados dijeron que cómo era que no castigaran también a los que no habían podido custodiar y presentar el de José. Algunos que se mantuvieron firmes en lo que habían dicho y hablaron libremente del juicio inicuo de la antevíspera y del modo en que se había interrumpido la Pascua, fueron enviados a la cárcel. Los demás difundieron el embuste que fue extendido por los saduceos, herodianos y fariseos, esparciéndolo por todas las sinagogas y acompañándolo de injurias contra Jesús.

Sin embargo todas esas calumnias no consiguieron lo que pretendían, porque tras la Resurrección de Jesús, muchos de los judíos de la ley antigua se aparecieron a muchos de sus descendientes que eran capaces de recibir la gracia, exhortándolos a que se convirtiesen. Muchos discípulos dispersados por el país y atemorizados, vieron también apariciones semejantes que los consolaron y afirmaron en la Fe.

La aparición de los muertos que salieron de sus sepulcros no tenían el aspecto de Jesús Resucitado, renovado y con su Cuerpo glorificado, no sujeto a la muerte, con el que subió al cielo ante sus discípulos; sino que esos cuerpos que habían salido del sepulcro para dar testimonio de Cristo, eran simples cadáveres, prestados como vestiduras a las almas que los habían habitado, para luego volver a dejarlos nuevamente en la tierra, hasta que resuciten como todos nosotros el día del Juicio Final. Ninguno resucitó como Lázaro, que realmente volvió a la vida y luego murió por segunda vez.

Final de las visiones de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús

El domingo siguiente, si mal no recuerdo, vi a los judíos lavar y purificar el Templo ofreciendo sacrificios expiatorios, escondiendo las señales del terremoto con tablas y alfombras y continuaron las celebraciones de la Pascua que se habían interrumpido. Dijeron que no se habían podido terminar aquel mismo día por la presencia de impuros al Templo y aplicaron no sé de qué modo, una visión de Ezequiel sobre la resurrección de los muertos. Amenazaron con graves castigos a los que murmuraran o hablaran; sin embargo no calmaron sino a la parte del pueblo más ignorante e inmoral. Los mejores se convirtieron primero en secreto y después de Pentecostés, abiertamente.

El Sumo Sacerdote y sus acólitos perdieron una gran parte de su osadía al ver que la doctrina de Jesús se propagaba tan rápidamente. En el tiempo del diaconado de San Esteban, Ofel y la parte oriental del Sión no podían contener la comunidad cristiana y fueron ocupando el espacio que se extiende desde la ciudad hasta Betania.

Vi a Anás como poseído por el demonio y al final fue confinado para no volver a ser visto nunca más públicamente. La locura de Caifás era menos evidente exteriormente, en cambio era tal la violencia de la rabia secreta que lo devoraba, que acabó perturbado en su raciocinio.

El jueves después de la Pascua, vi a Pilato hacer buscar a su mujer inútilmente por la ciudad. Estaba escondida en casa de Lázaro, en Jerusalén. No podían adivinarlo, pues ninguna mujer habitaba en aquella casa. Esteban, que era primo de San Pablo, le llevaba comida y le contaba lo que sucedía en la ciudad. También vi a Simón el Cirineo el día después de la Pascua; fue a ver a los Apóstoles y les pidió ser instruido y bautizado por ellos. Casio dejó la milicia y se juntó con los discípulos. Fue uno de los primeros que recibieron el bautismo, después de Pentecostés, junto con otros soldados convertidos al pie de la Cruz

FIN

Fragmentos y resumen de la Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emerich. Para ir al inicio de la serie de tres, HAZ CLICK AQUÍ.
Temas relacionados con esta fiesta (haz click):

CATOLICIDAD  DESEA A TODOS SUS AMIGOS-LECTORES FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN: EL SEÑOR HA RESUCITADO ¡ALELUYA!
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sábado, 30 de marzo de 2013

2a. PARTE: LA PASIÓN, SEGÚN LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH (Resumen)

