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miércoles, 6 de diciembre de 2023

¡VENID A VER COMO MUEREN LOS CRISTIANOS! (EL CURA SEDANO)


En 1927 el Pbro. Gumersindo Sedano y Placencia, párroco de La Punta, población del estado de Jalisco (México ) perteneciente a la Diócesis de Colima, iba a hacerse cargo de una Capellanía Castrense en las fuerzas Cristeras del General Dionisio Eduardo Ochoa que operaban en Colima, yendo acompañado de los demás jóvenes que morirían con él, quienes marchaban a unirse con los Libertadores. Delatado por una pordisera fue encarcelado, y en la prisión respondió al jefe de los verdugos que le ordenaba se callara y le llamó bellaco:

“¿Callar?…Mientras tenga un átomo de vida no dejaré de gritar. ¡VIVA CRISTO REY!… Los católicos no somos bellacos: usted mismo lo sabe. Si mis compañeros de prisión no hicieron fuego al ser arrestados, fue porque no tenían armas; dénselas a estos Cruzados y veréis si son bellacos o héroes. Vosotros sóis bellacos y cobardes.  Podéis matarme como queráis. ¡VIVA CRISTO REY!”

Al ser conducido a la estación de la población para asesinarlo, el sacerdote iba gritando con todas sus fuerzas a los transeúntes. ¡VIVA CRISTO REY! ¡VIVA LA VIRGEN DE GUADALUPE! ¡Venid a ver como mueren los Cristianos! Y cantaba: “Corazón Santo: Tú reinarás; México tuyo siempre será”. En la estación fueron fusilados primero PEDRO TREJO, EDUARDO UGALDE y los otros tres Cristeros, colgándose luego sus cadáveres de unos árboles que allí había. El sacerdote se dirigió entonces a los católicos que tristemente presenciaban la matanza sin poder impedirla:

“Hermanos: la muerte no es lo que me arredra y atormenta, supuesto que dentro de breves momentos estaré gozando de Aquel en quien siempre he esperado y a quién siempre he servido con todas mis fuerzas en el Santo ministerio sacerdotal; lo que me arredra y atormenta es el temor de que no vaya a ser un verdadero mártir, es decir un verdadero soldado que sepa desprenderse de esta vida mortal y perecedera. Mi delito no es otro, lo confieso, sino ser del número de los que en esta vida son los encargados de llevar las almas a Cristo nuestro Redentor. Mas tengo la satisfacción de haber cumplido mi deber hasta los últimos momentos  en que Dios me va a llamar a su tribunal sagrado, en donde tengo que dar cuenta de todos y cada uno de los fieles que me han sido confiados en mi Parroquia. Espero en la infinita misericordia de Dios que sabe perdonar y olvidar las ofensas de sus hijos, y que sabe absolver a los que se entregan en sus manos. No os pido otra cosa sino que siempre confeséis a Cristo en todo lugar y en todo momento: “Todo lo podemos en Aquel que nos conforta”, como dice el Espíritu Santo. Ánimo hermanos, y si sabéis luchar hasta el fin, nos veremos en el Cielo… Ya terminé Capitán”.

Éste ordenó al mártir que se descalzara y le fueran desolladas las plantas de los pies, se le intentó ahorcar dos veces, desgajándose otras tantas la rama de que se le suspendió; entonces, apoyando su cuerpo en una grieta del árbol al que se le colgaba, se le volvió a  ahorcar y se le hizo blanco para ejercitarse al tiro sus asesinos, quienes pusieron este letrero en el cuerpo inerte del sacerdote:

“ESTE ES EL CURA SEDANO”

miércoles, 23 de noviembre de 2022

23 DE NOVIEMBRE - BEATO JOSÉ RAMÓN MIGUEL PRO JUÁREZ S.J., PRESBÍTERO Y MÁRTIR.


Este glorioso Mártir de Cristo Rey nació el 13 de Enero de 1891, en la población de Guadalupe, Zacatecas; siendo el tercer hijo del matrimonio de don Miguel Pro y doña Josefa Juárez. A finales de ese año la familia se mudó a la Ciudad de México, pues don Miguel era ingeniero en Minas y en la capital había buenas posibilidades de trabajo. La familia vivió allí unos años y luego, en 1896, se trasladó a Monterrey.

En su infancia, el pequeño Miguel demostró ser muy inquieto, destrozaba las muñecas de sus hermanas, repelaba, hacía berrinches y frecuentemente tenían que corregirlo. A principios de 1898 la familia Pro Juárez se trasladó a Concepción del Oro, Zacatecas, donde hizo su Primera Comunión, de manos del ahora Santo, Mateo Correa Magallanes, quien años mas tarde tambien culminaría su vida con el martirio

Trabajó con su padre en la administración de minas cuando ya se dibujaban en el horizonte los primeros tintes de la revolución y en medio de este ambiente descubrió su vocación religiosa. El ingreso de sus hermanas Luz y Concepción como monjas a un convento lo dejó a él vacío y bastante deprimido. Finalmente decidió entrar al seminario, e hizo sus primeros votos el 15 de agosto de 1913, con lo cual era ya novicio de la Compañía de Jesús.

Para 1914 los carrancistas perseguían fieramente a los sacerdotes, saqueaban y profanaban Iglesias, y dispersaban comunidades religiosas. Los jesuitas del occidente mexicano tuvieron que aprestarse a huir. Él ya no pudo pensar en reunirse con su familia; los carrancistas y aun a veces los villistas seguían como consigna el atrapar a cuanto “curita” pudieran, y en muchos casos fusilarlos. Pero aun con el peligro, Miguel se disfrazó de ranchero y consiguió llegar a Guadalajara, donde vio a su madre y a sus hermanos. La Perla de Occidente, estaba en ese momento en poder de Álvaro Obregón, uno de los más pertinaces perseguidores.

El 1 de Octubre se dio a los jesuitas mexicanos la orden de huir al extranjero. Miguel Pro se despidió sin saber que era la última vez que vería a su madre. Por tren llegaron a los Estados Unidos y de ahí se embarcaron a España. En Julio de 1915, el seminarista Pro llega a Granada, donde pasa cinco años estudiando Retórica y Filosofía. A mediados de 1922 se dirigió al Colegio de Sarriá, cerca de Barcelona, para estudiar Teología.

