lunes, 7 de julio de 2025

ENTRE EL SER Y EL PARECER



UN DOLOR QUE NO SE VE, PERO SE SIENTE

Hay un dolor silencioso que reconozco en muchas mujeres que aprecio, que admiro, que acompaño.
Un dolor que no siempre se dice, pero que se intuye en las pausas, en las miradas, en ese cansancio del alma que ningún éxito logra calmar.

He visto mujeres fuertes, brillantes, bellas… y sin embargo desbordadas. Ocupadas por fuera, deshabitadas por dentro. Como si en algún momento hubieran sido empujadas fuera de sí mismas y ahora vivieran para sostener una imagen más que para habitar una verdad.

Desde muy jóvenes —y a veces incluso desde niñas— aprendieron que su cuerpo sería evaluado, que su rostro sería comparado, que su valor dependería de cuánto impacto generaran.

Y así, poco a poco, comenzaron a pensarse como imagen, no como ser.

La belleza, que debió ser un don natural, se convirtió en tarea, en medida, en defensa. El cuerpo, que debía ser morada, pasó a ser vitrina. Y lo más doloroso es que nadie les dijo —cuando aún era tiempo— que no fueron hechas para parecer, sino para ser.

No hablo desde la crítica, sino desde el asombro y el respeto. Porque veo que el alma femenina ha sido diseñada para algo infinitamente más alto que la seducción o la aprobación.

La mujer no fue creada para gritar su valor, sino para encarnar la verdad en silencio fecundo. Su vocación más honda no está en imponerse,
sino en revelar.

Y lo que revela no es fragilidad, sino plenitud.

Una mujer en paz consigo misma no necesita competir. No porque se conforme, sino porque ya ha sido afirmada desde dentro.

LA BELLEZA NO SE RECHAZA: SE ORDENA

Muchos confunden esta visión con un llamado a ocultarse o apagarse. Y no es así.

La belleza femenina es un bien, una luz legítima,
una forma de lenguaje. Pero es un lenguaje que ha sido desordenado por la cultura del impacto.

Hoy se ha vuelto común pensar que para tener valor, una mujer debe mostrarse: no solo presente, sino visible, deseada, destacada. Y cuanto más lo logra, más sola se siente.

Porque el alma humana no fue hecha para la exhibición, sino para el encuentro.

Por eso no se trata de rechazar la belleza, sino de ordenarla.

Una mujer puede arreglarse, vestirse con gusto, hacerse presente. Pero no para provocar ni para imponerse como imagen. Sino para expresar —con dignidad y armonía— aquello que es y que lleva dentro.

NO SE EXHIBE: SE EXPRESA.
NO IMPONE: DEJA HUELLA.
NO BUSCA ATENCIÓN: COMUNICA SENTIDO.
NO GRITA: REVELA.

Su cuerpo no es una trampa ni un cartel. Es un templo. Y como todo templo, se reconoce por el misterio que contiene, no por el ruido que produce.

LA MENTIRA GLAMOROSA DE NUESTRO TIEMPO

Vivimos en una cultura donde muchas han aprendido a construir su identidad con fotografías, frases prestadas y cuerpos esculpidos. No importa si no saben quiénes son… mientras parezcan deseables.

Lo trágico no es la vanidad, sino que la vanidad se haya vuelto virtud social. Ya no escandaliza la superficialidad: se premia. Y mientras más una mujer se aleja de su alma, más aplausos recibe por su imagen.

Pero hay una pregunta que tarde o temprano se impone, cuando la noche cae y las pantallas se apagan:

¿Qué quedará cuando ya no provoque miradas ¿Con qué se quedará cuando el mundo pase de largo ¿Quién sostendrá su alma cuando el deseo ajeno se haya ido?

Ahí, en ese desconcierto, no comienza la tragedia: comienza la verdad.

CUANDO UNA MUJER SE RECUPERA A SÍ MISMA

He visto que cuando una mujer empieza a reencontrarse con su centro, con esa verdad profunda que no depende de la mirada ajena, algo se transforma.

