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viernes, 18 de abril de 2025

GÓLGOTA


 GÓLGOTA


Subí.

No por caminos de piedra,

sino por el tajo inmenso

que abriste entre mi carne y tu costado.


Subí sin saber cómo se sube

a un monte donde muere Dios,

donde el cielo no se abre

sino que se desgarra

como un paño santo

en manos impías.


Subí

porque tú ya no bajabas.


Y allí estabas.

No como rey de los tronos,

sino como rey de las llagas.

No como dueño de ejércitos,

sino como siervo de clavos.

No como quien dice: “Soy”,

sino como quien calla

para que el silencio hable por Él.


Allí estabas.

Y tu desnudez era mi abrigo.

Y tu sangre, mi nombre.

Y tu llanto,

la única música que el mundo no merece.


Clavaron tus manos

como se clava la luz

cuando entra de golpe

en una habitación sin ventanas.

Y el primer golpe sonó,

y mi alma supo

que toda la historia cabía en ese eco.

Que el pecado del mundo

había hecho leña de Dios,

y que el Amor,

en vez de retirarse,

se abrazaba más hondo al madero.


El segundo clavo fue más lento,

como si los verdugos temieran al mármol de tu paz.

Y el tercero…

¡oh el tercero!

El que ató tus pasos al suelo

para liberar mis pasos al cielo.


Y yo, allí abajo,

no gritaba,

no rezaba,

no sabía aún que el alma también sangra

cuando mira al Amor hecho carne

y no se atreve a decir:

“Estoy aquí.”


El madero se alzó

como una torre de espanto,

y los ángeles —no, no se fueron—

se postraron en los aires,

velando el rostro con las alas,

adorando al Altísimo suspendido en la ignominia.

Tú estabas en lo alto

como un faro sangrante

que miraba el naufragio del mundo

y lo bendecía.


Tus ojos,

ya nublados por el peso del perdón,

se pasearon por la multitud

y vieron…

—¡Dios mío, vieron!—

al traidor mal arrepentido,

al verdugo fatigado,

a la madre quebrada,

al apóstol fugitivo,

y al alma mía,

quieta,

quieta como un niño que teme ser hallado,

pero desea ser visto.



LA PRIMERA PALABRA


“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.”


Y el cielo contuvo el aliento.

El fuego no cayó.

Las legiones no descendieron.

Solo el perdón… como un río invisible.


Padre…

No “Dios” todavía, sino “Padre”.

Porque el Hijo, clavado,

aún ama desde la filiación.


Perdónalos…

A los que clavan,

a los que ríen,

a los que huyen,

a los que miran sin llorar.

A mí.


Porque no saben…

Y yo no sabía.

Y aún sabiendo, me escondo.


¿Qué amor es este,

que me absuelve antes de mi culpa,

que me llama antes de que grite,

que me lava cuando aún traiciono?



LA SEGUNDA PALABRA


“Hoy estarás conmigo en el Paraíso.”


Hoy.

No “cuando te limpies”.

No “cuando aprendas”.

Hoy.


A un ladrón.

A un bandido crucificado.

A un alma sin currículo.

A mí.


Conmigo…

No detrás, no al lado:

conmigo.


En el Paraíso…

No el de Adán,

sino el del segundo Adán:

ese jardín regado por sangre

donde el árbol ya no es prohibido,

sino redentor.


Y yo, colgado de mi culpa,

escucho esa promesa

y sé que aún puedo entrar.



LA TERCERA PALABRA


“Mujer, he ahí a tu hijo. Hijo, he ahí a tu Madre.”


Y el cielo se hizo cuna.


Tú, agonizando,

no pensaste en ti,

sino en darnos Madre.


Ella, de pie,

sin lágrimas aún,

te ofrecía al Padre

y nos recibía como hijos.


Yo, que he herido tantas veces su ternura,

soy llamado

a su regazo.


Ella no protestó.

Solo abrió los brazos.

Y yo entendí

que la Cruz me dio familia.



LA CUARTA PALABRA


“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”


Y entonces tembló la tierra.


No porque Dios te abandonara,

sino porque tú tomaste mi lejanía.


Ese grito no fue tuyo:

fue mío en tu boca.


Tú, el más amado,

tomaste mi exilio.

El inocente cargó la distancia del culpable.


No preguntabas para saber,

sino para que yo entendiera

que nunca más estaré solo en mi abandono.



LA QUINTA PALABRA


“Tengo sed.”


Sed de almas.

Sed de mí.


No pediste agua.

Pediste mi rendición.


Yo tengo agua

y tú tienes sed.

Yo tengo excusas

y tú tienes fuego.


Esa sed tuya es mi nombre.

Tu boca ardiente

llama mi regreso.


No hay mayor sed

que la del Amor

cuando no es correspondido.



LA SEXTA PALABRA


“Todo está cumplido.”


No fue suspiro de derrota,

sino canto de victoria.


El pacto está sellado.

La herida está abierta

como puerta eterna.


Todo está cumplido:

la obediencia,

el amor,

el precio.


Nada quedó por hacer,

salvo adorarte.



LA SÉPTIMA PALABRA


“Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”


Y aquí todo se detuvo.


No fue la muerte.

Fue la entrega.

Fue el Hijo regresando al seno.

Fue el Verbo devolviéndose a la Fuente.


Padre…

Otra vez “Padre”.

Como si todo comenzara de nuevo.


En tus manos…

Las mismas que tejieron los cielos,

que modelaron mi barro,

que ahora recogen tu aliento.