Estuvo muy enfermo a fines de 1923, y en septiembre de 1924 se fue a Enghien, Bélgica, a seguir con la Teología. Ahí recibió las órdenes menores, el 7 de Julio de 1925 el subdiaconado, el 25 el diaconado y el 31 de Agosto el sacerdocio.

En medio de unas operaciones por úlcera en el estómago, le llega al Padre Pro un duro golpe: su madre doña Josefa había fallecido el 8 de febrero de 1926. Con su úlcera, realmente no va a poder vivir muchos años, pero los superiores jesuitas convienen en que es justo permitirle volver a su patria, por si la enfermedad se agravara. Antes de embarcarse de regreso a América, el Sacerdote se dirigió al Santuario de Lourdes y visitó la Gruta donde tuvo lugar la Aparición de la Santísima Virgen a Santa Bernardita, ahí recobro fuerzas y salud. Se embarca entonces en el vapor Cuba, en Saint-Nazarie, Francia. El 8 de Julio  de 1926 llegaba a la Ciudad de México, procedente de Veracruz, donde encontró a su padre don Miguel, a sus hermanos Humberto, Roberto y Ana María.

México había cambiado en sus años de ausencia, especialmente en lo que se refiere al problema religioso, justo a su llegada el presidente Calles extremaba las medidas anticatólicas. El 14 de Junio había sido publicada la Ley Calles, y los católicos, organizados a través de la A.C.J.M. y la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, se disponían a hacer frente a tan neronianas medidas. En medio de esta situación, y por órdenes superiores, el Padre Pro tenía que seguir estudiando Teología. Pero al mismo tiempo, como sacerdote, se dedicó a pastorear almas, trabajando con celo apostólico por administrar los sacramentos a los fieles, de manera oculta, y convirtiéndose así en blanco de la Policía.

Visitaba familias, a las religiosas del Buen Pastor, ayudaba a pobres y enfermos. El 23 de Septiembre de 1927 se ofreció solemnemente a Dios como víctima por la salvación de la fe en México, por la paz de la Iglesia y la salvación de Calles. 

La Persecución había arreciado a lo largo del mandato presidencial de Calles. Detrás de él, Obregón seguía manejando la política nacional y trató de obtener un arreglo con la Iglesia pues contaba con las ansias de paz de algunos obispos de triste y cobarde memoria, especialmente Leopoldo Ruiz y Pascual Díaz. Al gobierno le empezaba a urgir terminar con la rebelión cristera, la cual amenazaba con ser más dura, debido al ingreso del general Enrique Gorostieta a las filas cristeras. Unas reuniones con prelados en San Antonio Texas, no tuvieron éxito debido a la vigilancia de Mons. Mora y del Río, quien no se dejó engañar por las artimañas obregonistas. Obregón intentó enviar un delegado a hablar con el Papa, para, mediante engaños, hacer que se declarara en contra del movimiento de resistencia católica. Pero S.S. Pío XI se negó, ni siquiera quiso recibir a los delegados, y sencillamente despreció las melosas mentiras de quien había expulsado de México a su delegado apostólico Mons. Ernesto Filippi. Tanto a Calles como Obregón les empezaba a cansar el asunto cristero, mucho más peligroso de lo que ellos habían imaginado, pero cuando Mons. Pascual Díaz fue a Roma, a ver si gestionaba la paz, el Ilmo. Mons. Mora y del Río protestó y Roma respondió una vez más negativamente. A los anticristianos se les empezó a meter en la cabeza la idea de vengarse del Papa, luego del desaire a los delegados enviados por Obregón.

Mientras tanto, Obregón se aprestaba a volver a la presidencia. Por órdenes suyas, Calles hizo que el Congreso reformara la ley, de modo que la reelección era permitida por una sola vez para periodos alternados. Ahora, con esa reforma, Obregón podía volver a ser presidente, y Calles también luego de él, de modo que a los católicos les aguardaba la perspectiva de ser gobernados doce años más por esa mancuerna de salvajes. Los católicos se sintieron desalentados con la noticia, y empezó a gestar en algunos el pensamiento de tiranicidio. Todos los católicos sabían que Obregón era el máximo enemigo de ellos y de Dios en la patria. En las Sagradas Escrituras encontramos a las tiranicidas Jael y Judith, y un grupo de acejotaemeros se dispuso a ejecutar al tirano Obregón. El jefe de ellos era Luis Segura Vilchis, ingeniero que trabajaba en la Compañía de Luz y Fuerza Motriz, tenía ya un cristero y dos acejotaemeros dispuestos a ayudarle. Segura fabricó unas bombas para ser lanzadas a mano. Pidió a la Liga un coche y la misma gestionó que Humberto Pro, hermano del P. Miguel, cediera a Luis Segura su viejo automóvil. El 13 de noviembre de 1927 llegaba Obregón a la ciudad de México, proveniente de Sonora. Los conjurados se reunieron, y llevaron a cabo el atentado.

Sin embargo, nadie resultó herido de gravedad, Obregón sólo sufrió unos rasguños. Tirado y Nahúm Ruiz fueron apresados. La noticia del atentado causó conmoción en el país. La familia Pro lo supo hasta en la noche, y todavía no se preocuparon, sino hasta el día siguiente, cuando en los diarios Humberto se enteró de que los dinamiteros iban en el automóvil que había estado en su poder, era de presumir que la policía dirigiría sus sospechas hacia él. En la Inspección, Juan Tirado fue torturado brutalmente, pero fiel a su consigna acejotaemera, no dijo absolutamente nada, y desde su arresto hasta su muerte fue imposible arrancarle confesión alguna. Calles y Obregón cursaron de inmediato la orden de detener a cuanto implicado se pudiera descubrir en el atentado. El jefe militar de la capital, general Roberto Cruz, nombró a Álvaro Basail y Valente Quintana para investigar.

El día 17, Basail llegó a la Compañía de Luz y Fuerza, donde después de haber interrogado a Segura, la policía estaba desorientada. El mismo Obregón no estaba seguro de la procedencia del atentado, y sospechaba inclusive de Calles.