Ya no necesita proyectarse, porque ha sido mirada por Dios. Y esa mirada no mide ni compara: revela.

Una mujer afirmada por la Verdad deja de rogar afecto, deja de simular fortaleza, deja de traducirse en poses.

Y entonces, sin esfuerzo, vuelve a casa. No a un pasado, sino a su propio ser.

MARÍA: LA PRESENCIA QUE HABITABA LA LUZ

Y cuando pienso en esa forma de estar presente,
pienso en María.

María no fue celebrada por su imagen. Su belleza no residía en su exterior, sino en su interior ordenado.

No buscó ser vista. Y sin embargo, en Ella -precisamente en Ella- el Verbo eterno encontró morada.

Su cuerpo no fue instrumento de poder, fue espacio de acogida. No fue proyectado, fue habitado.

María no se impuso. Dijo “Sí”. Y con ese sí, ofrecido en el silencio del alma, transformó la historia.

Y sí, he conocido mujeres que, al escuchar estas cosas, lloran. Lloran no por debilidad, sino por revelación. Porque se reconocen. Porque han vivido fingiendo. Porque han confundido aplauso con amor, deseo con ternura, presencia con don.

Pero esas lágrimas no son señal de derrota.
Son el comienzo de una verdad que despierta.

De ahí puede nacer una mujer nueva: más firme, más interior, más fecunda.

Una mujer que ya no se ajusta a moldes. Que ya no tiene miedo al tiempo. Que no necesita parecer. Porque ha recordado, al fin, quién es.

Y entonces, sin espectáculo, sin gritos, sin máscaras… el alma vuelve a su lugar.

Y en ese lugar, una mujer ya no está sola.

Porque ha aprendido —al fin— a habitarse desde Dios.


BELLEZA VERDADERA: REFLEJO DEL CREADOR

¿Quieres saber quién eres? No busques la respuesta en los espejos, ni en las redes sociales, ni en los aplausos.

DETENTE.
ESCUCHA.
PERMANECE.

En lo más tuyo, allí donde no hay necesidad de actuar, te espera una mirada que no te exige nada,
porque ya lo ha visto todo.

Y aun así, te llama. No para que te muestres, sino para que seas.

Porque la verdadera belleza —la que no se marchita ni se mide— no es una forma vacía, sino una huella del Ser que todo lo sostiene.

La mujer que vuelve a su centro y se deja habitar por Dios no solo es bella: se convierte en signo visible de lo invisible, en transparencia de una luz que no nace de ella, pero que en ella resplandece.

Esa es la belleza verdadera: no la que exige ser mirada, sino la que, al ser mirada, remite silenciosamente a su Creador.

OMO

domingo, 6 de julio de 2025

¿CREÉIS HABER PERDIDO LA FE? LEED ESTE ARTÍCULO



   ¡Pobres incrédulos! ¡Qué pena me dan! No todos son igualmente culpables. Distingo muy bien dos clases de incrédulos completamente distintos. Hay almas atormentadas que les parece que han perdido la fe. No la sienten, no la saborean como antes. Les parece que la han perdido totalmente. Esta misma tarde he recibido una carta anónima: no la firma nadie. A través de sus palabras se transparenta, sin embargo, una persona de cultura más que mediana. Escribe admirablemente bien. Y después de decirme que está oyendo mis conferencias por Radio Nacional de España, me cuenta su caso. Me dice que ha perdido casi por completo la fe, aunque la desea con toda su alma, pues con ella se sentía feliz, y ahora siente en su espíritu un vacío espantoso. Y me ruega que si conozco algún medio práctico y eficaz para volver a la fe perdida que se lo diga a gritos, que le muestre esa meta de paz y de felicidad ansiada.

