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martes, 5 de mayo de 2020

CRISTO NO JUSTIFICÓ A TODOS LOS HOMBRES, ÉSA ES LA FE CATÓLICA


Aunque lo diga Francisco, Jesucristo no justificó a todos los hombres


En la homilía del lunes 4 de mayo del 2020, el papa Francisco hizo la siguiente afirmación:
Ese “todos” es la visión del Señor que vino por todos y murió por todos. “¿Y también murió por aquel desgraciado que me ha hecho la vida imposible?”. También murió por él. “¿Y por aquel bandido?”: murió por él. Por todos. E incluso por la gente que no cree en él o es de otras religiones: murió por todos. Eso no quiere decir que se deba hacer proselitismo: no. Pero Él murió por todos, justificó a todos.
Vaya por delante que las palabras de un pontífice en una homilía improvisada -y el vídeo de la misma muestra que no fue leída- difícilmente pueden ser consideradas magisterio pontificio. Pero no por ello es menos grave que un Papa afirme algo que contradice expresamente la enseñanza de la Iglesia.
En el Decreto sobre la Justificación del Concilio de Trento, capítulo III, leemos:
No obstante, aunque Jesucristo murió por todos, no todos participan del beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunican los méritos de su pasión. Porque así como no nacerían los hombres efectivamente injustos, si no naciesen propagados de Adan; pues siendo concebidos por él mismo, contraen por esta propagación su propia injusticia; del mismo modo, si no renaciesen en Jesucristo, jamás serían justificados; pues en esta regeneración se les confiere por el mérito de la pasión de Cristo, la gracia con que se hacen justos.
Y en el capítulo VI, vemos:
Dispónense, pues, para la justificación, cuando movidos y ayudados por la gracia divina, y concibiendo la fe por el oído, se inclinan libremente a Dios, creyendo ser verdad lo que sobrenaturalmente ha revelado y prometido.
Item más, dice el capítulo VII:
A esta disposición o preparación se sigue la justificación en sí misma: que no sólo es el perdón de los pecados, sino también la santificación y renovación del hombre interior por la admisión voluntaria de la gracia y dones que la siguen; de donde resulta que el hombre de injusto pasa a ser justo, y de enemigo a amigo, para ser heredero en esperanza de la vida eterna.
Y para que quede meridianamente claro, añade el capítulo VIII:
Cuando dice el Apóstol que el hombre se justifica por la fe, y gratuitamente; se deben entender sus palabras en aquel sentido que adoptó, y ha expresado el perpetuo consentimiento de la Iglesia católicaa; es a saber, que en tanto se dice que somos justificados por la fe, en cuanto esta es principio de la salvación del hombre, fundamento y raíz de toda justificación, y sin la cual es imposible hacerse agradables a Dios, ni llegar a participar de la suerte de hijos suyos. En tanto también se dice que somos justificados gratuitamente, en cuanto ninguna de las cosas que preceden a la justificación, sea la fe, o sean las obras, merece la gracia de la justificación: porque si es gracia, ya no proviene de las obras: de otro modo, como dice el Apóstol, la gracia no sería gracia.
Queda claro por tanto que no se puede decir de ninguna manera que Jesucristo justificó a todos los hombres, y mucho menos a los que no creen en Él y son de otras religiones. Tal afirmación es contraria al evangelio de Cristo, a la fe de la Iglesia. Y tal error es aún más grave si se le añade la oposición al proselitismo, que consiste en buscar la conversión de los incrédulos, de los no cristianos. 
De hecho, el propio Señor Jesucristo indica que debemos hacer proselitismo pero no todos se salvarán, no todos serán justificados 
«Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura. El que creyere y se bautizare, se salvará; el que no creyere, se condenará»
Mc 16,15-16
Y a aquellos que no creyeron en Él, ya les advirtió:
«Si no creyéreis que yo soy, moriréis en vuestro pecado… El padre de quien vosotros procedéis es el diablo, y queréis hacer lo que quiere vuestro padre… el padre de la mentira. A mí, en cambio, porque digo la verdad, no me creéis. El que es de Dios oye las palabras de Dios; vosotros no las oís porque no sois de Dios»
Jn 8,21-24.44-47
Y también:
«El que me rechaza y no recibe mis palabras, tiene quien lo condene: la palabra que he hablado, ésa le condenará en el último día»
Jn 12,48.
Ni que decir tiene que, a diferencia de lo que sostenía el heresiarca Lutero, no basta solo con creer en Cristo. La fe sin obras es fe muerta (Stg 2,17 y 20). El Salvador enseñó que quien le llama Señor y no hace lo que Él dice, se condena (Luc 6,46-49). Pero sin fe ni siquiera es posible agradar a Dios (heb 11,6).
Recordemos la admonición del apóstol San Pablo:
«Pues bien, aunque nosotros mismos o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que os hemos predicado, ¡sea anatema! Lo he dicho y lo repito: Si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea anatema!»
Gal 1,8-9
Y prediquemos lo mismo que San Pedro, Príncipe de los apóstoles y Vicario de Cristo:
«Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos».
Hech 4,11-12
¡Ay de mí si no anunciare el evangelio! (1 Cor 9,16)
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Luis Fernando Pérez Bustamante
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jueves, 8 de febrero de 2018

