Mostrando entradas con la etiqueta Moral. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Moral. Mostrar todas las entradas

martes, 1 de octubre de 2024

LA AMISTAD Y EL BIEN COMÚN: FUNDAMENTO MORAL DE LAS RELACIONES HUMANAS


Introducción: La esencia de las relaciones humanas y su finalidad en la moral cristiana

Desde los primeros momentos de la creación, el propósito de las relaciones humanas quedó inscrito en la naturaleza misma del hombre y la mujer. Las relaciones, ya sean de amistad, noviazgo o matrimonio, no tienen un fin en sí mismas, sino que están orientadas hacia algo más grande: el crecimiento moral y espiritual de las personas involucradas, y, por extensión, de la sociedad. Como enseña Santo Tomás de Aquino, “el bien común es la medida de todas las acciones humanas”, y esto incluye las relaciones. Sin una orientación clara hacia el bien común, las relaciones se vuelven vacías, centradas en el egoísmo, y pierden su verdadero sentido.

El bien común no es una noción teórica o abstracta. En el contexto de las relaciones humanas, significa que cada vínculo debe ser un espacio de edificación mutua, de crecimiento en virtud y de búsqueda de la santidad. Si una relación no contribuye al bien común, se convierte en un espacio de desorden, donde las pasiones, el egoísmo y el interés personal destruyen el verdadero propósito de la unión entre las personas.

Santo Tomás de Aquino define el bien común como “aquello que es compartido y que, en su plenitud, no solo beneficia a cada individuo, sino que eleva a la comunidad entera” (Suma Teológica II-II, q.58). En las relaciones humanas, esto implica que cada interacción debe estar dirigida hacia la búsqueda del bien espiritual, moral y humano, tanto para los individuos como para la sociedad en su conjunto. Cualquier relación que no esté fundada en este principio está destinada al fracaso.

El bien común: Base inamovible de las relaciones humanas

El bien común es un principio rector en la moral católica que, en su núcleo, expresa la necesidad de que cada acción humana, incluidas las relaciones entre personas, contribuyan no solo al bienestar individual, sino también al bien de la comunidad entera. En el contexto de las relaciones humanas, esto significa que toda interacción debe buscar la edificación mutua y el crecimiento hacia la virtud. Como señala Pío XI en su encíclica Divini Illius Magistri, “El bien común es el principio último que debe regir la vida social y familiar, y solo a través de él se puede alcanzar la verdadera felicidad.”

En el ámbito de las relaciones de amistad y noviazgo, el bien común implica que no basta con buscar la satisfacción emocional o física. Estas relaciones deben estar ordenadas hacia el bien integral de ambas personas. Esto significa que no se puede permitir que las pasiones descontroladas, el egoísmo o el placer momentáneo desvirtúen la dignidad del otro o destruyan el orden natural que Dios ha establecido. Las relaciones entre hombres y mujeres, cuando no están guiadas por el bien común, terminan destruyendo tanto a los individuos como a la comunidad.

San Francisco de Sales es claro al respecto cuando afirma: “Toda amistad que no está fundada en Dios y en la búsqueda de la virtud, no es más que una enemistad disfrazada.” La verdadera amistad, según la enseñanza de la Iglesia, no busca el beneficio personal o la satisfacción egoísta, sino que está orientada hacia el bien del otro y, en última instancia, hacia Dios.

“El bien común no es el resultado de la suma de los bienes individuales, sino que es aquello que, en su totalidad, eleva a la comunidad entera, incluyendo las relaciones humanas.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.58.

La amistad verdadera: Un camino hacia la virtud o un instrumento de perdición

Las amistades verdaderas, según la moral católica, deben ser un medio para el crecimiento en la virtud y la edificación mutua. San Francisco de Sales, en su obra Introducción a la vida devota, subraya que “una amistad que no está dirigida hacia Dios es peligrosa y, tarde o temprano, se convertirá en un instrumento de perdición.” Esto se debe a que una relación que no busca el bien común, es decir, el crecimiento en la virtud y el respeto por la dignidad del otro, inevitablemente se transformará en una relación centrada en el egoísmo y el placer personal.

En el contexto de las relaciones entre hombres y mujeres, esta enseñanza es aún más pertinente. Una amistad que se basa únicamente en la atracción física o emocional, sin una verdadera orientación hacia el bien común, está condenada a corromperse. La pureza y la castidad son esenciales para que estas relaciones puedan florecer verdaderamente. Sin ellas, el respeto mutuo y el bien común se ven comprometidos, y la relación se desmorona.

“Una amistad que no busca el bien del otro no es más que una enemistad disfrazada. Solo cuando la amistad está orientada hacia la virtud, puede considerarse verdadera.” — San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

La pureza como fundamento del bien común en las relaciones

La pureza no es una simple norma moral; es un principio fundamental que garantiza el respeto por la dignidad de la persona en cualquier relación. Santo Tomás de Aquino enseña que la pureza es una virtud que ordena correctamente los afectos y deseos, permitiendo que las relaciones entre hombres y mujeres estén orientadas hacia el bien común y no hacia el desorden o el egoísmo.

En su obra Suma Teológica, Aquino nos recuerda que “la pureza es la luz del alma que permite que las pasiones se ordenen hacia el bien.” En otras palabras, la pureza no es una negación de las emociones o del deseo, sino su correcta orientación hacia el respeto mutuo y la edificación del otro. Sin pureza, las relaciones humanas se deforman, convirtiéndose en espacios de desorden y egoísmo.

El bien común, en este contexto, exige que las relaciones entre hombres y mujeres respeten siempre la dignidad del otro, evitando cualquier tipo de familiaridad o intimidad que desvirtúe este principio. El contacto físico y emocional debe estar siempre guiado por el respeto, y no por el deseo de satisfacción inmediata o personal. De lo contrario, la relación se convierte en un instrumento de pecado y destrucción.

“La pureza no es una mera abstención, sino el orden correcto de las pasiones hacia el bien común.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica II-II, q.151.

Evitar las familiaridades inapropiadas que comprometen el bien común

San Luis Gonzaga es un modelo de prudencia y pureza. Su vida es un testimonio vivo de la importancia de evitar las ocasiones de pecado y las familiaridades inapropiadas que pueden llevar al desorden emocional o físico. Gonzaga es claro al afirmar que “es preferible alejarse de cualquier ocasión que pueda comprometer la virtud, por pequeña que parezca.”

