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viernes, 1 de agosto de 2025

¿CRISTO DE DÓNDE ES REY?



“«Mi Reino no es de este mundo».

Jesucristo dijo a Pilato que su reino no era de este mundo: «Regnum meum non est de hoc mundo» (Jn. XVIII, 36). Un liberal lee las palabras como si hubiese dicho que el reino de Cristo es exclusivamente sobrenatural, celestial, nunca con dimensiones naturales y/o terrenales. Es tan reiterado el argumento cuanto viejo. El drama está en que los católicos lo repiten como propio.

Lo que Cristo dijo no es que Su reino no esté «aquí»; en varios pasajes de los Evangelios se dice que Él anunciaba que el Reino de Dios había llegado, que estaba entre nosotros. «Mundo» no designa un lugar opuesto a «cielo» sino el origen y la raíz de su poderío regio. Sus palabras significan que su Reino no tiene su origen en el mundo; que su principio no es mundano ni se funda en las potestades terrenas, que no está rodeado de los honores del siglo; sino que es divino y, por serlo, se ejerce sobre todo lo creado, incluso sobre el mundo y sobre la vida humana en su plenitud.

Cristo –se decía en tiempos de la Cristiandad—afirmó que su reino no era de este mundo para refutar a Pilato que lo creía un puro hombre. Por eso sus palabras dicen que Él no es rey por mano humana y, sin embargo, Él es el rex mundo. Tal es la enseñanza de Conrado de Megenberg. Este contrargumento es clásico: que no sea de este mundo significa que no se constituye de manera humana, porque in hoc mundo (añade Agustín Trionfo) contamos con el vicio del pecado.

Tampoco dijo Nuestro Señor que, por ser celestial, su Reino no se despliega en la tierra, en el mundo. Cristo no está consagrando la «autonomía de lo temporal», como suele decirse, pues de inmediato replica a Pilato que no tendría ese poder sobre Él si no se le hubiese dado de lo Alto. Malamente podemos decir que Cristo separó lo sobrenatural de lo natural y abandonó el mundo humano a su propia suerte. En verdad, Cristo Rey es monarca terrenal en vista de la patria celestial: «El reino donde Cristo reinará eternamente con los suyos –afirma Calderón Bouchet—no es de este mundo, pero en él se incorpora. Una de las condiciones esenciales para la existencia de la ciudad cristiana es que Cristo impere y reine en ella como ‘sacerdos et rex’»”.

Juan Fernando Segovia, El dogma de la Realeza de Cristo. Quas primas, de Pío XI.


lunes, 28 de octubre de 2024

FIESTA DE CRISTO REY, EL ÚLTIMO DOMINGO DE OCTUBRE


Tomado de: El Año Litúrgico Dom Prospero Gueranger, Abad de Solesmes. 

DOS FIESTAS DEL REINADO DE CRISTO.

Al principio del Año litúrgico encontramos ya una fiesta del reinado de Cristo: la Epifanía. Jesús acababa de nacer y se manifestaba a los reyes de Oriente y al pueblo de Israel como "el Señor que tiene en su mano el reino, el poder y el imperio". Acogimos a este "Salvador, que venía a reinar sobre nosotros", y con los Magos le ofrecimos nuestros presentes, nuestra fe y nuestro amor.

Y ¿por qué quiere la Iglesia que, al fin del año, celebremos una nueva fiesta del reinado de Cristo, de su reinado social y universal?

No padecimos engaño en tiempo de la Epifanía sobre la naturaleza de este reinado, como tampoco lo padecimos sobre la dignidad de Dios que poseía el Niño recién nacido. Pero tal vez nos dejamos fascinar por aquella estrella que, al brillar en el cielo de Belén, nos alumbraba con la luz de la fe y nos hacía esperar mayores claridades para la eternidad. Entonces cantamos el acercamiento de la gentilidad a la fe en la persona de los Magos que vinieron allá del Oriente a adorar al Rey de los Judíos.

EL LAICISMO.

