viernes, 28 de mayo de 2021

EL DEBER DE LA LIMOSNA


¿Por qué dar limosna?

 “Haz limosna con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara”

 Entre los “remedios contra el pecado”, la Iglesia designa además del ayuno y la oración, la limosna.

  Existen hierbas dañinas que crecen en el jardín de nuestra alma y que tienen raíces profundas y, por eso, son difíciles de arrancar. La limosna es una forma de eliminarlas.

  Uno de los peores pecados es la codicia o avaricia; es el apego desordenado al dinero y a los bienes de este mundo. El avaro está listo a dar su vida, pero no sus bienes. San Pablo clasifica la avaricia como idolatría: “Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría” (Col 3,5).

  “Porque tened entendido que ningún fornicador o impuro o codicioso -que es ser idólatra- participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios” (Ef 5,5).

  La razón de que el Apóstol vea como idolatría el apego a los bienes materiales, sobretodo al dinero, es que la persona los ame como a un dios. Se vuelve esclava de la riqueza, y en su altar quema un incienso peligroso.

  Desde el principio Jesús advirtió a sus discípulos de este peligro en el Sermón de la Montaña: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero” (Mt 6,24).

  Lo que importa es que la persona no sea esclava del dinero y de los bienes. Está claro que todos necesitamos del dinero: el mismo Jesús tenía un “tesorero” en el grupo de los Apóstoles.

  San Pablo afirma: “Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero” (1Tm 6, 10). Mira que, por lo tanto, el mal, no es el dinero en sí mismo, sino el “amor” al dinero; esto es, el apego desordenado que hace que la persona busque el dinero como un fin, y no como un medio.

  A causa del dinero muchos aceptan la mentira, la falsedad y el engaño. ¡Cuántos productos falsificados! ¡Cuántos kilos que sólo tienen 900 gramos! ¡Cuánto engaño y estafas en los negocios!

  ¿No es verdad que incluso entre los cristianos, muchas veces uno engaña al otro, “pasa por encima”, en algún negocio, compraventa, etc.? Si vamos más arriba, podemos constatar que toda la corrupción, tráfico de drogas y de armas, crímenes, etc., tienen detrás la sed de dinero. Basta encender la televisión o leer el periódico para verlo.

  El mismo domingo, el día del Señor, se está transformando, para muchos, en el día de ganar dinero. Por amor al dinero muchos más pierden a sus hijos, los hermanos se pelean y se separan, y muchos matrimonios acaban. En el matrimonio da más problema el dinero que sobra que el dinero que falta.

  A causa de la ambición vemos el mundo en una situación de gran injusticia y miseria para muchos.

  Jesús le dijo al pueblo: “Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes’”. (Lc 12,15). “¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!” (Mc 10,23).

  El apego a los bienes de este mundo es algo muy fuerte en nosotros, casi una “segunda naturaleza” y, por lo tanto, sólo con la ayuda de la gracia de Dios podremos vencer esta fuerte tentación. ¿Cómo?

  El remedio contra la avaricia es “abrir las manos”, no para recibir, sino para dar. Cuanto más apegado estás al dinero, más debes hacer el ejercicio de “dar “ buenas y generosas limosas… hasta que tus manos aprendan a abrirse sin que tu corazón llore.

  La Biblia habla exhaustivamente de la importancia de la limosna:

  “Quien se apiada del débil, presta a Yahveh, el cual le dará su recompensa” (Pr 19,17).

  San León Magno decía que “la mano del pobre es el banco de Dios”.

  “Haz limosma con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no tenga rencilla. No vuelvas la cara ante ningún pobre y Dios no apartará de ti su cara” (Tb 4,7).

  “Don valioso es la limosna para cuantos la practican en presencia del Altísimo” (Tb 4,11).

  “Encierra la limosna en tus graneros, ella te preservará de todo mal. Mejor que recio escudo y que pesada lanza frente al enemigo combatirá por ti” (Eclo 29 12-13).

  Lo importante es que se dé con alegría y libertad, seguro de estar ayudando al hermano y agradando al Padre: “Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7).

  Sin embargo, sólo tendrá mérito frente a Dios la limosna dada en silencio. “Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas … en verdad os digo que ya reciben su paga” (Mt 6, 2).

  San León Magno (400-461) daba mucho valor a la limosna. Decía que “deposita en el cielo su tesoro quien alimenta a Cristo en el pobre”... “ante todo, tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados” (1P 4,8).

  La mejor manera de vencer este miedo es confiar en la Providencia divina que cuida de todos. Jesús dijo: “No andéis preocupados por vuestra vida” (Mt 6,25). “¿Quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?”. “No andéis, pues, preocupados…”.

  “Pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Lo importante es: “Buscad primero su Reino y su justicia”, es decir, vivir conforme a la voluntad de Dios, “y todas esas cosas se os darán por añadidura”.

  San Pedro exhortaba a los fieles diciendo: “confiadle todas vuestras preocupaciones, pues Él cuida de vosotros” (1 P 5,7).

  Todo esto no quiere decir que no debemos ser previsores teniendo en cuenta las necesidades de la vida. Es por nuestro trabajo que el Señor trae el pan de cada día a nuestra mesa. Que nadie se quede esperando, en la fe, y de brazos cruzados, la ayuda del cielo.

  Autor: Felipe Aquino. Fuente: Alteia.

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