Mientras tanto, Basail y Quintana habían detenido a la señora Montes de Oca, propietaria de la casa donde se habían fabricado las bombas y luego interrogaron a su hijo José, un atolondrado muchachito que había asistido al refugio de los Pro. Mediante amenazas, los policías le hicieron confesar el lugar donde se encontraba el dichoso Miguel Pro. Ese mismo día la policía empezó a rondar cerca de la casa y en la madrugada del 18 de Noviembre un piquete de soldados se introdujo en la casa y derribó a golpes la puerta del cuarto donde dormían los hermanos Pro. “¡Nadie se mueva!”, gritaron. Miguel se dirigió a sus hermanos: “Arrepiéntanse de sus pecados como si estuvieran en la presencia de Dios”. Acto seguido pronunció la absolución sacramental y les dijo: “Desde ahora vamos ofreciendo nuestras vidas por la religión en México y hagámoslo los tres juntos para que Dios acepte nuestro sacrificio”.

Salieron escoltados por los soldados, y Basail se dirigió a la dueña de la casa: “¿Sabía usted que escondía en su casa a los dinamiteros?”. La asustada señora le contesto valientemente: “Lo único que yo sé, es que escondía a un santo”. El Padre Pro intervino para que la dejara tranquila. Se volvió hacia la señora Valdés y dijo: “¡Me van a matar! le regalo a usted mis ornamentos sacerdotales”. La señora le obsequió un sarape, él le dejó sus ornamentos y un cilicio, tomo del armario un crucifijo y acto seguido los tres hermanos fueron llevados a la Inspección de Policía. Allí el padre regaló su sarape a Juan Tirado, quien estaba enfermo por las torturas de que había sido objeto. Encontraron también a Segura Vilchis, pero siguiendo la consigna acejotaemera, ni él dio muestras de conocerlos, ni ellos a él.

Se inició un proceso que al principio fue regular. Los hermanos Pro no podían decir más que la verdad: que ellos no tenían absolutamente nada que ver en el atentado. La evidente inocencia de los Pro hizo que se pensara en dejarlos libres bajo fianza. Pero el día 21, Calles y Obregón ordenaron tajantemente al general Cruz que fueran fusilados. El general llego a preguntar a Segura, porque había intentado matar a Obregón. Respondiéndole Segura: “Porque es un hipócrita perseguidor de mi fe, un asesino de católicos, un traidor a la Patria, a la que intenta destruir en beneficio de los Estados Unidos, al servicio de cuyo imperialismo está. Si veinte vidas tuviera Obregón, veinte le quitaría para salvar al Catolicismo y a la Patria de tan ignominiosa tiranía.”

Y así Segura Vilchis permaneció en prisión, pudiendo considerarse ya condenado a muerte, sin que por eso se liberara a los Pro. Nada quedaba ya que los incriminara en lo más mínimo, salvo el odio acérrimo de Calles hacia todos los sacerdotes católicos. Por la madrugada el padre despertó y se tomó una aspirina. En las primeras horas del 23 de Noviembre se escuchó movimiento por toda la Inspección, y a las diez de la mañana apareció en el calabozo el jefe de las Comisiones de Seguridad, Mazcorro, quien dijo en voz alta: “¡Miguel Agustín Pro!”. El padre poniéndose de pie  se puso el saco, apretó la mano de Roberto y salió al patio de la Inspección.

No se les había dicho absolutamente nada a los prisioneros, por lo que al salir, y encontrar todo el aparato de ejecución, el padre se sorprendió, pero con toda calma caminó al paredón. El que lo llevaba, Valente Quintana, se acercó y le dijo: “Padre, le pido perdón por la parte que me toca en esto”. Respondió el Padre: “No solo te perdono, sino también te estoy sumamente agradecido”. Condujeron al padre al lugar donde se hacían prácticas de tiro, los encargados de fusilarlo, soldados de la Gendarmería Montada, formaron el cuadro y se dispusieron a recibir órdenes.

El mayor Torres le pregunto entonces si tenía algún último deseo, y el padre respondió: “Que me permitan rezar”. Torres se retiró, dejándolo solo, y luego de unos minutos arrodillado, beso su santo crucifijo y poniéndose de pie, se colocó en posición. Al grito de “¡Apunten!” abrió los brazos en cruz y gritó: “¡Viva Cristo Rey!”. Recibió la descarga y cayó sobre su costado derecho, un sargento se acercó a darle el tiro de gracia. El general Cruz, rodeado de sus lugartenientes y todo un séquito de fotógrafos y reporteros, presenciaban petrificados la ejecución.

Acto seguido fueron fusilados, Segura Vilchis, Juan Tirado y Humberto Pro. Finalmente Roberto no había sido fusilado, esto debido a la intervención indignada del señor Labougle. En el hospital Juárez, Ana María se encontró con su hermano Edmundo, y luego llegó don Miguel Pro, padre de los mártires. El anciano besó en la frente a sus dos hijos muertos, y dijo a Ana María, que sollozaba: “Hijita, no hay motivo para llorar”.

Llevaron los cuerpos a la calle de Pánuco, donde fueron velados, reuniéndose una gran cantidad de gente. A las diez de la noche tocaron la puerta y don Miguel, al abrir, se encontró frente a media docena de policías. Estos, descubriéndose la cabeza, humildemente le pidieron permiso para ver a los mártires. Se arrodillaron frente a los cadáveres y rezaron silenciosamente. Al día siguiente salieron los ataudes para ser llevados al cementerio pero era tanta la gente que era imposible moverse, entonces el P. Alfredo Méndez grito instintivamente: "¡Señores, dejen pasar al mártir de Cristo!", recibiendo por respuesta, vivas, aplausos y cantos de felicidad; conducidos en medio de una muchedumbre impresionante, todos se lanzaban hacia la fúnebre comitiva, tratando de tocar los féretros con rosarios, crucifijos y flores, algunas personas levantaban a sus hijos y decían: "Mira, así mueren los Mártires, así mueren por su fe"; su cortejo fue una auténtica beatificación. Fueron sepultados en el Panteón de Dolores, y don Miguel, luego de arrojar la primera paletada de tierra sobre los ataúdes, exclamó: “¡Todo ha terminado! Los dos murieron por Dios, y de Dios gozan ya en el cielo, ¡Te Deum laudamus!”

El caso del P. Pro es el perfecto ejemplo del odio de Calles a la Iglesia y a todo lo católico; su vileza dio un insigne mártir a los católicos y a los cristeros.