La Iglesia quiere que pensemos hoy en las consecuencias de este llamamiento Universal a la fe de Cristo. Las naciones, en conjunto, se han convertido al Señor, que las trajo, con los acontecimientos sobrenaturales, los beneficios de una civilización completamente desconocida del mundo antiguo. Pero, desgraciadamente, hace ya dos siglos que un error sumamente pernicioso destroza a todas las naciones, a Francia particularmente: el laicismo. Consiste éste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política. Los propagadores de esta herejía han repetido el grito de los Judíos deicidas: No queremos que reine sobre nosotros. Y con toda la habilidad, tenacidad y audacia de los hijos de las tinieblas, se han esforzado por echar a Cristo de todas partes. Han declarado inmoral a la vida religiosa y expulsado a los religiosos; han intentado imponer a la Iglesia, aunque inútilmente, una constitución cismática; han decretado la separación de la Iglesia y del Estado y han negado a la sociedad civil la obligación de ayudar a los hombres a conquistar los bienes eternos; han introducido el desorden en la familia con la ley del divorcio, han suprimido los crucifijos en los tribunales, hospitales y escuelas. Y, finalmente, han declarado intangibles sus leyes y han hecho del Estado un Dios.

RAZÓN DE ESTA FIESTA.

 Frente "a esta peste de nuestros días" los Papas no han cesado de levantar su voz. Pero, como la plaga iba en aumento, Pío XI quiso aprovechar el año jubilar para recordar solemnemente al mundo por la Encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925, el completo y absoluto poder de Cristo, Hijo de Dios", Rey inmortal de los siglos, sobre todos los hombres y sobre todos los pueblos de todos los tiempos. Además, para que esta doctrina tan necesaria no se olvidase demasiado pronto, instituyó en honor de su reinado universal una fiesta litúrgica que fuese a la vez memorial solemne y reparación de esa apostasía de las naciones y de los individuos, que se afanan por manifestarse en la doctrina y en los hechos en nombre del laicismo contemporáneo. Finalmente, el Sumo Pontífice prescribió para esta misma solemnidad la renovación de la consagración del género humano al Sagrado Corazón.

Los fieles encontrarán en el Breviario o simplemente en el Misal, la doctrina de la Iglesia sobre el reinado social de Cristo y fórmulas incomparables de oraciones de alabanza, de reparación y de petición que pueden dirigirle en esta fiesta. Pero esta enseñanza en toda su amplitud se halla expuesta en la Encíclica del Papa. Nos contentaremos con dar un resumen, invitando a los lectores que acudan al texto original para que, reconociendo los derechos del Señor, arrojen el veneno del laicismo y se lleguen con confianza al Corazón de Jesús, cuyo reinado es de amor y de misericordia.

TRIPLE REINADO.

En la Encíclica verán en qué sentido Cristo es Rey de las inteligencias, de los corazones y de las voluntades; quiénes son los súbditos de este Rey, el triple poder incluido en su dignidad regia y la naturaleza espiritual de su reinado.

"Ya está en uso desde hace mucho tiempo el atribuir a Cristo en un sentido metafórico el título de Rey, por razón de la excelencia y eminencia singulares de sus perfecciones, por las cuales sobrepuja a toda criatura. Y nos expresamos de ese modo para afirmar que es el Rey de las inteligencias humanas, no tanto por la penetración de su inteligencia humana y la extensión de su ciencia, cuanto porque es la misma Verdad y los mortales necesitan buscar en él la verdad y aceptarla con obediencia. Se le llama Rey de las voluntades, no sólo porque a la santidad absoluta de su voluntad divina corresponden la integridad y la sumisión perfecta de su voluntad humana, sino también porque, mediante el impulso y la inspiración de su gracia, somete a Sí nuestra libre voluntad, con lo que viene nuestro ardor a inflamarse para acciones nobilísimas. A Cristo se le reconoce finalmente como Rey de los corazones, a causa de su caridad, que excede a todo conocimiento y de su mansedumbre y bondad, que atraen a las almas; y en efecto, no ha habido hombre alguno hasta hoy que haya sido amado como Jesucristo por todo el género humano, ni tampoco se verá en lo porvenir.

LA DIGNIDAD REGIA, UNA CONSECUENCIA DE LA UNIÓN HIPOSTÁTICA.

"Pero, avanzando un poco más en nuestro tema, cada cual puede echar de ver que el nombre y poder de Rey convienen a Cristo en el sentido propio de la palabra; se dice de Cristo que recibió de su Padre el poder, el honor y la dignidad regia en cuanto hombre, pues el Verbo de Dios, que con el Padre posee una misma sustancia, no puede menos de poseer todo en común con su Padre y, por consiguiente, el imperio supremo y absoluto sobre todo lo creado. La dignidad regia de Cristo se funda en la unión admirable que llamamos unión hipostática. Por consiguiente: los ángeles y los hombres tienen que adorar a Cristo en cuanto es Dios, pero tienen que obedecer y exteriorizar su sumisión también a sus mandatos en cuanto hombre, es decir que, por el solo título de la unión hipostática, a Jesucristo se le dió poder sobre todas las criaturas...

