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martes, 26 de noviembre de 2024

EL PECADO DE IMPUREZA ES PECADO MORTAL Y SI NO ALCANZAS A ARREPENTIRTE Y MUERES, TE LLEVARÁ AL INFIERNO


PECADO MORTAL DE IMPUREZA

(De obra)

1.-El adulterio

2.-La fornicación 

3.-La masturbación 

4.-La pornografía

5.-Perversiones sexuales (homosexualidad, pedofilia, sadismo, etc)

6.-Incesto

7.-Lujuria sacrílega

8.-Estupro, rapto y violación

9.-Miradas lascivas

10.- Conversaciones inmorales

11.- Uso de modas provocativas

12.- Empleo de métodos microabortivos y/o métodos ARTIFICIALES de control natal.


PECADO MORTAL DE IMPUREZA

(Internos)

1.-La complacencia morosa o el deleitarse voluntariamente en la imaginación de un pecado impuro.

2.-El gozarse en los pecados de impureza ya cometidos; el dolerse de no haber aprovechado pecar.

3.-Deseos ineficaces o los deseos voluntarios de realizar un acto impuro.

4.-Los Deseos eficaces son las decisiones voluntarias de llevar a cabo una acción impura aunque por cualquier motivo no llegase a realizar.

"Atended que este delito (la impureza) es el que arrastra mayor número de almas al Infierno.

Asegura San Remigio que la mayor parte de los condenados lo son por causa de este pecado. Del mismo sentir es el P. Señeri, siguiendo a San Bernardo (T. 4, Serm. 21), y San Isidoro (L. 2, sent., c. 39). Santo Tomás dice que este pecado es muy agradable al demonio, porque, el que cae en este muladar del Infierno, queda pegado en él y no puede casi levantarse.

Este vicio quita hasta la luz, y el pecador queda tan ciego, que casi llega a olvidarse de Dios, dice San Lorenzo Justiniano. (De lib. vit., Os., v, 4.)   Desconoce a Dios, no obedece ya ni a Dios ni a la razón; sólo obedece a la voz de los sentidos, que le arrastra a obrar como un bruto."

Cómo todo pecado mortal el pecado de impureza elimina la Gracia Santificante del alma y la pone en peligro de condenarse, a menos que se arrepienta (contrición y propósito de enmienda) y acuse sus pecados con el Confesor o haga un acto de contrición perfecto POR AMOR A DIOS con el propósito de confesarse a la brevedad y no volver a pecar. Para poder comulgar es necesaria la Confesión Sacramental, pues de lo contrario se comete un gravísimo sacrilegio y quien lo hace "come y bebe su propia condenación", como enseña el apóstol san Pablo.


viernes, 15 de marzo de 2019

MORTIFICACIÓN DE LA SENSUALIDAD

« Vete, no peques más en adelante » Jn 8, 11.


Recordemos las palabras de Nuestro Señor: “Si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecar, sácale y arrójale fuera de ti; la mano... córtala; pues mejor te está el perder uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”. Lo que la moral cristiana dice a propósito del sexto mandamiento: fuera del matrimonio, la delectación carnal directamente consentida con plena deliberación es un pecado mortal. Y no hay aquí parvedad de materia. ¿Por qué? Porque tal consentimiento directo nos expone próximamente a otro más grave; es como poner el dedo en un engranaje que nos destrozaría el brazo entero.

Se trata ahí de evitar un pecado capital que conduce a la inconsideración, a la inconstancia, a la ceguera del espíritu y al amor de sí hasta el odio de Dios y la desesperación.

También San Pablo nos recuerda enérgicamente la necesidad de esta mortificación, de la cual nos da ejemplo, cuando dice: “Castigo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que habiendo predicado a los otros, venga yo a ser reprobado”. Trátase aquí de la mortificación de los sentidos y del cuerpo en general para asegurar la libertad del espíritu, de modo que el cuerpo no abrume al alma y la deje vivir su vida superior.

Enseña Santo Tomás que la lujuria se evita más bien huyendo las ocasiones que por la resistencia directa, que hace pensar demasiado en lo que se ha de combatir. En cambio, la acidia o pereza espiritual se la vence mejor con la resistencia, porque, para hacerle frente, ponemos la atención en los bienes espirituales que nos atraen más cuanto más pensemos en ellos.