   ¡Pobre amigo mío! Voy a abrir un paréntesis en mi conferencia para enviarte unas palabras de consuelo. Te diré con Cristo: “No andas lejos del Reino de Dios”. Desde el momento en que buscas la fe, es que ya la tienes.   Lo dice hermosamente San Agustín: “No buscarías a Dios si no lo tuvieras ya”. Desde el momento en que deseas con toda tu alma la fe, es que ya la tienes. Dios, en sus designios inescrutables, ha querido someterte a una prueba. Te ha retirado el sentimiento de la fe, para ver cómo reaccionas en la oscuridad. Si a pesar de todas las tinieblas te mantienes fiel, llegará un día –no sé si tarde o temprano, son juicios de Dios– en que te devolverá el sentimiento de la fe con una fuerza e intensidad incomparablemente superior a la de antes.  ¿Qué tienes que hacer mientras tanto? Humillarte delante de Dios. Humíllate un poquito, que es la condición indispensable para recibir los dones de Dios. El gozo, el disfrute, el saboreo de la fe, suele ser el premio de la humildad. Dios no resiste jamás a las lágrimas humildes. Si te pones de rodillas ante Él y le dices: “Señor: Yo tengo fe, pero quisiera tener más. Ayuda Tú mi poca fe”. Si caes de rodillas y le pides a Dios que te dé el sentimiento íntimo de la fe, te la dará infaliblemente, no lo dudes; y mientras tanto, pobre hermano mío, vive tranquilo, porque no solamente no andas lejos del Reino de Dios, sino que, en realidad, estás ya dentro de él.

   ¡Ah! Pero tu caso es completamente distinto del de los verdaderos incrédulos. Tú no eres incrédulo, aunque de momento te falte el sentimiento dulce y sabroso de la fe. Los verdaderos incrédulos son los que, sin fundamento ninguno, sin argumento alguno que les impida creer, lanza una insensata carcajada y desprecian olímpicamente las verdades de la fe. No tienen ningún argumento en contra, no lo pueden tener, señores. La fe católica resiste toda clase de argumentos que se le quieran oponer. No hay ni puede haber un argumento válido contra ella. Supera infinitamente a la razón, pero jamás la contradice. No puede haber conflicto entre la razón y la fe, porque ambas proceden del mismo y único manantial de la verdad, que es la primera Verdad por esencia, que es Dios mismo, en el que no cabe contradicción. Es imposible encontrar un argumento válido contra la fe católica. Es imposible que haya incrédulos de cabeza –como os decía el otro día–, pero los hay abundantísimos de corazón. El que lleva una conducta inmoral, el que ha adquirido una fortuna por medios injustos, el que tiene cuatro o cinco amiguitas, el que está hundido hasta el cuello en el cieno y en el fango, ¡cómo va a aceptar tranquilamente la fe católica que le habla de un infierno eterno! Le resulta más cómodo prescindir de la fe o lanzar contra ella la carcajada de la incredulidad.

   ¡Insensato! ¡Como si esa carcajada pudiera alterar en nada la tremenda realidad de las cosas! ¡Ríete ahora! Carcajaditas de enano en una noche de barrio chino. ¡Ríete ahora! ¡Ya llegará la hora de Dios! Ya cambiarán las cosas. Escucha la Sagrada Escritura: “Antes desechasteis todos mis consejos y no accedisteis a mis requerimientos. También yo me reiré de vuestra ruina y me burlaré cuando venga sobre vosotros el terror”. (Prov 1, 25-26). El mismo Cristo advierte en el Evangelio, con toda claridad: “¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!” (Lc 6, 25). ¿Te burlas de todo eso? Pues sigue gozando y riendo tranquilamente. Estás danzando con increíble locura al borde de un abismo: ¡es la hora de tu risa! Ya llegará la hora de la risa de Dios para toda la eternidad.

“EL MISTERIO DEL MAS ALLA”
Antonio Royo Marín. O.P.

jueves, 3 de julio de 2025

ES NECESARIO NO ESTAR EN PECADO MORTAL PARA COMULGAR



Discípulo. —Ahora, dígame, Padre: ¿basta, para comulgar, no estar en pecado mortal?

Maestro. —Sí, además de estar en ayunas en la forma  como lo prescribe la Iglesia y de saber lo que se va a recibir (y tener la fe católica), basta no estar en pecado mortal para comulgar (se debe confesar con un sacerdote si hubiera cometido pecado mortal luego de la última confesión bien hecha). Sin embargo, es necesario también ir con rectitud de intención, como, por ejemplo, para amar a Jesucristo, por espíritu de devoción, para obtener gracias espirituales y materiales, pues cuanto con mejores disposiciones se vaya a comulgar, más bendiciones y gracias se recibirán.