En el contexto de las relaciones entre hombres y mujeres, esto implica evitar cualquier tipo de familiaridad que desvirtúe el bien común. Las interacciones deben estar siempre guiadas por la prudencia y el respeto, evitando cualquier gesto o palabra que pueda llevar a la tentación o a la pérdida del respeto mutuo.

Conclusión

El bien común es la brújula moral que debe guiar todas nuestras relaciones. Desde la amistad hasta el matrimonio, toda interacción entre hombres y mujeres debe estar orientada hacia el crecimiento en la virtud y la búsqueda de la santidad. Cualquier relación que no contribuya a este fin está destinada al fracaso moral y espiritual.

“El bien común es la medida de toda relación. En él se encuentra la plenitud de la vida moral y espiritual.” — Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica.

OMO

Bibliografía:

1. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II.

2. San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota.

3. Pío XI, Divini Illius Magistri.

4. San Luis Gonzaga, Escritos espirituales.

jueves, 18 de febrero de 2021

UN SOLO PENSAMIENTO O DESEO DESHONESTO, PLENAMENTE CONSENTIDO, PODRÍA ARRASTRARTE A LA PRISIÓN DEL FUEGO ETERNO


Por amor a Dios, arrepintámonos sinceramente con propósito verdadero de enmienda y confesemos nuestros pecados al sacerdote, en el Sacramento de la Penitencia, mientras tengamos tiempo y vida, para llegar a ser salvos. ¡Librémonos de la esclavitud del pecado!

jueves, 30 de abril de 2020

CUIDA TU HOGAR DE PUBLICACIONES (PERIÓDICOS Y REVISTAS), PELÍCULAS, LIBROS, TV, INTERNET E IMÁGENES DESHONESTAS O CONTRARIAS A LA FE.


 "Mira que en tu casa no haya imagen alguna profana, ni menos deshonesta, ni en cuadro, ni en pared, libros u otra cosa que te incite, provoque o escandalice a otros". 

 San Carlos Borromeo

__________________________________

martes, 3 de mayo de 2016

LA MORAL SITUACIONAL ESTÁ CONDENADA POR LA IGLESIA (Discurso de S.S. Pío XII)

LLAMADA TAMBIÉN ÉTICA SITUACIONAL



SOYEZ LES BIENVENUES*
DISCURSO SOBRE LOS ERRORES DE LA MORAL DE SITUACIÓN PRONUNCIADO POR S.S. PÍO XII

Viernes 18 de abril de 1952

1. Bien venidas seáis, amadas hijas de la Federación Mundial de las Juventudes Femeninas Católicas. Os saludamos con el mismo placer, con la misma alegría y con el mismo afecto con que hace cinco años os recibimos en Castelgandolfo con ocasión de la gran Asamblea Internacional de las Mujeres Católicas.

Los estímulos y sabias directivas que os proporcionó aquel Congreso, lo mismo que las palabras que Nos os dirigimos entonces (Discorsi e Radiomessaggi 9, 221-223), no han quedado, en verdad, sin fruto. Conocemos los esfuerzos que en este intervalo habéis desarrollado para realizar los objetivos precisos de los cuales teníais clara visión. Esto también nos lo prueba la Memoria impresa que, con motivo de preparar este Congreso, nos habéis hecho llegar: La foi des jeunes. Problème de notre temps. Sus 32 páginas tienen el peso de un grueso volumen, y Nos las hemos examinado con gran atención, porque resume y sintetiza las enseñanzas de numerosas y variadas encuestas sobre el estado de la fe en la juventud católica de Europa, siendo altamente instructivas sus conclusiones.

2. De muchas de las cuestiones tocadas en ella, Nos mismo hemos tratado en nuestra alocución del 11 de septiembre de 1947, a la que asistíais vosotras, y en muchas otras alocuciones de antes y después. Hoy querríamos aprovechar la oportunidad que nos ofrece esta reunión con vosotras para decir lo que pensarnos acerca de cierto fenómeno que se manifiesta algo por todas partes en la vida de la fe de los católicos y que afecta un poco a todos, pero particularmente a la juventud y a sus educadores, del que se encuentran huellas en diversos lugares de vuestra Memoria, como cuando decís: «Confundiendo el cristianismo con un código de preceptos y prohibiciones, los jóvenes tienen la impresión de ahogarse en ese clima de moral imperativa, y no es una ínfima minoría la que echa por la borda el embarazoso fardo» (p. 10).

Una nueva concepción de la ley moral

3. Fenómeno este al que podríamos llamar una nueva concepción de la vida moral, pues se trata de una tendencia que se manifiesta en el campo de la moralidad. Ahora bien: en las verdades de la fe se fundan los principios de la moralidad, y vosotras sabéis bien cuán capital importancia tiene para la conservación y el desarrollo de la fe el que la conciencia de la joven se forme cuanto antes y se desarrolle según las justas y sanas normas morales. Por ello, la nueva concepción de la moralidad cristiana toca muy directamente al problema de la fe de los jóvenes.

Nos hemos hablado ya de la nueva moral en nuestro radiomensaje del 23 de marzo último a los educadores cristianos. Y lo que hoy vamos a tratar no es sólo una continuación de lo que entonces dijimos: Nos queremos descubrir los profundos orígenes de esta concepción. Se la podría calificar de existencialismo ético, de actualismo ético, de individualismo ético, entendidos en el sentido restrictivo que vamos a explicar y tal como se les encuentra en lo que con otro nombre se ha llamado Situationsethik (moral de situación).

La «moral de situación». Su signo distintivo

4. El signo distintivo de esta moral es que no se basa en manera alguna sobre las leyes morales universales, como —por ejemplo— los diez mandamientos, sino sobre las condiciones o circunstancias reales y concretas en las que ha de obrar y según las cuales la conciencia individual tiene que juzgar y elegir. Tal estado de cosas es único y vale una vez para cada acción humana. Luego la decisión de la conciencia —afirman los defensores de esta ética— no puede ser imperada por las ideas, principios y leyes universales.

