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miércoles, 30 de abril de 2025

EL VERDADERO AMOR INCLUYE EL VERDADERO ODIO


El amor cristiano sobrelleva el mal, pero no lo tolera. Hace penitencia por los pecados ajenos, pero no es tolerante con el pecado. El clamor por la tolerancia jamás lo induce a extinguir su odio por las filosofías nocivas que han entrado en disputa con la verdad. Perdona al pecador, y odia el pecado; es misericordioso con la persona, pero inmisericorde con el error de su inteligencia. Recibirá, siempre, al pecador en el seno del Cuerpo Místico, pero no habrá de incorporar sus mentiras al tesoro de la sabiduría. El verdadero amor incluye el verdadero odio. El que ha perdido el poder de la indignación moral y el impulso de echar a los compradores y vendedores del templo, ha perdido asimismo el amor vivo y ferviente por la verdad.


Mons. Fulton J. Sheen

Eleva tu corazón.


miércoles, 11 de diciembre de 2024

LA DIFERENCIA ENTRE LA EDAD MEDIA Y LA EDAD MODERNA ES LA FE EN DIOS


Todo el contraste que existe entre la Edad Media, que buscó las primeras causas, y la era moderna, que persigue las causas secundarias, se ejemplifica en el arte: en la Edad Medía, ningún escultor grabó jamás su nombre en una escultura; y la razón fue que trabajó para Dios; y reconoció que era de Dios quien le dio la capacidad de esculpir, y la mente de un artista; y cuando dejó su obra anónimamente, fue a Dios, la primera causa, quien trajo el crédito. Hoy en día, el escultor graba su nombre en el mármol, porque trabaja para el hombre, y se ha olvidado de la Primera Causa, la Causa de todas las causas, que es Dios. (... )

El arte medieval es el arte de una humanidad redentora. Está arraigada en el alma cristiana, en la orilla de aguas vivas, bajo el cielo de virtudes teológicas, y entre los dulces malvaviscos de los siete dones del Espíritu Santo. Porque en la Edad Media no se trataba de hacer arte cristiano, sino de ser cristianos. Si fueras cristiano, tu arte era cristiano. Si creyeras en los dogmas eternos, tu arte expresaría verdades eternas. El artista medieval solía decir: "Si quieres tallar cosas de Cristo, debes vivir con Cristo. "Para el hombre medieval, el arte requiere calma y meditación en lugar de emoción y motocicletas febril. La historia nos cuenta que el Bendito Angélico lloró mientras pintaba la "Crucifixión" que se encuentra hoy en el Convento de San Marco en Florencia.

(Fulton J. Sheen, de "Verdad y mentiras: una crítica profética del pensamiento moderno" ediciones Mimep)


lunes, 22 de julio de 2024

IGNORANTE


Una vez, contó el mismo Monseñor Fulton J. Sheen, que iba en el tren y una señora lo reconoció y le dijo: 

"¿Usted es el obispo que sale en la televisión?" 

Él respondió afirmativamente. 

La señora le dijo: "Pues déjeme decirle que habla muy bien, pero no estoy de acuerdo con usted. Yo era católica, pero ahora soy atea". 

A lo que él respondió: "Oh! Ud. es atea, pero ¡qué interesante! Y por casualidad, ¿Usted ya ha leído el magisterio de la Iglesia?" 

Ella respondió: "No". 

Él prosiguió: "Bueno, ¿al menos ha leído los documentos patrísticos?". 

Ella respondió negativamente. 

El arzobispo continuó: "Ok, pero seguro ha leído los clásicos de la espiritualidad católica o a los doctores de la Iglesia". 

Ella respondió: "Ni había oído hablar de ello". 

Finalizó Fulton Sheen: "Discúlpeme señora, pero usted no es atea, usted es ignorante."

miércoles, 10 de enero de 2024

ROMPIENDO CADENAS por Mons. Fulton J. Sheen:


El gozo que nace del amor a Dios nos permite ver al mundo desde un punto de vista completamente distinto. Antes, estando encadenados al ego, nos encontrábamos encerrados dentro de las estrechas paredes del espacio y del tiempo. Pero una vez que las cadenas se han roto, nos volvemos herederos de inmensidades más allá de toda narración. Entonces, no encontramos nuestras mayores alegrías en las cosas a las que nos aferramos, sino en aquello a lo que nos entregamos y no en el pedir algo, sino en el dar algo. No en lo que otros puedan hacer por nosotros, sino en lo que podamos hacer por los demás. El gozo proviene de utilizar bien los talentos que el Señor nos ha dado y de sentirnos redimidos por ÉL”.