Mi espíritu…

Tu aliento primero,

devuelto sin mancha,

para que el mío —roto—

pueda ser restaurado.


Y expiraste.


No como mueren los hombres,

sino como se consagran las hostias.

No como caen los cuerpos,

sino como se abren los templos.


El velo se rasgó.

El infierno crujió.

El cielo se inclinó.

La historia cambió de eje.

Y yo… yo me rendí.



El centurión lloró.

El ladrón sonrió.

La Madre sostuvo el universo con los ojos.

Y yo…

yo dejé de ser espectador

y me arranqué los argumentos,

me arranqué la piel

y me acosté junto a tu cruz

como un perro herido

que no quiere otra cosa

sino morir donde su Amo ha muerto.


No bajaste de la cruz

porque tu lugar era el mío.

Y ahora el mío está contigo.


Cristo…

no tengo palabras.

Solo esta herida que no cierra

y que te canta.

Solo este amor que no basta

y que te busca.

Solo este barro que aún tiembla

y que te espera.


Haz de mi pecho tu sepulcro.

Haz de mi lengua tu epitafio.

Haz de mi muerte

tu semilla.


Y si alguna vez me olvido del Gólgota,

hazme recordar

que fuiste tú quien murió por mí

cuando yo aún no sabía vivir por ti.


Y si alguna vez

el mundo me arranca de tus brazos,

recuérdame que tengo Madre,

que tengo Cruz,

que tengo Sangre,

que tengo Cuerpo,

que tengo Reino.


Y que todo eso

empezó

en un monte

donde el Amor fue colgado

para que la muerte muriera

y el alma,

al fin,

viviera.


OMO

jueves, 17 de abril de 2025

JUEVES Y VIERNES SANTOS


JUEVES SANTO

*Recordamos que el Viernes Santo obligan gravemente el ayuno y la abstinencia


El Jueves Santo se celebra:

-La Última Cena,

-El Lavatorio de los pies,

-La institución de la Eucaristía y del Sacerdocio

-La oración de Jesús en el Huerto de Getsemaní.

En la Misa vespertina, antes del ofertorio, el sacerdote celebrante toma una toalla y una bandeja con agua y lava los pies de doce varones, recordando el mismo gesto de Jesús con sus apóstoles en la Última Cena.

La Eucaristía

Este es el día en que se instituyó la Eucaristía, el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino donde se renueva incruentamente el sacrificio del Calvario. Cristo tuvo la Última Cena con sus apóstoles y por el gran amor que nos tiene, se quedó con nosotros en la Eucaristía, con su Presencia Real, para guiarnos en el camino de la salvación.

Todos estamos invitados a celebrar la cena instituida por Jesús. Esta noche santa, Cristo nos deja su Cuerpo y su Sangre. Revivamos este gran don y comprometámonos a servir a nuestros hermanos.

El lavatorio de los pies

Jesús en este pasaje del Evangelio nos enseña a servir con humildad y de corazón a los demás. Este es el mejor camino para seguir a Jesús y para demostrarle nuestra fe en Él. Recordar que esta no es la única vez que Jesús nos habla acerca del servicio. Debemos procurar esta virtud para nuestra vida de todos los días. Vivir como servidores unos de otros.

La noche en el huerto de los Olivos

Lectura del Evangelio según San Marcos14, 32-42.:
Reflexionemos con Jesús en lo que sentía en estos momentos: su miedo, la angustia ante la muerte, la tristeza por ser traicionado, su soledad, su compromiso por cumplir la voluntad de Dios, su obediencia a Dios Padre y su confianza en Él. Las virtudes que nos enseña Jesús este día, entre otras, son la obediencia, la generosidad y la humildad.

Los monumentos y la visita de las siete iglesias

Se acostumbra, después de la Misa vespertina, hacer un monumento para resaltar la Eucaristía y exponerla de una manera solemne para la adoración de los fieles.
La Iglesia pide dedicar un momento de adoración y de agradecimiento a Jesús, un acompañar a Jesús en la oración del huerto. Es por esta razón que las Iglesias preparan sus monumentos. Este es un día solemne.

En la visita de las siete iglesias o siete templos, se acostumbra llevar a cabo una breve oración en la que se dan gracias al Señor por todo su amor al quedarse con nosotros. Esto se hace en siete templos diferentes y simboliza el ir y venir de Jesús en la noche de la traición. Es a lo que refieren cuando dicen “traerte de Herodes a Pilatos”.
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Fuente: Catholic.net

Otro post de este día, haz click:  LAVATORIO DE LOS PIES 
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VIERNES SANTO

ESTE DÍA OBLIGA GRAVEMENTE EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA (Para ver su normatividad haz click AQUÍ)




-Obligación grave de ayuno y abstinencia
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-Día en que crucificaron a Cristo en el Calvario

-Cómo rezar el Via Crucis

-Pésame a la Virgen

En este día recordamos cuando Jesús muere en la cruz para salvarnos del pecado y darnos la vida eterna. Obliga el ayuno y la abstinencia (haz click)El sacerdote lee la pasión de Cristo en la liturgia de la Adoración a la cruz. Este día no se celebra la Santa Misa.

En las iglesias, las imágenes se cubren con una tela morada al igual que el crucifijo y el sagrario está abierto en señal de que Jesús no está.

El color morado en la liturgia de la Iglesia significa luto. Se viste de negro la imagen de la Virgen en señal de luto por la muerte de su Hijo.