LA TRIPLE POTESTAD.

 "La dignidad regia de Cristo lleva consigo un triple poder: legislativo, judicial y ejecutivo y sin él no se puede concebir aquélla. Los Evangelios no se contentan con afirmarnos que Cristo ratificó algunas leyes, nos le presentan también dictando otras nuevas... Jesús declara además que el Padre le otorgó el poder judicial... Este poder judicial implica el derecho de decretar para los hombres, penas y recompensas, aun en esta vida. Y, por fin, también tenemos que atribuir a Cristo el poder ejecutivo, dado que es de necesidad para todos la obligación de obedecer a sus órdenes, y que ha establecido algunas penas de las que no se librará ningún culpable.

CARÁCTER DEL REINADO DE CRISTO. 

"Que el remado de Cristo ha de ser en cierto sentido principalmente espiritual y referirse a las cosas espirituales... Nuestro Señor Jesucristo lo confirmó con su modo de obrar... Ante Pilatos declara que su reino no es de este mundo. En el Evangelio se nos muestra su reino como reino en el que nos preparamos a entrar por la fe y el bautismo... El Salvador no opone su reino más que al reino de Satanás y al poder de las tinieblas. Exige a sus discípulos desasirse de las riquezas y de todos los bienes terrenos, practicar la mansedumbre, tener hambre y sed de la justicia, pero también renunciarse y llevar cada cual su cruz. Como Jesucristo en cuanto Redentor compró a la Iglesia con el precio de su sangre y, en cuanto Sacerdote, se ofrece a sí mismo perpetuamente en sacrificio por los pecados del mundo, ¿quién no echará de ver que su dignidad regia tiene que participar del carácter espiritual de estas dos funciones de Sacerdote y de Redentor?

"Con todo, no se podría negar, sin cometer un grave error, que el reinado de Cristo-hombre se extiende también a las cosas civiles, puesto que recibió de su Padre un dominio absoluto, de tal modo que abarca todas las cosas creadas y todas están sometidas a su imperio...".

viernes, 5 de abril de 2024

EL REINADO SOCIAL DE CRISTO

 

«Hay algunos heréticos que creen igualmente que Jesús es Dios, que creen igualmente que Jesús es hombre, pero que se niegan en absoluto a creer que Su reino se extiende por todas partes».

S. Gregorio Magno

jueves, 27 de julio de 2023

QUE CRISTO REINE


 Muchos, por no decir la inmensa mayoría, han sido formados en la ignorancia de lo que enseñaba la Iglesia sobre el Reinado Social de Cristo. Y cuando se encuentran con la sana doctrina católica de siempre, les resulta extraña.

La cosa, en realidad, es más fácil de lo que parece aunque no lo ven. Que Cristo debe reinar en el corazón de cada creyente no es discutible. Es obvio. La cuestión es si no debe reinar también en las familias. Seguramente también están de acuerdo. ¿Y qué pasa con las instituciones "superiores" a las familias? Me refiero, por ejemplo, a una parroquia o a un municipio. A una diócesis o al pueblo de una nación, ¿ahí no reina? ¿Y qué pasa con las naciones? ¿ahí tampoco le toca reinar?

¿Reducimos el reinado de Dios solo al ámbito de la persona, del individuo? ¿quizás solo al de la comunidad religiosa? ¿Qué hay que deba escapar a dicho reinado?

Dicen que se empieza de abajo hacia arriba. ¿Y a cuento de qué una vez que estaba arriba había que aceptar que fuera derribado? 

Enseña San Pablo que la ley mosaica fue la maestra que nos llevó a Cristo. Y una vez en Cristo, ya no era necesario estar bajo la ley. Pero no porque en Cristo no tengamos ley, sino porque Cristo mismo y su evangelio son la ley suprema y su gracia el instrumento para que podamos cumplirla. Y eso vale tanto para el individuo como para la familia y la patria. 

¿Cómo se puede ser de Cristo y no querer que tu patria esté sometida a su reinado? ¿cómo no querer que las instituciones y las leyes por las que se ordena tu pueblo sean conformes a la ley natural y la ley divina? ¿es eso teocracia? ¿acaso las buenas leyes no pueden ejercer la labor pedagógica que ayude a los pueblos a reencontrarse con Cristo?