Hemos de poner también gran atención en evitar lo mejor que nos sea posible los movimientos de sensualidad aun indirectamente voluntarios, sobre todo cuando existe próximo peligro de consentimiento. También es muy conveniente para algunos evitar ciertas lecturas (de medicina, por ejemplo) que para los tales podrían ser peligrosas en razón de su fragilidad, máxime si hacen esas lecturas por mera curiosidad y no por deber de estado.

En este terreno, preciso es igualmente vigilar sobre ciertos afectos que podrían llegar a ser demasiado sensibles y aun sensuales. El autor de la Imitación (1. I, c. VI y VIII) nos dice que hay que evitar la demasiada familiaridad con las criaturas para gozar de la de Nuestro Señor, y que ciertas afecciones demasiado vivas y sensibles hacen perder la paz del corazón. Santa Teresa dice también en el Camino de Perfección (c. IV) que ciertas amistades particulares son verdaderas pestes que, poco a poco, hacen perder el fervor y después la regularidad, y que a veces causan las más profundas divisiones en las comunidades y hasta ponen en peligro su salvación.

La mortificación del corazón no es aquí menos necesaria que la del cuerpo y la de los sentidos.

En fin, hay que tener mucha cuenta en no buscar en la oración los consuelos sensibles por ellos mismos, es decir por una especie de gula espiritual. El que ama a Dios no por Él sino por el consuelo sensible que recibe o espera recibir, anda fuera de orden. Porque primero se ama a sí y después a Dios, como a cosa inferior a sí. Orden trastornado es ése y perversión más o menos conocida. Abuso grande es, de lo más santo, y por ahí queda la puerta abierta a todas las tentaciones.

Los deleites espirituales, buscados en sí mismos, despiertan las pasiones dormidas en nuestro corazón de carne, y, en lugar de seguir la ruta que los santos han seguido, insensiblemente se va cayendo por la pendiente por la que se han dejado arrastrar los falsos místicos, los quietistas particularmente. “Corruptio optimi pessima” (la corrupción de lo mejor es lo peor), la peor corrupción es aquella que destruye en nosotros lo mejor que poseemos, el amor de Dios, desfigurándolo y falseándolo totalmente. Nada hay más alto en la tierra que la verdadera mística, que no es otra cosa que el ejercicio eminente de la más depurada virtud, la Caridad, y de los dones del Espíritu Santo que la acompañan. Como tampoco hay cosa peor que la mística bastarda y falsa, que el falso amor de Dios y del prójimo, que no tiene de verdadero sino el nombre y se le parece, como el falso diamante imita al verdadero. San Juan nos amonesta (I Jn 4, 1): “Queridos míos, no queráis creer a todo espíritu, sino examinad los espíritus si son de Dios. Para no enredarse en ilusiones, es necesaria la humildad y la pureza de corazón. Se puede decir que toda la doctrina de Nuestro Señor sobre la mortificación de la sensualidad, se resume en estas palabras: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

Pero hay otra mortificación sobre la cual insiste mucho el Evangelio, y es la de la irascibilidad, que es otra forma de desorden de la sensibilidad que, como hemos visto, se divide en concupiscible e irascible.

(*) Extracto del libro “Las tres edades de la Vida Interior” del Padre Garrigou-Lagrange O.P. 

martes, 19 de febrero de 2019

RESISTE LA LUJURIA CUANDO LA TENTACIÓN COMIENZA, NO DEJES QUE ÉSTA AVANCE




Aunque el vicio de la lujuria es tan poderoso para pervertir a las almas; la divina bondad ha preparado auxilios y remedios para que se preserven o se curen de su pestilente contagio, si los pecadores cooperan poniendo de su parte lo que les toca.

