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miércoles, 3 de abril de 2024

¿PERO Y SI NO SE MERECEN LA LIMOSNA? – Por San Juan Crisóstomo.


   San Juan Crisóstomo con su hermoso estilo responde así a esta pregunta: 

“No los juzgues. No los condenes, más bien: ayúdalos. Jesús dice “No juzguéis y no series juzgados, no condenéis y no Sereís condenados” (San Mateo 7, 11) Y San Pablo te llama la atención diciendo: ¿Quién eres tú para juzgar a tu hermano? Dejemos de juzgarnos unos a otros (Romanos. 14, 10 y 13).

   No juzgues tú a los pobres ni los condenes. Si Dios nos hubiera puesto como tarea investigar las vidas ajenas, nos parecería esto un oficio horrible y antipático. Pues ya que no solo nos ha puesto esta tarea, sino que nos prohíbe juzgar y condenar, no condenemos al pobre, no juzguemos las causas de su pobreza.

   Dios hace salir el sol y manda la lluvia sin ponerse a medir cuánto hemos pecado ni cuánta culpa tenemos de nuestra pobreza. Y Jesús decía que para ser perfectos tenemos que imitar esa generosidad del Padre Celestial. Más vale dar y equivocarte por haber dado más de lo que convenía, que no dar y equivocarte por no dar lo suficiente. Dios no te va a condenar por haber sido demasiado generoso con los pobres, pero sí puede excluirte del Reino de los cielos por haber sido menos generoso con ellos de lo que debías ser”.

"SERMÓN SOBRE LA LIMOSNA"


viernes, 21 de julio de 2023

MUCHOS SE SALVAN POR MEDIO DE LA LIMOSNA


En el libro “El Purgatorio, una Revelación Particular”, se lee el siguiente testimonio:

«Mientras rezaba en mi habitación, vi aparecer una especie de torbellino de fuego delante de mí, sobre el cual había un hombre conocido mío que había muerto 25 años atrás.

Este hombre había tenido una espantosa reputación. No era creyente y despreciaba la religión. La gente decía que era un libertino, jugador, sin escrúpulos, incapaz de una buena acción, duro hacia sus empleados y familia,  etc... Había muerto en un accidente, sin tiempo para recibir los sacramentos. La gente rumoraba que seguramente se había condenado. A mí también me parecía que se había condenado, pero sentí mucho consuelo al saber que se hallaba en el Purgatorio.

Me miró, le sonreí, recé por él y entonces exclamó:

“¡Gracias, hijo mío, gracias! Si Dios permite que me manifieste aquí, es porque quiere aliviar mis penas y permitir que sea consolado después de tanto tiempo. Nadie de mi familia rezó por mí, y los que me conocieron me tienen olvidado. He padecido un terrible Purgatorio a causa de mis innumerables pecados, pero, como bien ves, me he salvado.

¿Sabes lo que me ha salvado? Las limosnas que di, los numerosos socorros que hice llegar a tantas personas necesitadas, y muchas de esas buenas personas a las que yo socorrí, han rezado y siguen rezando por mí, sin saber que fui yo quien les envió la ayuda, pues lo hice de forma anónima. Ya ves que no hay que juzgar nunca a nadie, no dejarse llevar por las apariencias.

¿Te gustaría rezar por mí y pedirle a mis hijos que rueguen por mí? Esto dará gloria al Señor adelantando mi liberación”.

Le prometí hacerlo y se puso muy feliz. Se hizo la señal de la cruz y desapareció».

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Qué gran valor tiene el hacer obras de misericordia, incluso estando en pecado grave. Mueven a Dios a regalar gracias especiales incluso cuando la persona muere de forma (aparentemente) repentina, para que alcance a arrepentirse.

Aunque lo ideal es intentar estar en estado de gracia, para evitar un Purgatorio pesado y alcanzar mayor gloria en el Cielo.

viernes, 28 de mayo de 2021

EL DEBER DE LA LIMOSNA


¿Por qué dar limosna?

 “Haz limosna con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara”

 Entre los “remedios contra el pecado”, la Iglesia designa además del ayuno y la oración, la limosna.

  Existen hierbas dañinas que crecen en el jardín de nuestra alma y que tienen raíces profundas y, por eso, son difíciles de arrancar. La limosna es una forma de eliminarlas.