Fue el primero de los mártires de la guerra cristera en ser beatificado, el 25 de Septiembre de 1988. Sus restos son venerados en el Templo jesuita de la Sagrada Familia y el Verbo Encarnado, en la colonia Roma, de la Ciudad de México.

jueves, 3 de noviembre de 2022

CATOLICISMO DE PARALÍTICOS

 


CATOLICISMO DE PARALÍTICOS 

«Hasta ahora nuestro catolicismo ha sido un catolicismo de verdaderos paralíticos, y ya desde hace tiempo. Somos herederos de paralíticos, atados a la inercia en todo. Los paralíticos del catolicismo son de dos clases: los que sufren una parálisis total, limitándose a creer las verdades fundamentales sin jamás pensar en llevarlas a la práctica, y los que se han quedado sumergidos en sus devocionarios no haciendo nada para que Cristo vuelva a ser Señor de todo. Y claro está que cuando una doctrina no tiene más que paralíticos se tiene que estancar, se tiene que batir en retirada delante de las recias batallas de la vida pública y social y a la vuelta de poco tiempo tendrá que quedar reducida a la categoría de momia inerme, muda y derrotada. Nuestras convicciones están encarceladas por la parálisis. Será necesario que vuelva a oírse el grito del Evangelio, comienzo de todas las batallas y preanuncio de todas las victorias. Falta pasión, encendimiento de una pasión inmensa que nos incite a reconquistar las franjas de la vida que han quedado separadas de Cristo...

«Hoy debemos dar testimonio a Dios de que de veras somos católicos. Mañana será tarde, porque mañana se abrirán los labios de los valientes para maldecir a los flojos, cobardes y apáticos. Todavía es tiempo de que todos los católicos cumplan con su deber: los ricos que den limosna, los críticos que se corten la lengua, los cobardes que se despojen de su miedo y todos que se pongan de pie porque estamos frente al enemigo y debemos cooperar con todas nuestras fuerzas para alcanzar la victoria de Dios y de su Iglesia».

Anacleto González Flores, mártir mexicano

jueves, 21 de abril de 2022

EL PADRE ROMÁN ADAME, UN MÁRTIR MEXICANO DE CRISTO REY


Nacido en Teocaltiche, Jalisco, el 27 de febrero de 1859, fue ordenado presbítero por su obispo, Don Pedro Loza y Pardavé, el 30 de noviembre de 1890, tras lo cual, le fueron conferidos varios nombramientos hasta que el 4 de enero de 1914 llegó al que sería su último destino, Nochistlán, Zacatecas.

Prudente y ponderado en su ministerio, fue nombrado Vicario Episcopal foráneo para las parroquias de Nochistlán, Apulco y Tlachichila.

Quienes lo conocieron, lo recuerdan fervoroso; rezaba el oficio divino con particular recogimiento; todas las mañanas, antes de celebrar la Eucaristía, se recogía en oración mental. Atendía con prontitud y de buena manera a los enfermos y moribundos, predicaba con el ejemplo y con la palabra. Evitaba la ostentación; vivía pobre y ayudaba a los pobres. Su vida y su conducta fueron intachables y la obediencia a sus superiores constante. Edificó en su parroquia un templo a Señor San José y algunas capillas en los ranchos; fundó la asociación Hijas de María y la cofradía Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento.

En agosto de 1926, viéndose como todos los sacerdotes de su época, en la disyuntiva de abandonar su parroquia o permanecer en ella aún con la persecución religiosa, el anciano párroco de Nochistlán se decidió por la segunda, ejerciendo su ministerio en domicilios particulares y no pasó un año cuando tuvo que abandonar su domicilio, siendo desde entonces su vida, un constante andar de la «Ceca a la Meca».

La víspera de su captura, el 18 de abril de 1927, comía en la ranchería Veladores; una de las comensales, María Guadalupe Barrón, exclamó: ¡Ojalá no vayan a dar con nosotros! Sin titubeos, el párroco dijo: ¡Qué dicha sería ser mártir!, ¡dar mi sangre por la parroquia!.

Un nutrido contingente del ejército federal, a las órdenes del Coronel Jesús Jaime Quiñones, ocupaban la cabecera municipal, Nochistlán, cuando un vecino de Veladores, Tiburcio Angulo, pidió una entrevista con el jefe de los soldados para denunciar la presencia del párroco en aquel lugar.

El coronel dispuso de inmediato una tropa con 300 militares para capturar al indefenso clérigo. Después de la media noche del 19 de abril; sitiada la modesta vivienda donde se ocultaba, el señor cura fue arrancado del lecho, y sin más, descalzo y en ropa interior, a sus casi setenta años, maniatado, fue forzado a recorrer al paso de las cabalgaduras la distancia que separaba Veladores de Yahualica.

Al llegar a río Ancho, uno de los soldados, compadecido, le cedió su cabalgadura, gesto que le valió injurias y abucheos de sus compañeros. El Padre Adame estuvo preso, sin comer ni beber, sesenta horas. Durante el día era atado a una columna de los portales de la plaza, con un soldado de guardia y durante la noche era recluido en el cuartel; conforme pasaban las horas, su salud se deterioraba.

A petición del párroco, Francisco González, Jesús Aguirre, y Francisco González Gallo, gestionaron su libertad ante el coronel Quiñones, quien, luego de escucharlos, les dijo: Tengo órdenes de fusilar a todos los sacerdotes, pero si me dan seis mil pesos en oro, a éste le perdono la vida.

Con el dinero en sus manos, el coronel quiso fusilar a quienes aportaron la cantidad, pero intervinieron Felipe y Gregorio González Gallo, para garantizar que el pueblo no sufriera represalias. El azoro y el terror impuesto por los militares y la inutilidad de las gestiones cancelaron las esperanzas de obtener la libertad del párroco.

La noche del 21 de abril un piquete de soldados condujo al reo del cuartel al cementerio municipal. Muchas personas siguieron al grupo llorando y exigiendo la libertad del eclesiástico. Junto a una fosa recién excavada, el sacerdote rechazó que le vendaran los ojos, sólo pidió que no le dispararan en el rostro; sin embargo antes de fusilarlo uno de los soldados, Antonio Carrillo Torres, se negó repetidas veces a obedecer la orden de preparen armas, por lo que se le despojó de su uniforme militar y fue colocado junto al señor cura. Se dio la orden ¡apunten!, enseguida la voz ¡fuego!; el impacto de las balas derrumbó al Padre Adame y, acto continuo, a Antonio Carrillo. Quince minutos después, cuatro vecinos colocaron el cadáver del mártir en un mal ataúd, y lo sepultaron en la fosa inmediata al lugar de la ejecución, donde yacía el soldado Carrillo.