Uno de los medios que señalan los santos Doctores es resistir la tentación a los principios (es decir, cuando ésta empieza). Las tentaciones nacen las más veces de la carne regalada, briosa y desenfrenada; otras, aunque esté débil y mortificada, vienen del demonio que las suscita, como en san Benito y en san Jerónimo; otras del trato y comercio del mundo con los mil incentivos que en él reinan. Pero, sea cual fuese la causa de las tentaciones impuras, el primer remedio y muy oportuno es resistir a los principios (al comienzo de la tentación). San Gregorio, Papa, enseña que la tentación comienza con la sugestión, de la cual sigue la delectación, que se consuma en el consentimiento; y el remedio más conveniente es cerrar la puerta a la sugestión, para que no pase adelante. Cuando el enemigo es pequeño, dale muerte, dice san Jerónimo, y de este modo la tentación se extirpará en su simiente. La medicina dada a tiempo, aprovecha y cura; fuera de tiempo poco o nada vale, de ahí aquel aforismo tan verdadero en las enfermedades del alma, como en las del cuerpo: “Resiste a los principios, tarde se previene la medicina, si el mal ha cobrado fuerzas con la dilación.” El Espíritu Santo dice: De una sola chispa el fuego recrece (Eccles. XI, 34); y santo Tomás observa que un mismo pensamiento, sin reprimirse, puede producir un completo incendio.

San Cipriano enseña que “se ha de hacer frente a las primeras tentaciones, ni fomentarse la culebra hasta que se transforme en serpiente”; y el Abad Ruperto, como insistiendo en la misma figura, explica que “la cabeza de esta serpiente es la primera sugestión del pecado, la delectación es el cuerpo, y el consejo la causa; por lo cual el golpe debe dirigirse a la cabeza.” Por eso conjurando el santo abad Pacomio al demonio, que se le apareció en forma sensible, respondió éste: “Si cuando ostentamos, comenzáis a dar entrada a nuestras titilaciones, y prende en vuestra alma la sugestión, luego os ponemos mayores incentivos; más si resistís en los principios, y no nos dais entrada, nuestras fuerzas flaquean y nos desvanecemos como el humo.”

R. P. FR. ANTONIO ARBIOL

sábado, 5 de agosto de 2017

¿LOS PECADOS CONTRA LA PUREZA SON INSUPERABLES?


Aunque algunos necios digan que es absolutamente imposible resistir las tentaciones de la carne, se engañan, y no dicen verdad; si bien es cierto que ninguno puede ser continente y casto si Dios no lo concede, en cambio si se le invoca y se le pide su ayuda es realmente posible. Y tan es así que el Apóstol san Pablo contradice lo que afirman esos necios, y es de fe católica, que Dios es fiel, y no permitirá que ninguno sea tentado más de lo que pueda tolerar asistido de su divina gracia (Cor. X, 13). La oración constante, la frecuencia de los sacramentos, tener siempre en consideración que estamos bajo la presencia de Dios y la huida de las ocasiones de pecado, son esenciales en esta batalla. El Espíritu Santo dice: Acuérdate de los novísimos (los novísimos son cuatro: muerte, juicio, infierno y cielo) y jamás pecarás (Eccles. VII, 14); y en consecuencia, con la ayuda de Dios, la tentación, por viva que sea, siempre puede resistirse.

De tres causas, dice san Buenaventura, suele proceder que las tentaciones contra la pureza (pensamientos, deseos, miradas y acciones) suban mucho de punto, de tal modo que lleguen a parecer -aparentemente- insuperables:

La primera es, si nuestro pensamiento no se aparta, ni la imaginación advierte de la idea torpe que se le representa. Si la representación indigna va y viene una y otra vez, remueve las pasiones que a manera de un fuego, encienden la sangre, y aumentan la tentación de un modo que parece no ser posible el resistirla. El remedio, es, pues, desviar prontamente la imaginación a otra cosa, aunque sea natural o indiferente; al alejar la mente de la tentación se verá por experiencia que calma su fiereza, al no pensar y regordearse en ella. Pero mientras la imaginación no cesa, la tentación camina siempre en aumento.

La segunda causa de la vehemencia de estas tentaciones suele provenir de un sutil y pernicioso engaño que el demonio persuade a gente timorata, que nunca se ha manchado con lo abominable de esos vicios, que el deleite es sumo y grandemente apetecible; y que una vez experimentado, saciará para siempre. Esta tentación se funda en un horrible engaño del demonio, claramente falso; porque, como la experiencia lo demuestra, el pecado lejos de saciar, enciende un furor horrible, que exige nuevas culpas, y más y más, y que hace a la lujuria, en cualquiera de sus formas, insaciable y la convierte en un vicio del que difícilmente se sale; y por otra parte los deleites abyectos, dado que son vivos e intensos, ¡pero son tan infames! ¡tan momentáneos! ¡tan asquerosos! llenan al alma de tan negros remordimientos, que no deben de probarse jamás.