Jesucristo, al tomar nuestra naturaleza humana, se ha acomodado, por decirlo así a nuestro modo de ser. ¿No hacemos así nosotros con nuestros amigos y conocidos y, en general, con nuestros prójimos? Cuando uno nos ama, nos honra y nos aprecia con predilección, nosotros correspondemos a ese amor y atenciones; al que más nos aprecia y nos estima, más le amamos y estimamos también nosotros.

Lo mismo sucede con la Comunión; cuanto con más fe, piedad y devoción nos acercamos a comulgar, mejor nos conquistamos la simpatía, la bondad y la delicadeza del corazón de Jesucristo.

D. —Como hacían los Santos, ¿verdad Padre?

M. —Sí, como hacían los Santos, y como hacen las almas profundamente cristianas, las almas que quieren a Jesús y su amor.

D. — ¿Serán muchas estas almas?

M. — Muchísimas. Hay muchos sacerdotes realmente dignos, que celebran y comulgan diariamente, como los Santos. Religiosos y religiosas realmente piadosos, que diariamente comulgan, como si fueran ángeles... Madres sinceramente piadosas y cristianas, jóvenes de ambos sexos pertenecientes a institutos religiosos y de familias cristianas, que cada día se acercan a comulgar con las mejores disposiciones. Únicamente los veletas, los disipados, los tibios, la gente de poca fe, se acercan a comulgar con indiferencia, sin reflexión.

D. — ¿Estos tales, harán mal la Comunión?

M. —No, si no están en pecado mortal no comulgan mal; siempre hacen una obra buena y admirable, como dice el Catecismo; pero se privan de muchas gracias.

D. — ¿Qué quiere decir, Padre, con esto?

M. —Para explicártelo mejor te pondré ejemplos, quizá un poco rastreros; pero escúchalos con paciencia.

Ve un primer caso: Dos campesinos trabajan en la misma tierra: el uno la trabaja y la cultiva con asiduidad, quitando primero las hierbas, cavándola, rastrillándola; la abona, y con todo cuidado deposita en ella la semilla; abre Zanjas para el desagüe, pone cercas para que no pasen por ella, y vigila constantemente su campo. El otro por el contrario, la trabaja de cualquier manera, de prisa y de pasada. ¿Quién de los dos crees recogerá mejores y más abundantes frutos?

D. —Sin duda, el primero.

M. —Pues lo mismo sucede con la Comunión: en conformidad con las disposiciones que se llevan y del interés que uno se toma, y de la devoción y piedad que se pone; en proporción, digo, del cuidado con el cual se manifiesta a Jesucristo nuestro amor y nuestra benevolencia, se recibirán el provecho y los frutos.

Segunda comparación: Salen juntos dos al mercado o de paseo. El uno se contenta con andar, respirando aire sano, gozando del sol, mirando los prados floridos, o, si va al mercado, observando la mercancía expuesta y los escaparates de las tiendas; el otro, por el contrario, recoge de aquellas flores, hace provisión de los artículos que más le agradan y serán más útiles para él y para su familia. Al volver, ¿quién de los dos habrá aprovechado mejor el paseo?

D.  ––Sin duda, el que ha adquirido y llevado a su casa lo bueno que encontró.

M. —Pues así se comprende enseguida que la Comunión es un tesoro de inapreciable valor, inagotable bien que se ofrece a todos los cristianos, y del que más disfruta y se enriquece el que mejor se industria.

D. —Si es así, poco fruto he sacado yo hasta ahora de mis Comuniones; pero, en adelante, quiero que sean tan devotas y tan fervorosas, que constituyan un verdadero tesoro para mi alma.