Traducción libre del inglés por DLN  de un extracto de “Guía para la Alegría” del Arzobispo Fulton J. Sheen.


miércoles, 3 de agosto de 2022

EL TEMOR A LA BONDAD Y EL TEMOR A LA VERDAD


Por Mons. Fulton J. Sheen

La gente teme a Dios porque es la Divina Verdad; ese temor les hace pasar la vida en la mediocridad, en la indiferencia y falta de fe. San Pablo mencionó esto escribiendo a los Gálatas: “¿Me he creado enemigos entre vosotros por decir la verdad?”(Gál. IV, 16). Hay una diferencia entre nuestro alejamiento de Dios por ser la Bondad y por ser la Verdad.

La Bondad es temida, pero no puede ser plenamente odiada, porque incluso al rechazar la perfecta Bondad aún se ama un bien imperfecto; el temor es suscitado porque sospechamos que el Bien máximo de Dios apartará de nosotros algunos bienes menores, a los que amamos.

Pero la Verdad no es tanto temida cuanto es odiada, porque es hiriente y repugna al ego.

El hombre, incapaz de soportar lo que se llama la “terrible verdad” acerca de sí mismo, concibe un odio contra la verdad misma. Aun cuando disfrace esa actitud con el aparente paliativo de agnosticismo, o con la desesperación que siempre sigue a la arrogancia, y con el violento cinismo y el odio de toda la vida, ese hombre huye de la verdad por el temor de las exigencias que pueda hacerle.

La verdad puede ser odiada por cualquiera de estas tres razones:

A causa de nuestro orgullo intelectual, que se niega a admitir que una posición, una vez adoptada puede ser falsa. (…) Con el tiempo esto lleva al prejuicio y al empecinamiento irrazonado, lo que ciega a la mente respecto de la Verdad, mediante el odio.

También se puede odiar a la verdad porque su aceptación requeriría que abandonáramos nuestros malos caminos. Así como el alcohólico odiará a la verdad de que el alcoholismo ha arruinado su salud, y por lo tanto debe dejarlo, así se puede odiar a la verdad que se halla en Cristo, en su Iglesia, porque exige un modo de vida contrario al modo adoptado de pecado y disolución.

También se puede odiar a la verdad cuando implica que otra Mente conoce la verdad de nuestras faltas, y no puede ser engañada por el falso exterior de piedad con que se engaña al mundo. Esto explica por qué tanta gente odia la doctrina del Juicio Final o se niega a creer en el Infierno como lugar de castigo. La verdad de Dios que conoce lo que realmente son, les repugna tanto que sus mentes son capaces de construir un credo personal, descabellado, que esté de acuerdo a sus alocados modos de vida. El bien nunca niega la verdad del Infierno, pero el mal lo hace frecuentemente a fin de aquietar su intranquila conciencia.

En todos los casos mencionados la Verdad es odiada porque el egoísta desea ser ley en sí mismo, y eludir así la responsabilidad, o también porque desea continuar una vida equivocada y errada que la Verdad condena, o también porque desea que nadie más sepa la verdad acerca de él.

Ninguno querrá admitir, con palabras explícitas, que teme a la Bondad u odia a la Verdad, porque ambas son admirables en sí mismas para todos nosotros. Pero la mente recurre a racionalismos para justificar su rechazo de lo verdadero. Todas las personas no religiosas o antirreligiosas son escapistas; temerosas de inquirir, de buscar la Verdad o de seguir la virtud, racionalizan su escapismo mediante la indiferencia o la burla, el ridículo o la persecución.

La forma más popular de cubrir el odio a la Verdad y el temor de la Bondad consiste en la indiferencia, que todos los “cerebros” denominan agnosticismo, negando que exista la Verdad. Con una cultivada indiferencia respecto de la distinción entre verdad y error, anhelan tornarse inmunes de toda responsabilidad en lo que hace al modo cómo viven. Pero la negación estudiada a distinguir entre justo e injusto, en realidad de verdad no es indiferencia o neutralidad: es una aceptación de lo injusto, de lo erróneo.

