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viernes, 4 de febrero de 2022
jueves, 27 de mayo de 2021
miércoles, 19 de mayo de 2021
FUNESTO DESCUIDO
Lo es, y lo es en grado sumo, el de muchas familias con sus enfermos, a quienes no disponen convenientemente, en caso de gravedad, para recibir los santos sacramentos.
Proporcionar los últimos socorros de la religión a los enfermos es, no sólo un acto de caridad meritoria a los ojos de Dios, sino también un deber sagrado que no se infringe sin incurrir en una responsabilidad terrible. Si uno se hace culpable de homicidio cuando deja morir de hambre a su semejante, ¿qué nombre dar al crimen horroroso de dejar perecer un alma por no suministrarle los auxilios de nuestra santa Religión?
Y, sin embargo, ¡cuántas veces nos muestra la experiencia que se comete este crimen aun por familias católicas! Sea por quiméricos terrores o sea por una inexcusable debilidad, se llama al sacerdote lo más tarde posible y a veces cuando el enfermo está ya destituido de los sentidos. No hablamos aquí de las familias que esperan ex-profeso a que el enfermo entre en agonía y que hacen de la religión una vana formalidad de pura conveniencia. ¡Apartemos la vista de tanta indignidad! Hablamos de esas familias, en las que aún queda bastante fe para considerar los sacramentos como cosas santas, para desear que los enfermos los reciban con disposición cristiana y en las que, sin embargo, no se les habla de confesarse sino después que se ha perdido toda esperanza de curación. ¿Y qué sucede a menudo en este caso? Se vacila todavía, se dilata el momento; los terribles síntomas se declaran; entonces se apresuran, corren en busca de un sacerdote, pero llegan tarde ¡todo ha concluido! ¡No permita Dios que seáis tratados así en vuestra última hora!
Pero, ¿qué es lo que detiene en el cumplimiento de esta misión sagrada? — “No me atrevo a hablarle de un sacerdote”, decís, “temo asustarle”. —Y aun cuando se asustase, ¿preferís exponer su alma a la condenación eterna o a una larga expiación, en el purgatorio? ¡Asustarle! Pues si durmiese al borde de un abismo o en una casa invadida por las llamas, ¿vacilaríais en despertarle por no asustarle?
Decís, que llamaréis al sacerdote, cuando el enfermo lo pida. ¿Pero ignoráis, que rara vez se dan cuenta los enfermos de su gravedad? Vuestro es el deber de preparar al enfermo, para que reciba a tiempo los auxilios religiosos. Acudid con tiempo a vuestra parroquia o al sacerdote conocido, que os facilitará el cumplimiento de este grave deber.
Desterrad de vuestra mente la falsa preocupación de que el enfermo se asustará si le habláis de sacramentos.
La experiencia enseña, que el enfermo sabe, que el sacerdote viene a llenar a su lado el más dulce y benéfico de todos los ministerios, a purificar y consolar su alma, a traerle, en fin, en medio de las más crueles angustias, la paz y la dulzura de Jesucristo.
La primera diligencia que se ha de hacer cuando se advierta que un enfermo está de peligro, es llamar al párroco o al confesor, para que le administre los sacramentos de la Penitencia, Eucaristía y Extremaunción y le aplique la indulgencia plenaria en el artículo de la muerte (pocos, muy pocos conocen esta gran gracia. Exígela al sacerdote. Entérate haciendo clic aquí:
Nota: En algunos países existen ligas, cuyos adherentes se comprometen a avisarse mutuamente en caso de enfermedad grave, para recibir a tiempo los auxilios espirituales. ¿Por qué no podrían establecerse, también aquí entre nosotros? O bien, comprometerse mutuamente a ello con dos o tres familiares. Otro aspecto a considerar es estar siempre en gracia santificante (confesado) antes de cualquier operación, aunque el riesgo sea bajo. No olvidemos que los mandamientos de la santa Madre Iglesia obligan a la Confesión cuando menos una vez al año (minimum minimorum) o si existe peligro de muerte. Por último, hay que constatar que el enfermo tenga siempre puesto su escapulario y si no se la ha impuesto, solicitarle al sacerdote que lo atiende que lo haga. Todo católico debería portarlo siempre.
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¡Oh Madre de Piedad, escuchad benigna las súplicas de las familias cristianas, para que ninguno muera en sus hogares sin haber recibido El Santo Viático!
Nota: Este post ya lo habíamos publicado hace varios años, pero en tiempo de pandemia es necesario recordar esto.
miércoles, 17 de marzo de 2021
sábado, 29 de abril de 2017
miércoles, 30 de noviembre de 2016
HORIZONTES BAÑADOS DE INFINITUD
SOBRE LA TRAGEDIA AÉREA
El mundo amaneció (el 29 de noviembre) con la trágica noticia del accidente aéreo que ha cobrado la vida de, hasta el momento, 76 personas. En la aeronave viajaba el equipo brasileño de fútbol ‘Chapecoense’. Se dirigían hacia la ciudad de Medellín en donde disputarían los primeros 90 minutos de la final de la copa sudamericana de fútbol ante el Atlético Nacional.