LUCIFER SERÁ DESENCADENADO ANTES DEL AÑO 2,000, PROFETIZÓ ESTA RELIGIOSA



Para ver la primera parte, haz click AQUÏ

Cuando los judíos, habiendo pronunciado la maldición sobre sí y sobre sus hijos, pidieron que esa sangre redentora, que pide misericordia para nosotros, pidiera venganza contra ellos; Pilatos mandó traer sus vestidos de ceremonia, se puso un tocado, en donde brillaba una piedra preciosa y otra capa... Cuando Pilatos se sentó, dijo a los judíos: "¡Ved aquí a vuestro Rey!"; y ellos respondieron: "¡Crucificadlo!". "¿Queréis que crucifique a vuestro Rey?", volvió a decir Pilatos. "¡No tenemos más Rey que César!" gritaron los príncipes de los sacerdotes. Pilatos no dijo nada más, y comenzó a pronunciar el juicio...Pilatos comenzó por un largo preámbulo, en el cual daba los nombres más sublimes al emperador Tiberio; después expuso la acusación intentada contra Jesús, que los príncipes de los sacerdotes habían condenado a muerte, por haber agitado la paz pública y violado su ley, haciéndose llamar Hijo de Dios y Rey de los judíos, habiendo el pueblo pedido su muerte por voz unánime. El miserable añadió que encontraba esa sentencia conforme a la justicia, él, que no había cesado de proclamar la inocencia de Jesús, y al acabar dijo: "Condeno a Jesús de Nazareth, Rey de los judíos, a ser crucificado"; y mandó traer la cruz. 

JESÚS CARGA CON SU CRUZ HASTA EL CALVARIO

...Cuando Pilatos salía del Tribunal, una parte de los soldados lo siguió y formó ante el palacio; una pequeña escolta se quedó con los condenados. Veintiocho fariseos armados, entre los cuales estaban los seis enemigos de Jesús que habían estado presentes en su arresto en el huerto de los Olivos, vinieron a caballo para acompañarlo al suplicio. Los verdugos condujeron a Jesús al centro de la plaza, adonde fueron los esclavos a dejar la cruz a sus pies. Los dos brazos estaban provisionalmente atados a la pieza principal con cuerdas. Jesús se arrodilló, la abrazó y la besó tres veces, dirigiendo a su Padre acciones de gracias por la Redención del género humano. Como los sacerdotes paganos abrazaban un nuevo altar, así Nuestro Señor abrazaba su cruz. Los soldados, con gran esfuerzo, colocaron la pesada carga de la cruz sobre el hombro derecho de Jesús...

...Recorrieron un tramo más de calle y llegaron a la cuesta de una muralla vieja interior de la ciudad. Delante de ella hay una plaza abierta, de donde salen tres calles. En esa plaza, Jesús, al pasar sobre una piedra gruesa, tropezó y cayó; la Cruz se deslizó de su hombro, quedó a su lado y ya no se pudo levantar. Algunas personas bien vestidas que pasaban para ir al Templo, exclamaron llenas de compasión: "¡Ah, mira este pobre hombre, está agonizando!". Pero sus enemigos no tenían piedad de Él. Esto causó un tumulto y retraso; no podían poner a Jesús en pie y los fariseos dijeron a los soldados: "No llegará vivo si no buscáis a un hombre que le ayude a llevar la Cruz". Vieron a poca distancia un pagano, llamado Simón el Cirineo, acompañado de sus tres hijos, que llevaba debajo del brazo un haz de ramas menudas, pues era jardinero y venía de trabajar en los jardines situados cerca de la muralla oriental de la ciudad. Estaba atrapado en medio de la multitud y los soldados, habiendo reconocido por su vestido que era un pagano y un obrero de la clase inferior, lo agarraron y le mandaron que ayudara al Galileo a llevar su Cruz. Primero rehusó, pero tuvo que ceder a la fuerza. Sus hijos lloraban y gritaban y algunas mujeres que los conocían, se hicieron cargo de ellos.

Simón sentía mucho disgusto y vejación por tener que caminar junto a un hombre en tan deplorable estado como en el que se hallaba Jesús: sucio, herido y su ropa toda llena de lodo. Mas Jesús lloraba y le miraba con ternura, de modo que Simón se sintió conmovido. Le ayudó a levantarse y al instante los alguaciles ataron sobre sus hombros uno de los brazos de la Cruz. Él seguía a Jesús detrás, que se sentía aliviado de su carga. Se pusieron otra vez en marcha. Simón era un hombre robusto, de cuarenta años; sus hijos llevaban vestidos de color rojo. Dos eran ya crecidos, se llamaban Rufo y Alejandro: se reunieron después a los discípulos de Jesús. El tercero era más pequeño y lo he visto viviendo con San Esteban, aún niño. Simón no llevó mucho tiempo la Cruz sin sentirse penetrado de compasión y profundamente tocado por la gracia...