  Uno de los peores pecados es la codicia o avaricia; es el apego desordenado al dinero y a los bienes de este mundo. El avaro está listo a dar su vida, pero no sus bienes. San Pablo clasifica la avaricia como idolatría: “Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría” (Col 3,5).

  “Porque tened entendido que ningún fornicador o impuro o codicioso -que es ser idólatra- participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios” (Ef 5,5).

  La razón de que el Apóstol vea como idolatría el apego a los bienes materiales, sobretodo al dinero, es que la persona los ame como a un dios. Se vuelve esclava de la riqueza, y en su altar quema un incienso peligroso.

  Desde el principio Jesús advirtió a sus discípulos de este peligro en el Sermón de la Montaña: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

  Lo que importa es que la persona no sea esclava del dinero y de los bienes. Está claro que todos necesitamos del dinero: el mismo Jesús tenía un “tesorero” en el grupo de los Apóstoles.

  San Pablo afirma: “Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero” (1Tm 6, 10). Mira que, por lo tanto, el mal, no es el dinero en sí mismo, sino el “amor” al dinero; esto es, el apego desordenado que hace que la persona busque el dinero como un fin, y no como un medio.

  A causa del dinero muchos aceptan la mentira, la falsedad y el engaño. ¡Cuántos productos falsificados! ¡Cuántos kilos que sólo tienen 900 gramos! ¡Cuánto engaño y estafas en los negocios!

  ¿No es verdad que incluso entre los cristianos, muchas veces uno engaña al otro, “pasa por encima”, en algún negocio, compraventa, etc.? Si vamos más arriba, podemos constatar que toda la corrupción, tráfico de drogas y de armas, crímenes, etc., tienen detrás la sed de dinero. Basta encender la televisión o leer el periódico para verlo.

  El mismo domingo, el día del Señor, se está transformando, para muchos, en el día de ganar dinero. Por amor al dinero muchos más pierden a sus hijos, los hermanos se pelean y se separan, y muchos matrimonios acaban. En el matrimonio da más problema el dinero que sobra que el dinero que falta.

  A causa de la ambición vemos el mundo en una situación de gran injusticia y miseria para muchos.

  Jesús le dijo al pueblo: “Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes’”. (Lc 12,15). “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!” (Mc 10,23).

  El apego a los bienes de este mundo es algo muy fuerte en nosotros, casi una “segunda naturaleza” y, por lo tanto, sólo con la ayuda de la gracia de Dios podremos vencer esta fuerte tentación. ¿Cómo?

  El remedio contra la avaricia es “abrir las manos”, no para recibir, sino para dar. Cuanto más apegado estás al dinero, más debes hacer el ejercicio de “dar “ buenas y generosas limosas… hasta que tus manos aprendan a abrirse sin que tu corazón llore.

  La Biblia habla exhaustivamente de la importancia de la limosna:

  “Quien se apiada del débil, presta a Yahveh, el cual le dará su recompensa” (Pr 19,17).

  San León Magno decía que “la mano del pobre es el banco de Dios”.

  “Haz limosma con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara” (Tb 4,7).

  “Don valioso es la limosna para cuantos la practican en presencia del Altísimo” (Tb 4,11).

  “Encierra la limosna en tus graneros, ella te preservará de todo mal. Mejor que recio escudo y que pesada lanza frente al enemigo combatirá por ti” (Eclo 29 12-13).

  Lo importante es que se dé con alegría y libertad, seguro de estar ayudando al hermano y agradando al Padre: “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7).

  Sin embargo, sólo tendrá mérito frente a Dios la limosna dada en silencio. “Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas … en verdad os digo que ya reciben su paga” (Mt 6, 2).

  San León Magno (400-461) daba mucho valor a la limosna. Decía que “deposita en el cielo su tesoro quien alimenta a Cristo en el pobre”... “ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados” (1P 4,8).

  La mejor manera de vencer este miedo es confiar en la Providencia divina que cuida de todos. Jesús dijo: “No andéis preocupados por vuestra vida” (Mt 6,25). “¿Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?”. “No andéis, pues, preocupados…”.

  “Pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Lo importante es: “Buscad primero su Reino y su justicia”, es decir, vivir conforme a la voluntad de Dios, “y todas esas cosas se os darán por añadidura”.