M. — Muy bien, persevera en tus propósitos y haz que sean firmes y eficaces.

D. —Sin embargo, Padre, si uno va a comulgar sin esta fe y esta devoción, ¿comulgará mal?

M. —No. La Comunión, te he dicho, está mal hecha cuando uno se acerca a ella en pecado mortal y sin las disposiciones de que hablamos antes; de lo contrario, siempre estará bien hecha y será buena y provechosa, porque obra ex opere operato, como enseñan los teólogos, o sea, por su propia virtud sobrenatural y divina.

D. —El que no tiene esas disposiciones, ¿haría mejor no comulgando que frecuentando la Comunión?

M. —A esta pregunta te respondo con una tercera comparación:

Es frecuente dar con personas que por estar indispuestas, no sacan gusto de la comida y casi preferirían no comer, pues aun lo poco que comen lo toman a la fuerza y con cierta repugnancia. No obstante, aquello poquito, tomado de esa manera, les aprovecha, se convierte en sangre y en carne, y así van tirando y desempeñan sus quehaceres. ¿Que sería mejor para éstos: comer o no comer?

D. —Si no comen se mueren.

M. —Luego así debe pensarse de la Comunión, que es alimento de las almas. Si no comen morirán, acabarán languideciendo y caerán en el pecado, que es muerte de las almas.

     El Espíritu Santo hace hablar así al pecador en la Sagrada Escritura: “Estoy mustio como hierba cortada; mi corazón se encuentra seco como el heno del prado porque He dejado de comer mi pan”. Esto es, sabía que debía comer el pan (que deja de ser pan para transformarse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo) que Jesús me ha dado para vivir, y por indiferencia, por descuido, por fútiles razones, no lo he hecho. Esto constituirá el continuo remordimiento de los que descuidan la Comunión, aunque vivan sin cometer faltas graves.

D. —Entonces, Padre, ¿hacen mal los que dejan de comulgar porque no sienten ni piedad ni devoción?

M. —Sí. Hacen mal y se equivocan, como los que no comen porque no sienten apetito, los que no toman medicamentos cuando están enfermos, los que no buscan ayuda cuando están débiles, los que no se acercan a la lumbre cuando sienten frío, o a la fuente cuando tiene sed.

Pbro. Luis José Chiavarino

COMULGAD BIEN

miércoles, 2 de julio de 2025

¿POR QUÉ LA GENTE SE QUEDA CON LA IDEA POPULAR Y ERRÓNEA QUE AL MORIR ALGUIEN YA LA HIZO EN AUTOMÁTICO Y SE VA DE FRENTE AL CIELO?



¡Cuántas almas llevarán años y años en el purgatorio por causa de esas ideas! 
Y escuchamos frases como:
-Por fin ya está descansando con Diosito
- Ya tenemos un angelito en el cielo
- Era bien bueno, ya está en paz.

No amigos, solo Dios sabe en qué estado llegó esa alma a su presencia, pero los buenos deseos no son suficientes para salvar un alma, por más querida que sea.

Por eso, no dejemos de ofrecer oraciones, misas y sacrificios por las almas del purgatorio, ellas pueden seguir necesitando mucho de nosotros.
NO NOS OLVIDEMOS DE ELLAS.
 

lunes, 30 de junio de 2025

LA VIRGEN DE LOS REMEDIOS Y EL CERRO DE OTOMCAPULCO EN TOTOLTEPEC

 

Anochecer del 30 de junio: 505 Aniversario de la llegada de la Imagen de Nuestra Señora de los Remedios a Naucalpan, en medio de la trágica Huida de “La Noche Triste.” 

Luego del desorden provocado durante la ausencia de Cortés en la Gran Tenochtitlan, mucho se enojaron los naturales con el emperador Moctezuma II por diferentes razones, una de ellas, por haberles permitido a los españoles colocar la Imagen de Nuestra Señora de los Remedios en lo alto del Templo Mayor. 

Ante la muerte de Moctezuma II y el creciente odio de los naturales hacia los españoles, la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, los conquistadores españoles al mando de Hernán Cortés huyeron de la ciudad de Tenochtitlan, capital del imperio azteca. No sin  antes recoger la Imagen que presidía el Templo Mayor, patrona de la Conquista y que había permanecido intacta ante los ataques de los mexicas para destruirla.