5. La fe cristiana basa sus exigencias morales en el conocimiento de las verdades esenciales y de sus relaciones; así lo hace San Pablo en la carta a los Romanos (Rom 1, 19-21) para la religión en cuanto tal, ya sea ésta la cristiana, ya la anterior al cristianismo: a partir de la creación, dice el Apóstol, el hombre entrevé y palpa de algún modo al Creador, su poder eterno y su divinidad, y esto con una evidencia tal que él se sabe y se siente obligado a reconocer a Dios y a darle algún culto, de manera que desdeñar este cultivo o pervertirlo en la idolatría es gravemente culpable, para todos y en todos los tiempos.

6. Esto no es, de ningún modo, lo que afirma la ética de que Nos hablamos. Ella no niega, sin más, los conceptos y los principios morales generales (aunque a veces se acerque mucho a semejante negación), sino que los desplaza del centro al último confín. Puede suceder que la decisión de la conciencia muchas veces esté de acuerdo con ellos. Pero no son, por decirlo así, una colección de premisas, de las que la conciencia saca las consecuencias lógicas en el caso particular, el caso de una vez. ¡De ningún modo! En el centro se encuentra el bien, que es preciso cumplir o conservar en su valor real y concreto; por ejemplo, en el campo de la fe, la relación personal que nos liga a Dios. Si la conciencia seriamente formada estableciera que el abandono de la fe católica y la adhesión a otra «confesión» lleva más cerca de Dios, este paso se encontraría justificado, aun cuando generalmente se le califica de defección en la fe. O también, en el campo de la moralidad, la donación de sí —corporal o espiritual— entre jóvenes. Aquí la conciencia seriamente formada establecería que por razón de la sincera inclinación mutua están permitidas las intimidades de cuerpo y de sentidos, y éstas, aunque admisibles solamente entre esposos, resultarían permitidas. La conciencia abierta de hoy decidiría así, porque ella deduce de la jerarquía de los valores el principio de que los valores de la personalidad, por ser los más altos, podrían servirse de los valores inferiores del cuerpo y de los sentidos o bien descartarlos, según lo sugiera cada situación. Se ha pretendido con insistencia que, precisamente según ese principio, en materia de derechos de los esposos sería necesario, en caso de conflicto, dejar a la conciencia seria y recta de los cónyuges, según las exigencias de las situaciones concretas, la facultad de impedir directamente la realización de los valores biológicos, en favor de los valores de la personalidad.

Los juicios de una conciencia de esta naturaleza, por muy contrarios que a primera vista parezcan a los preceptos divinos, valdrían, sin embargo, delante de Dios; porque, se dice, la conciencia sincera, seriamente formada, es más importante delante de Dios mismo que el precepto y que la ley.

Y por ello, tal decisión es activa y productiva, no pasiva y receptiva de la decisión de la ley, escrita por Dios en el corazón de cada uno, y menos todavía de la del Decálogo, que el dedo de Dios ha escrito en tablas de piedra, dejando a la autoridad humana el promulgarlo y el conservarlo.

La «moral nueva» eminentemente «individual»

7. La ética nueva (adaptada a las circunstancias), dicen sus autores, es eminentemente individual. En la determinación de la conciencia, cada hombre en particular se encuentra directamente con Dios y ante El se decide, sin intervención de ninguna ley, de ninguna autoridad, de ninguna comunidad, de ningún culto o confesión, en nada y de ninguna manera. Aquí sólo existe el yo del hombre y el Yo del Dios personal; no del Dios de la ley, sino del Dios Padre, con quien el hombre debe unirse con amor filial. Vista así, la decisión de la conciencia es, por lo tanto, un riesgo personal, según el conocimiento y la valoración propios, con plena sinceridad ante Dios. Estas dos cosas, la intención recta y la respuesta sincera, son lo que Dios considera; la acción no le importa. Por ello, la respuesta puede ser la de cambiar la fe católica por otros principios, la de divorciarse, la de interrumpir la gestación, la de rehusar la obediencia a la autoridad competente en la familia, en la Iglesia, en el Estado; y así, en otras cosas.

Todo esto correspondería perfectamente a la condición de mayoría de edad del hombre y, en el orden cristiano, a la relación defiliación, que, según la enseñanza de Cristo, nos hace rezar Padre nuestro...

Esta visión personal ahorra al hombre tener que medir en cada momento si la decisión que se ha de tomar corresponde a los artículos de la ley o a los cánones de normas y reglas abstractas; ella le preserva de la hipocresía de una fidelidad farisaica a las leyes; ella le preserva tanto del escrúpulo patológico como de la ligereza o de la falta de conciencia, porque hace recaer personalmente sobre el cristiano la responsabilidad total ante Dios. Así hablan los que predican la moral nueva.

Esta fuera de la ley y de los principios católicos

8. Expuesta así la ética nueva, se halla tan fuera de la ley y de los principios católicos, que hasta un niño que sepa su catecismo lo verá y se dará cuenta y lo percibirá. Por lo tanto, no es difícil advertir cómo el nuevo sistema moral se deriva del existencialismo, que, o hace abstracción de Dios, o simplemente lo niega, y en todo caso abandona al hombre a sí mismo. Tal vez sean las condiciones presentes las que hayan inducido a intentar el trasplantar esta moral nueva al terreno católico, para hacer más llevaderas a los fieles las dificultades de la vida cristiana. De hecho, a millones de ellos se les exigen hoy —en un grado extraordinario— firmeza, paciencia, constancia y espíritu de sacrificio si quieren permanecer íntegros en su fe, bien sea bajo los reveses de la fortuna o bien bajo las seducciones de un ambiente que pone a su alcance todo aquello que forma la aspiración y el deseo de su corazón apasionado. Pero semejante tentativa nunca jamás podrá tener éxito.

Las obligaciones fundamentales de la ley moral

9. Se preguntará de qué modo puede la ley moral, que es universal, bastar e incluso ser obligatoria en un caso particular, el cual, en su situación concreta, es siempre único y de una vez. Ella lo puede y ella lo hace, porque, precisamente a causa de su universalidad, la ley moral comprende necesaria e intencionalmente todos los casos particulares, en los que se verifican sus conceptos. Y en estos casos, muy numerosos, ella lo hace con una lógica tan concluyente, que aun la conciencia del simple fiel percibe inmediatamente y con plena certeza la decisión que se debe tornar.