Años después, fueron exhumados los restos del sacerdote y trasladados a Nochistlán, Zacatecas, donde se veneran. El párroco de Yahualica, Don Ignacio Íñiguez, testigo de la exhumación, consignó que el corazón de la víctima se petrificó, y su Rosario estaba incrustado en él.

El 21 de abril de 2000 fue canonizado junto con 25 mártires más.


miércoles, 9 de febrero de 2022

HACE 94 AÑOS FUE MARTIRIZADO EL ARANDENSE LUIS MAGAÑA SERVÍN


 Hoy celebramos el asesinato del Beato Luis Magaña Servín, mártir mexicano y adorador nocturno. 

 Nació en Arandas, Jalisco, el 24 de agosto de 1902. Fue un cristiano íntegro, esposo responsable y solícito; mantuvo sus convicciones cristianas sin negarlas, aun en tiempos de prueba y persecución. Fue miembro activo de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y de la archicofradía de la Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, en su parroquia. 

 Contrajo matrimonio con Elvira Camarena Méndez el día 6 de enero de 1926; tuvo dos hijos, Gilberto y María Luisa, que no conoció. El día 9 de febrero de 1928, un grupo de soldados del Ejército Federal, capitaneado por el general Miguel Zenón Martínez tomó la población de Arandas. 

 De inmediato dispuso fueran capturados los católicos que simpatizaran con la resistencia activa en contra del Gobierno; uno de ellos fue Luis. Cuando llegaron a su domicilio, no pudieron aprehenderlo por haberse ocultado debidamente; fue reemplazado por su hermano menor. 

 Al enterarse del acto, Luis se presentó ante el mismo general Martínez, solicitando la libertad de su hermano a cambio de la suya. Estas fueron sus palabras: "Yo nunca he sido rebelde cristero como ustedes me titulan, pero si de cristiano se me acusa, sí, lo soy, y si por eso debo ser ejecutado, bienvenido y en hora buena. ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!". 

 Sin mayores preámbulos, el militar decretó la muerte de Luis; momentos antes de ejecutarse la sentencia, en el atrio de la iglesia parroquial, Luis pidió la palabra: "Pelotón que me ha de ejecutar: quiero decirles que desde este momento quedan perdonados y les prometo que al llegar ante la presencia de Dios será por los primeros que pediré"; dicho lo cual, exclamó con voz potente: "¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe!". Eran las tres de la tarde del 9 de febrero de 1928. Fue beatificado el 20 de noviembre de 2005.

jueves, 16 de septiembre de 2021

LA VOZ DE ANACLETO, EL MÁRTIR MEXICANO


"Muchos católicos desconocen la gravedad del momento y sobre todo las causas del desastre, ignoran cómo los tres grandes enemigos, el Protestantismo, la Masonería y la Revolución, trabajan de manera incansable y con un programa de acción alarmante y bien organizado. 

 Estos tres enemigos están venciendo al Catolicismo en todos los frentes, a todas horas y en todas la formas posibles. Combaten en las calles, en las plazas, en la prensa, en los talleres, en las fábricas, en los hogares. Trátase de una batalla generalizada, tienen desenvainada su espada y desplegados sus batallones en todas partes. Esto es un hecho. Cristo no reina en la vía pública, en las escuelas, en el parlamento, en los libros, en las universidades, en la vida pública y social de la Patria. Quien reina allí es el demonio. En todos aquellos ambientes se respira el hálito de Satanás. 

 Y nosotros, ¿qué hacemos? Nos hemos contentado con rezar, ir a la iglesia, practicar algunos actos de piedad, como si ello bastase «para contrarrestar toda la inmensa conjuración de los enemigos de Dios». Les hemos dejado a ellos todo lo demás, la calle, la prensa, la cátedra en los diversos niveles de la enseñanza. En ninguno de esos lugares han encontrado una oposición seria. Y si algunas veces hemos actuado, lo hemos hecho tan pobremente, tan raquíticamente, que puede decirse que no hemos combatido. Hemos cantado en las iglesias pero no le hemos cantado a Dios en la escuela, en la plaza, en el parlamento, arrinconando a Cristo por miedo al ambiente. 

 Reducir el Catolicismo a plegaria secreta, a queja medrosa, a temblor y espanto ante los poderes públicos cuando éstos matan el alma nacional y atasajan en plena vía la Patria, no es solamente cobardía y desorientación disculpable, es un crimen histórico religioso, público y social, que merece todas las execraciones. 

 ....Las almas sufren de empequeñecimiento y de anemia espiritual. Nos hemos convertido en mendigos, renunciando a ser dueños de nuestros destinos. Se nos ha desalojado de todas partes, y todo lo hemos abandonado. 

 Hasta ahora casi todos los católicos no hemos hecho otra cosa que pedirle a Dios que Él haga, que Él obre, que Él realice, que haga algo o todo por la suerte de la Iglesia en nuestra Patria. Y por eso nos hemos limitado a rezar, esperando que Dios obre. Y todo ello bajo la máscara de una presunta «prudencia». Necesitamos la imprudencia de la osadía cristiana. 

 Más aún, no son pocos los católicos que se atreven a llamar imprudente al que sabe afirmar sus derechos en presencia de sus perseguidores. Es necesario que esta situación de aislamiento, de alejamiento, de dispersión nacional, termine de una vez por todas, y que a la mayor brevedad se piense ya de una manera seria en que seamos todos los católicos de nuestra Patria no un montón de partículas sin unión, sino un cuerpo inmenso que tenga un solo programa, una sola cabeza, un solo pensamiento, una sola bandera de organización para hacerles frente a los perseguidores." 

 Discurso de Anacleto González Flores, mártir.

lunes, 12 de julio de 2021

Y DIOS LE CUMPLIÓ EL DESEO


"¡Pedid a Dios que me fusilen, porque solamente así podré ir al cielo! ¡Pedid a Dios que mis superiores me envíen a Chihuahua, donde la persecución es más violenta!". 