...Después que los alguaciles extendieron al Divino Salvador sobre la Cruz y habiendo estirado su brazo derecho sobre el brazo derecho de la Cruz, lo ataron fuertemente; uno de ellos puso la rodilla sobre su pecho sagrado, otro le abrió la mano, y el tercero apoyó sobre la carne un clavo grueso y largo, y lo clavó con un martillo de hierro. Un gemido dulce y claro salió del pecho de Jesús y su sangre saltó sobre los brazos de sus verdugos. Los clavos era muy largos, la cabeza chata y del diámetro de una moneda mediana, tenían tres esquinas y eran del grueso de un dedo pulgar a la cabeza: la punta salía detrás de la Cruz.

Habiendo clavado la mano derecha del Salvador, los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto; entonces ataron una cuerda a su brazo izquierdo y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que la mano llegó al agujero. Esta dislocación violenta de sus brazos lo atormentó horriblemente, su pecho se levantaba y sus rodillas se estiraban. Se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo, le ataron el brazo para hundir el segundo clavo en la mano izquierda; otra vez se oían los quejidos del Señor en medio de los martillazos. Los brazos de Jesús quedaban extendidos horizontalmente, de modo que no cubrían los brazos de la Cruz.

Estaba cubierto de una palidez mortal y exhalaba gemidos de su pecho. Los fariseos lo llenaban de insultos y de burlas. Habían clavado a la Cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús, a fin de que todo el peso del cuerpo no pendiera de las manos y para que los huesos de los pies no se rompieran cuando los clavaran. Ya se había hecho el clavo que debía traspasar los pies y una excavación para los talones. El cuerpo de Jesús se hallaba contraído a causa de la violenta extensión de los brazos. Los verdugos extendieron también sus rodillas atándolas con cuerdas; pero como los pies no llegaban al pedazo de madera, puesto para sostenerlos, unos querían taladrar nuevos agujeros para los clavos de las manos; otros vomitando imprecaciones contra el Hijo de Dios, decían: "No quiere estirarse, pero vamos a ayudarle". En seguida ataron cuerdas a su pierna derecha, y lo tendieron violentamente, hasta que el pie llegó al pedazo de madera. Fue una dislocación tan horrible, que se oyó crujir el pecho de Jesús, quien, sumergido en un mar de dolores, exclamó: "¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!".

Después ataron el pie izquierdo sobre el derecho y habiéndolo abierto con una especie de taladro, tomaron un clavo de mayor dimensión para atravesar sus sagrados pies. Esta operación fue la más dolorosa de todas. Conté hasta treinta martillazos. Los gemidos de Jesús eran una continua oración, que contenía ciertos pasajes de los salmos que se estaban cumpliendo en aquellos momentos. Durante toda su larga Pasión el divino Redentor no ha cesado de orar. He oído y repetido con Él estos pasajes y los recuerdo algunas veces al rezar los salmos; pero actualmente estoy tan abatida de dolor, que no puedo coordinarlos. El jefe de la tropa romana había hecho clavar encima de la Cruz la inscripción de Pilatos. Como los romanos se burlaban del título de Rey de los judíos, algunos fariseos volvieron a la ciudad para pedir a Pilatos otra inscripción. Eran las doce y cuarto cuando Jesús fue crucificado y en el mismo momento en que elevaban la Cruz, el templo resonaba con el ruido de las trompetas que celebraban la inmolación del cordero pascual.

La hora del Señor había llegado: un sudor frío corrió sus miembros, Juan limpiaba los pies de Jesús con su sudario. Magdalena, partida de dolor, se apoyaba detrás de la Cruz. La Virgen Santísima de pie entre Jesús y el buen ladrón, miraba el rostro de su Hijo moribundo. Entonces Jesús dijo: "¡Todo está consumado!". Después alzó la cabeza y gritó en alta voz: "Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu". Fue un grito dulce y fuerte, que penetró el cielo y la tierra: enseguida inclinó la cabeza y rindió el espíritu.