10. Esto vale especialmente para las obligaciones negativas de la ley moral, para las que exigen un no hacer un dejar de lado. Pero no para éstas solas. Las obligaciones fundamentales de la ley moral están basadas en la esencia, en la naturaleza del hombre y en sus relaciones esenciales, y valen, por consiguiente, en todas partes donde se encuentre el hombre; las obligaciones fundamentales de la ley cristiana, por lo mismo que sobrepasan a las de la ley natural, están basadas sobre la esencia del orden sobrenatural constituido por el divino Redentor. De las relaciones esenciales entre el hombre y Dios, entre hombre y hombre, entre los cónyuges, entre padres e hijos; de las relaciones esenciales en la comunidad, en la familia, en la Iglesia, en el Estado, resulta, entre otras cosas, que el odio a Dios, la blasfemia, la idolatría, la defección de la verdadera fe, la negación de la fe, el perjurio, el homicidio, el falso testimonio, la calumnia, el adulterio y la fornicación, el abuso del matrimonio, el pecado solitario, el robo y la rapiña, la sustracción de lo que es necesario a la vida, la defraudación del salario justo (cf. Sant 5,4), el acaparamiento de los víveres de primera necesidad y el aumento injustificado de los precios, la bancarrota fraudulenta, las injustas maniobras de especulación, todo ello está gravemente prohibido por el Legislador divino. No hay motivo para dudar. Cualquiera que sea la situación del individuo, no hay más remedio que obedecer.

11. Por lo demás, a la ética de situación oponemos Nos tres consideraciones o máximas. La primera: Concedemos que Dios quiere ante todo y siempre la intención recta; pero ésta no basta. El quiere, además, la obra buena. La segunda: No está permitido hacer el mal para que resulte un bien (cf. Rom 3,8). Pero esta ética obra —tal vez sin darse cuenta de ello— según el principio de que «el bien santifica los medios». La tercera: Puede haber situaciones en las cuales el hombre —y en especial el cristiano— no pueda ignorar que debe sacrificarlo todo, aun la misma vida, por salvar su alma. Todos los mártires nos lo recuerdan. Y son muy numerosos, también en nuestro tiempo. Pero la madre de los Macabeos y sus hijos, las santas Perpetua y Felicitas —no obstante sus recién nacidos—, María Goretti y otros miles, hombres y mujeres, que venera la Iglesia, ¿habrían, por consiguiente, contra la situación, incurrido inútilmente —y hasta equivocándose— en la muerte sangrienta? Ciertamente que no; y ellos, con su sangre, son los testigos más elocuentes de la verdad contra la nueva moral.

El problema de la formación de las conciencias

12. Donde no hay normas absolutamente obligatorias, independientes de toda circunstancia o eventualidad, la situación de una vez en su unicidad requiere, es verdad, un atento examen para decidir cuáles son las normas que se han de aplicar y en qué manera. La moral católica ha tratado siempre y ampliamente este problema de la formación de la propia conciencia con el examen previo de las circunstancias del caso que se ha de resolver. Todo lo que ella enseña ofrece una ayuda preciosa para las determinaciones de la conciencia tanto teóricas como prácticas. Baste citar la exposición, no superada, de Santo Tomás sobre la virtud cardinal de la prudencia y las virtudes con ella relacionadas (Sum. Theol. II-II q. 47-57). Su tratado revela un sentido en la actividad personal y de la realización, que contiene todo cuanto hay de justo y de positivo en la ética según la situación, pero evitando todas sus confusiones y desviaciones. Bastará, por lo tanto, al moralista moderno continuar en la misma, línea si quiere profundizar nuevos problemas.

La educación cristiana de la conciencia está muy lejos de despreciar la personalidad, ni aun la de la joven y del niño, y de matar su iniciativa. Porque toda sana educación tiende a hacer al educador más innecesario poco a poco y al educando más independiente dentro de los justos límites. Y esto vale también en la educación de la conciencia por Dios y la Iglesia: su objetivo es, como dice el Apóstol (cf. 2Cor 13,13), el hombre perfecto, según la medida de la plenitud de Cristo; por consiguiente, el hombre «mayor», que tiene también el valor de su responsabilidad.

¡Solamente es necesario que esta madurez se coloque en el plano justo! Jesucristo permanece como Señor, Jefe y Maestro de cada hombre, de toda edad y de todo estado, por medio de su Iglesia, en la cual continúa El obrando. El cristiano, por su parte, debe asumir el grave y grande cometido de hacer valer en su vida personal, en su vida profesional y en la vida social y pública, en cuanto de él dependa, la verdad, el espíritu y la ley de Cristo. Esto es la moral católica; y ella deja un vasto campo libre a la iniciativa y a la responsabilidad personal del cristiano

Los peligros para la fe de la juventud

13. He aquí lo que Nos queríamos deciros. Los peligros para la fe de nuestra juventud son hoy extraordinariamente numerosos. Cada uno lo sabía y lo sabe, pero vuestra Memoria es particularmente instructiva a este respecto. Sin embargo, pensamos Nos que pocos de esos peligros son tan grandes y tan graves en consecuencias como los que la moral nueva hace correr a la fe. Los extravíos a que conducen así tales deformaciones como la debilitación de los deberes morales, que se derivan directamente de la fe, terminarían, con el tiempo, por corromper aun la fuente misma. Así muere la fe.

Dos conclusiones

De todo lo que hemos dicho sobre la fe vamos a sacar dos conclusiones, dos normas que Nos queremos dejaros al terminar, para que orienten y animen toda vuestra acción y toda vuestra vida de cristianas valientes:

Primera: La fe de la juventud debe ser una fe orante. La juventud debe aprender a orar. Que ello sea siempre en la medida y en la forma que corresponden a su edad. Pero siempre teniendo conciencia de que sin la oración no es posible permanecer fiel a la fe.

Segunda: La juventud debe estar orgullosa de su fe y aceptar que le cueste algo. Ha de acostumbrarse desde la primera edad a hacer sacrificios por su fe, a caminar delante de Dios en rectitud de conciencia, a reverenciar lo que El ordena. Entonces crecerá, como de por sí misma, en el amor de Dios.