La burla y el ridículo de la religión forman otro medio mediante el cual el temor de la Bondad y el odio de la verdad dentro de nuestro corazón, son proyectados a la Bondad y a la Verdad existentes fuera de nuestro corazón. Las personas virtuosas, piadosas y religiosas frecuentemente son ridiculizadas y mofadas en las oficinas y fábricas. Rebajando la bondad de los demás, esos burladores esperan justificar su propia carencia de bondad.

Pero el que se mofa de la Bondad o la Verdad Divinas, ya ha desenraizado a las mismas de su propia alma. Todavía sobrevive la posteridad de Herodes: Al verse confrontados con una Verdad que acusa, calman sus conciencias cubriendo a Cristo con una túnica de loco. El mal no puede soportar la visión de la Bondad, porque es un juicio de culpabilidad, un reproche para la maldad que no se arrepiente, por eso siempre al hallarse con ella quiere envilecerla y abusar de la misma. Búsquese la religión que es perseguida por el espíritu mundano y se hallará así la religión Divina. Si Nuestro Señor no hubiera sido la Bondad perfecta nunca hubiera sido crucificado.

El tercer tipo de “escapismo” o huída de la Verdad, es el ateísmo, tan violento en su odio que si pudiera destruiría a la Verdad y a la Bondad. Hasta el siglo presente sólo se negaba de un modo general uno u otro aspecto de la verdad, a un mismo tiempo; ahora se hace oposición a la Verdad total. Se ha cumplido la advertencia del Señor: “VENDRÁ UN TIEMPO EN QUE TODO EL QUE OS CONDENE A MUERTE PROCLAMARÁ QUE ESTÁ REALIZANDO UN ACTO DE CULTO A DIOS” (Juan XVI, 2). 

Estar en pecado y temer al pecado puede ser un camino hacia la Bondad; pero estar en pecado y temer a la Bondad y odiar a la Verdad, es demoníaco. San Agustín, quien durante su juventud luchó contra la Verdad Divina, conoció por qué hay hombres que odian a la Verdad, puesto que él la odió durante tantos años y su respuesta es la siguiente:

Los hombres aman a la Verdad cuando ella ilumina, la odian cuando la misma reprueba. Aman a la Verdad cuando se descubre dentro de ellos, y la odian cuando los descubre a ellos. De ahí que ella haya de pagarles, que a ellos, quienes no querrían ser manifestados, contra su voluntad los haga manifiestos, y se vuelva manifiesta a ellos. Sí, de ese modo la mente del hombre, ciega y enferma, alocada y mal favorecida, desea ser ocultada, pero no lo logrará.

Es dable preguntar si en toda la literatura hay un ejemplo más claro de cómo los hombres temen a la Bondad y odian a la Verdad que en la historia de Juan el Bautista. Nuestro Señor alabó la bondad de Juan, diciendo: “Entre los nacidos de mujer nadie es superior a Juan el bautista” (Lucas, VII, 28).

Un día ese hombre bueno fue invitado a hablar en la corte de Herodes, ante una audiencia de gente rica, con muchas personas divorciadas y muchas casadas otra vez. El sermón fue breve: señalando con un dedo al Rey, el Bautista profirió con voz de trueno esta verdad: “No está bien que vivas con la mujer de tu hermano”. Un minuto después Juan estaba encadenado. Pocos meses más tarde, intoxicado Herodes por el vino y por las sensuales danzas de Salomé, prometió a su hermosa hijastra que le concedería cualesquiera cosa le pidiese, y aconsejada por su madre le dijo Salomé: “Dame la cabeza de Juan el Bautista”. El mal siempre matará a la bondad cuando ésta se ha convertido en reproche.

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viernes, 23 de julio de 2021

IGNORANCIA


Una vez, cuenta el mismo Monseñor Fulton J. Sheen, iba en el tren y una señora lo reconoció y le dijo: 

 "¿Usted es el obispo que sale en la televisión?" 

Él respondió afirmativamente. La señora le dijo: 

"Pues déjeme decirle que habla muy bien, pero no estoy de acuerdo con usted. Yo era católica, pero ahora soy atea".

 A lo que él respondió: "Oh! Ud. es atea, pero ¡qué interesante! Y por casualidad, ¿Usted ya ha leído el magisterio de la Iglesia?"

 Ella respondió: "No".

 Él prosiguió: "Bueno, ¿al menos ha leído los documentos patrísticos?". 

 Ella respondió negativamente.

 El arzobispo continuó: "Ok, pero seguro ha leído los clásicos de la espiritualidad católica o a los doctores de la Iglesia". 