¿Qué haría usted —le preguntó un amigo— si el gobierno lo apresara para matarlo? "Pediría —respondió— se me permitiera arrodillarme, tiempo para hacer un acto de contrición y morir con brazos en cruz gritando: ¡VIVA CRISTO REY!".

jueves, 25 de febrero de 2021

93º ANIVERSARIO DEL MARTIRIO DE SANTO TORIBIO ROMO 


 Cuando comenzó la persecución religiosa en México, especialmente intensa en la región de Cuquío, Santo Toribio, en compañía de su párroco San Justino Orona (quien también sería martirizado posteriormente), tuvo que vivir en continuo peligro, huyendo por campos y barrancas. Uno de sus mayores sufrimientos, era el no poder celebrar la misa todos los días. 

 El padre San Atilano Cruz, (martirizado posteriormente también), llegaba a Cuquío para sustituirlo. En septiembre de 1927, por órdenes superiores, Santo Toribio Romo se trasladó a Tequila, en calidad de párroco. Ahí se escondió en una fábrica de tequila, propiedad del Sr. Luis León Aguirre, que se encontraba en la barranca del Agua Calient,. donde lo acompañaban Quica (su incansable y heroica hermana) y su hermano Sacerdote, el Padre Román Romo González. En este lugar fundó centros de catecismo, así como en los ranchos cercanos; celebraba también la misa en esa fábrica. 

 Acudían a él, con muchos cuidados debidos a la persecución religiosa que existía, personas de Tequila, Amatitán, Arenal, Magdalena y Hostotipaquillo, para bautizar, casarse, confesarse y para solicitar el auxilio sacramental para los enfermos de esos lugares. 

 El jueves 23 de febrero de 1928 Santo Toribio pidió al Padre Román (su hermano) que le oyera en confesión sacramental y le diera una bendición muy grande; antes de irse le entregó una carta con el encargo de que no la abriera hasta tener noticias de él. Ese día Santo Toribio se notó muy preocupado, pasó el día en su cuarto y en el oratorio que había improvisado.

 Al día siguiente viernes 24 de febrero, (viernes primero del mes) después de celebrar la misa, pasó todo el día ordenando el registro parroquial, (pues era obvio que no había notaría). Santo Toribio terminó su trabajo a las cuatro de la mañana del día sábado y decidió dormir un poco. Una hora después, a las 5 a.m. del 25 de febrero de 1928, llegó una tropa de federales y agraristas a la fábrica, pues habían detenido al hombre con quien el Padre Toribio enviaba su correspondencia y lo obligaron a llamar a la puerta. En cuanto ésta se abrió, los soldados entraron violentamente a la fábrica y llegaron a la recámara donde Santo Toribio dormía.  

Un agrarista gritó: “Éste es el cura, mátenlo”. Despertando súbitamente, Santo Toribio se sentó en su cama y dijo a los soldados: “Sí soy… pero no me maten…”. Un soldado disparó sobre Santo Toribio, quien se levantó de la cama y se dirigió hacia la puerta de la habitación, donde recibió una segunda descarga que lo hizo caer en los brazos de su hermana María (“Quica”); quien lo tomó en sus brazos y le dijo al oído: “Valor, padre Toribio… ¡Jesús misericordioso, recíbelo! y ¡Viva Cristo Rey!”. Así terminaron sus escasos 27 años de vida y cinco de Sacerdote. 

 Llevaron su cadáver a Tequila para exhibirlo ante sus fieles. María iba rezando el rosario. Tiraron su cuerpo frente a la presidencia municipal. María se hincó junto a su cadáver y rezó una breve oración. Su rebozo lo empapó de sangre y en la frente le dio el último beso. Fue velado en la casa de la familia Plascencia y al día siguiente (domingo 26 de febrero de 1928), fue enterrado en el cementerio municipal. 

Quica llevaba sus vestidos aun manchados con la sangre de su propio hermano; y decía no debemos llorar: el Padre Toribio ya está en el cielo. Démosle gracias a Dios porque le concedió la palma del martirio, que quiso sufrir por el triunfo de la Iglesia. 

 Veinte años después de su sacrificio, los restos del mártir Toribio Romo regresaron a su lugar de origen, y fueron depositados en la capilla construida por él, en Santa Ana de Guadalupe, Jalisco (lugar de su nacimiento).

miércoles, 10 de febrero de 2021

"NUNCA HA SIDO TAN FÁCIL GANAR EL CIELO": JOSÉ LUIS SÁNCHEZ DEL RÍO

 


Hoy, 10 de febrero, celebramos a San José Luis Sánchez del Río, niño mártir mexicano de la Guerra Cristera. 

 Nació el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, Michoacán (México). Al decretarse la suspensión del culto público, José tenía 13 años y 5 meses. Su hermano Miguel decidió tomar las armas para defender la causa de Cristo y de su Iglesia. José, viendo el valor de su hermano, pidió permiso a sus padres para alistarse como soldado; su madre trató de disuadirlo pero él le dijo: "Mamá, nunca había sido tan fácil ganarse el cielo como ahora, y no quiero perder la ocasión". Su madre le dio permiso, pero le pidió que escribiera al jefe de los Cristeros de Michoacán para ver si lo admitía. José escribió al jefe cristero y la respuesta fue negativa. No se desanimó y volvió a insistir pidiéndole que lo admitiera, si no como soldado activo, sí como un asistente. 

 En el campamento se ganó el cariño de sus compañeros que lo apodaron "Tarsicio". Su alegría endulzaba los momentos tristes de los cristeros y todos admiraban su gallardía y su valor. Por la noche dirigía el santo rosario y animaba a la tropa a defender su fe.

 El 5 de febrero de 1928, tuvo lugar un combate, cerca de Cotija. El caballo del general cayó muerto de un balazo, José bajó de su montura con agilidad y le dijo: "Mi general, aquí está mi caballo, sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí" y le entregó su caballo. En combate fue hecho prisionero y llevado ante el general callista quien le reprendió por combatir contra el Gobierno y, al ver su decisión y arrojo, le dijo: "Eres un valiente, muchacho. Vente con nosotros y te irá mejor que con esos cristeros". "¡Jamás, jamás! ¡Primero muerto! ¡Yo no quiero unirme con los enemigos de Cristo Rey! ¡Yo soy su enemigo! ¡Fusíleme!". 

 El general lo mandó encerrar en la cárcel de Cotija, en un calabozo oscuro y maloliente. José pidió tinta y papel y escribió una carta a su madre en la que le decía: "Cotija, 6 de febrero de 1928. Mi querida mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios. No te preocupes por mi muerte... haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre...".