* Discurso al Congreso de la Federación Mundial de las Juventudes Femeninas Católicas: AAS 44 (1952) 413ss.

Fuente: Vatican.va     TEMA RELACIONADO (haz clic): AMORIS LAETITIA

viernes, 4 de julio de 2014

DESDE UNA PERSPECTIVA DEL SENTIDO COMÚN, UNA DISEÑADORA DE TRAJES DE BAÑO EXPLICA PORQUE UNA MUJER QUE SE PRECIE NO DEBE USAR BIKINIS (VIDEO)

"...¿quién dice que tiene que ser necesariamente diminuto?"
No emplea argumentos religiosos pero tiene clara la Ley Natural y el sentido común que, actualmente, está siendo ya el menos común de los sentidos.

Cristo nos enseña: "Oísteis que fue dicho: NO COMETERÁS ADULTERIO, mas Yo os digo: Quienquiera que mire a una mujer codiciándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón". Mateo 5:28. 

Luego, la mujer que provoca ese adulterio por su vestimenta también es gravemente culpable. Sólo un necio niega que lo provocativo provoca. Y los diminutos trajes de baño lo son. La mujer católica debe vestir como católica y no como todo mundo. Debe ser congruente con su fe y no una más como cualquiera que está esclavizada por las modas del mundo, aunque éstas sean inmorales. Ya, hace casi un siglo, la Virgen lo advirtió en Fátima: "Vendrán ciertas modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor". 

Obsérvese que la modista no apela a ninguna religión. Sólo emplea -como hemos dicho- el sentido común y la Ley Natural.


VARIOS TEMAS RELACIONADOS (haz click): MODESTIA

viernes, 17 de enero de 2014

LA PÍLDORA DEL DÍA SIGUIENTE, UN ABORTO DISIMULADO

La pds actúa bajo tres efectos: impedir la ovulación, la fecundación del óvulo y, en caso de que ninguna de las anteriores funcione, evitar su implantación en el útero; lo que deviene en un aborto (haz click AQUÍ). 


La píldora del día siguiente es una droga que se utiliza con fines abortivos. 

Toda vida empieza en una pequeña célula. En el ser humano, como en cualquier otro ser vivo que se origina por reproducción sexual, se da inicio a la vida con la fecundación, que es la formación del cigoto por unión de dos células germinales de sexo opuesto: el espermatozoide y el ovocito (gametocito hembra o célula germinal que participa en la reproducción). Afirmaciones que cualquier texto de biología enseña. 

Al abordar un poco más el tema, se debe tener en cuenta que la fecundación es un proceso, y no un instante, dura de 18 a 24 horas. Para que la fecundación ocurra, el espermatozoide y el ovocito deben encontrarse, lo cual sucede si la relación sexual se da en el día de la ovulación o un día después de que haya tenido lugar, pues el ovocito es viable por 24 horas, o puede precederla hasta en 5 días, ya que el espermatozoide puede permanecer en las trompas esperando al ovocito. Así, existe un rango de 6 días en que la fecundación puede tener lugar después de haber tenido relaciones sexuales, y es en este rango donde empieza la vida del ser humano, según lo comprueba la ciencia. Luego se da la implantación de este cigoto en el endometrio (mucuosa altamente vascularizada que recubre el interior del útero, constituido por un componente luminal y otro glandular que sirve de sostén y alimentación al cigoto), ahí se acoge y día a día se desarrolla, lo que culmina 9 meses después con el nacimiento del bebé.

La concepción es el regalo dado por Dios, mediante la institución del sacramento del matrimonio y su misión procreadora: “Sed fecundos y multiplicaos” (Gn 1, 28), a través del cual el hombre y la mujer por medio de sus dimensiones unitiva y procreativa, encuentran la mayor capacidad de unión y donación generando el único medio por el que pueden llamar dignamente a la vida a un nuevo ser. Y bien, ¿qué es entonces la anticoncepción? La anticoncepción es impedir la concepción por medio de la obstrucción de cualquiera de las fases anteriores y/o posteriores a la fecundación. 

Un claro ejemplo es el Anticonceptivo Oral de Emergencia (AOE), más conocida como “la píldora del día siguiente”, que es un fármaco destinado a bloquear la implantación del embrión, es decir, lograr la interrupción activa y voluntaria de un embarazo posible o diagnosticado, interrupción también conocida como aborto. 

¿Por qué la “píldora del día siguiente” es abortiva? La respuesta se encuentra en el mecanismo de acción del fármaco. Según estudios realizados por científicos, el endometrio está regulado por las hormonas esteroideas ováricas que, directamente o a través del estroma (Cooke y cols., 1997), inducen cambios morfológicos y bioquímicos cíclicos que ayudan a mantener un microambiente adecuado para la implantación del embrión. Su función en este proceso es básica, ya que controla la adhesión del embrión sobre el estroma y los vasos endometriales, actuando como primer mediador del diálogo entre el embrión y el endometrio materno, es a nivel del estroma donde actúa el levonorgestrel (principio activo de la píldora del dia siguiente). En el año 2000 Thie, Martín y colaboradores publicaron que la célula epitelial en respuesta a los estrógenos desarrolla unas microvellosidades largas y unas cortas, uniones estrechas en la membrana lateral más apical y que durante la fase secretora, los microvillis disminuyen y las protuberancias apicales se hacen más prominentes en el lumen uterino, unas proyecciones ectoplásmicas denominadas pinópodos o uterodomos las cuales parecen actuar en la modulación del ambiente uterino, absorbiendo por endocitosis de forma activa líquido endometrial del lumen, así afirman que el levonorgestrel también actúa a este nivel, preparando de esta manera el desprendimiento de las paredes endometriales. Por estos dos motivos se concluye que en cualquiera de los dos niveles la píldora del día siguiente inhibe la implantación del embrión, lo que trae como resultado necesariamente su muerte. 

Entonces, ¿Cuál es el control que se tiene sobre la “píldora”? En nuestro país no existe control alguno. Si bien se dice que su venta es “bajo receta médica”, la cruda verdad nos demuestra que cualquier mujer que quiera producirse un aborto, puede acceder tranquilamente a adquirir una.