* Aprovecha el día
**Guía adelante, (hacia lo profundo).
Fuente
El mundo amaneció (el 29 de noviembre) con la trágica noticia del accidente aéreo que ha cobrado la vida de, hasta el momento, 76 personas. En la aeronave viajaba el equipo brasileño de fútbol ‘Chapecoense’. Se dirigían hacia la ciudad de Medellín en donde disputarían los primeros 90 minutos de la final de la copa sudamericana de fútbol ante el Atlético Nacional.
Alguien me decía hace unos momentos, a propósito de esta tragedia, ¿Por qué pasan estas cosas? Bueno, pasan porque la vida humana sobre la tierra es breve, fugaz, pasajera e impredecible. Hoy estamos, mañana no lo sabemos. Lo único seguro en este barro terrenal es que moriremos, pero cuándo, cómo y dónde, no lo sabe nadie, excepto Dios.
Y es que precisamente existe una doble mirada sobre estos acontecimientos, y en general sobre toda la vida humana. Una es la mirada que podríamos llamar naturalista, que es una mirada finita, intrascendente, limitada, terrena, desesperanzada. Surge del hecho de considerar la realidad humana como contenida por completo dentro de los límites de lo material, en el sentido más elemental de ese término. Se ve entonces la vida como un instante suspendido entre dos nadas: la nada de donde venimos y la nada hacia donde nos dirigimos.
Es una visión empobrecida de la realidad humana, que no puede menos que conducir a la desesperación, y que durante el instante fugaz en que al parecer consiste nuestro paso por la tierra, no produce como fruto más que una existencia sin sentido, sin significado, sin sustancia, una mera carrera contra el tiempo por ‘gozar’ lo más posible, sufrir lo menos y llegar al sepulcro con el estómago satisfecho para no tener mucho que lamentar. Actitud que bien resume ese antiguo adagio latino que invita a gozar del momento presente, pues no hay otro: ¡Carpe diem!*
Afortunadamente no es esa la única alternativa ante el espectáculo de la insuficiencia humana y de la fugacidad de su existencia. Está la mirada del que se sabe criatura, salido de las manos de un Creador que es no solo omnipotente y sabio, sino igualmente padre amoroso y Dios de misericordia y perdón. Así las cosas la existencia humana ya no es un instante fugaz suspendido entre dos nadas, sino un instante, sí, pero salido de las manos de un Dios y que tiene en ese padre de amor y misericordia su final, que al mismo tiempo es su verdadero comienzo. Con esto cambia del todo el panorama, pues de naturalista que era la mirada sobre la vida humana, sobre sus idas y venidas, se hace predominantemente sobrenatural, se le mira “sub specie aeternitatis”, es decir, bajo una mirada de eternidad. Por lo mismo nuestra mirada ya no es finita, encerrada en los estrechos límites de una materialidad ciega, sorda y muda, sino que se abre generosa y esperanzada hacia horizontes bañados de infinitud, cuyo destino no es el vacío silencioso del sepulcro, sino la dicha de ver cara a cara eternamente a Aquél por cuyo amor somos y somos lo que somos, en una espiral interminable de felicidad, plenitud y gloria.
Muchos hoy optan por la primera mirada, encuentran quizá en ella un modo de vida que les procura cierta comodidad temporal, y ellos les basta y les sobra. Diríamos que son almas de mirada corta, águilas que se creen gallinas, y no vuelan para no perder la comodidad del gallinero. Son legión.
A pesar de ello, siempre han existido, existen y existirán almas de mayor generosidad, de mirada más alta, de alcances trascendentes, que han escuchado el llamado del Nazareno y han decidido aceptar su invitación:
¡Duc in altum!** (Lucas 5, 4)
¡Ve más allá! ¡No te quedes en la orilla del lago, enamorado de la aparente seguridad de sus playas!
Dios nos conceda a todos aceptar esa invitación y mirar siempre más allá, hacia lo alto, lejos del alcance de la desesperación y del vacío.
Una oración por las almas de los futbolistas fallecidos (y las de la tripulación y los demás pasajeros). Para Dios no hay tiempo:
Ave Maria, gratia plena, Dominus Tecum.
Benedicta Tu in mulieribus, et benedictus
fructus ventris Tui, Iesus. Sancta Maria, Mater
Dei, ora pro nobis peccatoribus, nunc, et in ora
mortis nostræ. Amen.
Leonardo Rodríguez V.