La tercera causa de crecer tanto las tentaciones de esta especie, es porque muchas almas no están bien resueltas a despreciarlas y quitarlas, y arrojar lejos a Satanás, y así se pierden. Fíanse en que es cosa leve lo que hacen, y engáñanse, y así vienen a perecer miserablemente. El remedio es una resolución firme, firmísima, de morir antes que pecar, y a consecuencia de ella, evitar todas las ocasiones (y peligros) por pequeñas e inofensivas que aparentemente nos parezcan, pues el demonio buscará persuadirnos de que no constituyen peligro.

No nos dejemos cerrar el cielo por nuestros pecados o por amoldar nuestra mente a la sociedad en la que vivimos con su secularismo y materialismo. Los pecados contra la pureza son los que más almas llevan al infierno, nos advierte la Virgen en Fátima. No incurramos en ellos. Y si se tiene la desgracia de vivir atrapado en vicios contra la virtud de la Castidad, tengamos claro que siempre es posible salir de ellos con la ayuda de Dios, la oración*, la frecuencia de los sacramentos y la huida de las ocasiones de pecado, teniendo siempre presente que Dios nos ve en todo lugar y momento.

 ¡Con determinación demos la batalla! La vida es una lucha viril contra nosotros mismos y contra nuestras malas inclinaciones. El genuino hombre domina y controla sus pasiones como el jinete a la bestia. Y si ocasionalmente llega a ser tumbado, se levanta y monta de nuevo con mayor determinación, pues la castidad es una cualidad para verdaderos hombres.



*NOTA: El Rosario y la devoción a las tres avemarías diarias (como se explican AQUÍ) son de gran utilidad.
Ver también (haz clic): ¿ADICTO A LA PORNOGRAFÍA? 12 PASOS PARA LIBERARSE

lunes, 25 de abril de 2016

EL DEMONIO MUDO DE LA IMPUREZA



Discípulo. —Padre, no hace mucho ha nombrado Ud. al demonio mudo; ¿qué es eso del demonio mudo?

Maestro. —Es el demonio de la impureza o deshonestidad. Jesús mismo lo llamó así en el Santo Evangelio.

D. — ¿Qué cosa es impureza o deshonestidad?

M. —Son todos los pecados prohibidos en el sexto y noveno mandamientos, es decir, las acciones, las miradas, palabras o deseos malos y la infidelidad y malicia en el matrimonio.

D. — ¿Es pecado muy grave el de la impureza?

M. — Es gravísimo y abominable a los ojos de Dios y de los hombres. Rebaja a quien lo comete a la condición de los brutos, es causa de muchos otros pecados y provoca los más terribles castigos, tanto en esta vida como en la otra.

La Sagrada Escritura designa al pecado impuro con los nombres más infames: “delito pésimo, cosa detestable, cosa horrible, maldad innominable”. San Pablo declara expresamente: Que ni los muelles, los que pecan a solas; ni los fornicadores, los que pecan con otra persona: ni los adúlteros, los que son infieles al matrimonio, irán al Paraíso.

D. — ¡Pobres de nosotros! Es preciso ir alerta.

M. —Ciertamente. Los Santos Padres están concordes en decir que la impureza es el pecado que mayor número de personas arrastra al infierno.

D. — ¿De veras?

M. —Sí, por cierto. San Agustín afirma: así como la soberbia ha poblado el infierno de ángeles rebeldes, así la deshonestidad lo llena de hombres. Y San Alfonso añade, que todo cristiano que se condena, se condena o por deshonestidad, o entra allí manchado también con ese feo pecado.

D. — ¿Cuál será la causa de ello?

M. — Son dos los motivos principales: Primero, porque los pecadores de la deshonestidad se encuentran fácilmente; Segundo, porque quien a ellos se habitúa, difícilmente se enmienda.