Podemos recordar leyendo el Evangelio de San Juan, capítulo 18, versículos 1-19, 42.

¿Cómo podemos vivir este día?

Este día manda la Iglesia guardar el ayuno y la abstinencia.
Se acostumbra rezar el Vía Crucis y meditar en las Siete Palabras de Jesús en la cruz.
Se participa en la Liturgia de Adoración a la Cruz con mucho amor, respeto y devoción.
Se trata de acompañar a Jesús en su sufrimiento.
A las tres de la tarde, recordamos la crucifixión de Jesús rezando el Credo.

¿Cómo se reza un Viacrucis?

Esta costumbre viene desde finales del siglo V, cuando los cristianos en Jerusalén, se reunían por la mañana del Viernes Santo a venerar la cruz de Jesús. Volvían a reunirse al empezar la tarde para escuchar la lectura de la Pasión.

El Viacrucis es una manera de recordar la pasión de Jesús y de revivir con Él y acompañarlo en los sufrimientos que tuvo en el camino al Calvario.

Se divide en catorce estaciones que narran, paso a paso, la Pasión de Cristo desde que es condenado a muerte hasta que es colocado en el sepulcro.

El Viacrucis se reza caminando en procesión, como simbolismo del camino que tuvo que recorrer Jesús hasta el Monte Calvario. Hasta adelante, alguno de los participantes lleva una cruz grande y es el que preside la procesión. Se hacen paradas a lo largo del camino para reflexionar en cada una de las estaciones, mediante alguna lectura específica.

Antes de cada estación se reza: "Adorámoste Cristo y te bendecimos que por tu Santa Cruz redimiste al mundo y a mí, pecador. Amén". Después de escuchar con atención la estación que se medita, al final de cada una, se reza: "Señor pequé, ten misericordia de mi, pecamos y nos pesa ten misericordia de nosotros", seguido de un Padrenuestro, una Ave María y un Gloria, mientras se camina hasta la siguiente estación. El que lleva la cruz, se la puede pasar a otra persona.

El sermón de las Siete Palabras

Esta devoción consiste en reflexionar en las últimas siete frases que pronunció Jesús en la cruz, antes de su muerte.

Primera Palabra

"Padre: Perdónalos porque no saben lo que hacen". (San Lucas 23, 24)

Jesús nos dejó una gran enseñanza con estas palabras, ya que a pesar de ser Dios, no se ocupó de probar su inocencia, ya que la verdad siempre prevalece. Nosotros debemos ocuparnos del juicio ante Dios y no del de los hombres. Jesús no pidió el perdón para Él porque no tenía pecado, lo pidió para quienes lo acusaron. Nosotros no somos nadie para juzgar. Dios nos ha perdonado grandes pecados, por lo que nosotros debemos perdonar a los demás. El perdonar ayuda a quitar el odio. El amor debe ganar al odio. La verdadera prueba del cristiano no consiste en cuánto ama a sus amigos, sino a sus enemigos. Perdonar a los enemigos es grandeza de alma, perdonar es prueba de amor.

Segunda Palabra

"Yo te aseguro: Hoy estarás conmigo en el paraíso". (San Lucas 23,43)

Estas palabras nos enseñan la actitud que debemos tomar ante el dolor y el sufrimiento. La manera como reaccionemos ante el dolor depende de nuestra filosofía de vida. Dice un poeta que dos prisioneros miraron a través de los barrotes de su celda y uno vio lodo y otro vio estrellas. Estas son las actitudes que se encuentran manifestadas en los dos ladrones crucificados al lado de Jesús: uno no le dio sentido a su dolor y el otro sí lo hizo. Necesitamos espiritualizar el sufrimiento para ser mejores personas. Jesús en la cruz es una prueba de amor. El ladrón de la derecha, al ver a Jesús en la cruz comprende el valor del sufrimiento. El sufrimiento puede hacer un bien a otros y a nuestra alma. Nos acerca a Dios si le damos sentido.

Tercera Palabra

"Mujer, ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu Madre". (San Juan 19, 26-27)

La Virgen es proclamada Madre de todos los hombres.
El amor busca aligerar al que sufre y tomar sus dolores. Una madre cuando ama quiere tomar el dolor de las heridas de sus hijos. Jesús y María nos aman con un amor sin límites. María es Madre de cada uno de nosotros. En Juan estamos representados cada uno de nosotros. María es el refugio de los pecadores. Ella entiende que somos pecadores.

Cuarta Palabra

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (San Marcos 15, 34)

Es una oración, un salmo. Es el hijo que habla con el Padre.
Estas palabras nos hacen pensar en el pecado de los hombres. El pecado es la muerte del alma. La bondad es el constante rechazo al pecado. El pecado es el abandono de Dios por parte del hombre. El hombre rechazó a Dios y Jesús experimentó esto.

Quinta Palabra

"¡Tengo sed!" (San Juan 19, 28)

La sed es un signo de vida. Tiene sed de dar vida y por eso muere.
Él tenía sed por las almas de los hombres. El Pastor estaba sólo, sin sus ovejas. Durante toda su vida Jesús había buscado almas. Los dolores del cuerpo no eran nada en comparación del dolor del alma. Que el hombre despreciara su amor le dolía profundamente en su corazón. Todo hombre necesita ser feliz y no se puede ser feliz sin Dios. La sed de todo hombre es la sed del amor.