  San Pedro exhortaba a los fieles diciendo: “confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros” (1 P 5,7).

  Todo esto no quiere decir que no debemos ser previsores teniendo en cuenta las necesidades de la vida. Es por nuestro trabajo que el Señor trae el pan de cada día a nuestra mesa. Que nadie se quede esperando, en la fe, y de brazos cruzados, la ayuda del cielo.

  Autor: Felipe Aquino. Fuente: Alteia.

viernes, 9 de agosto de 2019

LAS VIRTUDES DE LA LIMOSNA


Para animaros a dar limosna, siempre que vuestras posibilidades lo permitan, y a darla con intenciones puras, solamente por Dios, voy a mostraros las virtudes de la limosna: 1- Cuán poderosa es ante Dios para alcanzar cuanto deseamos; 2- Cómo nos libra del temor del juicio final; 3- Cuán ingratos somos al mostrarnos ásperos con los pobres, ya que, al despreciarlos, es al mismo Jesucristo a quien menospreciamos.

Solamente el día del juicio final llegaremos a conocer plenamente el valor de la limosna. Esta es la razón: la limosna se antepone a todas las demás buenas acciones, porque una persona caritativa ya posee las demás virtudes.

El profeta Daniel nos dice: «Si queremos inducir al Señor a olvidar nuestros pecados, hagamos limosna".

Escuchad lo que el mismo Jesucristo nos dice en el Evangelio: «Si dais limosnas, yo bendeciré vuestros bienes de un modo especial. Dad, nos dice, y se os dará; si dais en abundancia, se os dará también en abundancia». El Espíritu Santo nos dice por boca del Sabio: «¿Queréis haceros ricos? Dad limosna, ya que el sello del indigente es un campo tan fértil que rinde ciento por uno» El Espíritu Santo nos dice que quien desprecie al pobre será desgraciado todos los días de su vida.

Aquellos que hayan practicado la limosna, no temerán el juicio final. Es muy cierto que aquellos momentos serán terribles: el profeta Joel lo llama el día de las venganzas del Señor, día sin misericordia, día de espanto y desesperación para el pecador.

En efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos habrá de someter, habla de la caridad, y de que dirá a los buenos: «Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba encarcelado, y me visitasteis. Venid a poseer el reino de mi Padre, que os está preparado, desde el principio del mundo». En cambio dirá a los pecadores: «Apartaos de mi, malditos: tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba desnudo, y no me vestisteis; estaba enfermo y encarcelado, y no me visitasteis».

Ya veis pues cómo el juicio versa sobre la caridad y la limosna.

No cabe duda que la muerte causa espanto a los pecadores y hasta a los más justos, debido a la terrible cuenta que habremos de dar a Dios, quien en aquel momento no dará lugar a la misericordia.

Leemos en los Hechos de los Apóstoles que en Joppe había una viuda muy buena que acababa de morir. Los pobres corrieron en busca de San Pedro para rogarle la resucitara; unos le presentaban los vestidos que les había hecho aquella buena mujer, otros le mostraban otra dádiva. A San Pedro se le escaparon las lágrimas: «El Señor es demasiado bueno, les dijo, para dejar de concederos lo que le pedís». Entonces se acercó a la muerta, y le dijo: «Levántate, tus limosnas te alcanzan la vida por segunda vez». Ella se levantó, y San Pedro la devolvió a sus pobres. No hallaremos ningún tipo de acciones en atención a las cuales haga Dios tantos milagros como a favor de las limosnas.

Ya veis cuán poderosa es la limosna para impedir que el Señor nos castigue a pesar de que repetidamente seamos merecedores de ello.

¿Más quieres saber por qué los hombres hallan tantos pretextos para eximirse de la limosna? Escucha lo que voy a decirte, que en ello habrás de reconocer la verdad, sino en estos momentos, al menos a la hora de la muerte: la avaricia ha echado raíces en tu corazón; arranca esa maldita planta, y hallarás gusto en dar limosna; quedarás contento al hacerla, cifrarás en ello tu alegría.

¿Sabéis por qué nunca tenemos algo para dar a los pobres, y por qué nunca estamos satisfechos con lo que poseemos? No tenéis con qué hacer limosna pero bien tenéis con qué comprar tierras; siempre estáis temiendo que la tierra os falte. ¡Ah amigo mío, deja llegar el día en que tengas tres o cuatro pies de tierra sobre tu cabeza, entonces podrás quedar satisfecho!