La Cristiandad no fue perfecta. Las consecuencias de la caída siempre están presentes. Pero se tenía muy claro quién era el Rey de reyes. Hoy ese Rey de Reyes ha sido expulsado, despreciado y convertido en algo pasado a quien se considera un obstáculo para el "progreso" del hombre. Han sustituido la soberanía de Cristo por la soberanía del hombre adámico.

Algunos, simplemente, somos testigos del Reino de Dios en toda su extensión. No sé si eso es evangelizar o qué. Queremos que Cristo reine hoy, aquí, en todos y sobre todos.


¡ Christus vincit !

¡ Christus regnat !

¡ Christus imperat !


¡Viva Cristo Rey!


Autor: Luis Fernando 

miércoles, 17 de noviembre de 2021

¿LO HABÉIS OLVIDADO?


"Debo decir algo sobre los malos soldados del Rey Cristo, es decir, los cristianos cobardes. Nada aborrece tanto a un Rey como la cobardía de sus soldados... No hacen honor al Rey Cristo los cristianos que tienen una especie de complejo de inferioridad de ser cristianos. [...] Para que Cristo sea realmente Rey, por lo menos en nosotros, hemos de vencer el miedo, la cobardía, la pusilanimidad; no ser ‘hombres para poco’, como decía Santa Teresa, y ¡pobre de aquel a quien ella se lo aplicaba! ¿Y cómo podemos vencer al miedo? ¡El miedo es un gigante! ‘¿Os olvidasteis que Yo estaba con vosotros?’."

 Padre Leonardo Castellani


domingo, 28 de octubre de 2018

FIESTA DE CRISTO REY



En verdad es digno y justo, equitativo y saludable, que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que ungiste con óleo de alegría a tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey universal: para que, ofreciéndose a sí mismo, en el ara de la cruz, como hostia inmaculada y pacífica, obrase el misterio de la redención humana: y, sometiendo a su imperio todas las criaturas, entregase a tu inmensa Majestad un reino eterno y universal: un reino de verdad y de vida; un reino de santidad y de gracia; un reino de justicia, de amor y de paz. Y, por eso, con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, llenos están los cielos y la tierra de su gloria. ¡Hosanna en alturas! Bendito el que viene en nombre del Señor. ¡Hosanna en las alturas!

Prefacio de Cristo Rey


viernes, 12 de febrero de 2016

TÚ ERES REY por el P. David G. Ramírez (Jorge Gram)




Escrito de JORGE GRAM, seudónimo del canónigo DAVID G. RAMÍREZ (1889-1950), redactado en el año 1926, durante la persecución religiosa en México. Lo hemos depurado de las referencias circunstanciales y adaptado, dejando fundamentalmente la doctrina sobre el Reinado Social de Cristo que permanece eternamente vigente y que vuelve a cobrar mayor actualidad -aunque en diferentes circunstancias-, ahora que las leyes atacan los derechos naturales del hombre y sus valores morales (con el aborto, los dizque "matrimonios" homosexuales, el divorcio, el laicismo ateo, la inmoralidad, etc.) y se busca desterrar, a toda costa, a Cristo de la sociedad o, cuando menos, ponerlo al mismo nivel que los falsos dioses.

TÚ ERES REY

La potestad real no es otra cosa que la facultad suprema de dirigir hacia el bien común a los hombres que viven en sociedad. El individuo en quien reside esta potestad lleva el nombre de rey. No todos los caudillos de las naciones son reyes; el rey supone dos cosas: no estar su período sujeto a partes de tiempo, y estar en su persona todos acumulados todos los ramos de poder. Los derechos modernos suelen distribuir en tres poderes las tres funciones de la potestad real; los reyes, en el sentido estricto, las poseen reunidas en su persona: por eso se les llama monarcas.

Un día, hermanos, por aquel pórtico de la Torre Antonia, en Jerusalén, donde el Procónsul romano solía guarecerse en tiempo de motines y asonadas; por aquel pórtico entró una abigarrada muchedumbre de doctores y sanedritas. Un sol espléndido, en el primer cuadrante de su carrera, quebraba los rayos sobre los oros y los mármoles de las columnatas, sobre el rojo encendido de las losetas del pavimento, sobre las cariátides y estatuas de las galerías, y sobre el fresco verdor de los jardines cultivados por los esclavos etíopes.