Sexta Palabra

"Todo está consumado". (San Juan 19, 30)

Todo tiene sentido: Jesús por amor nos da su vida. Jesús cumplió con la voluntad de su Padre. Su misión terminaría con su muerte. El plan estaba realizado. Nuestro plan no está aún terminado, porque todavía no hemos salvado nuestras almas. Todo lo que hagamos debe estar dirigido a este fin. El sufrimiento, los tropiezos de la vida nos recuerdan que la felicidad completa solo la podremos alcanzar en el cielo. Aprendemos a morir muriendo a nosotros mismos, a nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra pereza, miles de veces cada día.

Séptima Palabra

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". (San Lucas 23, 46)

Jesús muere con serenidad, con paz, su oración es de confianza en Dios. Se abandona en las manos de su Padre.
Estas palabras nos hacen pensar que debemos de cuidar nuestra alma, no sólo nuestro cuerpo. Jesús entregó su cuerpo, pero no su alma. Devolvió su espíritu a su Padre no con grito de rebelión sino con un grito triunfante. Nadie nos puede quitar nuestro espíritu. Es importante recordar cual es nuestro destino en al vida para no equivocarnos de camino a seguir. Jesús nunca perdió de vista su meta a seguir. Sacrificó todo para alcanzarla. Lo más importante en la vida es la salvación de nuestras almas.

Pésame a la Virgen

Bajo el título de la Virgen de la Soledad o la Dolorosa, se venera a María en muchos lugares y se celebra el viernes santo. Se acostumbra rezar "el Santo Rosario de Pésame"

El Viernes Santo se acompaña a María en la experiencia de recibir en brazos a su Hijo muerto con un sentido de condolencia. Se dice que se le va a dar el pésame a la Virgen, cuya imagen se viste de negro ese día, como señal de luto.

Acompañamos a María en su dolor profundo, el dolor de una madre que pierde a su Hijo amado. Ha presenciado la muerte más atroz e injusta que se haya realizado jamás, pero al mismo tiempo le alienta una gran esperanza sostenida por la fe. María vio a su hijo abandonado por los apóstoles temerosos, flagelado por los soldados romanos, coronado con espinas, escupido, abofeteado, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el monte Calvario, donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos.

María saca su fortaleza de la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor para nosotros, aunque nosotros no lo comprendamos.

Es Ella quien con su compañía, su fortaleza y su fe nos da fuerza en los momentos del dolor, en los sufrimientos diarios y pidámosle la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de ella y comprendamos que en el dolor, somos más parecidos a Cristo y capaces de amarlo con mayor intensidad.

La imagen de la Virgen dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos.

Autora: Teresa Fernández



"¡Oh maravillosa y nueva virtud! ¡Lo que no hiciste desde el cielo servido de ángeles, hiciste desde la cruz acompañado de ladrones! Y no solamente la cruz, mas la misma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes reclinada, para oírnos y darnos besos de paz, con la cual convidas a los culpados, siendo tú el ofendido; los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recibirnos en tus entrañas; los pies clavados, para esperarnos y para nunca poder apartarte de nosotros. De manera, que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón".

-San Juan de Ávila.


¡Oh Cruz  fiel! El más noble de los árboles; ningún bosque produjo otro igual en hoja ni en flor ni en fruto. ¡Oh dulce leño, dulces clavos los que sostuvieron tan dulce peso!
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Reflexión

La vida del cristiano es un “vía crucis” si se acepta la invitación de Jesús de llevar la propia cruz detrás de Él cada día.

Podemos ser condenados al desprecio, podemos sentir el silencio que hiere y condena nuestra fidelidad cristiana. En nuestro “via crucis” hay también momentos de caída, de fragilidad y de cansancio, pero también nosotros tenemos una Madre (María) que nos acompaña en nuestro caminar como a Jesús.

El camino de la cruz de Cristo y el nuestro son unas vías de salvación y de apostolado, porque hemos sido invitados a colaborar en la salvación de nuestros hermanos. Todos los cristianos somos responsables del destino eterno de quienes nos rodean. Cristo nos enseña con la cruz a salir de nosotros mismos, y a dar así un sentido apostólico a nuestra vida.

Cuando contemplemos el crucifijo, cuando veamos la figura sufriente de Cristo en la cruz, pidamos la gracia de recordar que los dolores de Cristo crucificado son fruto del pecado. Evitemos, y pidamos la fortaleza a Dios para ello, cada una de las ocasiones de pecado que se nos presenten en nuestras vidas.

Recomendamos escuchar hoy (haz click): MI CRISTO ROTO (AUDIO Y TEXTO)

miércoles, 16 de abril de 2025

EL REY ANTE PILATO


 

No hay trono.

No hay justicia.

No hay verdad en la sala.

Y sin embargo, la Verdad está allí, de pie.


No hay necesidad de palabras.

Toda la creación ya ha hablado por Él.

Todo lo escrito en las piedras,

todo lo cantado en los salmos,

todo lo soñado por los profetas,

se resume en ese instante.


Allí está:

el Rey sin corona,

el Soberano sin ejército,

el Dueño de los siglos frente al gobernador de un momento.


Pilato no lo sabe, pero tiembla.

Porque su alma, aunque envuelta en la costra del poder,

reconoce el abismo.

Reconoce que no es Él quien está siendo juzgado.

Reconoce que es él quien está siendo medido.


—¿Eres tú el Rey?


Y el Silencio responde.

Un silencio que no es evasión,

sino majestad.

Un silencio más elocuente que todas las leyes,

más resplandeciente que todos los cetros.

Un silencio que sostiene el universo.


—Mi Reino no es de este mundo.