Juan y las santas mujeres cayeron de cara sobre el suelo. El centurión Abenadar tenía los ojos fijos en la cara ensangrentada de Jesús, sintiendo una emoción muy profunda. Cuando el Señor murió, la tierra tembló, abriéndose el peñasco entre la Cruz de Jesús y la del mal ladrón. El último grito del Redentor hizo temblar a todos los que le oyeron. Entonces fue cuando la gracia iluminó a Abenadar. Su corazón, orgulloso y duro, se partió como la roca del Calvario; tiró su lanza, se dio golpes en el pecho gritando con el acento de un hombre nuevo: "¡Bendito sea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; éste era justo; es verdaderamente el Hijo de Dios!". Muchos soldados, pasmados al oír las palabras de su jefe, hicieron como él. Abenadar, convertido del todo, habiendo rendido homenaje al Hijo de Dios, no quería estar más al servicio de sus enemigos. Dio su caballo y su lanza a Casio, el segundo oficial, quien tomó el mando y habiendo dirigido algunas palabras a los soldados, se fue en busca de los discípulos del Señor, que se mantenían ocultos en las grutas de Hinnón. Les anunció la muerte del Salvador y se volvió a la ciudad a casa de Pilatos.

Cuando Abenadar dio testimonio de la divinidad de Jesús, muchos soldados hicieron como él: lo mismo hicieron algunos de los que estaban presentes y aún algunos fariseos de los que habían venido últimamente. Mucha gente se volvía a su casa dándose golpes de pecho y llorando. Otros rasgaron sus vestidos y se cubrieron con tierra la cabeza. Era poco más de las tres cuando Jesús rindió el último suspiro. Los soldados romanos vinieron a guardar la puerta de la ciudad y a ocupar algunas posiciones para evitar todo movimiento tumultuoso. Casio y cincuenta soldados se quedaron en el Calvario...

FUE SEPULTADO

Nicodemus y José pusieron las escaleras detrás de la cruz, subieron y arrancaron los clavos. En seguida descendieron despacio el santo Cuerpo, bajando escalón por escalón con las mayores precauciones. Fue un espectáculo muy tierno; tenían el mismo cuidado, las mismas precauciones como si hubiesen temido causar algún dolor a Jesús. Todos los circunstantes tenían los ojos fijos en el cuerpo del Señor y seguían sus movimientos, levantaban las manos al cielo, derramaban lágrimas y daban señales del más profundo dolor. Todos estaban penetrados de un respeto profundo, hablando sólo en voz baja para ayudarse unos a otros. Mientras los martillazos se oían, María, Magdalena y todos los que estaban presentes a la crucifixión, tenían el corazón partido. El ruido de esos golpes les recordaba los padecimientos de Jesús; temían oír otra vez el grito penetrante de sus sufrimientos. Habiendo descendido el santo Cuerpo, lo envolvieron y lo pusieron en los brazos de su Madre, que se los tendía poseída de dolor y de amor. Así la Virgen Santísima sostenía por última vez en sus brazos el cuerpo de su querido Hijo, a quien no había podido dar ninguna prueba de su amor en todo su martirio; contempló sus heridas, cubrió de ósculos su cara ensangrentada, mientras Magdalena reposaba la suya sobre sus pies. Después de un rato, Juan, acercándose a la Virgen, le suplicó que se separase de su Hijo para que le pudieran embalsamar, porque se acercaba el sábado. María se despidió de Él en los términos más tiernos... Introdujeron el cuerpo del Señor, llenaron de aromas una parte del sepulcro, extendieron una sábana sobre la cual pusieron el Cuerpo y salieron. Entonces entró la Virgen, se sentó al lado de la cabeza, y se bajó, llorando, sobre el cuerpo de su Hijo. Cuando salió de la gruta, Magdalena entró y besó, llorando, los pies sagrados de Jesús; pero habiéndole dicho los hombres que debían cerrar el sepulcro, se volvió con las otras mujeres. Pusieron la tapa de color oscuro, y cerraron la puerta...

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

Cuando Jesús, dando un grito, exhaló su alma santísima, yo la vi, como una forma luminosa, entrar en la tierra al pie de la cruz; muchos ángeles, entre los cuales estaba Gabriel, la acompañaban...El sitio donde entró el alma de Jesús estaba dividido en tres partes: eran como tres mundos...El Salvador, radiante de luz era conducido en triunfo por los ángeles entre los dos círculos; en el de la izquierda estaban los Patriarcas anteriores a Abrahan, en el de la derecha hallábanse las almas de los que habían vívido desde Abrahán hasta San Juan Bautista. Cuando Jesús pasó así, no lo conocieron; mas todo se llenó de gozo y de deseo v hubo como una dilatación en esos lugares estrechos donde estaban apretados. Jesús pasó entre ellos como el aire, como la luz, como el rocío de la redención, mas con la rapidez de un viento impetuoso. Penetró entre esos dos círculos hasta un sitio cubierto de niebla, donde estaban Adán y Eva; les hablo, y ellos le adoraron con gozo indecible. El Señor, acompañado de los dos primeros seres humanos, entró a la izquierda en el circulo de los Patriarcas anteriores a Abrahán; era una especie de purgatorio...El Salvador se presentó a ellas, y cantaron sus alabanzas. El alma del Señor, hacia el limbo propiamente encontró el alma del buen ladrón conducida por los ángeles al seno de Abrahán, y a del mal ladrón que los demonios llevaban a los infiernos.