* Aprovecha el día
**Guía adelante, (hacia lo profundo).
Fuente
jueves, 10 de julio de 2014
martes, 21 de enero de 2014
EL QUE TE CREÓ SIN TI, NO TE SALVARÁ SIN TI
COMBATAMOS LOS PECADOS DE PENSAMIENTO Y DESEO, PARA PODER ELIMINAR LOS PECADOS DE PALABRA, ACCIÓN Y OMISIÓN.
“Hijo mío, el destino que Dios tiene para ti y para todos, es el Cielo, pero, aunque Jesucristo ya pagó por nuestra salvación, el Cielo depende de ti y depende de mí. Por eso, cuida siempre lo que piensas, porque tus pensamientos se volverán palabras. Cuida tus palabras porque estas se convertirán en tus actitudes. Cuida tus actitudes porque, más tarde o más temprano, serán tus acciones. Cuida tus acciones que terminarán transformándose en costumbres. Cuida tus costumbres, porque ellas forjarán tu carácter. Finalmente, cuida tu carácter porque esto será lo que forje tu destino.”
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Las malas acciones tienen su origen en un mal pensamiento o un mal deseo que no se combatió a tiempo. El pecado se inicia en el mal pensamiento consentido que en sí mismo ya constituye una falta. |
Un día un joven le preguntó a un hombre muy sabio si es cierto que Dios ha fijado un destino para cada ser humano y que, según esto, no importaría lo que hagamos o dejemos de hacer, pues unos irían al Cielo y otros al Infierno. El sabio se quedó pensando por unos momentos y le dijo al joven:
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Nadie se condena sin culpa personal. Cada individuo es responsable de su destino eterno. La fe y las buenas obras ganan el Cielo. |
En relación a esto, San Pablo afirma: “al final cada uno cosechará lo que ha sembrado.” (Gálatas 6, 7) Y añade: “Así que no quiero correr sin preparación, ni boxear dando golpes al aire. Castigo mi cuerpo y lo tengo bajo control, no sea que después de predicar a otros yo me vea eliminado.” (I Corintios 9, 27).
Que en este comienzo de año tomemos la decisión de ser mejores cristianos sabiendo que, si así lo hacemos, un día nuestra será la corona de la Victoria, que es el Cielo.
Que en este comienzo de año tomemos la decisión de ser mejores cristianos sabiendo que, si así lo hacemos, un día nuestra será la corona de la Victoria, que es el Cielo.
P. Nuñez
miércoles, 23 de octubre de 2013
ANGUSTIAS DE LOS MORIBUNDOS QUE DESCUIDARON SU SALVACIÓN por San Alfonso María de Ligorio
- ESTE ARTÍCULO PUEDE LLEGAR A SALVAR TU ALMA ETERNAMENTE ¡NO DEJES DE LEERLO!
Para sorprender a Jesucristo los Fariseos en lo que hablase, y acusarle después, enviaron a preguntarle un día, si era o no era lícito pagar el tributo al César. A lo cual el Señor, conociendo su refinada malicia, respondió: “¿De quién es esa imagen grabada en la moneda? Del César respondierónle los enviados. Pues dad al César lo que es del César -replicó Jesucristo, y a Dios lo que es de Dios”.
Con estas palabras quiso enseñarnos, que debemos dar a los hombres lo que les es debido: pero que quería para sí todo el amor de nuestro corazón, puesto que para esto nos creó, y por esta misma causa nos impuso el precepto de amar a Dios sobre todas las cosas: Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo. ¡Ay de aquél, que vea a la hora de la muerte, que ha amado a las criaturas y sus gustos, y ha descuidado amar a Dios! Porque enmedio de las angustias que entonces le cercarán, buscará la paz y no la hallará: Angustia superveniente, requirent pacem, et not erit, (Ezech. VII, 25). Y ¿cuáles serán estas angustias que le han de cercar y atormentar? Escuchadlas: entonces dirá el infeliz moribundo:
Con estas palabras quiso enseñarnos, que debemos dar a los hombres lo que les es debido: pero que quería para sí todo el amor de nuestro corazón, puesto que para esto nos creó, y por esta misma causa nos impuso el precepto de amar a Dios sobre todas las cosas: Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo. ¡Ay de aquél, que vea a la hora de la muerte, que ha amado a las criaturas y sus gustos, y ha descuidado amar a Dios! Porque enmedio de las angustias que entonces le cercarán, buscará la paz y no la hallará: Angustia superveniente, requirent pacem, et not erit, (Ezech. VII, 25). Y ¿cuáles serán estas angustias que le han de cercar y atormentar? Escuchadlas: entonces dirá el infeliz moribundo:
Podía haberme hecho santo y no lo hice. Punto 1º
¡Ah, tuviese yo ahora tiempo de enmendar mi error! Punto 2º
Pero éste ya no es tiempo de remediarlo… Punto 3º
PUNTO 1
PODÍA HABERME HECHO SANTO Y NO LO HICE
1. Como los santos en toda su vida no piensan en otra cosa que en dar gusto a Dios y hacerse santos, esperan con gran confianza la muerte, que los libra de las miserias y de los peligros de la vida presente, y los une perfectamente con Dios. Pero, el que no piensa sino en satisfacer sus propios apetitos, y en vivir cómodamente, sin encomendarse a Dios, y sin acordarse de la cuenta que debe darle un día, ¿cómo ha de poder esperar la muerte con tranquilidad? ¡Qué dignos de compasión son los pecadores! Ellos lanzan de sí la idea de la muerte cuando la tienen cerca, y solamente piensan en vivir alegremente como si nunca hubiesen de morir; no tienen presente que a cada uno ha de llegar su fin: Finis venit, venit finis (Ezech. VII, 2). Y cuando éste llegare, cada cual cogerá aquello que sembró, como dice San Pablo: Quœ enim seminaverit homo, hœc et metet… (Gal. VI, 8 ). El que hubiere sembrado obras santas, cogerá premios y vida eterna: y el que hubiese sembrado obras malas, cogerá castigos y eterna muerte.