Ahora, ¿quién está del lado de aquel ser indefenso? ¿Quién está del lado de aquel nuevo ser? ¿Quién está del lado del propio hombre? Dios tiene una respuesta en su quinto mandamiento: “No matarás”, es decir, el imperativo de respetar, amar y promover la vida de todo ser humano, especialmente cuando es más débil o está amenazado. Esto no es sólo una exigencia personal sino también social, que todos estamos llamados a cultivar, poniendo el respeto incondicional de la vida humana como fundamento de una sociedad que sigue, obedece y conoce cuál es el fin último del ser humano desde el momento en que es concebido y teniendo claro lo que dice la Santa Escritura: “Pediré cuentas de la vida del hombre al hombre” (Gn 9,5).

Abortar no te permite elegir si deseas ser Madre!
Sólo te convierte en la Madre de un niño muerto!

jueves, 10 de octubre de 2013

SOBRE LA INDEBIDA COMUNIÓN A LOS DIVORCIADOS EN NUEVA RELACIÓN: NINGUNA AUTORIDAD RELIGIOSA PUEDE MODIFICAR LA MORAL CATÓLICA


El Vaticano criticó la decisión de la diócesis alemana de Friburgo de abrir la posibilidad de comulgar para los divorciados dizque "casados" otra vez, precisando que no refleja ningún cambio en la posición de la Iglesia. Se trata de una decisión “firmada por una oficina del obispado de Friburgo y que para nada cuenta con el aval de la conferencia episcopal alemana. Es un documento puramente local”, indicó a los periodistas el padre Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede. "Con el hecho de que personas u oficinas locales propongan soluciones pastorales particulares, se corre el riego de generar confusión. Es bueno poner de relieve la importancia de transitar el camino de la plena comunión de la comunidad eclesial", señaló.

Ante un hecho tan grave como autorizar una práctica sacrílega -pues comulgar en estado de pecado mortal, como lo haría un divorciado dizque vuelto a "casar", es decir sin haberse arrepentido, corregido y confesado, viviendo realmente en amasiato, constituye un pecado de sacrilegio-, las palabras del padre Lombardi resultan francamente débiles, pues es sabido que la doctrina de la Iglesia enseña que ninguna autoridad ni entidad religiosa puede modificar los principios de la moral católica. Y quien lo pretendiere, sus órdenes o disposiciones resultarían írritas y sin ningún valor, pues la jerarquía está para transmitir un legado divino que recibió en custodia y no tiene ningún poder para modificarlo. Así que si ni siquiera el Papa tendría esa facultad, ¡mucho menos un obispo o una oficina episcopal!. De ahí que resultan muy "benevolentes" las declaraciones de Lombardi sobre lo que sucede en la diócesis alemana de Friburgo, pues minimizan la gravedad de estos hechos y no se refieren siquiera a alguna sanción proporcional a los mismos. Por otra parte, los fieles de Friburgo tienen no sólo el derecho sino también el deber de oponerse a estas disposiciones írritas, inválidas y sin valor alguno. El ejemplo de muchos santos (como por ejemplo San Pablo) y la doctrina católica avalan y enseñan que ésa debe ser la postura a seguir en estos casos.

Lombardi, muy tibio
Pueden existir todas las inquietudes pastorales que se quieran para tratar a estas personas que viven en un estado permanente de pecado mortal y alejados de la gracia de Dios, siempre que sea para procurar atraerlos caritativamente a una reconciliación con Dios, buscando, para ello, que se alejen de su estado anómalo a fin de que practiquen de nuevo una FE VIVA dentro de la Iglesia a la que pertenecen, pues la FE sin las obras (y la gracia santificante) es una fe muerta, como enseña la Palabra de Dios. En tanto el estado de pecado permanezca y no haya arrepentimiento y Confesión sacramental, necesariamente impide la recepción de los sacramentos. 

A continuación publicamos un escrito del padre Ángel David Martín Rubio que analiza esta noticia:

LA COMUNIÓN DE LOS DIVORCIADOS:
 LOS ALEMANES VUELVEN A LA CARGA

Inexplicablemente, hay medios de información religiosa que están dando pábulo a las muchas noticias que, al amparo del río revuelto, contribuyen a aumentar la confusión entre los católicos. En este caso me refiero a la noticia de que la archidiócesis de Freigburg quiere abrir la posibilidad de que los casados en segundas nupcias accedan a todos los sacramentos. Para ello, enviará esta semana un auto-denominado Manual de orientación para los directores espirituales con pretensiones de validez en todo el territorio alemán.

La historia viene de atrás, y nos permite evocar un episodio parecido ocurrido en 1993, cuando los obispos de la provincia eclesiástica del Rin Superior (Alemania) publicaron un documento sobre el Acompañamiento pastoral de los divorciados (10-julio) que provocó una crisis resuelta favorablemente desde el punto de vista doctrinal pero que no fue acompañada de medidas disciplinares contra los responsables.

Nada tiene, por tanto, de particular que los rebeldes interpretaran el pronunciamiento de Roma como un simple aplazamiento y haya seguido alentando la esperanza de un pronunciamiento oficial en contradicción con la doctrina de la Iglesia.

Obispos alemanes contra la pastoral católica

El texto citado apareció bajo la firma de Saier, Lehmann y Kasper. Oskar Saier, Arzobispo de Freigburg, falleció en 2008, habiendo presentado la renuncia en 2002 por razones de salud pero Lehmann y Kasper iban a alcanzar puestos de gran responsabilidad. Karl Lehmann, Obispo de Mainz, fue presidente de la Conferencia Episcopal Alemana durante 20 años, hasta enero de 2008, y fue creado Cardenal en 2001 por Juan Pablo II. Y Walter Kasper, Obispo de Rottenburg-Stuttgart, fue nombrado Cardenal en la misma fecha y presidió el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos hasta 2010.

El documento tenía dos partes, una Carta Pastoral y, a continuación, unos Principios fundamentales para el acompañamiento pastoral. En la primera, se partía de la constatación del aumento en el numero de fracasos matrimoniales y divorcios, estableciendo un principio que sirve de línea argumental a toda la alternativa pastoral planteada: «La Iglesia no puede poner en discusión la palabra de Jesús sobre la indisolubilidad del matrimonio, y sin embargo no puede tampoco cerrar los ojos frente al fracaso de muchos matrimonios». Aquí se apunta ya la contradicción nunca resuelta: se proclama teóricamente la doctrina revelada y enseñada por la Iglesia acerca de la indisolubilidad del matrimonio pero se propone una práctica en la recepción de los Sacramentos que, sin negarla, la deja sin efecto en la práctica.