El alma de Jesús, acompañada de los ángeles, de las almas libertadas y de los malos espíritus cautivos, entro en el seno de Abrahán. Ese lugar me pareció más elevado; como cuando se sube de una iglesia subterránea a la iglesia superior. Los demonios encadenados resistían, y no querían entrar; mas los ángeles les obligaron a ello. Allí se hallaban todos los santos israelitas, a la izquierda los Patriarcas, Moisés, los Jueces y los Reyes; a la derecha los Profetas, los antecesores de Jesús y sus parientes como Joaquín, Ana, José, Zacarías, Isabel y Juan. No había malos espíritus en ese lugar; la sola pena que en el se padecía era el deseo ardiente del cumplimiento de la promesa, el cual estaba satisfecho. Una alegría y felicidad indecibles entraron en esas almas, que saludaron y adoraron al Redentor. Algunos de ellos fueron enviados sobre la tierra para tomar momentáneamente sus cuerpos y dar testimonio de Jesús. Entonces fue cuando tantos muertos se aparecieron en Jerusalén. Se me aparecían como cadáveres errantes, y depusieron otra vez sus cuerpos en la tierra, como un enviado de la justicia deja su capa de oficio cuando ha cumplido con la orden se sus superiores.

Después vi a Jesús, con su acompañamiento triunfal entrar en una esfera más profunda, donde se hallaban los paganos piadosos que habían tenido un presentimiento de la verdad y la desearon. Había entre ellos malos espíritus, pues tenían ídolos. Vi a los demonios obligados a confesar su fraude y esas almas adoraron al Señor con grande alegría. Los demonios fueron encadenados y llevados cautivos. Vi también a Jesús atravesar como Libertador muchos lugares donde había almas encerradas; pero mi triste estado no me permite contarlo todo...Vi multitud innumerable de almas rescatadas elevarse del purgatorio y del limbo detrás del alma de Jesús, hasta un lugar de delicias debajo de la Jerusalén celestial....En fin, vi a Jesús acercarse con rostro severo al centro del abismo. El infierno se me apareció... Un aullido de horror se elevaba sin cesar; las puertas se hundieron, y apareció un mundo horrible de tinieblas...

LUCIFER SERÁ DESENCADENADO POR ALGÚN TIEMPO, CINCUENTA O SESENTA AÑOS ANTES DEL AÑO 2,000

Cuando los ángeles echaron las puertas abajo, fue como un mar de imprecaciones, de injurias, de aullidos y lamentos. Algunos ángeles arrojaron a ejércitos enteros de demonios. Todos tuvieron que reconocer y adorar a Jesús, y éste fue el mayor de sus suplicios. Muchos fueron encadenados en un círculo que rodeaba otros círculos concéntricos. En el medio del infierno había un abismo de tinieblas: Lucifer fue precipitado en él encadenado, y negros vapores se extendían sobre él. Todo esto se hizo según ciertos arcanos divinos. He sabido que Lucifer debe ser desencadenado por algún tiempo, cincuenta o sesenta años antes del año 2000 de Cristo, si no me equivoco. Otros muchos nombres de que no me acuerdo, fueron designados. Algunos demonios deben quedar sueltos antes para castigar y tentar al mundo. Algunos han sido desencadenados en nuestros días, otros lo serán pronto. Me es imposible contar todo lo que me ha sido mostrado; es demasiado para que yo pueda coordinarlo.