No se excusa. No suplica. No argumenta.

Simplemente declara.

Declara lo que es,

y al hacerlo, juzga todo lo que no es.


Ese día no es Cristo quien está en juicio.

Es Roma.

Es el Sanedrín.

Es la historia.

Es la humanidad entera,

puesta frente a su Rey y hallada vacía.


Y el alma que contempla esta escena

sabe que no puede permanecer neutral.

No puede seguir aplaudiendo a Pilato por lavarse las manos.

No puede continuar sirviendo a reyes de barro.

No puede amar la tibieza cuando el Fuego está en pie.


Hoy el Rey no se defiende,

pero reina.

Hoy no condena,

pero pesa las almas.

Hoy no alza su voz,

porque su sola Presencia ya lo ha dicho todo.


Y entonces,

le visten de púrpura rota,

le colocan un cetro de caña,

le oprimen en la frente la corona que no querían aceptar.


Y Pilato, sin saber que se convierte en heraldo,

lo muestra al mundo.

Lo alza como se alza una señal,

como se alza la serpiente en el desierto,

como se alza el Verbo en la cruz que aún no ha sido.


Y dice —sin entender lo que dice—:


—¡Ecce Homo!


Y en ese instante,

el universo entero ve al Hombre.

No al condenado. No al vencido.

Al Hombre.


No uno entre muchos,

sino el Uno por quien todo fue hecho.

El Hombre verdadero.

El Rey de la carne redimida.

El Hijo del Altísimo,

cubierto de llagas,

vestido de burla,

coronado de espinas,

y más Rey que nunca.


Y el cielo calla.

Y la tierra tiembla.

Y el infierno escucha.


OMO

martes, 15 de abril de 2025

EL ALMA QUE SE DESCUBRE "JUDAS"



El alma que se descubre Judas… y no huye

—Señor…
anoche cenamos contigo.
Cantamos el salmo.
Y tus ojos se alzaron al cielo con ternura.
Partiste el Pan…
y nos miraste como si aún fuéramos dignos.

Pero yo ya tenía en el alma
la daga envainada.
No era de metal,
sino de indiferencia,
de cobardía,
de amores ocultos más fuertes que el tuyo.

—Señor…
yo fui Judas.
No con escándalo.
Sino con fidelidad fingida.
Con misa y pecado.
Con palabras justas y corazón doble.

Y hoy,
al despertar,
descubro que el beso aún está en mis labios.

—Te vendí.
No por treinta monedas,
sino por la paz con el mundo.
Por no incomodar.
Por no amarte hasta la sangre.

Y tú…
tú me miraste.
No con reproche.
Con esa mansedumbre
que quiebra más que el juicio.
Con esa pureza
que acusa sin voz.

Y dijiste:
“Amigo…”
y eso fue peor.

Porque no hay dolor más hondo
que recibir amor
cuando se ha herido al Amor mismo.

Yo fui Judas, Señor.
Y aún así no me alejaste.
No llamaste a los ángeles.
No invocaste al Padre.
Solo te dejaste prender
como un Cordero manso.
Y yo temblé.

—Señor…
yo no merezco mirarte.
No merezco tu Pasión.
No merezco tu Nombre.

¿Y aún así me esperas?


[Cristo responde]

—Tú me diste la espalda,
pero yo te he esperado de frente.

Tú me vendiste,
pero yo he pagado por ti con mi Sangre.

Tú me llamaste “Maestro” sin fe,
pero yo te he llamado “amigo”…
y no he retirado la palabra.

¿No ves, alma mía,
que en ese beso que me diste
yo puse todo el calor de mi Amor eterno?

¿No comprendes aún
que no vine a salvar inocentes,
sino a rescatar traidores?

No me defendí cuando me entregaste.
No me escondí cuando fingiste.
No…
me quedé.
Y por ti
fui llevado como cordero mudo al degüello.

No me expliques.
No te excuses.
No disimules.

Solo entrégame tu herida.

Yo la sanaré con clavos.
Yo la lavaré con Sangre.
Yo la vestiré con mi túnica sin costura.

Yo haré de tu traición
mi trono en el alma.

Ven.
No como quien mendiga perdón,
sino como el ladrón crucificado a mi derecha,
que solo dijo:
“Acuérdate de mí…”
y ya fue mío.

Porque aún después del beso,
yo te he amado más.

lunes, 14 de abril de 2025

AL SERVICIO DE SU MAJESTAD


 AL SERVICIO DE SU MAJESTAD


La ciudad tiembla sin saber por qué.

Las piedras lo presienten.

El polvo se ordena.

Los ramos caen al suelo como si la tierra quisiera coronarlo.

Y Él viene.


Viene sin escudos.

Sin oro.

Sin alarde.

Sólo la majestad del Silencio sobre un pollino obediente.

Sólo el Rey que no pide paso,

porque todo lo creado es ya suyo.


Y el alma, oculta entre la multitud de sus pensamientos,

ve su silueta acercarse

y comprende que no puede seguir como hasta ahora.


No puede fingir que lo aclama si no ha rendido sus banderas.

No puede llamarlo Señor sin bajarse del trono.

No puede gritar “Hosanna”

y al mismo tiempo conservar su corona interior.


Porque cuando pasa el Rey,

no basta con aplaudir.

Hay que rendirse.


Y entonces ocurre:

el alma se endereza como torre que ha resistido demasiadas tormentas

y, una a una,

comienza a entregar sus banderas.