Como responsabilidad de la comunidad cristiana se señalaba actuar contra la tendencia que quiere presentar el divorcio y el segundo matrimonio como una cosa normal y tratar con respeto y colaboración a los esposos cristianos que han sido abandonados y, por convicción interior, no piensan contraer una nueva unión, dando así testimonio de la indisoluble validez de su matrimonio. A este respecto, se recuerda que «quien, después de una separación, no se vuelve a casar civilmente, no está sometido a ningún género de restricciones con respecto a sus derechos y posición en la Iglesia». Afirmación, ésta última que no es, frecuentemente, resaltada con la atención que merece porque, tanto en el caso del cónyuge que ha solicitado la separación o el divorcio, como en el del que lo ha padecido, mientras no atenten un nuevo matrimonio civil, no existe ninguna dificultad para su admisión a los sacramentos. Eso sí, deberán concebir un arrepentimiento sincero de la culpa por la ruptura y acercarse al sacramento de la Penitencia reconociendo la pervivencia del vínculo y las obligaciones de él derivadas.

En cuanto a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente, se afirma que deben sentirse aceptados en la comunidad y que la comunidad tiene comprensión para su difícil situación. De esta forma, el documento no resuelve una de las mayores dificultades que plantea esta pastoral “comprensiva” con quienes han roto su matrimonio y es que, sin explicar cómo, pretende equiparar el apoyo y la aceptación tanto del cónyuge que ha sido abandonado como del que ha protagonizado el abandono y contrae una nueva unión civil, sin exhortar a éste último a la conversión y al cumplimiento de las gravísimas responsabilidades que subsisten a raíz de su primera y legítima unión matrimonial.

En la segunda parte, se exponen los Principios fundamentales para el acompañamiento pastoral y se comienza recordando que la Iglesia ha abierto a los divorciados que se han vuelto a casar la posibilidad de acceso a la Eucaristía si viven su relación personal de forma casta. Como se afirma, no sin razón, en el documento alemán: «Muchos consideran tal recomendación no natural y no creíble […] indudablemente este modo de vida no puede ser verdaderamente realizado, durante mucho tiempo, por todos los divorciados que se han vuelto a casar, y por las parejas más jóvenes sólo raramente». Es curioso que, aunque en diversos documentos que se ocupan de los divorciados vueltos a casar se habla de esta fórmula, nunca se hace ninguna determinación concreta, dejando en el aire numerosos interrogantes y posibles conflictos. ¿Será una forma tácita de reconocer su nula operatividad práctica y las propias dificultades que plantea desde una perspectiva moral?

Finalmente se llega (indebidamente) a plantear una posibilidad de una decisión de conciencia de la persona para la participación en la Eucaristía. Se trata -dicen- de una decisión personal de conciencia pero que tiene necesidad de una asistencia iluminadora y un acompañamiento imparcial de la autoridad eclesiástica. Ahora bien, (según esta falsa tesis) el sacerdote respetará el juicio de conciencia de la persona.

La respuesta de la Congregación para la Doctrina de la Fe

Después de varias sesiones de “diálogo”, la Congregación para la Doctrina de la Fe hizo público una  Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la Comunión Eucarística por parte de los fieles divorciados casados de nuevo (14-septiembre-1994) en la que se reafirmaba la doctrina católica frente a la praxis introducida por los obispos alemanes:

"En algunas partes se ha propuesto también que, para examinar objetivamente su situación efectiva, los divorciados vueltos a casar deberían entrevistarse con un sacerdote prudente y experto. Su eventual decisión de conciencia de acceder a la Eucaristía, sin embargo, debería ser respetada por ese sacerdote, sin que ello implicase una autorización oficial. En estos casos y otros similares se trataría de una solución pastoral, tolerante y benévola, para poder hacer justicia a las diversas situaciones de los divorciados vueltos a casar (nº 3) […] Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación (nº 4)".

Igualmente, la carta rechaza la doctrina de la llamada “nulidad de conciencia”, según la cual, si los fieles estuvieran “seguros en conciencia” de que el primer matrimonio había sido nulo, podrían acercarse a la comunión eucarística. El matrimonio no es una cuestión meramente privada sino que tiene una dimensión eclesial. Estrictamente hablando, el juicio sobre la validez o la nulidad de un matrimonio no es un juicio de la conciencia moral, es un juicio sobre una situación jurídica, social: la realidad o la inexistencia del matrimonio (nº 8).

En respuesta a esta Carta, los Obispos aludidos se vieron precisados a admitir que «Como se deduce del documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que ahora os transmitimos, apoyándose en la exhortación apostólica “Familiaris consortio”, no ha podido aceptarse nuestra posición en este punto. Debemos, por ello, tomar nota del hecho de que el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe no acepta a nivel de Iglesia universal, algunas afirmaciones contenidas en nuestra “Carta pastoral” y en nuestros “Principios”, por lo que no pueden ser una norma vinculante para la acción pastoral».

Sin embargo, las prensa se hizo eco de posiciones mucho más críticas de los prelados alemanes. Y el periódico ABC reproducía las objeciones de Lehman a la doctrina de la Santa Sede. Pocos años después, tanto él como Kasper, (inexplicablemente) recibirían el cardenalato de manos de Juan Pablo II:
"El presidente de la Conferencia Episcopal alemana, Karl Lehman, afirmó el pasado sábado que el Vaticano debería prestar más atención a aquéllos que critican sus posturas sobre la admisión de los católicos divorciados a los sacramentos.
Para el prelado, si bien «la claridad de los principios es vital hoy, no es suficiente, pues la Iglesia tiene que ser capaz de ofrecer un hogar a aquellos que no son capaces de alcanzar y vivir conforme a los más elevados ideales».
Tanto este obispo como otro prestigioso miembro de la Conferencia Episcopal alemana, Walter Kasper, habían aceptado que los católicos divorciados y vueltos a casar pudieran comulgar, previa consulta a un sacerdote y conocimiento de la postura oficial de la Iglesia, pero dejándoles a ellos la última palabra sobre si debían comulgar o no. El Vaticano recordó que la conciencia no podía actuar de manera subjetiva, al margen de las enseñanzas morales de la Iglesia (28-diciembre-1994, pág. 56; cfr. ibid. 15-octubre-1994, pág. 73)."