2. La primera cosa que se representará al moribundo, cuando se le anuncie la proximidad de la muerte, será la escena de la vida pasada, y entonces verá las cosas de una manera muy distinta de aquellas en las que veía cuando gozaba de buena salud. Aquellas venganzas que le parecían lícitas; aquéllos escándalos de que hacía poco caso; aquella libertad de hablar de cosas deshonestas o contra la fama del prójimo; aquellos placeres que tenía por inocentes; aquellas injusticias que creía eran permitidas, se le manifestarán entonces pecados y ofensas graves contra Dios, como lo eran realmente. Los hombres que cierran los ojos a la luz para no verla mientras viven, han de ver a pesar suyo a la hora de la muerte todo el mal que han hecho: Tunc aparientur oculi cæcorum (Isa. XXXV, 5). A la luz de la muerte verá el pecador y se irritará, como dice el real Profeta : Peccator videbit et irascetur (Psal. CXI, 10). Verá todos los desórdenes de su vida pasada; los sacramentos que despreció: las confesiones que hizo sin dolor y sin propósito de la enmienda; los contratos hechos contra el grito de la conciencia; las injusticias cometidas contra el prójimo en sus bienes, o en su reputación; las bufonadas deshonestas; los odios inveterados, y los pensamientos de venganza. Verá los ejemplos que pudo imitar, dados por las personas temerosas de Dios, y de los cuales se burló, calificando de hipocresía o de necedad los ejercicios de religión y de piedad. Verá las inspiraciones de Dios que despreció, cuando le llamaba por medio de los doctores y maestros espirituales, y tantas resoluciones y promesas que hizo y dejó de cumplir.
3. Verá especialmente, las depravadas máximas que siguió durante su vida, por ejemplo: es necesario conservar el honor, sin cuidado del honor de Dios: es preciso gozar cuando se presente la ocasión; sin reparar en que quizá estos goces eran otras tantas ofensas contra el Creador. ¿Qué papel hace en el mundo el pobre que no tiene dinero? Como si fuera mejor amontonar oro y perder su alma. ¿Qué hemos de hacer? puestos en el mundo, es menester que nos dejemos ver en él como la sociedad exige. De esta manera hablan los hombres mundanos mientras disfrutan de buena salud: pero mudan de lenguaje a la hora de la muerte, y reconocen la verdad de aquella máxima de Jesucristo: ¿De qué sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Matth. XVI, 26). En aquella hora fatal dirá el enfermo: ¡Ay de mí, que tuve tanto tiempo para arreglar los negocios de mi conciencia, y me encuentro al final de mi vida sin haberlos arreglado! ¿Qué trabajo me hubiese costado dejar aquella mala inclinación, haberme confesado cada semana, y haberme evitado las ocasiones de pecar? Y aún cuando esto me hubiese costado alguna incomodidad, ¿no debía yo haberla soportado para salvar mi alma? Pero ¡gran Dios! los pensamientos de tales moribundos que tienen turbada el alma, son muy semejantes a los de los réprobos, que tienen en el Infierno el dolor inútil de haber pecado porque la culpa fue la causa de su perdición.