 El 10 de febrero de 1928, como a las 6 de la tarde, lo sacaron del templo y lo llevaron al cuartel del Refugio. A las 11 de la noche llegó la hora suprema. Le desollaron los pies con un cuchillo, lo sacaron del mesón y lo hicieron caminar a golpes hasta el cementerio. Los soldados querían hacerlo apostatar a fuerza de crueldad, pero no lo lograron. Dios le dio fortaleza para caminar, gritando vivas a Cristo Rey y a Santa María de Guadalupe. Ya en el panteón, preguntó cuál era su sepultura, y con un rasgo admirable de heroísmo, se puso de pie al borde de la propia fosa, para evitar a los verdugos el trabajo de transportar su cuerpo. Acto seguido, los esbirros se abalanzaron sobre él y comenzaron a apuñalarlo. A cada puñalada gritaba de nuevo: "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!". En medio del tormento, el capitán jefe de la escolta le preguntó, no por compasión, sino por crueldad, qué les mandaba decir a sus padres, a lo que respondió José: "Que nos veremos en el cielo. ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!". Mientras salían de su boca estas exclamaciones, el capitán le disparó a la cabeza, y el muchacho cayó dentro de la tumba, bañado en sangre, y su alma volaba al cielo. Era el 10 de febrero de 1928. Sin ataúd y sin mortaja recibió directamente las paladas de tierra y su cuerpo quedó sepultado, hasta que años después, sus restos fueron inhumados en las catacumbas del templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús. Actualmente reposan en el templo parroquial de Santiago Apóstol, en Sahuayo, Michoacán.

viernes, 25 de septiembre de 2020

«MIRANDO AL CIELO». Sobre la vida de San José Sánchez del Río



México 1928; plena guerra cristera.
Miguel Sánchez del Río, joven de dieciséis años y ya alistado en las tropas de Cristo Rey contra el tiránico gobierno de Calles, irrumpe al terminar una misa clandestina en el sótano de una casa. Pide permiso al sacerdote para hablar y, concedido, recorre con la mirada aquellas caras de tantos años:
“— Será mejor que vaya al punto y no me ande con rodeos. He venido hasta aquí arriesgando mi vida para poder decirles a todos ustedes que Jesucristo los necesita, que necesita a los hombres de esta comunidad para que se unan a esta lucha armada en defensa de la fe.
—¡Miguel! no creo que sea ni el lugar, ni el momento para que vengas con esas peticiones. Acabamos justamente de ofrecer la Santa Misa por las almas de los dos desdichados que se encuentran pendiendo del árbol de la plaza ¿y tú vienes a pedir hombres para la guerrilla?

Al escuchar aquellas palabras de Miguel, el sacerdote se levanta de forma apresurada y le llama la atención. —Padre… —responde Miguel con respeto— las almas de los dos hombres de la plaza seguramente ya están en el Cielo, pero ¿qué podríamos decir de las almas de cada uno de nosotros que nos encontramos aquí todavía?
—Es verdad, señor, la Iglesia nunca nos ha pedido tomar las armas, tiene usted razón… pero hasta donde yo sé, la Iglesia siempre ha llamado a sus fieles a defender la fe. Ahora dígame usted, señor, ¿de qué forma la está defendiendo usted? — después de las palabras de Miguel, se escucha un ligero murmullo y el hombre de negro sin tener las palabras para contestar toma asiento nuevamente.

Almas llenas de miedo que se achican tan solo de pensar en tener que salir a luchar por la Iglesia de Jesucristo. Almas que se encogen por el miedo en lugar de crecer con la fe. Un hombre vestido de negro acompañado de su familia se levanta molesto por la insinuación de Miguel. -¡Mira, muchacho! ¡La Iglesia nunca nos ha pedido tomar las armas!… Don Arturo, hombre rico y respetado por todos en el pueblo, se levanta y toma la palabra.
—¡No, muchacho! no estoy dudando del poder de Dios, simplemente no creo que Dios nos pida que dejemos nuestras familias para perder la vida en una lucha que no podemos ganar —don Arturo toma asiento satisfecho apretando la mano de su mujer.

—Mira, muchacho, ¡los colgados de la plaza bien podríamos ser cualquiera de nosotros! y contestando a lo que nos estás pidiendo, pienso que aunque todos los que nos encontramos en esta bodega tomáramos las armas, ¡jamás podríamos derrotar al Gobierno! —Tal vez no, don Arturo… —contesta Miguel— pero no se olvide de una cosa, estamos luchando por Dios y nunca debiéramos dudar de su poder.
—Perdóneme, don Arturo, —interviene María— dar la vida por Dios no es perderla, como usted lo afirma, ¡es ganarla! —se hace un silencio ante la intervención de María quien después de unos segundo continúa— ¿cuántas veces hemos escuchado y hemos afirmado cada uno de nosotros que tenemos que amar a Dios sobre todas las cosas? Usted mismo, padre, cuántas veces nos ha predicado que la venida de Jesús a la tierra no fue para traer la paz, sino la guerra y precisamente ahora, cuando más nos necesita ¿todo quedará en palabras? ¿Esta es la clase de hombres y mujeres que deseamos ser? — María se da cuenta de que los presentes evitaban su mirada y continúa. — Tres de mis hijos luchan en las montañas gritando: ¡Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe! ¿y saben por qué…? porque sus voces rompen el silencio que nosotros ahogamos, en nuestras gargantas. ¿Cuánto tiempo más tendremos que esperar para tener el valor y darle una respuesta coherente y comprometida a Dios? —la gente sabía que las palabras de María tenían el peso de una madre con tres hijos luchando por Jesucristo en una guerra, por tal motivo, cada una de esas palabras penetraba como una daga en el corazón de los presentes.
Miguel se acerca a su madre y la abraza para dirigirse con ella hacia la puerta. De pronto se escucha la voz de un joven que se pone de pie. —Voy contigo, Miguel… Otro señor sentado en la parte de atrás de la asamblea se levanta y ante la oposición de su esposa, quien intentaba detenerlo, dice: —¡Apúntame a mí también, muchacho!… Y uno a uno, incluyendo al hombre de negro y a don Arturo, se fueron poniendo de pie” (1) * * * La novela histórica siempre ha sido un modo excelente de allegarse a la realidad de los hechos pasados; pues al ser narrado, “contado”, nos llega más rápida y profundamente al corazón. Y si poseen una base documental seriamente utilizada, pues mejor. El texto que antecede a estas líneas es uno de ellos y corresponde al pequeño libro de Antonio Peláez (Mirando al Cielo, Talitakum, Buenos Aires 2019, 178 pp.) que nos fuera obsequiado por la novel editorial que lo publicó. Versa acerca de la vida obra y martirio de San José Sánchez del Río, el joven cristero mexicano asesinado inicuamente allá por 1928, cuando México padecía esa tremenda guerra fratricida, hoy silenciada. El libro, basado en las actas del proceso canónico que llevó a “Joselito” a la gloria de los altares es una delicia de lectura; ameno, sencillo y con gran rigor histórico y doctrinal, a pesar de ser una novela, resulta ser la base de una película que, en breve, saldrá a la luz con homónimo título.