Primero la del orgullo,

que ondeaba alto, tejida con hilos de méritos y razones,

defendida con espadas de argumentos y escudos de apariencias.

Cae como cae un ídolo cuando el fuego toca su base.

No hay protesta.

Sólo el sonido seco de lo falso al chocar con la verdad.


Sigue la del yo autosuficiente,

la que decía: “soy mi origen, soy mi fin, me basto”.

Cae plegada por dentro,

porque quien ha visto al Rey ya no desea gobernarse a sí mismo.


Después cae la del deseo sin freno,

esa enseña de voluntades vestidas de virtud,

que gritaba “mi voluntad”, incluso en la oración.

Ahora se pliega como una flor vencida por la luz,

porque donde hay Reino, no hay capricho.


Viene la del temor al mundo,

la que ondeaba cada vez que había que hablar y calló,

cada vez que hubo que defender la verdad y se excusó.

Cae suavemente, como cae la nieve cuando se sabe perdonada.


Y finalmente, la más traidora:

la bandera doble,

la que mostraba un rostro a Dios

y otro al mundo.

La que ondeaba distinta según la plaza,

la hora, el público.

Esa no cae: se desintegra.

Porque ante el paso del Rey,

lo ambiguo se disuelve como sombra en el mediodía.


Queda una última bandera.

La más alta.

La más íntima.

La del yo.

No un yo abstracto, sino ese que se reserva siempre algo,

ese que nunca cede del todo,

ese que firma pactos con Dios… pero sin cláusula de entrega total.


Y entonces el alma la arría.

La dobla sin ceremonia,

la besa,

y la deposita a los pies del que viene.


Y por fin está vacía.

No derrotada.

Sino liberada.

Sin estandartes propios,

lista para llevar los de su Señor.


Y levanta la vista,

y dice sin palabras:


Reina en mí.

No como idea, ni como sentimiento,

ni como consuelo entre penas.

Reina como reinas en el Cielo:

con autoridad, con ley, con presencia real.


Haz de mi vida tu vasallaje.

Haz de mi voluntad tu trono.

Haz de mi obediencia la bandera que antes fue mía.


No quiero más libertad que tu Ley.

No quiero más identidad que tu Nombre.

No quiero más gloria que servirte.


Y en este Domingo de Ramos,

cuando la multitud grita sin saber lo que dice,

cuando los labios pronuncian sin que el corazón se incline,

yo sí te reconozco.

Yo sí sé quién eres.

Y por eso, con temblor y certeza,

yo juro:


Cristo Jesús,

os reconozco por Rey universal.

Todo cuanto ha sido hecho, ha sido creado para Vos.

Ejerced sobre mí todos vuestros derechos.


Renuevo mis promesas del Bautismo,

renuncio a Satanás y a todas sus obras,

y prometo vivir como buen cristiano.

Me comprometo —según mis fuerzas—

a hacer triunfar los derechos de Dios

y de vuestra Santa Iglesia.


Recibid, Señor, este juramento

como se recibe la sangre del mártir,

como se recibe el sí de la Virgen,

como se recibe la fidelidad en el desierto.


Y mientras el pollino avanza,

y los hombres te aclaman sin comprenderte,

y los ángeles detienen su canto para escuchar el alma,

yo quedo, sellado, entregado, sellado con tu cruz,

al servicio de Su Majestad.


OMO

viernes, 11 de abril de 2025

CONMEMORACIÓN DE LOS DOLORES DE NUESTRA SEÑORA. Viernes de la Semana de Pasión –



A las puertas de la Semana Santa, la Iglesia nos invita a detenernos ante el Corazón traspasado de María, contemplando sus sufrimientos como preludio al misterio de la Pasión de su Hijo. Este día, cargado de simbolismo y devoción, nos prepara para el drama sacro que pronto viviremos. Reflexionemos, pues, sobre el origen de esta fiesta, su significado, la importancia de la Virgen en la Semana Santa y cómo podemos acercarnos a ella con fervor.

Origen de la Fiesta

La conmemoración de los Dolores de Nuestra Señora el viernes de la Semana de Pasión tiene sus raíces en la piedad medieval, particularmente en la devoción a los siete dolores de María, promovida por la Orden de los Siervos de María desde el siglo XIII. Aunque en el calendario romano no era una fiesta universal obligatoria, este viernes adquirió gran relevancia en ciertas tradiciones locales, especialmente en España, Italia y América Latina. En la liturgia romana tradicional, el viernes antes del Domingo de Ramos se vivía como un día de preparación penitencial, y la memoria de los Dolores de María se entrelazaba con las lecturas y oraciones que anticipaban la Pasión de Cristo. En Roma, la estación en San Esteban en Monte Celio, una iglesia vinculada al martirio del primer diácono, evocaba el sacrificio y el sufrimiento, resonando con el dolor de la Virgen al pie de la Cruz.

El culto a los Dolores de María se formalizó con el tiempo, pero ya en los primeros siglos la Iglesia reconocía el papel único de la Virgen como Corredentora. Textos como el Stabat Mater, usado en la liturgia antigua, y las meditaciones de santos como San Bernardo y San Alfonso María de Ligorio, resaltaban la unión inseparable entre el sufrimiento de María y el de su Hijo. Este viernes, por tanto, era un eco de esa devoción, un momento para meditar en los siete puñales que atravesaron el alma de María: la profecía de Simeón, la huida a Egipto, la pérdida de Jesús en el templo, el encuentro en el Vía Crucis, la crucifixión, el descendimiento de la Cruz y la sepultura de Cristo.