4. Entonces no consuelan las diversiones pasadas, ni la pompa que ya no existe, ni las venganzas ejecutadas contra los rivales. Todas las cosas convertidas a la hora de la muerte en espadas, que traspasarán el corazón del pecador, como dice David: Virum injustum mala capient in interitu.(Psal. CXXXIX; 12). Mientras se goza de salud, desean los amantes del mundo banquetes, bailes, juegos y diversiones; pero a la hora de la muerte, todas estas alegrías se convertirán en llanto y tristeza, como dice Santiago: Risus vester in luctum convertetur, et guardium in mærorem.(Jac. IV, 9). Y por desgracia vemos que sucede esto muya a menudo. Enferma gravemente aquel joven brillante, que mantenía la conversación con sus agudezas, chistes y obscenidades. Sus amigos van a visitarle, y le encuentran terriblemente triste y afligido. Ya no se chancea, ni se ríe, ni habla; y si pronuncia algunas palabras, sólo manifiesta en ellas terror y desesperación. Entonces sus amigos: le dicen ¿qué tristeza se ha apoderado de tí? Es preciso estar tranquilo, porque esta disposición no vale nada. ¿Y cómo ha de estar tranquilo el infeliz enfermo, cuya conciencia está llena de pecados y de remordimientos, y que ve llegar el momento en que ha de dar cuenta a Dios de toda su vida pasada, cuando tiene tantos motivos de temer una sentencia de reprobación? Entonces exclamará: ¡Cuán necio he sido! Si yo hubiese amado a Dios, no me hallaría al presente cercado de angustias. Si yo tuviese tiempo de remediar mis desórdenes pasados, ¡cómo lo haría al presente!
PUNTO 2
¡AH, SI TUVIESE YO AHORA TIEMPO DE ENMENDAR MI ERROR!
5. ¡Ah, si tuviese tiempo de enmendar mi error! ¡Qué no haría yo ahora! Así hablará el mundano moribundo. Pero ¿cuándo pensará el desgraciado de este modo? Cundo se acabe el aceite de la lámpara de su vida y se mire a la puerta de la eternidad. Una de las mayores angustias que experimentan entonces los mundanos es considerar el mal uso que hicieron del tiempo, cuando en vez de atesorar méritos para el Paraíso, solamente los acumularon para el Infierno. ¡Si tuviese tiempo! Vas buscando tiempo después de que perdiste tantas noches jugando, tantos años dando gusto a tus sentidos, y tantas semanas maquinando venganzas, sin pensar un instante en tu pobre alma.
Ya no hay tiempo para ti, porque perdiste todo el que se te concedió: Tempus non erit amplius (Apoc. X, 6) ¿No te habían avisado ya los predicadores, que estuvieses preparado para la hora de la muerte, porque te sorprendería cuando menos pensases? Estad siempre prevenidos, dice Jesucristo por San Lucas (XII, 40), porque vendrá el Hijo de Dios a la hora que menos penséis. Con razón le dirá Dios entonces: Tu despreciaste mis amonestaciones, y perdiste el tiempo que mi bondad te concedía para merecer. Ahora ya no hay tiempo. Oye como el sacerdote que te asiste, intima ya que salgas de este mundo: Sal alma cristiana, de este mundo ¿Y a dónde ha de ir? A la eternidad. La muerte no respeta ni a los pobres ni a los monarcas; y cuando llega, no espera un momento, como dice el santo Job, por estas palabras: Tiene señalados los términos de su vida, más allá de los cuales no podrá pasar (Job. XIV, 5).
6. ¡Qué terror tendrá el moribundo al oír estas palabras, haciendo en su mente esta reflexión: Esta mañana estoy vivo y esta tarde estaré muerto. Hoy estoy en esta casa y mañana estaré en la sepultura. ¿Pero mi alma donde estará? Crecerá su espanto cuando vea preparar la candela, y oiga que el confesor dice a sus deudos, que salgan de aquel aposento y no entren más; se aumentará aún desmedidamente cuando el confesor le ponga el Crucifijo en las manos y le diga: Abrazaos con Jesucristo y no penséis ya en el mundo. El enfermo toma el Crucifijo y le besa; y entretanto tiembla de pensar en las muchas injurias que le ha hecho, de las cuales quisiera ahora tener un verdadero arrepentimiento: pero ve que el que tiene no es sincero, sino forzado por el miedo de la muerte que ve presente. Y San Agustín dice, que “aquél que es abandonado por el pecado antes que él le haya dejado, no le detesta libremente, sino movido de la necesidad”.
7. El engaño común de los hombres mundanos es, parecerles grandes las cosas de la tierra mientras viven, y pequeñas las del Cielo, como remotas e inciertas. Las tribulaciones les parecen insufribles y los pecados graves, cosas despreciables. Estos miserables están como si se hallasen encerrados en una habitación llena de humo, que les impide distinguir los objetos. Más a la hora de la muerte se desvanecen estas tinieblas y el alma comienza a ver las cosas como son en realidad. Entonces todo lo de este mundo aparece como es: vanidad, ilusión y mentira; y las cosas eternas se manifiestan con toda su grandeza. El Juicio, el Infierno y la Eternidad, de que no hacían caso durante su vida, se dejarán ver a la hora de la muerte como cosas las más importantes, y a medida de que comiencen a manifestarse tal cual son, crecerán los temores y el espanto de los moribundos. Porque, cuanto más se acerca la sentencia del Juez, tanto más se teme la condenación eterna. Entonces pues, el enfermo exclamará sollozando: ¡Cuán desconsolado muero! ¡Ay de mí! ¡Si yo hubiese sabido la muerte desgraciada que me esperaba! ¿Con que no lo sabías? Obligación tenías de haber previsto este caso, puesto que no ignorabas, que a una mala vida, no puede seguir una buena muerte, como nos dice la Escritura, y repiten a menudo los predicadores.