Muchos de los españoles sólo intentaron la huída, porque los guerreros indígenas los alcanzaron y su sangre la ofrendaron a sus falsos dioses. Bernal Díaz del Castillo, autor de la “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, soldado presente en aquel episodio, calcula que fueron como 600 sus compañeros muertos.

Cortés y sus hombres huyeron a la medianoche del 30 de junio de 1520. Cortés dio la señal de partida y bajo la consigna de silencio, marcharon por un puente de canoas en dirección a Tlacopan (Tacuba). Antes de llegar a la calzadas de salida de la ciudad azteca fueron observados por guerreros aztecas, que sonaron la alarma que alertaba de la huida de los españoles. Como los españoles y sus aliados alcanzaron las calzadas de salida, cientos de canoas aparecieron en las aguas junto a los guerreros aztecas. 

Los españoles y sus aliados nativos lucharon en su camino de huida bajo la lluvia ante un sinnumero de flechas, utilizando puentes portátiles para cubrir las brechas. Se dice, que durante el combate, los naturales vieron de pronto a un hombre barbado montado sobre un corcel blanco que destellaba una particular luz y que escudaba a los españoles a huir (algunos dicen que se trata del apóstol Santiago, conocido como “Santiago mataindios”; pero también vieron a una Señora con un Niño en brazos, ambos de finos rostros, que echaba tierra a los ojos de los naturales para que perdieran el rastro de los españoles (aquí se cree que se trataba de la Virgen de los Remedios).

Al llegar al territorio de Tacuba, se adentraron a la zona de Totoltepec, donde los indígenas otomíes, hartos de ser dominados y esclavizados por el imperio mexica, arroparon a Cortés y sus hombres proveyéndoles de provisiones y curando sus heridas para que posteriormente retomaran su camino.

La tradición nos dice que al llegar a Totoltepec Cortés se sentó en el pie de un ahuehuete a llorar su derrota ante la Imagen de la Virgen de los Remedios y ante la impotencia que sentía por su fracaso, Cortés por miedo a que profanaran la Bendita Imagen, ordenó al Capitán Juan Rodríguez de Villafuerte (soldado que trajo a la Virgen) la ocultara en lo alto de un Cue, en el Cerro de Otomcapulco. Y no hayó lugar más seguro que la oquedad de un maguey en lo alto del Cerro de Otomcapulco (hoy los Remedios), lugar donde en 1540 el cacique indígena de Totoltepec, don Juan Ce Cuautli, la encontrara.

Resulta extraño pensar, que después de la batalla de la "Noche Triste", el Conquistador y General Español Hernán Cortés, se quedara a llorar su derrota en el árbol ubicado en Popotla, (pues recordemos que los dominios Mexicas, rebasaban incluso esas tierras), como la mayoría de la gente piensa. Por eso, es más factible que este descanso lo hayan hecho en Totoltepec, pues ya era de dominio Otomí.

Cabe destacar que el mencionado Ahuehuete de Totoltepec aún se encuentra en pie, siendo éste uno de los árboles más antiguos que conserva el pueblo.

Autor: Eduardo Baltazar Martínez.

viernes, 27 de junio de 2025

CATÓLICO: PERMANECE SIEMPRE UNIDO A LA CRUZ DE CRISTO

 

Los católicos deben unirse a la cruz, en lo profundo de sus almas, uniendo los sufrimientos de nuestro tiempo a la Pasión de Nuestro Señor. 

No solo debemos unirnos contra los errores modernos, sino que debemos proporcionar a nuestras familias una alternativa a este mundo impío en la civilización cristiana. Por lo tanto, nuestra unidad es primero por la Verdad y luego contra el error. 

La Verdad que promovemos es la Tradición Católica en toda su plenitud: la doctrina revelada por Cristo y custodiada por la Iglesia Católica: la fe y la moral, así como la sagrada liturgia tradicional y también las costumbres, las creencias piadosas y los grandes monumentos del arte, la arquitectura y la música.