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viernes, 29 de marzo de 2013

VIERNES SANTO, SEGÚN LAS VISIONES DE ANA CATALINA EMMERICH (Resumen 1era. Parte)

RECUERDA QUE HOY OBLIGAN EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA
Explicación de lo que hoy se conmemora, haz click AQUÍ

Hallándose Jesús con los tres Apóstoles en el camino, entre Getsemaní y el jardín de los Olivos, Judas y su gente aparecieron a veinte pasos de allí, a la entrada del camino: hubo una disputa entre ellos, porque Judas quería que los soldados se separasen de él para acercarse a Jesús como amigo, a fin de no aparecer en inteligencia con ellos; pero ellos, parándolo, le dijeron: "No, camarada; no te acercarás hasta que tengamos al Galileo". Jesús se acercó a la tropa, y dijo en voz alta e inteligible: "¿A quién buscáis?". Los jefes de los soldados respondieron: "A Jesús Nazareno". - "Yo soy", replicó Jesús. Apenas había pronunciado estas palabras, cuando cayeron en el suelo, como atacados por apoplejía. Judas, que estaba todavía al lado de ellos, se sorprendió, y queriendo acercarse a Jesús, el Señor le tendió la mano, y le dijo: "Amigo mío, ¿qué has venido a hacer aquí?". Y Judas balbuceando, habló de un negocio que le habían encargado. Jesús le respondió en pocas palabras, cuya sustancia es ésta: "¡Más te valdría no haber nacido!". Mientras tanto, los soldados se levantaron y se acercaron al Señor, esperando la señal del traidor: el beso que debía dar a Jesús. Pedro y los otros discípulos rodearon a Judas y le llamaron ladrón y traidor. Quiso persuadirlos con mentiras, pero no pudo, porque los soldados lo defendían contra los Apóstoles, y por eso mismo atestiguaban contra él.

El beso de Judas
Jesús dijo por segunda vez: "¿A quién buscáis?". Ellos respondieron también: "A Jesús Nazareno". "Yo soy, ya os lo he dicho; soy yo a quien buscáis; dejad a éstos". A estas palabras los soldados cayeron una segunda vez con contorsiones semejantes a las de la epilepsia. Jesús dijo a los soldados: "Levantaos". Se levantaron, en efecto, llenos de terror; pero como los soldados estrechaban a Judas, los soldados le libraron de sus manos y le mandaron con amenazas que les diera la señal convenida, pues tenían orden de tomar a aquél a quien besara. Entonces Judas vino a Jesús, y le dio un beso con estas palabras: "Maestro, yo os saludo". Jesús le dijo: "Judas, ¿tu vendes al Hijo del hombre con un beso?". Entonces los soldados rodearon a Jesús, y los alguaciles, que se habían acercado, le echaron mano.

Judas quiso huir, pero los Apóstoles lo detuvieron: se echaron sobre los soldados, gritando: "Maestro, ¿debemos herir con la espada?". Pedro, más ardiente que los otros, tomó la suya, pegó a Malco, criado del Sumo Sacerdote, que quería rechazar a los Apóstoles, y le hirió en la oreja: éste cayó en el suelo, y el tumulto llegó entonces a su colmo. Los alguaciles habían tomado a Jesús para atarlo: los soldados le rodeaban un poco más de lejos, y, entre ellos, Pedro que había herido a Malco. Otros soldados estaban ocupados en rechazar a los discípulos que se acercaban; o en perseguir a los que huían. Cuatro discípulos se veían a lo lejos: los soldados no se habían aún serenado del terror de su caída, y no se atrevían a alejarse por no disminuir la tropa que rodeaba a Jesús.

Tal era el estado de cosas cuando Pedro pegó a Malco, mas Jesús le dijo enseguida: "Pedro, mete tu espada en la vaina, pues el que a cuchillo mata a cuchillo muere: ¿crees tú que yo no puedo pedir a mi Padre que me envíe más de doce legiones de ángeles? ¿No debo yo apurar el cáliz que mi Padre me ha dado a beber? ¿Cómo se cumpliría la Escritura si estas cosas no sucedieran?". Y añadió: "Dejadme curar a este hombre". Se acercó a Malco, tocó su oreja, oró, y la curó.

Los soldados que estaban a su alrededor con los alguaciles y los seis fariseos; éstos le insultaron, diciendo a la tropa: "Es un enviado del diablo; la oreja parecía cortada por sus encantos, y por sus mismos encantos la ha curado". Entonces Jesús les dijo: "Habéis venido a tomarme como un asesino, con armas y palos; he enseñado todos los días en el templo, y no me habéis prendido; pero vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas, ha llegado". Mandaron que lo atasen, y lo insultaban diciéndole: "Tu no has podido vencernos con tus encantos". Jesús les dio una respuesta, de la que no me acuerdo bien, y los discípulos huyeron en todas direcciones. Los cuatro alguaciles y los seis fariseos no cayeron cuando los soldados, y por consecuencia no se habían levantado. Así me fue revelado, porque estaban del todo entregados a Satanás, lo mismo que Judas, que tampoco se cayó, aunque estaba al lado de los soldados.