PUNTO 3
8. A la hora de la muerte ya no les queda tiempo a los moribundos para remediar los desórdenes de la vida pasada; y esto sucede por dos razones 1ª Porque este tiempo es muy breve; pues, además de que en los días en que comienza y se agrava la enfermedad, no se piensa en otra cosa que en los médicos, en los remedios y en el testamento, los parientes, los amigos y hasta los médicos, no hacen otra cosa que engañar al enfermo, dándole esperanzas que no morirá de aquella enfermedad. Por esto el enfermo, alucinado por ellos, no se persuade de que la muerte está próxima. ¿Cuando, pues comenzará a creer que se muere? Cuando comienza a morirse. Y esta es la segunda razón de que aquel tiempo no es apto para mirar por el alma. Porque entonces está tan enferma ésta como el cuerpo. Los afanes, el trastorno de la cabeza, las vanas conversaciones, asaltan de tal modo al enfermo, que le inhabilitan para detestar verdadera y sinceramente los pecados cometidos, buscan remedios eficaces contra los desórdenes de la mala vida pasada, y para tranquilizar su conciencia. La sola noticia de que se muere, le aterra tanto, que le tratorna enteramente.
9. Cuando uno padece un fuerte dolor de cabeza, que le ha impedido el sueño dos o tres noches, no puede dictar una carta de ceremonia; ¿cómo ha de poder arreglar a la hora de la muerte una conciencia embrollada, con tantas ofensas cometidas contra Dios por el espacio de treinta o cuarenta años, un enfermo que no siente ni comprende, y tiene una confusión de ideas que le espantan? Entonces se verificará lo que dice el Evangelio: Viene la noche de la muerte cuando nadie puede hacer nada. Entonces sentirá que le dicen interiormente: No quiero que en adelante cuides de mi hacienda. Esto es: ya no puedes cuidar de tu alma, cuya administración se te confió. Llegado que haya el día del exterminio… habra disturbio sobre disturbio (Ezech. VII, 25 et 26).
10. Solemos decir de algunos, que llevaron mala vida; pero que después hicieron una buena muerte arrepintiéndose y detestando sus pecados. Pero San Agustín dice que “A los moribundos no les mueve el dolor de los pecados cometidos, sino el miedo de la muerte”: Morientes non deliciti pænitentia, sed mortis urgentis admonitio compellit. (Serm. XXXVI). Y el mismo Santo añade: “El moribundo no teme al pecado, sino al fuego del Infierno: Non metuit peccare, sed ardere. Y en efecto ¿aborrecerá a la hora de la muerte aquellos mismos objetos que tanto amó hasta entonces? Quizá los amará más; porque los objetos amados, solemos amarlos más cuando tememos perderlos. El famoso maestro de San Bruno murió dando señales de penitencia; pero después, estando en el ataúd, dijo que se había condenado. Si hasta los santos se quejan de que tienen la cabeza tan débil a la hora de la muerte, que no pueden pensar en Dios ni hacer oración, ¿cómo podrá hacerla el que no hizo nada en toda su vida? Sin embargo, si los oímos hablar nos inclinamos a creer, que tienen un verdadero dolor de los pecados de su vida pasada; es difícil*, empero, que le tengan. El demonio, por medio de sus ilusiones, puede aparentar en ellos un verdadero dolor o el deseo de tenerle, mas suele engañarnos. Hasta de un corazón empedernido pueden salir las expresiones siguientes: Yo me arrepiento; tengo dolor; siento con todo mi corazón, y otras semejantes. A veces se confiesan, hacen actos de contrición, y reciben todos los sacramentos. Sin embargo, yo pregunto si se han salvado por esto. Dios sabe como se hicieron aquellas confesiones, y como se hicieron aquellos sacramentos. ¡Oh! ha muerto muy resignado, suele decirse. Y ¿qué quiere decir que ha muerto resignado? También parece que va resignado a la muerte el reo que camina al suplicio. Y ¿porqué? porque no puede escapar entre los alguaciles y soldados que le conducen maniatado.