Y en medio de aquel polvillo dorado de sol y lujo orientales… la figura del Cristo, el de los grandes ojos árabes sin ira, el de los labios divinos, el más hermoso de los hijos de los hombres… Allá, en un aposentillo colindante con el pórtico, adonde llegaban ya quebrantadas las voces blasfemas de una chusma endemoniada, se entabló el diálogo desigual, entre Jesús, un Dios y Pilatos, un vil. Dibuja entonces Pilatos, en sus ruines labios, la mueca de una sonrisa burlesca, y pregunta con socarronería a Cristo: ¿Con que tú eres Rey…? Y veinte siglos más tarde... entre el rebumbio de una sociedad cristiana, cristianísima, pero que asiste al festín de Baltasar, los hombres del poder, tranquilos y despóticamente sonrientes, contemplan con fría mirada a Cristo, entre el polvillo de oro de las suntuosidades palaciegas, y preguntan sardónicamente: “¿Con que tú eres Rey?”



Ya no es la voz, material de Cristo la que debe responder, hoy somos nosotros. Cristo respondió, y su respuesta tuvo la repercusión ignominiosa de los azotes, y el eco deicida del Calvario. Por eso nosotros hoy, no osamos responder: porque somos discípulos de Cristo hasta el Tabor y la fracción del pan, pero no sabemos seguirle por las breñas desgarrantes del Calvario. Y sin embargo, se impone la respuesta: ¡Cristo es Rey! Y esta respuesta debe ser perfectamente comprendida, no queda otro camino: o negarla radicalmente por una apostasía declarada, o defenderla valerosamente por una resistencia heroica y un sacrificio inefable.

No quiero fatigaros, hermanos, con un torrente de expresiones bíblicas, en que se asienta la realeza de Cristo. No quiero recordaros los elocuentes discursos de los Padres primeros de la Iglesia. Nos bastaría recordar que S.S. Pío XI, lanzó a los cuatro ángulos del mundo la palpitante encíclica sobre la realeza suma de Jesucristo. Y ¿qué necesidad tengo, hermanos míos, de convenceros a vosotros de esta verdad, cuando en vuestras casas y en vuestros escritos aparece la inscripción de Cristo Rey? Pero queda algo por hacer, y muy por hacer: el analizar esta doctrina, y lo más difícil, el realizarla.

Es un error peregrino el creer que Jesucristo no es un Rey temporal, esto es, que no tiene autoridad sobre las cosas temporales. Al ser hijo natural de un Dios creador y Dios creador él mismo, necio sería quien negara su autoridad sobre las cosas materiales. Que él en la tierra, no quiso ejercer su dominio temporal, es muy cierto. Suelen también los grandes emperadores, cuando visitan los pueblos pequeños, dejar que los humildes alcaldes dispongan el orden de los servicios humildes; más no se niega su realeza, por la omisión de un ejército tan pequeño y deleznable. Por eso debemos decir que, sin dejar de ser Rey temporal, algo más grande es Jesucristo. Su reino no se limita a las cosas temporales, que ha recomendado generosamente a las autoridades civiles, sino que su reino se eleva a los espíritus: reinado supremo, soberano, que ha confiado a la Iglesia.

Dejamos sentado, pues, que el reinado de Cristo se extiende a todo orden de cosas. Yo, sin embargo, en estos momentos, como sacerdote, quiero limitarme a defender y a inculcaros tan sólo la profunda entraña de este poder espiritual, de esta autoridad que Cristo, por la Iglesia, ejerce sobre los espíritus.

Cuando, pues, proclamo en estos momentos que Cristo es Rey, me refiero al reinado que tengo obligación de defender: el reinado de Cristo sobre nuestros espíritus. Y ¿quién hay en el mundo, que me niegue el derecho y el deber de semejante proclamación? Y si no lo hay, tampoco se me podrá negar el derecho y el deber de sacar las consecuencias lógicas y prácticas de esta proclamación, y decir con todo el vigor de un Natán a cierta casta de hombres: luego tú eres un usurpador; eres un prevaricador.