Nos unimos de acuerdo con la fuerza vinculante de la Tradición, esto es lo que nos fue transmitido por nuestros abuelos y nuestros padres para pasarlo también a nuestros hijos y nietos.


jueves, 26 de junio de 2025

LA HISTORIA TUVO UN ROSTRO



(Y el poder quiso cubrirlo de olvido)


I. LA HISTORIA TUVO UN ROSTRO, Y SE LO CUBRIERON DE VERGÜENZA

(De cómo la verdad fue desplazada por la utilidad)

La historia tuvo un rostro. No era joven, pero era hermosa. Llevaba arrugas de batalla, cicatrices de amor, laureles de sangre y cantos de gloria. Hasta que un día, le pusieron un antifaz. No para protegerla, sino para ocultarla. Y comenzaron a llamarla por nombres que no eran suyos.

Le dijeron “memoria colectiva”, “construcción social”, “narrativa compartida”. Le quitaron su cetro, le cambiaron el idioma, y la enviaron a mendigar sentido entre los archivos digitalizados del Ministerio de Educación.

Antes, la historia hablaba con voz sacerdotal. No inventaba el pasado, lo entregaba. Era transmisora, no fabricante. Era madre, no burócrata. Tenía un juicio. Tenía un peso. Tenía un fin.

Pero la modernidad no tolera lo que tiene fin, ni lo que tiene juicio, ni lo que tiene peso. Así que la historia fue reeducada para servir. Ya no a la verdad, sino a la utilidad. Ya no a la memoria, sino al control.


II. UNA VOZ QUE HABLABA LATÍN TERMINÓ REPITIENDO SLOGANS

(Del paso de la profecía al protocolo)

Había una época en que la historia hablaba en latín y se escribía en piedra. No temía llamar traidor al traidor ni santo al santo. Sabía que no toda voz merecía ser registrada, ni todo acto celebrado. Tenía jerarquía. Tenía nervio. Tenía pudor.

Pero luego vinieron los pedagogos con sus “enfoques didácticos” y la vistieron de PowerPoint. Le pidieron sonreír más, acusar menos. Le prohibieron los adjetivos. Le sugirieron hablar de “procesos” en lugar de gestas, de “actores históricos” en vez de mártires, y de “visiones del mundo” en lugar de verdades.

La historia, que había sido una dama capaz de sostener la mirada de los siglos, fue transformada en una influencer del consenso. Su lugar no fue más el púlpito ni el aula sagrada, sino el rincón tibio de los talleres inclusivos.

Y así, lo que antes estremecía, hoy apenas resbala.


III. LOS NUEVOS CONSTRUCTORES: IDEÓLOGOS CON BISTURÍ

(Cómo el poder rehace el pasado para dominar el porvenir)

La ideología no busca comprender el pasado: busca rediseñarlo. Su pretensión no es histórica, sino demiúrgica. No interpreta: recrea. Y lo hace como el cirujano de una víctima dormida: sin pedir permiso, sin compasión.

La historia, entonces, dejó de ser testigo para ser coartada. El relato se volvió instrumento. La narración, arma. El juicio, tabú.

Como bien ha advertido Miguel Ayuso:

“La ideología no busca la verdad, sino el dominio. No quiere comprender el pasado, sino dirigir el futuro desde una memoria falsificada.”

Así se reconstruyen los crímenes como resistencias, los mártires como fanáticos, los conquistadores como genocidas, y las catedrales como símbolos del patriarcado opresor.

No se trata de conocer mejor, sino de impedir que se recuerde. Porque un pueblo sin memoria no puede dar testimonio. Y un testigo amnésico nunca incomoda al tirano.


IV. CUANDO LA TÉCNICA SOFOCA LA MEMORIA

(El silencio eficiente como forma de tiranía)

Ninguna época habló tanto de “inclusión” como esta, y sin embargo ninguna incluyó tan poco del pasado. Es el extraño fenómeno del olvido informatizado: no se prohíbe recordar, pero se hace inútil. No se queman libros, pero se diluyen en millones de enlaces vacíos. No se censura el contenido: se entierra en irrelevancia.