Todos los que se cayeron y se levantaron se convirtieron después, y fueron cristianos. Estos soldados habían puesto las manos sobre Él. Malco se convirtió después de su cura, y en las horas siguientes sirvió de mensajero a María y a los otros amigos del Salvador.

La coronación de espinas se hizo en el patio interior del cuerpo de guardia. El pueblo estaba alrededor del edificio; pero pronto fue rodeado de mil soldados romanos, puestos en buen orden, cuyas risas y burlas excitaban el ardor de los verdugos de Jesús, como los aplausos del público excitan a los cómicos. En medio del patio había el trozo de una columna; pusieron sobre él un banquillo muy bajo. Habiendo arrastrado a Jesús brutalmente a este asiento, le pusieron la corona de espinas alrededor de la cabeza, y le atacaron fuertemente por detrás. Estaba hecha de tres varas de espino bien trenzadas, y la mayor parte de las puntas eran torcidas a propósito para adentro. Habiéndosela atado, le pusieron una caña en la mano; todo esto lo hicieron con una gravedad irrisoria, como si realmente lo coronasen rey. Le quitaron la caña de las manos, y le pegaron con tanta violencia en la corona de espinas, que los ojos del Salvador se inundaron de sangre. Sus verdugos arrodillándose delante de Él le hicieron burla, le escupieron a la cara, y le abofetearon, gritándole: "¡Salve, Rey de los judíos!". No podría repetir todos los ultrajes que imaginaban estos hombres. El Salvador sufría una sed horrible, su lengua estaba retirada, la sangre sagrada, que corría de su cabeza, refrescaba su boca ardiente y entreabierta. Jesús fue así maltratado por espacio de media hora en medio de la risa, de los gritos y de los aplausos de los soldados formados alrededor del Pretorio.

Jesús, cubierto con la capa colorada, la corona de espinas sobre la cabeza, y el cetro de cañas en las manos atadas, fue conducido al palacio de Pilatos. Cuando llegó delante del gobernador, este hombre cruel no pudo menos de temblar de horror y de compasión, mientras el pueblo y los sacerdotes le insultaban y le hacían burla. Jesús subió los escalones. Tocaron la trompeta para anunciar que el gobernador quería hablar. Pilatos se dirigió a los príncipes de los sacerdotes y a todos los circunstantes, y les dijo: "Os lo presente otra vez para que sepáis que no hallo en Él ningún crimen".

Jesús fue conducido cerca de Pilatos, de modo que todo el pueblo podía verlo. Era un espectáculo terrible y lastimoso la aparición del Hijo de Dios ensangrentado, con la corona de espinas, bajando sus ojos sobre el pueblo, mientras Pilatos, señalándole con el dedo, gritaba a los judíos: "¡Ecce Homo!". Los príncipes de los sacerdotes y sus adeptos, llenos de furia, gritaron: “¡Que muera! ¡Que sea crucificado!". – "¿No basta ya?", dijo Pilatos. "Ha sido tratado de manera que no le quedará gana de ser Rey". Pero estos insensatos gritaron cada vez más: "¡Que muera! ¡Que sea crucificado!".

Pilatos mandó tocar la trompeta, y dijo: "Entonces, tomadlo y crucificadlo, pues no hallo en Él ningún crimen". Algunos de los sacerdotes gritaron: "¡Tenemos una ley por la cual debe morir, pues se ha llamado Hijo de Dios!". Estas palabras, se ha llamado Hijo de Dios, despertaron los temores supersticiosos de Pilatos; hizo conducir a Jesús aparte, y le preguntó de dónde era. Jesús no respondió, y Pilatos le dijo: "¿No me respondes? ¿No sabes que puedo crucificarte o ponerte en libertad?". Y Jesús respondió: "No tendrías tú ese poder sobre mí, si no lo hubieses recibido de arriba; por eso el que me ha entregado en tus manos ha cometido un gran pecado".