II

Volvamos a otro momento de nuestra consideración a aquella escena tumultuosa del Pretorio. Ya el dulcísimo Jesús ha vuelto y revuelto aquellas tortuosas calles de Pilatos a Herodes, de Herodes a Pilatos. Ahí está, clavado como una estatua; ya está bermejo en su sangre, ya está llagado de pies a cabeza, ya está atado de pies y manos, piqueteada mil veces su cabeza con las espinas de su corona…Y frente a aquella estatua divina del dolor paciente, del dolor generoso y sagrado, el pueblo judío hace la declaración, no deicida, sino suicida, declaración que es menester considerar. Se ha dicho a ese pueblo: he aquí a vuestro Rey, y él contesta, ciego miserable, con las palabras fatídicas: Nosotros no reconocemos otro rey que al César.

¡Ah, señores! Yo siento un escalofrío en el alma cuando leo este episodio en el Evangelio: Porque estas fueron las últimas palabras de aquel pueblo como nación y como nación escogida. Después de aquellas palabras, sólo siguió la consumación del crimen deicida, y la destrucción de la nación judía. Y esta horrible ansiedad vuelve a desgarrar mi espíritu cada vez que en las páginas de la historia vuelvo a mirar a los pueblos colocados en el tremendo aprieto de repetir esas mismas palabras que sintetizan el laicismo moderno: No tenemos otro rey que el César. Por eso tengo para mí que cuando en un país el desarrollo de los acontecimientos, el voraz apetito de los jefes civiles llega a hacerles sentar sus reales sobre el campo mismo de los espíritus; cuando la potestad civil quiere ahuyentar a Jesucristo de su mismo espiritual dominio, si ante este atropello diabólico hay un pueblo digno y entero, que comprende lo que es el espíritu que vive de Dios, y lo que es el Dios que gobierna el espíritu, si ese pueblo rechaza la intromisión del César y detiene el alejamiento de Jesucristo, por todos los recursos que la trascendencia de la causa impone. Y si ese pueblo, llámese rico, llámese pobre, llámese episcopado o llámese clero, cuando no tiene otro recurso, ni en los cielos ni en la tierra, para reprimir al usurpador que venga ostentando a manera de causales sus títulos de ejecutivo o de legislativo o de judicial: si ese pueblo entonces, aferrado a su cristianismo y a su conciencia, se planta ante el cesarismo, resuelto a morir, en cárceles o en refugios, en plazas o en encrucijadas, pero sin permitir que una bota enfangada pisotee la sagrada clámide de su conciencia; entonces, señores, en medio del pánico de la persecución, en medio de la desolación nefanda, yo bendigo a Dios, porque todavía hay Patria, todavía perdura el fuego sagrado de las glorias futuras, porque Cristo está allí, señores, porque Cristo está allí entre la carne desgarrada de las víctimas, entre los estertores de los mártires, entre los incendios de los templos, entre los ornamentos sacerdotales ensangrentados, entre la palidez de los niños huérfanos, Cristo está allí, removiendo aquella sangre gloriosa de mártires, y aderezando una generación robusta, sagrada, bendita; una generación que tiene por cimiento el granito de una fe viviente y de mil corazones victimados, y por diadema el beso sonoro de un Cristo que reconoce en ella la estirpe de sus verdaderos adoradores.

Mas por otra parte, tengo también para mí que no hay momento más crítico para un pueblo, nunca está más cerca de su ruina perfecta una nación, que cuando la ignorancia, o la debilidad, o la apatía, o la molicie, o al relajación, infunden a los creyentes cierta pasividad congelante, cierta indiferencia sacrílega; cuando oscurecida la lumbre de la doctrina y del deber, llegan esos creyentes a hacerse cómplices de los expulsadores del Maestro. Ellos en su inconsciencia no miden su crimen; pero al aceptar prácticamente la intromisión del poder civil en el religioso, no hacen sino tomar del brazo al pueblo judío, y con él clamar frente al pretorio: No queremos que Cristo reine sobre nosotros; nosotros también, no tenemos otro rey que el César. Cuando un pueblo que fue cristiano llega a este extremo está a las puertas del crimen deicida, y por tanto, también está a las puertas de su eterna maldición… Y en este caso nos vamos colocando nosotros…

Cuantas veces el Estado invade el campo de la Iglesia, el dominio espiritual de Cristo, y nosotros retrocedemos. Y las almas de los niños, y los templos de Dios, y la Jerarquía Católica, y la potestad sacerdotal, van sintiendo el zarpazo usurpador, y nosotros retrocedemos. El César mandará al pueblo inclinarse y ofrecerle incienso, y nosotros, habituados a retroceder y a transigir, nosotros que también sentimos cierta comodidad en no tener otro rey que el César, nos inclinaremos y ofreceremos el incienso, y como hasta hoy lo hemos hecho, también entonces responderemos devotamente: ¡amén!