Posteriormente, el Pontificio Consejo para los Textos Legislativos, publicó una Declaración sobre la admisión a la comunión de los divorciados vueltos a casar (24 de junio de 2000) en la que se explica el porqué de la inadmisibilidad a la comunión eucarística, haciendo una especial referencia a la interpretación del can. 915 del Código de Derecho Canónico («No deben ser admitidos a la sagrada comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persisten en un manifiesto pecado grave»). Algunos habían propuesto que no se podría afirmar que los divorciados vueltos a casar entran en el supuesto de «quienes obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave», porque no se puede juzgar del interior de las personas. El Pontificio Consejo aclara que, ante una situación objetivamente contradictoria con la indisolubilidad del matrimonio, los fieles tienen la obligación de abstenerse de la comunión eucarística mientras no se resuelva acerca de la posible nulidad de dicho matrimonio.

Algunas conclusiones

El interés del episodio que hemos recordado no es meramente histórico y abre luz ante horizontes semejantes en los que desde la misma jerarquía de la Iglesia se hacen declaraciones imprudentes o se sugieren expectativas guiadas por el inmoderado deseo de aceptación desde criterios mundanos.

En los últimos meses estamos asistiendo a un notable incremento de la confusión doctrinal que se manifiesta no solo en la circulación de opiniones dispares sino en la presentación, como doctrina de la Iglesia, de ideas contrarias a la misma. Y es previsible que este panorama se mantenga e incluso se acentúe a partir de ahora. Por eso, conviene recordar que cualquier replanteamiento de la pastoral en relación con las situaciones matrimoniales irregulares no puede olvidar una serie de determinantes, especialmente estas dos:

  • La irregularidad no es una cuestión meramente formal, sino que es de naturaleza jurídica. En una situación matrimonial irregular puede darse la dimensión interpersonal (ruptura o separación de la pareja y creación de una nueva) y la social (admisión legal del divorcio y sucesivos matrimonios civiles) pero siempre falta la dimensión eclesial que no es algo accidental, añadido o superpuesto, sino esencial.

  • Incluso cuando se produce el recurso al divorcio y a la celebración de una nueva unión civil, el ordenamiento canónico vigente no excluye totalmente a los fieles de la vida eclesial y no establece los límites a la participación en ésta como una sanción. Ahora bien no se puede negar que esta situación —como cualquier otra que vista desde fuera pueda ser calificada objetivamente de pecaminosa— tiene consecuencias morales y pastorales.

Por eso, la Iglesia reafirma la imposibilidad de admitir a la comunión eucarística a los divorciados que se "casan" otra vez civilmente. Y la reconciliación en el sacramento de la Penitencia —que abriría el camino al sacramento eucarístico— puede darse únicamente a los que, arrepentidos, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad del matrimonio.

A mi juicio, el documento de los obispos alemanes, siendo muy cuidadoso con el sufrimiento de algunas personas a consecuencia del fracaso matrimonial, lo que es sin duda importante, fallaba clamorosamente en la consideración de estas afirmaciones. Y silenciaba, sistemáticamente, que tales situaciones pueden coincidir, al menos en alguna ocasión, con planteamientos y actitudes pecaminosas que se manifiestan en y a través de la misma irregularidad.

Una objeción similar cabría hacer a quienes, veinte años después, siguen proponiendo una revisión de la doctrina y la práctica pastoral de la Iglesia a partir de criterios similares a los rechazados en 1994 por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

P. Ángel David Martín Rubio
Fuente: Tradición Digital

martes, 20 de agosto de 2013

"SI ME AMÁIS, GUARDARÉIS MIS MANDAMIENTOS" (Jn 14, 15).


"Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Jn 14, 15), ha dicho Cristo.

Cierto que no es lo mismo pecar por debilidad ocasionalmente y levantarse por la Confesión, que pecar habitualmente sin escrúpulo alguno.

Quien peca habitualmente y no lucha por evitar la ofensa a Dios no ama a Cristo, aunque lo diga con la boca.

Así.....

  • Si habitualmente tienes relaciones fuera del matrimonio, no le amas.
  • Si empleas métodos microabortivos o artificiales para evitar los hijos, no le amas.
  • Si evitas -sin causa seria ni necesidad- los hijos por medios naturales, aunque el método no sea malo, al no cumplir con el deber de fecundidad no le amas.
  • Si no luchas contra las tentaciones y realizas actos sexuales contra natura, no le amas.
  • Si constantemente pecas de pensamiento o deseo, no le amas.
  • Si vives en concubinato, no le amas.
  • Si no cumples con tus deberes de padre o madre, no le amas.
  • Si no instruyes a tus hijos en el amor y conocimiento de Dios, no le amas.
  • Si constantemente no asistes a Misa los domingos ni acudes a los sacramentos, ni oras, no le amas.
  • Si descuidas instruirte en tu religión, no le amas.
  • Si no te importan los dolores y necesidades de tu prójimo, no le amas. 
  • Si no respetas a tus padres y superiores, no le amas.
  • Si acostumbras acudir a espectáculos o proyecciones inmorales, no lo amas.
  • Si robas o sustraes lo que no es tuyo, no lo amas. 
  • Si ofendes, insultas, hieres o dañas a otros, no le amas.
  • Si difamas o calumnias a tu prójimo, no lo amas.
  • Si te duele el bien ajeno o deseas el mal a otro, no le amas.
  • Si no crees TODA la doctrina que Él enseñó, no le amas.
  • Si la moral cristiana la haces relativa y la adecuas a tus gustos y pasiones, no le amas.

¡Cuántos "si...." podríamos enlistar y añadir a lo anterior! Pero no se trata de hacer una lista exhaustiva, sino de hacer un acto SINCERO de reflexión y conciencia para analizar si de veras amamos a Cristo de corazón y no sólo con la boca.

Nuestro Señor Jesucristo dijo: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad! Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina" (Mateo 7, 21-27).