Simbolismo de la Fiesta antes de la Semana Santa

Este Viernes de los Dolores, situado en la I Semana de Pasión, es un umbral sagrado. Simboliza el preludio del sacrificio redentor, una invitación a entrar en el misterio de la Cruz a través de los ojos y el corazón de María. La Virgen Dolorosa no es una figura pasiva; ella es la Madre que, en silencio, ofrece su dolor al Padre por nuestra salvación. Este día nos recuerda que la Semana Santa no solo es la Pasión de Cristo, sino también la compasión de María, su “com-pasión” –su sufrimiento con Él–. La liturgia antigua, con su sobriedad y profundidad, nos prepara para el Calvario al ponernos bajo el manto de la Madre afligida, cuya presencia nos guía hacia la Resurrección.

En San Esteban, la estación litúrgica de hoy, el martirio del santo se une al dolor de María, recordándonos que el seguimiento de Cristo implica tomar la cruz. Este viernes, entonces, es un llamado a la penitencia, a la oración y a la contemplación, para que, al llegar la Semana Santa, nuestros corazones estén dispuestos a acompañar a Cristo y a su Madre en el camino del dolor y la gloria.

La Importancia de la Virgen María en la Semana Santa

La Virgen María ocupa un lugar central en la Semana Santa, no como protagonista aislada, sino como antagonista que permanece junto a su Hijo. En la liturgia tradicional, su presencia es discreta pero poderosa: la vemos en el Stabat Mater del Viernes Santo, en las antífonas marianas como el Salve Regina y en las devociones populares que florecen en este tiempo. María es el puente entre la humanidad y Cristo; su dolor nos enseña a amar la Cruz, y su fidelidad nos muestra el camino hacia la Resurrección. En la Semana Santa, cada estación –desde el Jueves Santo hasta el Sábado de Gloria– está impregnada de su presencia materna. Ella lava el camino al calvario con sus lágrimas, carga la cruz con su silencio y espera la Resurrección con esperanza inquebrantable.

Sin María, la Semana Santa sería incompleta.

Ella nos enseña a decir “Fiat” –hágase– ante el sufrimiento, a confiar en la voluntad de Dios incluso en la oscuridad. Por eso, honrar sus Dolores hoy es prepararnos para vivir la Pasión de Cristo con un corazón abierto, dispuesto a compartir su dolor y a recibir su redención.

Exhortación

Acerquémonos a los altares de la Virgen Dolorosa con reverencia. Que cada vela que encendamos, cada flor que ofrendemos, sea un acto de amor y reparación. Que este Viernes de los Dolores sea para nosotros un momento de conversión, para despojarnos del pecado y revestirnos de la gracia. Al pasar por una imagen de la Virgen, detengámonos un instante, inclinemos el alma y ofrezcámosle nuestra compañía. Y al prepararnos para la Semana Santa, sigamos su ejemplo: permanezcamos firmes al pie de la Cruz, confiando en que el Viernes Santo dará paso al Domingo de Resurrección.

Oración Final para Visitar los Altares o Pasar Frente a una Imagen de la Virgen Dolorosa

En Latín
“O Virgo Maria, Mater Dolorosa, quae sub Cruce Filii tui stabas, cor tuum septem gladiis transfixum veneror. Da mihi, quaeso, ut tecum in dolore compatiar et in amore Crucis perseverem, donec gloriam Resurrectionis contempler. Amen.”
  
En Español
“Oh Virgen María, Madre Dolorosa, que estabas al pie de la Cruz de tu Hijo, venero tu corazón traspasado por siete espadas. Concédeme, te suplico, que pueda compartir tu dolor y persevere en el amor a la Cruz, hasta contemplar la gloria de la Resurrección. Amén.”
  
Oración Breve al Pasar Frente a una Imagen
Latín: “Mater Dolorosa, memento mei.” 

Español: “Madre Dolorosa, acuérdate de mí.”

Que la Virgen Dolorosa, desde su trono de lágrimas, nos guíe hacia su Hijo crucificado y resucitado. Amén.

sábado, 15 de marzo de 2025

LA SANTA CUARESMA: UN TIEMPO PARA DESPERTAR



EL LLAMADO DE LA IGLESIA A LA CONVERSIÓN Y LA VERDADERA LIBERTAD

Vivimos en una época que presume de estar siempre informada, pero que no soporta que se le recuerde la verdad más simple de todas: que el hombre tiene un alma y que, tarde o temprano, tendrá que rendir cuentas por ella.

El mundo moderno es como un hombre que camina por un camino oscuro sin querer admitir que no ve nada. En lugar de detenerse, encender una luz y orientarse, decide seguir avanzando a ciegas, confiando en que, de alguna manera, no se caerá en el abismo. Y si alguien intenta advertirle, se enfada y responde que no hay tal abismo, que lo único que existe es el suelo bajo sus pies y que preocuparse por lo que no se ve es cosa de gente anticuada.

Pero la verdad no desaparece porque no se la quiera mirar. La Iglesia, con la sabiduría de quien ha visto pasar siglos de necedad humana, no se cansa de recordárnoslo. Y lo hace con una insistencia que no es otra cosa que amor de madre: nos llama a la conversión, a la reflexión y al arrepentimiento.

Porque la Cuaresma no es una costumbre, ni un simple período litúrgico, ni una especie de tradición que mantenemos por inercia. Es un llamado a despertar.