D. — ¿Por qué se cometen con tanta facilidad?

M. — No debe creerse que los pecados de deshonestidad consistan tan solamente en la fornicación, adulterio y otras enfermedades por el estilo; éstos son los más graves. Para pecar mortalmente contra la pureza, bastan las miradas lascivas, las lecturas obscenas, las canciones impúdicas, los gestos y las palabras de doble sentido, los galanteos licenciosos, los actos deshonestos y hasta los pensamientos y complacencias internas y los deseos impuros cuando son deliberadamente consentidos.

D. — Y ¿por qué son tan difíciles de corregir?

M. — Porque, frecuentemente, un pecado llama a otro pecado, una impureza a otra impureza, hasta que en breve se forja una cadena que ya no se rompe nunca. También aquí puede decirse ¡Ay del que comienza!

D. —Así ha de ser. Mas la confesión, ¿no sirve para nada? ¿No basta para romper esa cadena?

M. —La confesión siempre es un medio poderosísimo, cuando se hace bien; más aquí está el peligro, el engaño del demonio mudo, que procura amordazar la lengua, para que se callen o se confiesen mal estos pecados, como antes hemos visto.

D. — ¡Ah! Si los que caen en estos pecados se confesasen siempre bien; ¿no es verdad, Padre, que pronto se corregiría de la deshonestidad? La confesión tendría en ellos virtud suficiente para contrarrestar sus perversas inclinaciones.

M. — Exactamente. El demonio mudo, es amigo de las tinieblas, la confesión aporta la luz al alma y la luz ahuyenta los pecados.

D. —Entonces, ¿es que la misericordia de Dios abandona al pecador deshonesto?

M. —No, precisamente es lo contrario. Dios no abandona al pecador deshonesto, sino que éste abandona a Dios, o porque no piensa en El, o lo que es peor, despreciándole como hemos visto anteriormente; por lo cual a la deshonestidad se le apellida madre de la impenitencia final; y así es dicho de los santos que “vida deshonesta, muerte impenitente”.

D. — ¿Por qué será la madre de la impenitencia final?

M. —Porque los moribundos deshonestos, generalmente, no se confiesan. Los tales, o no quieren confesarse, o no se resignan a dejar el pecado, o no se arrepienten como debieran.

D. — ¿Hasta en aquella hora suprema?

M. —Sí, aún entonces. Prefieren perder el Paraíso e irse al infierno antes que confesarse debidamente.

Martín Lutero era monje agustino a causa de un amor impuro abandonó el convento, se rebeló contra la Iglesia, fundó el protestantismo, y con su vida rota, dio los más graves escándalos.

Bien entrada la noche se hallaba una vez al balcón de una posada con su compañera de pecado, Catalina Bora. El cielo estaba limpio y miríadas de estrellas centelleaban alegremente: Ella, tal vez asqueada de aquella vida de remordimientos, de repente, vuelta a Lutero, le dice: “¡Mira, Martín, cuan bello es el cielo!” A estas palabras, Martín, recostando su cabeza sobre Catalina y exhalando un profundo suspiro, exclama: “¡Sí, Catalina, bello es el cielo, pero no es para nosotros!” — ¡Desgraciado! Sentía perder el Paraíso y acercarse el infierno, pero confesaba su imposibilidad de salir de aquel atolladero, y poco después moría en aquella misma posada con señales de la más terrible desesperación y tragándose sus propios excrementos. Vida deshonesta, muerte impenitente.

Teodoro Beza, sucesor de Calvino, y corifeo de la reforma protestante, atacado de una mortal enfermedad, fue visitado por San Francisco de Sales, que con su celo apostólico intentó por todos los medios a su alcance inducirlo a abjurar el error, entrar de nuevo a la Iglesia Católica y disponerse a una muerte cristiana.

Lloraba Teodoro al oír las fervorosas exhortaciones del Santo Obispo, más de vez en cuando suspirando decía: ¡Imposible! —Finalmente, insistiendo el Santo por saber el porqué de aquella palabra “imposible”, Teodoro, haciendo un esfuerzo supremo, apoyándose sobre uno de sus codos, retiró la cortina que ocultaba una alcoba y señalando a una mujer allí escondida, dijo: “He aquí el porqué de mi imposibilidad de convertirme y de salvarme”. La muerte y el infierno antes que dejar el pecado.