 Ella respondió: "Ni había oído hablar de ello". 

Finalizó Fulton Sheen: "Discúlpeme señora, pero usted no es atea, usted es ignorante."

martes, 6 de julio de 2021

ACERCA DE LA TOLERANCIA


«No hay otra materia en la cual la mente promedio esté más confundida que la cuestión de la tolerancia y la intolerancia. La tolerancia sólo aplica a las personas, nunca a los principios. La intolerancia sólo aplica a los principios, nunca a las personas. Debemos ser tolerantes con las personas porque son humanos; debemos ser intolerantes sobre los principios porque son divinos. Debemos ser tolerantes con los errantes, porque la ignorancia pudo haberlos desviado; pero debemos ser intolerantes con el error, porque la Verdad no es obra nuestra, sino de Dios». 

 MONS. FULTON J. SHEEN

miércoles, 9 de septiembre de 2020

LA LUJURIA Y SUS EFECTOS DESASTROSOS SOBRE LA VOLUNTAD Y LA RAZÓN Por Mons. Fulton J. Sheen 


 
La lujuria es un excesivo amor por los placeres de la carne. Es la prostitución del amor, la extensión del amor a sí mismo hasta un punto donde el ego se proyecta en otra persona y la ama bajo la ilusión que es el tú amado. 

 El verdadero amor está dirigido hacia una persona, la cual es vista como irreemplazable y única, pero la lujuria excluye toda consideración personal en favor de una experiencia de los sentidos. El yo coloca de forma equivocada rótulos modernos sobre la lujuria pretendiendo que éste es un pecado necesario para la “salud” o para una “vida plena” o para “expresar la personalidad”. El fervoroso intento de otorgarle una garantía científica a esta conducta es, en sí mismo, una indicación de cuán grande es la renuencia que normalmente siente la gente a considerar esta ruptura de la ley moral como el pecado que en realidad es. Hoy en día, los hombres y mujeres están aburridos y descontentos; se vuelven entonces hacia la lujuria para compensar su aflicción interior, sólo para, al final encontrarse hundidos en una mayor desesperanza. Como dice San Agustín: “Dios no obliga al hombre a ser puro; deja solos exclusivamente a quienes merecen ser olvidados”.

 La lujuria es una desviación del centro de la personalidad del espíritu a la carne, del yo al ego. En algunas instancias, sus excesos nacen de una conciencia intranquila y del deseo de escapar de su persona hacia otras. Algunas veces existe el deseo contrario de hacer del yo algo supremo a través de la subordinación de otras personas a él. En sus etapas posteriores, el libertino encuentra que ni la liberación de su ser ni la idolatría son posibles por un tiempo demasiado prolongado; el alma es llevada de vuelta a su ser y, por lo tanto, a un infierno interior. El efecto de la lujuria en la voluntad se manifiesta como un odio a Dios y la negación de la inmortalidad. Asimismo, los excesos vacían la fuente de la energía espiritual hasta el grado tal que finalmente uno se vuelve incapaz de emitir un juicio sereno en ningún otro campo. 

Lujuria no es igual a sexo, porque el sexo es puramente biológico y una capacidad otorgada por Dios. Tampoco es amor, que encuentra en el sexo una de sus expresiones legítimas (en el matrimonio). La lujuria es el aislamiento del sexo, del verdadero amor. No hay pasión que lleve más rápidamente a la esclavitud como la lujuria, así como no hay una cuyas perversiones destruyan más rápidamente el poder del intelecto y de la voluntad. Los excesos afectan a la razón de cuatro modos: pervirtiendo el entendimiento, de manera que uno se vuelve intelectualmente ciego e incapaz de ver la verdad; debilitando la prudencia y el sentido de los valores, por lo que se desemboca en la temeridad; vigorizando el amor propio y hasta generar la irreflexión; debilitando la voluntad hasta que el poder de decisión se pierde y uno se vuelve víctima de la inconstancia de carácter.

Los efectos sobre la voluntad y la razón son desastrosos. En aquellos que se entregan repetidas veces a los excesos, es posible que haya un odio a Dios y a la religión y una negación de la inmortalidad. El odio a lo divino viene porque Dios es visto como un obstáculo para la autogratificación. Los libertinos niegan a Dios porque su omnipresencia significa que su conducta ha sido observada por Aquel que la reprobará. Hasta tanto esos individuos abandonen su animalidad egocéntrica, deben insistir en ser ateos, ya que sólo un ateo es capaz de imaginar que nadie lo observa. 