Pilatos, en medio de su incertidumbre, quiso obtener del Salvador una respuesta que lo sacara de este penoso estado: volvió al Pretorio, y se estuvo solo con Él. "¿Será posible que sea un Dios? se decía a sí mismo, mirando a Jesús ensangrentado y desfigurado; después le suplicó que le dijera si era Dios, si era el Rey prometido a los judíos, hasta dónde se extendía su imperio, y de qué orden era su divinidad. No puedo repetir más que el sentido de la respuesta de Jesús. El Salvador le habló con gravedad y severidad; le dijo en qué consistía su reino y su imperio; después le reveló todos los crímenes secretos que él había cometido; le predijo la suerte miserable que le esperaba, y le anunció que el Hijo del hombre vendría a pronunciar contra él un juicio justo.

Pilatos, medio atemorizado y medio irritado de las palabras de Jesús, volvió al balcón, y dijo otra vez que quería libertar a Jesús. Entonces gritaron: "¡Si lo libertas, no eres amigo del César!". Otros decían que lo acusarían delante del Emperador, de haber agitado su fiesta, que era menester acabar, porque a las diez tenían que estar en el templo. Por todas partes se oía gritar: "¡Que sea crucificado!"; hasta encima de las azoteas, donde había muchos subidos.

Pilatos vio que sus esfuerzos eran inútiles. El tumulto y los gritos eran horribles, y la agitación del pueblo era tan grande que podía temerse una insurrección. Pilatos mandó que le trajesen agua; un criado se la echó sobre las manos delante del pueblo, y el gritó desde lo alto de la azotea: "Yo soy inocente de la sangre de este Justo; vosotros responderéis por ella". Entonces se levantó un grito horrible y unánime de todo el pueblo, que se componía de gentes de toda la Palestina: "¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros descendientes!”.


AL DESNUDARLE LA TÚNICA
-Romance de la Cruz-

¡Dormid en ella mi Amor para que el hombre despierte!


En tanto que el hoyo cavan
donde la cruz asienten,
en que al Cordero levantan
figurado por la sierpe.

Aquella ropa inconsútil
que de Nazaret ausente
libró la hermosa María
después de su parto alegre
de sus delicadas carnes
quitan con manos aleves
los camareros que tuvo
Cristo al tiempo de su muerte.

No bajan a desnudarle
los espíritus celestes,
sino soldados que luego
sobre su ropa echan suertes.
Quitáronle la corona
y se abrieron tantas fuentes,
que todo el cuerpo divino
cubrió la sangre que vierten.
Al despegarle la ropa
las heridas reverdecen,
pedazos de carne y sangre
salieron de entre los pliegues.

Alma pegada en tus vicios,
si no puedes o no quieres
despegarte tus costumbres,
piensa en esta ropa y puedes.

A la sangrienta cabeza
la dura corona vuelve
que para mayor dolor
le coronaron dos veces.
Asió la soga un soldado
tirando Cristo de suerte,
que donde va por su gusto
quiere que por fuerza llegue.
Dio Cristo en la Cruz de ojos,
arrojado de las gentes,
que primero que la abrace
quieren también que la bese.

¡Que cama os está esperando,
mi Jesús, bien de mis bienes,
para que el cuerpo cansado
siquiera a morir se acueste!
¡Oh que almohadas de rosas
las espinas os prometen!
¡qué corredores dorados
los de esos falsos crueles!

Dormid en ella, mi amor
para que el hombre despierte,
aunque más dura se os haga
que en Belén entre la nieve.
Que en fin, aquella tendría
abrigo de las paredes,
las tocas de vuestra madre
y el heno de aquellos bueyes.

¡Qué vergüenza le daría
al cordero santo al verse,
siendo tan honesto y casto,
desnudo entre tanta gente!.
¡Ay divina madre suya!
si ahora llegáis a verle
en tan miserable estado
¿quién ha de haber que os consuele?

Mirad, reina de los cielos,
si el mismo Señor es este,
cuyas carnes parecían
de azucenas y claveles.
Mas ¡ay madre de piedad!
que sobre la cruz le tienden
para tomar la medida
por donde los clavos entren.
¡Oh terrible desatino!
medir al inmenso quieren;
pero bien cabrá en la cruz
el que cupo en un pesebre.

Ya Jesús está de espaldas,
y tantas penas padece,
que con ser la cruz tan dura
ya por descanso la tiene.

Alma de pérfido mármol,
mientras en tus vicios duermes,
dura cama tiene Cristo:
no te despierte la muerte.

Félix Arturo Lope de Vega y Carpio
(1562 - 1635)
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