LA CUARESMA Y EL DESPERTAR ESPIRITUAL

Uno de los grandes problemas del hombre moderno no es que sea pecador (porque eso lo ha sido siempre), sino que ha dejado de creer en el pecado. No es que haga el mal, sino que ya ni siquiera lo llama mal. Ha cambiado el significado de las palabras, ha buscado excusas, ha encontrado justificaciones.

Pero los nombres no cambian la realidad. Se puede llamar “error” a lo que es una injusticia, “distracción” a lo que es un vicio, “libertad” a lo que es esclavitud. Se puede evitar pronunciar la palabra pecado, pero el pecado sigue estando ahí, con todas sus consecuencias.

Por eso, la Iglesia insiste en la Cuaresma: para que el hombre recuerde que su alma no es un adorno, sino la parte más importante de sí mismo.

El mundo nos da miles de razones para olvidar lo esencial. Nos distrae con ruido, nos entretiene con trivialidades, nos invita a preocuparnos por todo menos por lo que realmente importa. Y en medio de todo ese estruendo, la Iglesia habla con la voz clara y firme de quien conoce la verdad:

“Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás.”


LA CONFESIÓN: VOLVER A LA VERDAD

Despertar es solo el primer paso. Porque si un hombre abre los ojos y descubre que está sucio, necesita limpiarse. Y eso es la confesión.

Pero aquí viene la gran dificultad: el hombre moderno odia admitir que está equivocado. Prefiere cualquier explicación antes que aceptar su culpa. Prefiere decir que “todos hacen lo mismo”, que “nadie es perfecto”, que “no hay que juzgar”.

Sin embargo, la confesión no es una humillación, sino una liberación. Es el momento en el que dejamos de engañarnos a nosotros mismos y nos enfrentamos a la verdad con valentía. Es el acto más honesto que existe, porque en él un hombre deja de justificarse y se reconoce como es.

No hay alivio más grande que el de un alma que ha sido perdonada. El hombre que carga con sus pecados sin confesarlos es como quien lleva sobre los hombros un peso invisible: no lo ve, pero lo siente. Y cuando finalmente lo deja caer, se da cuenta de lo libre que podría haber sido todo el tiempo.

La Iglesia nos ofrece este don con generosidad, no como un castigo, sino como una invitación a la verdadera paz.


EL AYUNO Y LA MORTIFICACIÓN: LA DISCIPLINA DEL ESPÍRITU

El mundo nos dice que lo único que importa es el placer, que la vida debe ser cómoda y fácil, que privarse de algo es una tontería. Pero el mundo no entiende la diferencia entre comodidad y libertad.

Un hombre que no sabe decirse “no” a sí mismo no es libre. Es esclavo de sus propios impulsos. Es un barco sin timón, arrastrado por el viento de sus deseos.

El ayuno y la mortificación no son caprichos de la Iglesia, ni tradiciones sin sentido. Son ejercicios del alma, formas de aprender a dominarse a sí mismo. Así como un atleta entrena su cuerpo para hacerlo más fuerte, el cristiano entrena su espíritu para hacerlo más resistente.

El ayuno no se trata solo de dejar de comer carne o de saltarse una comida. Se trata de aprender a renunciar a lo inmediato para alcanzar lo eterno. Se trata de recordar que el cuerpo no manda sobre el alma, sino que debe estar al servicio de ella.

El mundo moderno cree que la verdadera libertad es hacer lo que uno quiere. La Iglesia nos enseña que la verdadera libertad es ser dueño de uno mismo.


¿QUÉ GANAMOS CON LA CUARESMA?

El mundo ve la Cuaresma como un tiempo de privación, pero en realidad es un tiempo de ganancia.
 1. Ganamos claridad.
 • Nos sacudimos la pereza espiritual.
 • Dejamos de distraernos con cosas sin importancia.
 • Nos enfrentamos con la realidad de nuestra alma.
 2. Ganamos gracia.
 • Nos reconciliamos con Dios.
 • Nos libramos del peso del pecado.
 • Recuperamos la paz interior que el mundo nunca puede dar.
 3. Ganamos verdadera libertad.
 • Aprendemos a dominar nuestros deseos.
 • Nos fortalecemos espiritualmente.
 • Nos preparamos para la alegría de la Pascua.

Porque esa es la clave de todo: la Cuaresma no termina en la mortificación, sino en la resurrección. No es un camino que se cierra en la penitencia, sino que se abre a la vida eterna.

El mundo busca la felicidad en mil direcciones, pero la Iglesia nos muestra el único camino seguro: morir con Cristo para resucitar con Él.


CONCLUSIÓN: LA IGLESIA Y LA VERDAD QUE NO PASA

En un mundo que cambia constantemente de opinión, la Iglesia permanece. No porque sea obstinada, sino porque la verdad no cambia.

En cada Cuaresma, la Iglesia nos recuerda lo mismo que ha recordado a generaciones enteras antes que nosotros:
 • Que la vida no es solo materia, sino espíritu.
 • Que la muerte no es el final, sino el principio de la eternidad.
 • Que el pecado es real, pero también lo es la misericordia de Dios.

El mundo intentará convencernos de que todo esto es exagerado, que no hace falta pensar en ello, que no tiene sentido vivir con la vista puesta en el cielo. Pero el mundo también está lleno de hombres que, en el último momento de su vida, desearían haber escuchado más atentamente.

Aprovechemos la Cuaresma. No como un simple período litúrgico, sino como lo que realmente es: una oportunidad de oro para despertar, para limpiar el alma y para prepararnos para lo único que realmente importa.

OMO