El texto se lee de un tirón, como quien dice, y narra los años de aventura en que los tres hermanos Sánchez del Río se unen a la Guardia Nacional, las tropas cristeras, con el fin de defender la Fe que habían recibido de sus padres a partir de la confesión que Rafael Picazo, padrino del mártir, hizo antes de morir, arrepentido y con los sacramentos, por haber mandado a matar a José, luego de torturarlo a golpes y desollarle las plantas de los pies haciéndolo caminar hasta su propia tumba. Una historia en la que no falta el amor, el heroísmo y las virtudes cristianas. Dios quiera que muchos puedan leer este trabajo, altamente recomendable para jóvenes y adultos que desean ver cómo, en otros tiempos, los católicos daban la vida por Cristo.

(1) Antonio Peláez, Mirando al Cielo, Talitakum, Buenos Aires 2019, 86-88. Fuente: Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE

viernes, 8 de mayo de 2020

ORACIÓN CRISTERA


Jesús Misericordioso, mis pecados son más que las gotas de tu preciosa sangre que derramaste por mí, no soy digno de pertenecer al ejército que defiende los derechos de tu Iglesia y que lucha por ti.

Quisiera nunca haber pecado para que mi vida fuera una ofrenda agradable a tus divinos ojos. Lávame de mis iniquidades y límpiame de mis pecados, por tu Santa Cruz, por tu muerte, por mi Madre Santísima de Guadalupe, ¡perdóname!

No he sabido hacer penitencia de mis pecados por eso quiero recibir la muerte como un castigo merecido por ellos, no quiero luchar, ni vivir, ni morir sino solo por tu Santa Iglesia y por ti. Madre mía de Guadalupe, acompaña en su agonía a este pobre pecador, concédeme que mi último grito en la tierra y mi primer cántico en el cielo sea: ¡¡¡VIVA CRISTO REY!!!


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jueves, 16 de abril de 2020

NO TEMEMOS LAS MAZMORRAS


 «Podrá acaso alguno pensar que nos exponemos imprudentemente a las iras de los tiranos. Sea en buena hora. Vale más incurrir en la indignación de los hombres que en la indignación de Dios. Vale más confesar a Jesucristo valientemente en presencia de los hombres y no ser desconocido por Él en el último día. No tememos las mazmorras ni los rifles asesinos; tememos sólo el juicio de Dios que puede arrojarnos al Infierno el día de la cuenta».

 Juan Sánchez. Mártir Cristero.

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martes, 25 de febrero de 2020

EL PADRE TORIBIO ROMO, MÁRTIR DE CRISTO REY 


Hoy un aniversario más de su muerte, hace 92 años. 

En la fotografía el cuerpo tendido de Santo Toribio Romo en casa de la familia Plascencia. El padre Toribio murió como mártir de la fe cristiana el 25 de febrero de 1928, en Tequila, Jalisco (México).

A las 4 de la mañana del sábado 25 acabó de escribir, se recostó en su pobre cama de otates y se quedó dormido. 

De pronto una tropa compuesta por soldados federales y agraristas, avisados por un delator, sitió el lugar, brincaron las bardas y tomaron las habitaciones del señor León Aguirre, encargado de la finca y un agrarista grita: "¡Este es el cura, mátenlo!" Al grito despertaron el padre y su hermana y él contestó asustado: "Sí soy... pero no me maten"... No le dejaron decir más y dispararon contra él; con pasos vacilantes y chorreando sangre se dirigió hacia la puerta de la habitación, pero una nueva descarga lo derribó. Su hermana María lo tomó en sus brazos y le gritó al oído: "Valor, padre Toribio... ¡Jesús misericordioso, recíbelo! y ¡Viva Cristo Rey!" El padre Toribio le dirigió una mirada con sus ojos claros y murió. 

Después de haberlo matado los federales amarraron su cuerpo y lo arrastraron a la ciudad de Tequila en Jalisco, donde frente a la presidencia municipal tiraron el cuerpo.

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sábado, 30 de noviembre de 2019

LOS ÚLTIMOS MOMENTOS DE UN MÁRTIR


Le pidieron que renegara de su fe. Al negarse Joselito, le cortaron las plantas de los pies para torturarlo. Pero José -a pesar de ser sólo un adolescente- no se rendía, y en su suplicio seguía invocando a Cristo Rey.

Enfadados, los verdugos lo llevaron caminando descalzo hasta el Panteón Municipal. Por el camino, José gritaba con fuerza: «¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe!».

Llegados al cementerio, se le señaló su tumba y se le ordenó ponerse en pie sobre ella. Entonces le preguntaron: «¿Qué quieres que le digamos a tus padres?». Inmerso en un terrible suplicio, con las pocas fuerzas que le quedaban, respondió: «Que en el cielo nos veremos, y que ¡Viva Cristo Rey!». 

El verdugo, encolerizado por la respuesta del muchacho, sacó su revólver y le disparó. El cuerpo de José Sánchez del Río cayó a la tumba bañado en sangre. 

"Que mi último grito en la tierra y mi primer cantico en el cielo sea: ¡¡VIVA CRISTO REY!!"

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sábado, 23 de noviembre de 2019

ANACLETO GONZÁLEZ FLORES, PATRONO DE LOS LAICOS


Una producción de Dimensión Episcopal de Laicos, Signis México y México Guadalupano.
Fuente: México Guadalupano.
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