¿No es verdad, padre de familia, que no tienes con qué dar limosna, pero lo posees abundante para comprar fincas? Di mejor, que poco te importa salvarte o condenarte, con tal de satisfacer tu avaricia. ¿"No es verdad, madre de familia, que no tienes nada para dar a los pobres, pero es porque has de comprar objetos de vanidad para tus hijas? Ah! me dirás, todo esto es necesario y no pido nada a nadie; no puede enojarse por ello -Madre de familia, que en el día del juicio tengas bien presente que te lo advertí: no pides nada a nadie, es verdad, mas no resultas menos culpable, tanto como si hallases a un pobre y le quitases el poco dinero que lleva.

Por otra parte, la caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso.

Nos complace que se nos agradezcan las limosnas, que se hable de ellas, que se nos devuelvan con algún favor, y hasta nos gusta hablar de nuestras buenas acciones para manifestar que somos caritativos. Tenemos nuestras preferencias; a unos les damos sin medida, mas a otros nos negamos a darles nada, antes bien los despreciamos.

Lo poco que damos, démoslo de corazón, con la mira de agradar a Dios y de expiar por nuestros pecados. El que tiene verdadera caridad no guarda preferencias de ninguna clase, lo mismo favorece a sus amigos que a sus enemigos, con igual diligencia y alegría da a unos que a otros. Si alguna preferencia hubiésemos de tener, sería para con los que nos han dado algún disgusto.

El pobre no es más que un instrumento del cual Dios se sirve para impulsaros a obrar bien.

¿Qué debemos sacar de todo esto? Vedlo que la limosna es de gran mérito a los ojos de Dios, y tan poderosa para atraer sobre nosotros sus misericordias, que parece como si asegurase nuestra salvación. Mientras estamos en este mundo, es preciso hacer cuantas limosnas podamos; siempre seremos bastante ricos, si tenemos la dicha de agradar a Dios y salvar nuestra alma; mas es necesario hacer la limosna con la más pura intención, esto es: todo por Dios, nada por el mundo.

¡Cuán felices seríamos si muchas limosnas hechas durante nuestra vida nos acompañasen delante del tribunal de Dios para ayudarnos a ganar el cielo! Esta es la dicha que os deseo.

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sábado, 28 de julio de 2018

LA LIMOSNA


Para animaros a dar limosna, siempre que vuestras posibilidades lo permitan, y a darla con intenciones puras, solamente por Dios, voy a mostraros las virtudes de la limosna: 1- Cuán poderosa es ante Dios para alcanzar cuanto deseamos; 2- Cómo nos libra del temor del juicio final; 3- Cuán ingratos somos al mostrarnos ásperos con los pobres, ya que, al despreciarlos, es al mismo Jesucristo a quien menospreciamos.

Solamente el día del juicio final llegaremos a conocer plenamente el valor de la limosna. Esta es la razón: la limosna se antepone a todas las demás buenas acciones, porque una persona caritativa ya posee las demás virtudes.

El profeta Daniel nos dice: «Si queremos inducir al Señor a olvidar nuestros pecados, hagamos limosna".

Escuchad lo que el mismo Jesucristo nos dice en el Evangelio: «Si dais limosnas, yo bendeciré vuestros bienes de un modo especial. Dad, nos dice, y se os dará; si dais en abundancia, se os dará también en abundancia». El Espíritu Santo nos dice por boca del Sabio: «¿Queréis haceros ricos? Dad limosna, ya que el sello del indigente es un campo tan fértil que rinde ciento por uno». El Espíritu Santo nos dice que quien desprecie al pobre será desgraciado todos los días de su vida.

Aquellos que hayan practicado la limosna, no temerán el juicio final. Es muy cierto que aquellos momentos serán terribles: el profeta Joel lo llama el día de las venganzas del Señor, día sin misericordia, día de espanto y desesperación para el pecador.

En efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos habrá de someter, habla de la caridad, y de que dirá a los buenos: «Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba encarcelado, y me visitasteis. Venid a poseer el reino de mi Padre, que os está preparado, desde el principio del mundo». En cambio dirá a los pecadores: «Apartaos de mi, malditos: tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; estaba desnudo, y no me vestisteis; estaba enfermo y encarcelado, y no me visitasteis».