11. ¡Oh momento terrible, del cual depende la eternidad! ¡Oh momentum, a quo pendet æternitas! Este es el que hacía temblar a los santos a la hora de la muerte, y les obligaba a exclamar: ¡Oh Dios mío! ¿En dónde estaré en pocas horas? Porque, como escribe San Gregorio, hasta el alma del justo se turba a las veces con el terror del castigo: Nonnumquam, terror vindicatœ etiam justi anima turbatur. (San Greg. Mor. XXIV). ¿Qué será, pues, de la persona que hizo poco caso de Dios, cuando vea que se prepara el suplicio en el cual debe ser sacrificado? (Job. XXI, 20). Verá el impío con sus propios ojos la ruina de su alma, y beberá el furor del Todopoderoso, esto es, comenzará desde este momento a experimentar la cólera divina. El Viático que deberá recibir, la Extremaunción que se le administrará, el Crucifijo que le pondrán en sus manos, las oraciones o recomendación del alma que recitará el sacerdote, el cirio bendito ardiendo, serán el suplicio preparado por la justicia divina. Cuando el moribundo vea éste lúgubre aparato, un sudor frío correrá por sus miembros, y no podrá ni hablar, ni moverse, ni respirar. Sentirá que se acerca más y más el momento fatal; verá su alma manchada por los pecados; el juez que le espera, y el Infierno que se abre bajo sus plantas. Y enmedio de estas tinieblas y de esta turbación, se hundirá en el abismo de la eternidad.
12. Utinam saperent, et intelligerent, ac novissima providerent. ¡Ojalá que tuviesen sabiduría e inteligencia, y previesen sus postrimerías! (Deut. XXXII, 29). Con estas palabras oyentes míos, nos amonesta el Espíritu Santo, a prepararnos y fortificarnos contra las angustias terribles que nos esperan en aquella última hora. Arreglemos, pues desde éste instante, la cuenta que hemos de dar a Dios; porque no podemos de otro modo arreglarla de manera que aseguremos la salvación de nuestra alma.
¡Jesús mío crucificado! no quiero esperar que llegue la hora de la muerte para abrazaros, sino que os abrazo desde ahora. Os amo más que a todas las cosas, y, por lo mismo, me arrepiento con todo el corazón de haberos ofendido y despreciado a Vos, que sois bondad infinita. Yo propongo amaros siempre, ayudado de vuestra gracia, y espero no ofenderos en adelante. Ayudadme, Dios mío, por los méritos de vuestra pasión sacrosanta, para que siempre os ame hasta disfrutar con Vos el cielo, la gloria eterna.
* "Es difícil", dice el santo. Pero no es imposible. La norma es que como se vive se muere. Pero hay excepciones. Hay unos que en el último momento llegan a realizar un contrición perfecta, esto es arrepentirse por verdadero amor a Dios y otros también a confesarse sinceramente contritos. Ciertamente alcanzarán a salvarse. Lo sabemos por revelaciones privadas, ¡pero qué inconsciente es quien espera ser la excepción de la norma!. ¿Cómo se puede calificar al insensato que deja para el final de su vida el arrepentimiento y la conversión, y en ello confía su destino eterno poniéndose en gravísimo riesgo de condenarse? ¿Tendrá tiempo? ¿Y si lo tiene, sus disposiciones serán sinceras? ¡Cuántas muertes accidentales o inminentes impiden al alma prepararse! Por ello el católico debe vivir siempre sin pecado, en gracia santificante, acudiendo para ello al Confesionario con frecuencia y cumpliendo con las debidas condiciones para que esas confesiones sean válidas.
SERMÓN PARA LA DOMINÍCA VIGÉSIMA SEGUNDA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Haz click aquí: http://www.catolicidad.com/2012/03/cinco-pasos-que-se-requieren-para-confesarse.html
miércoles, 2 de mayo de 2012
IN ARTICULO MORTIS: LA ÚLTIMA BATALLA
UN TEMA DEL QUE HOY SE PREFIERE NO HABLAR
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Pidamos la perseverancia final para los que hoy agonizan y para nosotros |
Cuando Lucifer y sus demonios advierten que un hombre está cercano a la muerte emplean toda su malicia y astucia para agredir espiritualmente al enfermo. Lo acechan y, con diversas tentaciones, buscan su perdición final. Saben que se dará la última batalla y emplean toda su fuerza.
Como leones rugientes ante una presa herida, merodean a su alrededor, consideran sus puntos débiles y ahí -precisamente- inician el ataque. ¿Cuáles han sido sus mayores faltas y pecados? Ese es su flanco frágil y pretenden hacerlo caer. Le hacen dilatar en pedir ayuda espiritual y los sacramentos. Buscan convencerlo de que habrá tiempo más adelante para ello. Le sugieren que su enfermedad no es tan grave. Al mediocre, buscan entibiarlo espiritualmente más. Le inspiran que sus faltas no son graves y que no hay mucho de qué arrepentirse, o que podrá diferir su arrepentimiento. Si acude a los sacramentos, buscan que los reciba sin las debidas condiciones. Al hombre sensual lo atacan por ese mismo sendero de su defecto. Al orgulloso le alimentan su soberbia. En general, buscan que el moribundo no admita las divinas inspiraciones, ni tenga verdadero dolor de los pecados, ni haga penitencia por su mala vida. Al timorato le hacen desconfiar de la misericordia divina y buscan su desesperación.