La técnica no necesita martillos para destruir: basta con sus formatos. La historia se convierte en archivo, el archivo en dato, el dato en interfaz, y la interfaz en consumo. Ya nadie escucha a los muertos. Ya nadie contesta al mármol.

Y lo que no puede ser monetizado, indexado, compartido o sensibilizado… simplemente desaparece.

El olvido no viene con tanques: viene con tutoriales.


V. TRES CORONAS PARA EL OLVIDO: MULTICULTURALISMO, CORRECCIÓN Y POSVERDAD

(El rostro sonriente de la amnesia impuesta)

Toda civilización nace de una concepción del orden. Cuando ese orden se rompe, no queda diversidad: queda disolución con música de fondo. El multiculturalismo no es un abrazo de culturas: es una amputación del alma histórica común.

La corrección política no es cortesía, sino control moral en traje de etiqueta. Y la posverdad no es un lapsus, sino una epistemología fabricada para sustituir al testimonio.

Miguel Ayuso lo dijo con precisión quirúrgica:

“El multiculturalismo es una cesión de la axiología a la sociología, y lleva derechamente al nihilismo a través del relativismo. La corrección política no prohíbe el pensamiento, pero logra que nadie se atreva a pensar.”

Así, en nombre de todos, se silencia a cada uno. Y en nombre del respeto, se liquida toda posibilidad de decir algo verdadero sin pedir perdón.

Porque cuando todo es relato, todo puede ser negado. Y cuando todo puede ser negado, sólo queda obedecer.


VI. EL CALENDARIO TAMBIÉN ES UN DOGMA

(La guerra contra la Encarnación en cifras y siglas)

Los tiranos modernos ya no imponen ídolos: cambian las fechas. Han descubierto que alterar el calendario es más eficaz que quemar templos. Basta con llamar a lo mismo por otro nombre: antes de nuestra era, después de nuestra era. ¿Cuál era? ¿La de quién?

¿Quién firma el calendario?

¿Quién separa el tiempo con su nacimiento?

¿Quién transforma la cronología en teología?

Sólo Uno.

Por eso el calendario cristiano no es una convención: es un acto de fe pública. Y la guerra contra esa fe —sutil, constante, gris— no es científica: es espiritual.

Cambiar las siglas del tiempo no es un gesto neutral. Es una apostasía de la historia.


VII. EL TIEMPO CUENTA HACIA CRISTO. Y NO HAY OTRA HISTORIA

(Donde se revela el destino escatológico del recuerdo)

La historia no se justifica por utilidad, ni por belleza, ni por consenso. Se justifica por Verdad. Y la Verdad no es una cifra, ni una consigna, ni una sensibilidad: es una Persona.

La historia no camina hacia un progreso: camina hacia un Juicio.

Toda memoria verdadera es un eco de esa espera.

Y todo olvido fabricado es un ensayo de rebelión contra el Logos que la sostiene.

Por eso no se trata de recordar cualquier cosa. Se trata de recordar bien. Con amor, con razón, con gratitud. Porque si dejamos que nos roben el calendario, pronto nos robarán también el corazón del tiempo.

Y ese corazón tiene un nombre.

Ese nombre fue pronunciado en Belén, clavado en el Gólgota, y resucitado al amanecer.

Y ese nombre no es una convención: es el Verbo encarnado.

Es Él quien partió el tiempo en dos, como se parte el pan en el altar. Antes de Él, la espera; después de Él, la plenitud. Y aún hoy, toda hora que pasa —sea ignorada o celebrada— avanza hacia su retorno.

No hay neutralidad en la historia: o es recuerdo del Redentor, o es antesala del Anticristo.

Negar ese centro es como negar el sol al mediodía: el mundo sigue girando, pero en sombras. Y cuando la cronología ya no se inclina ante el misterio del Dios hecho carne, no es el tiempo el que se libera: es el alma la que se extravía.

Recordar a Cristo no es un gesto piadoso, es un acto de justicia con el cosmos. Porque si Él es el Alfa y la Omega, entonces el calendario cristiano no es una costumbre: es una profecía perpetua.

Y esa profecía, tarde o temprano, se cumplirá.

OMO