¿Exagero? ¿Es mucho lo que sospecho del poder civil? Decidme, ¿qué puede detenerlo? ¿Es mucho lo que desconfío de los cristianos? Decidme: ¿qué razones puedo tener para no esperar la suprema apostasía después de tanta concesión vergonzante…? ¡Ah, señores! Ante la metodizada persecución del adversario y ante la pavorosa tranquilidad de nuestra sociedad cristiana, yo me temo que Dios haya vuelto las espaldas a este pueblo ingrato y tenga determinado raer hasta su nombre en nuestra patria. Quizá siglos más tarde, el futuro pueblo pagano reciba un día a los nuevos misioneros, para comenzar un camino que nosotros no pudimos continuar. ¡Tremenda predicción! ¡Sí, pero fundada! Que es preferible morir, sí, no cabe duda. Pero preguntadlo a las turbas bullangueras que danzan y sonríen, y se burlarán de vosotros que pensáis morir, cuando las músicas y los teatros, los bailes y los flirteos, incitan por todas partes a apurar la deliciosa copa del presente vivir…

¿Qué recurso nos queda? Este: Pedir a Dios que nuestro Prelados, y nuestros sacerdotes, luchen o se hagan matar si es necesario, antes que rendir ante el César la bandera de Cristo. Pedir a Dios que a nosotros nos dé fortaleza, para hacernos matar antes que presenciar o sumarnos a la nefanda apostasía. Y pues estamos obligados, no sólo a ser fieles, sino a defender la fidelidad de nuestros hermanos, entonces la convicción de que Cristo es Rey, de que nuestros espíritus no pertenecen a un usurpador innoble, nos impone la obligación ineludible, inexorable, de revisar todas nuestras energías y todos nuestros recursos, y ponerlos todos, absolutamente todos, a la disposición de la defensa del reinado de Cristo en nuestros corazones, y en el de nuestros hermanos, y en el de nuestros hijos; todos nuestros recursos , y los recursos de todos: si sois ricos, vuestro dinero; si sois almas ocultas, vuestras oraciones; si sois damas distinguidas, vuestro abolengo; si sois intelectuales, vuestra voz y vuestra pluma; si sois hombre, vuestro brazo; si sois caballero, vuestra espada; si sois sacerdotes, vuestro pecho. ¡Ese es el modo práctico de confesar que Cristo es Rey! Si a pesar de todo retrocedemos, ya no hay que hacernos más ilusiones, no hay que lamentarnos: no habrán sido los perseguidores, habremos sido nosotros -los católicos- los que hemos trocado la divisa, y en vez de la inscripción de Cristo Rey, habremos grabado con el pueblo judío, en nuestros corazones y en nuestros hogares, la fatídica protesta: ¡No tenemos otro rey que el César!

Jesús amorosísimo: sois Rey, ¡sí que lo sois!, aunque nosotros no lo hemos comprendido. No os alejaréis, y reinaréis, ¡sí que reinaréis!, y volveréis a nuestros espíritus, y a nuestras escuelas, y a nuestros gobiernos, y a nuestras leyes, ¡sí que volveréis! Y los que con vos no estuvieron en el momento de la prueba, obtendrán su merecido. Pero el puñado de vuestros hijos convencidos, abnegados, martirizados, mirará un día desde el cielo vuestra figura triunfadora dominando la patria, desde ese pedestal levantado sobre los huesos gloriosos de vuestros hijos, de los que defendieron con su sangre vuestros derechos benditos. Venga ese día, oh amorosísimo Corazón, que entonces será cierto que os reconocemos como a nuestro Rey divino y soberano…

¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!

Título original: ¿Eres tú Rey?

lunes, 13 de julio de 2015

EL VERDADERO HONOR

Luchemos para que Cristo reine en la sociedad, en nuestras familias y en nuestros corazones, aunque en una sociedad apóstata muchos supongan que nuestra causa está perdida, al grado que hasta muchos jerarcas católicos crean ya imposible el Reinado Social de Cristo y hayan abandonado esta lucha, contemporizando con los falsos "valores" del mundo. Si ellos callan... hasta las piedras gritarán la realeza de N.S. Jesucristo.