Como leones rugientes ante una presa herida, merodean a su alrededor, consideran sus puntos débiles y ahí -precisamente- inician el ataque. ¿Cuáles han sido sus mayores faltas y pecados? Ese es su flanco frágil y pretenden hacerlo caer. Le hacen dilatar en pedir ayuda espiritual y los sacramentos. Buscan convencerlo de que habrá tiempo más adelante para ello. Le sugieren que su enfermedad no es tan grave. Al mediocre, buscan entibiarlo espiritualmente más. Le inspiran que sus faltas no son graves y que no hay mucho de qué arrepentirse, o que podrá diferir su arrepentimiento. Si acude a los sacramentos, buscan que los reciba sin las debidas condiciones. Al hombre sensual lo atacan por ese mismo sendero de su defecto. Al orgulloso le alimentan su soberbia. En general, buscan que el moribundo no admita las divinas inspiraciones, ni tenga verdadero dolor de los pecados, ni haga penitencia por su mala vida. Al timorato le hacen desconfiar de la misericordia divina y buscan su desesperación.
Pocos son los hombres santos y virtuosos, como lo fue San José, que se libran de las asechanzas demoníacas al morir. Y si a los hombres de virtud probada acomete el demonio en sus últimos momentos con pruebas diversas (como hacerles dudar de Dios y su misericordia, de la existencia de la Mansión eterna para los elegidos, etc.), mayores elementos para esa batalla final le habrán proporcionado quienes han llevado una existencia lejana a Dios y han vivido una "moral" transigente con los falsos "valores" del mundo. El más pecador tiene más flancos por donde puede ser acometido y el demonio sabe bien cuáles son.
El moribundo necesita de ayuda espiritual, de ahí el gran crimen de no llevársela por miedo a que se espante o la rechace. La genuina caridad no puede reparar en eso. Es más importante su salvación eterna que cualquier consideración humana. Preferible es espantarse en esta vida y no en la otra. Facilitémosle la Confesión, la Extremaunción, el Viático y busquemos que alcance una indulgencia plenaria.
El moribundo necesita de ayuda espiritual, de ahí el gran crimen de no llevársela por miedo a que se espante o la rechace. La genuina caridad no puede reparar en eso. Es más importante su salvación eterna que cualquier consideración humana. Preferible es espantarse en esta vida y no en la otra. Facilitémosle la Confesión, la Extremaunción, el Viático y busquemos que alcance una indulgencia plenaria.
LA VIDA ES EL TIEMPO QUE DIOS NOS DA PARA DECIDIR
La regla general es que se muere como se vive. Cierto, hay excepciones. Dimas -el buen ladrón- robó el cielo desde su cruz, al arrepentirse perfectamente de sus faltas por puro amor a Dios, al ver -en persona- la agonía de Cristo. Pero no es la norma, ¡no te confíes!. De ahí que si la vida es el tiempo que Dios no da para decidir, vivámosla siempre en gracia. Y si tenemos la desgracia de caer, de inmediato levantémonos, realicemos un acto de contrición perfecto, propongámonos confesarnos a la brevedad y, efectivamente, acudamos pronto al sacramento de la Penitencia. El asunto es vivir, día a día, en gracia santificante, como si fuese el último de nuestra vida, para que éste no llegue en silencio y nos sorprenda.
Pide a Dios la perseverancia final, solicita la intervención de la dulcísima Virgen María "ahora y en la hora de nuestra muerte". Ruega al Señor Todopoderoso que desvanezca los engaños de los demonios, y quebrante sus lazos y consejos que arman contra quienes hoy morirán. Reza diariamente por los agonizantes para que Dios los conforte y los inspire en su última batalla y salgan airosos de ella, y así alcancen la bienaventuranza eterna. Pide por ellos, y pide por ti y tus familiares, para cuando llegue esa hora.
Preparémonos desde ahora para esta última y decisiva batalla, no abramos flancos al demonio para ella. A algunos les tocará librarla, a otros la muerte los sorprenderá como un sueño que los roba en silencio. Lástima del que sea así sorprendido en pecado grave. Silencioso o en batalla...¡estemos siempre preparados para el final! Si queremos y ponemos los medios, seguramente será nuestro el triunfo. Ante Dios, es gran mérito salir airoso de las tentaciones y será para mayor bien. Y tengamos siempre presente que, acogiéndonos a su auxilio, Dios nunca nos dejará de su mano ni permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas. Si nos lo proponemos, con los ruegos y la intercesión de la dulcísima Virgen María, triunfaremos en esa dura batalla final para alcanzar a Dios por los siglos de los siglos.
Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte...
Madre Nuestra, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte...
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