En la ciudad de Espoleto, vivía una joven bien parecida, pero de muy disolutas costumbres, entregada en absoluto a la vanidad y a los bailes.

Avisada diferentes veces para que se corrigiese, siempre despreciaba orgullosamente las caritativas amonestaciones, pagándolas con locas burlas. Su propia madre, complacida de la hermosura y desenfado de su hija, gozaba de verla cortejada de muchachos amantes y dejaba correr las cosas, con la esperanza de que pasado el fervor de la juventud entraría alguna vez en juicio.

¡Oh ciega y desaconsejada madre, que por no corregirla engañas a tu propia hija y la dejas correr hacia el deshonor y la ruina! ¿Qué sucedió?

Enfermó gravemente aquella desgraciada hija. Algunas personas respetables del vecindario que iban a asistirla le exhortaban a que llamase al sacerdote, recibiera los Sacramentos, y se preparase para la muerte. Pero la miserable, obstinada decía: “¿Cómo, yo tan joven, tan hermosa, he de morir? ¡Imposible!, ¡yo no quiero morirme!” Llegó por fin el sacerdote; éste a su vez le conjuraba a que tuviera juicio, que sé encomendase a María Santísima, que le podría sorprender la muerte... “Qué muerte ni qué ocho cuartos... Yo he de sanar...No he de morirme, no quiero”.

Al fin viendo que tanto le insistían, y notando que le iban faltando las fuerzas, en un esfuerzo supremo exclamó llena de rabia: “Bien, si es así que me he de morir, ven tú, ¡oh diablo, y llévate mi alma!” Cubriéndose la cara con la sábana, murió desesperada. “Vida deshonesta, muerte desesperada”.

Escucha esto último y horroricémonos.

Un caballero de malas costumbres tenía consigo desde algún tiempo atrás una muchacha tan malvada como él. A quien le hablaba de despedirla le confesaba con un desdeñoso “no puedo”. Pero vínole la muerte y se encargó de hacerlo. Enfermó de gravedad el desgraciado caballero, y en los últimos momentos, vino un sacerdote a prepararle para el terrible paso a la eternidad. Con tanta caridad le trató, que el enfermo muy compungido le dijo: “Con mucho gusto, aun cuando he llevado una vida tan escandalosa, quiero morir bien con una santa confesión”.

— ¿Queréis, pues recibir los Sacramentos como pertenece a un buen cristiano?

— Con mucho gusto los recibiré, si usted se digna administrármelos.

Mas para esto es preciso que antes despidáis a aquella joven, ocasión de vuestros pecados.

— ¡Ah, Padre, eso sí que no puedo hacerlo!

— Y ¿por qué no podéis? Podéis y debéis hacerlo, mi caro señor, si queréis salvaros.

— ¡Digo que no puedo!

— Pero, ¿no comprendéis que la muerte que tenéis tan cerca, tiene que quitárosla, por la fuerza?

— ¡No puedo, Padre, no puedo! De esta forma, ni yo puedo absolveros, ni administraros los sacramentos, perderéis el Paraíso y os precipitaréis en el infierno.

— ¡No puedo!

–– ¿Es imposible que no os resolváis a cambiar de parecer? Pensad en vuestro honor y estima, si morís. “No puedo”, repite por última vez el desgraciado, y asiéndola del brazo, la acerca a sí y abrazándola con vehemencia, entre aquellos impuros brazos, exhaló su alma impura. “Vida deshonesta, muerte impenitente”.

D. —Tremendo, pero justo castigo de Dios. ¿Será posible, Padre, que no se pueda abandonar el pecado?

Cuenta San Agustín que cierto hombre, por más que se le avivase, rogase y conjurase a que abandonase una casa, que con grande escándalo frecuentaba, jamás se le pudo inducir a ello, diciendo que no podía de ninguna manera. Cierto día corrió que en aquella misma casa le sobaron la badana (N. de la R.: significa que le dieron una paliza) de lo lindo.

¿Lo creerás? No volvió a aquella casa; desapareció como por encanto, la pretendida imposibilidad, y en lo sucesivo, ni siquiera pasaba por delante de la casa.