Ya veis pues cómo el juicio versa sobre la caridad y la limosna.

No cabe duda que la muerte causa espanto a los pecadores y hasta a los más justos, debido a la terrible cuenta que habremos de dar a Dios, quien en aquel momento no dará lugar a la misericordia.

Leemos en los Hechos de los Apóstoles que en Joppe había una viuda muy buena que acababa de morir. Los pobres corrieron en busca de San Pedro para rogarle la resucitara; unos le presentaban los vestidos que les había hecho aquella buena mujer, otros le mostraban otra dádiva. A San Pedro se le escaparon las lágrimas: «El Señor es demasiado bueno, les dijo, para dejar de concederos lo que le pedís». Entonces se acercó a la muerta, y le dijo: «Levántate, tus limosnas te alcanzan la vida por segunda vez». Ella se levantó, y San Pedro la devolvió a sus pobres. No hallaremos ningún tipo de acciones en atención a las cuales haga Dios tantos milagros como a favor de las limosnas.

Ya veis cuán poderosa es la limosna para impedir que el Señor nos castigue a pesar de que repetidamente seamos merecedores de ello.

¿Mas quieres saber por qué los hombres hallan tantos pretextos para eximirse de la limosna? Escucha lo que voy a decirte, que en ello habrás de reconocer la verdad, sino en estos momentos, al menos a la hora de la muerte: la avaricia ha echado raíces en tu corazón; arranca esa maldita planta, y hallarás gusto en dar limosna; quedarás contento al hacerla, cifrarás en ello tu alegría.

¿Sabéis por qué nunca tenemos algo para dar a los pobres, y por qué nunca estamos satisfechos con lo que poseemos? No tenéis con qué hacer limosna pero bien tenéis con qué comprar tierras; siempre estáis temiendo que la tierra os falte. ¡Ah amigo mío, deja llegar el día en que tengas tres o cuatro pies de tierra sobre tu cabeza, entonces podrás quedar satisfecho!

¿No es verdad, padre de familia, que no tienes con qué dar limosna, pero lo posees abundante para comprar fincas? Di mejor, que poco te importa salvarte o condenarte, con tal de satisfacer tu avaricia. ¿No es verdad, madre de familia, que no tienes nada para dar a los pobres, pero es porque has de comprar objetos de vanidad para tus hijas? Ah! me dirás, todo esto es necesario y no pido nada a nadie; no puede enojarse por ello -Madre de familia, que en el día del juicio tengas bien presente que te lo advertí: no pides nada a nadie, es verdad, mas no resultas menos culpable, tanto como si hallases a un pobre y le quitases el poco dinero que lleva.

Por otra parte, la caridad no se practica sólo con el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso.

Nos complace que se nos agradezcan las limosnas, que se hable de ellas, que se nos devuelvan con algún favor, y hasta nos gusta hablar de nuestras buenas acciones para manifestar que somos caritativos. Tenemos nuestras preferencias; a unos les damos sin medida, mas a otros nos negamos a darles nada, antes bien los despreciamos.

Lo poco que damos, démoslo de corazón, con la mira de agradar a Dios y de expiar por nuestros pecados. El que tiene verdadera caridad no guarda preferencias de ninguna clase, lo mismo favorece a sus amigos que a sus enemigos, con igual diligencia y alegría da a unos que a otros. Si alguna preferencia hubiésemos de tener, sería para con los que nos han dado algún disgusto.

El pobre no es más que un instrumento del cual Dios se sirve para impulsaros a obrar bien.

¿Qué debemos sacar de todo esto? Vedlo que la limosna es de gran mérito a los ojos de Dios, y tan poderosa para atraer sobre nosotros sus misericordias, que parece como si asegurase nuestra salvación. Mientras estamos en este mundo, es preciso hacer cuantas limosnas podamos; siempre seremos bastante ricos, si tenemos la dicha de agradar a Dios y salvar nuestra alma; mas es necesario hacer la limosna con la más pura intención, esto es: todo por Dios, nada por el mundo.

¡Cuán felices seríamos si muchas limosnas hechas durante nuestra vida nos acompañasen delante del tribunal de Dios para ayudarnos a ganar el cielo! Esta es la dicha que os deseo.