La negación de la inmortalidad es un efecto secundario de la lujuria. Puesto que el ególatra vive cada vez en la carne, la idea de un juicio se le vuelve más y más desagradable. Para aquietar sus temores, adopta la creencia de que nunca habrá un Juicio. Aceptar la inmortalidad significaría una responsabilidad que el lujurioso ego del libertino teme enfrentar, ya que, si lo hiciera, lo forzaría a transformar su vida entera. La mera mención de una vida futura puede llevar a esta persona a un furioso cinismo; que le recuerden la posibilidad del juicio aumenta su angustiosa ansiedad. Todo intento de salvar a una persona así es visto por ella como un ataque a su felicidad. 

La creencia en Dios y en la inmortalidad haría que el ego libertino deseara ser un yo, pero cuando no está listo para abandonar su vicio, debe negarse a mantener ese tipo de pensamiento. Sería bueno que los defensores de la religión, al tratar con ególatras que están momentáneamente perdidos en los lodazales de la lujuria, aprendieran que debe existir una voluntad de cambio previo a un cambio en la creencia religiosa. Una vez que el libertino abandona el mal, buscará la Verdad, porque ya no necesita temerle.

La lujuria no tiene relación con la lícita expresión del sexo dentro de un matrimonio legítimo. El amor matrimonial es la formación del “nosotros”, que es la extinción del ego-centrismo. En el amor matrimonial, el yo busca el crecimiento completo del Tú, de la personalidad opuesta al yo. No existe momento más sagrado que aquel en que el ego se rinde a otra personalidad, de manera tal que la necesidad de poseer desaparece en la alegría de amar a la otra persona. Estos amantes nunca están solos, porque se necesitan tres y no dos para hacer el amor, y ese tercero es Dios. Un ego ama a otro ego por lo que éste da, pero el yo ama a otro yo por lo que es. El amor es la unión de dos pobrezas que dan surgimiento a una gran riqueza.

El divorcio, la infidelidad, la ausencia planeada de hijos, los matrimonios no válidos, son otras tantas parodias y herejías contra el amor, y aquello que es enemigo del amor, es enemigo de la vida y la felicidad. 

 Mons. Fulton J. Sheen “Eleva tu corazón”. Cap. La lujuria: Plaga del carácter. Ed. Lumen Bs.As.-México 2003. Págs, 97-99. Título de este post: Catolicidad.

miércoles, 8 de julio de 2020

TOLERANCIA E INTOLERANCIA


«No hay otra materia en la cual la mente promedio esté más confundida que la cuestión de la tolerancia y la intolerancia. La tolerancia sólo aplica a las personas, nunca a los principios. La intolerancia sólo aplica a los principios, nunca a las personas. Debemos ser tolerantes con las personas porque son humanos; debemos ser intolerantes sobre los principios porque son divinos. Debemos ser tolerantes con los errantes, porque la ignorancia pudo haberlos desviado; pero debemos ser intolerantes con el error, porque la Verdad no es obra nuestra, sino de Dios». 

Mons. FULTON J. SHEEN

lunes, 8 de julio de 2019

¿TOLERANCIA CON EL ERROR?


«No hay otra materia en la cual la mente promedio esté más confundida que la cuestión de la tolerancia y la intolerancia. La tolerancia sólo aplica a las personas, nunca a los principios. La intolerancia sólo aplica a los principios, nunca a las personas. Debemos ser tolerantes con las personas porque son humanos; debemos ser intolerantes sobre los principios porque son divinos. Debemos ser tolerantes con los errantes, porque la ignorancia pudo haberlos desviado; pero debemos ser intolerantes con el error, porque la Verdad no es obra nuestra, sino de Dios».

MONS. FULTON J. SHEEN

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martes, 26 de marzo de 2019

A PROPÓSITO DE LOS ATEOS


"Aun aquellos que odian la religión, nunca en realidad la han perdido; si la hubieran perdido, no la odiaran tanto.

"La intensidad de su odio es la prueba de la realidad a la que odian. Si verdaderamente hubieran perdido la religión no gastarían todas sus energías esforzándose por hacer que todos los demás pierdan la suya; un hombre que ha perdido un reloj no va por todas partes persuadiendo a los otros para que pierdan los suyos."

Obispo Fulton J. Sheen

PD. Mis queridos ateos lamento decirles que en realidad nunca han dejado de ser religiosos.