“Quod non facit Dominus, concluye el Santo, facit baculus”.

Lo que Dios no hizo, ni el amor de su alma, lo consiguió el palo.

D. — ¡Qué buen medio, Padre, para quitar a muchos la imposibilidad de abandonar los pecados y sus ocasiones! ¡Qué sermón tan eficaz sería el del palo!

CONFESAOS BIEN

Pbro. José Luis Chiavarino


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miércoles, 29 de abril de 2015

"LAS DISCOTECAS SON OCASIÓN PRÓXIMA DE PECADO": MONSEÑOR AGUER

AUMENTA LA «MODA DEL BOLICHE» EN ARGENTINA


El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, ha decidido hablar sobre un tema «un poco duro» como es la «moda del boliche» (discotecas) tras haber estado confesando a un grupo de jóvenes y dijo haber llegado a la conclusión de que esa moda «es una ocasión próxima de pecado». Una moda que afecta de forma más peligrosa a los adolescentes, que cada vez participan de la misma a edad más temprana.
28/04/15 
Habla con claridad, algo inusual
hoy en día.
InfoCatólica. «Esta expresión que acabo de pronunciar asusta un poco. Digo ocasión próxima de pecado porque uno se mete en eso, participa y hay más posibilidad de hacer alguna macana», advirtió en su reflexión en el programa Claves para un Mundo Mejor
«Yo escuchaba a chicos y chicas buenísimos que se confesaban, pero sin embargo destacaban que cuando iban al boliche se convertían en otras personas. Hay una especie de moda que presiona sobre los chicos, especialmente sobre los adolescentes, cada vez más temprano», agregó. 

Responsabilidad de los padres

El prelado recomendó a «los padres, los padres cristianos especialmente, tienen que cuidar a sus hijos, hablarles con claridad acerca de las cosas fundamentales porque lo que yo veo en esa agitación y, a veces, excitación del boliche, es que se pierde el sentido de la vida, hay un vacío fenomenal allí. Entonces, esos chicos se convierten en otra cosa, en otra persona». 
Asimismo, dijo que eso le recordaba «una frase de Freud que decía que detrás del placer se agazapa siempre el peligro de la muerte, el sentido de la muerte, la atracción de la muerte. Y fíjense las cosas que ocurren, como las riñas a la salida de los boliches todo el tiempo y a veces hasta empiezan dentro también». 

Pérdida de la inocencia

Abundan las drogas y los "ligues" para sexo ocasional.
El alcohol rompe el pudor y el recato. Dentro y fuera de

 la discoteca. Y alcohol es lo que  sobra. Muchos padres
 de familia parecen ignorar todo esto. ¿Ingenuidad o
 irresponsabilidad?
«Muchas veces chicos inocentes pierden la inocencia, conozco casos en que terminan fumando un cigarrito de marihuana además de pasarse con la cerveza. ¿Ustedes creen que esas cosas no dejan huella? ¿Cómo no va a dejar huella? ¿Cómo se va formando la personalidad de esos chicos? ¿Cómo ellos pueden ir como plasmando un sentido de la vida? Parece que esa felicidad pasa inmediatamente y no queda nada, es una felicidad momentánea», comentó. 
Monseñor Aguer consideró que aún dejando «entre paréntesis el problema moral, aquí hay un problema humano, de formación del varón y de la mujer. Esas experiencias tempranas, no se engañen, dejan huellas, huellas malas, y nosotros tenemos que cuidar a esta generación, los padres tienen que cuidar a esta generación porque de esto depende el futuro del país y de la sociedad». 
«Los padres tienen que explicarles muy bien de qué se trata porque hay miles de maneras de divertirse y de divertirse bien, de reunirse con amigos, de bailar en las casas, o tantas otras cosas. ¿Les parece que estoy diciendo una antigualla? Pues no lo creo, en cambio creo que estoy adelantándome al futuro, estoy adelantándome a lo que puede ocurrir. Yo no lo veré, pero quisiera ver que pasará dentro de 20 o 25 años. Les dejo esto para que ustedes piensen, pero también les digo que no piensen mal de mí, no soy un troglodita», concluyó.