LA FE DE LA IGLESIA SOBRE LA EUCARISTÍA


Cánones sobre el santísimo sacramento de la Eucaristía
Sesión XIV del Concilio dogmático de Trento
del 25 de noviembre de 1551 (Denz. 883 a 893):

Can. 1. Si alguno niega que en el santísimo sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo y la sangre, juntamente con el alma y la divinidad, de nuestro Señor Jesucristo y, por ende Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema.

Can. 2. Si alguno dice que en el sacrosanto sacramento de la Eucaristía permanece la sustancia de pan y de vino juntamente con el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo, y negare aquella maravillosa y singular conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo y de toda la sustancia del vino en la sangre, permaneciendo sólo las especies de pan y vino; conversión que la Iglesia Católica aptísimamente llama transubstanciación, sea anatema.

Can. 3. Si alguno niega que en el venerable sacramento de la Eucaristía se contiene Cristo entero bajo cada una de las especies y bajo cada una de las partes de cualquiera de las especies hecha la separación, sea anatema.

Can. 4. Si alguno dice que, acabada la consagración, no está el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo en el admirable sacramento de la Eucaristía, sino sólo en el uso, al ser recibido, pero no antes o después, y que en las hostias o partículas consagradas que sobran o se reservan después de la comunión, no permanece el verdadero cuerpo del Señor, sea anatema.

Can. 6. Si alguno dice que en el santísimo sacramento de la Eucaristía no se debe adorar con culto de latría, aun externo, a Cristo, Hijo de Dios unigénito, y que por tanto no se le debe venerar con peculiar celebración de fiesta ni llevándosele solemnemente en procesión, según laudable y universal rito y costumbre de la santa Iglesia, o que no debe ser públicamente expuesto para ser adorado, y que sus adoradores son idólatras, sea anatema.

Can. 7. Si alguno dice que no es lícito reservar la Sagrada Eucaristía en el sagrario, sino que debe ser necesariamente distribuida a los asistentes inmediatamente después de la consagración; o que no es lícito llevarla honoríficamente a los enfermos, sea anatema.

Can. 8. Si alguno dice que Cristo, ofrecido en la Eucaristía, sólo espiritualmente es comido, y no también sacramental y realmente, sea anatema.

Can. 9. Si alguno niega que todos y cada uno de los fieles de Cristo, de ambos sexos, al llegar a los años de discreción, están obligados a comulgar todos los años, por lo menos en Pascua, según el precepto de la santa madre Iglesia, sea anatema. 

Can. 10. Si alguno dijere que no es lícito al sacerdote celebrante comulgarse a sí mismo, sea anatema.

Can. 11. Si alguno dice que la sola fe es preparación suficiente para recibir el sacramento de la santísima Eucaristía, sea anatema. Y para que tan grande sacramento no sea recibido indignamente y, por ende, para muerte y condenación, el mismo santo Concilio establece y declara que aquellos a quienes grave la conciencia de pecado mortal, por muy contritos que se consideren, deben necesariamente hacer previa confesión sacramental, habida facilidad de confesar*. Mas si alguno pretendiere enseñar, predicar o pertinazmente afirmar, o también públicamente disputando defender lo contrario, por el mismo hecho quede excomulgado.

*NOTA DE LA REDACCIÓN: En casos de verdadera emergencia, cuando no hay facilidad de confesar individualmente por falta de tiempo, como por ejemplo cuando un batallón va a la guerra o un buque se hunde, previo acto de contrición y propósito de enmienda, puede el sacerdote proceder a una absolución colectiva con la condición a los fieles de realizar la confesión individualmente después, si hay vida. Desgraciadamente el modernismo actual procede a aplicarla en situaciones comunes indebidamente. Por ejemplo: No es un fundamento para hacerlo el número alto de fieles que asisten a misa, como abusiva y sacrílegamente sostienen algunos modernistas.