domingo, 31 de agosto de 2025
LA EVASIÓN: EL NUEVO MANDAMIENTO DE LOS JÓVENES
“Sé libre, no te ates.”
Ese es el catecismo que el mundo moderno repite sin cesar a los jóvenes. Les ha convencido de que la promesa es una cadena, de que el compromiso es cárcel, de que el sacrificio es locura. La cultura entera se ha convertido en una escuela de fugitivos: nadie debe decir “para siempre”, nadie debe abrazar la cruz de la fidelidad, nadie debe permanecer.
Y sin embargo, la paradoja estalla en cada corazón: si todo es tan libre, ¿por qué todo se siente tan vacío? Si hay miles de “contactos”, ¿por qué nadie conoce de verdad? Si el amor es tan líquido, ¿por qué resuena tan fuerte la soledad?
El nuevo mandamiento de la evasión no libera: encadena. El joven que huye de todo compromiso no conquista la libertad, sino que se condena a la ansiedad perpetua de no tener nunca un hogar. Un barco sin puerto no navega más: se pierde. Un corazón que nunca se ata no vuela más: se desangra en el aire.
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I. EL VACÍO COMO PRUEBA
No hace falta teoría para comprobarlo: basta mirar. La generación que más presume de opciones es la más incapaz de elegir. La que más proclama la libertad, es la más esclava de la ansiedad. La que más habla de vínculos, es la más sola.
El vacío no es casualidad: es evidencia. El corazón humano no fue creado para saltar de experiencia en experiencia, sino para permanecer en el amor. Cuando se niega esa permanencia, se cae en la nada.
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II. EL DESORDEN DEL FIN
Santo Tomás lo enseña con claridad: todo ser obra en orden a un fin, y el fin último del hombre es la bienaventuranza, es decir, Dios. Pero el evasor ha cambiado la escala: ha puesto su felicidad en lo que es pasajero. Busca la plenitud en el placer, en la comodidad, en la gratificación inmediata.
No es que ame el mal, sino que busca el bien en donde no está. Y por eso su vida se vuelve frustración constante: porque intenta beber agua en el desierto. La evasión es, metafísicamente, la tentativa absurda de hallar felicidad en la nada.
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III. EL VICIO QUE ATROFIA LA VOLUNTAD
La evasión no es un accidente: es un vicio. Y el vicio, diría el Doctor Angélico, no es solo un mal hábito, sino una corrupción de la naturaleza. La virtud perfecciona la voluntad, el vicio la mutila.
La cultura de la huida ha criado jóvenes cuya voluntad se ha atrofiado. No es que no quieran comprometerse: es que ya no pueden. Su voluntad, domesticada en la fuga, se ha vuelto incapaz de un “sí” definitivo. Así, el evasor no es un héroe rebelde, sino un esclavo débil, incapaz de abrazar su propia vocación.
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IV. EL AMOR REDUCIDO A INSTINTO
El amor, en su sentido pleno, es un acto de la voluntad racional. El animal se mueve por instintos; el hombre, por razón y elección. Pero en la cultura de la evasión, el amor ha sido reducido a sentimiento, a apetito, a química pasajera.
Por eso los vínculos son tan frágiles: porque dependen de emociones que cambian al ritmo del humor. El “amor sin metafísica” no es amor: es apetito disfrazado. Y un apetito no funda hogares, no sostiene matrimonios, no da hijos.
El otro ya no es fin, sino medio. Ya no es un alma creada a imagen de Dios, sino un objeto de consumo. Por eso las relaciones modernas se parecen tanto a las vitrinas de un mercado: se elige, se usa, se cambia, se desecha.
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V. LA SOCIEDAD COMO ESCUELA DE EVASORES
El joven no ha inventado esta fuga: ha sido adiestrado en ella. La familia debilitada no enseñó sacrificio; la escuela suprimió la exigencia; la Iglesia contemporánea prefirió callar antes que predicar la verdad; el mercado convirtió al prójimo en producto; la tecnología fabricó un mundo virtual donde todo es reversible, todo efímero, todo descartable.
Nunca hubo tantos “amigos” y nunca hubo menos amistad. Nunca hubo tantas parejas y nunca tan poco amor. Nunca hubo tantas libertades y nunca tanto miedo. La evasión es el mandamiento no escrito de un sistema que necesita hombres sin raíces, sin permanencia, sin hogar.
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VI. EL PECADO DE LA EVASIÓN
La evasión no es neutral: es pecado. Es la negación del sacrificio, y por tanto la negación del amor. Es la herejía vital de una generación que rechaza la cruz. Pero sin cruz no hay amor, y sin amor no hay vida.
El Evangelio lo dijo hace siglos: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.” La evasión susurra lo contrario: “No hay error más grande que dar la vida por nadie.” Una cultura que vive así se ha condenado de antemano a la esterilidad.
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VII. LA GRACIA COMO REMEDIO
Aquí Santo Tomás es tajante: la naturaleza herida no puede levantarse sola. La voluntad enferma por el pecado original no tiene fuerzas para pronunciar un “sí” definitivo.
La Gracia no es un adorno: es la única medicina. La confesión, la Eucaristía, la oración no son ritos accesorios: son los lugares donde el hombre recibe la fuerza para prometer y permanecer. El “sí para siempre” del matrimonio, de la vocación religiosa o de la amistad fiel no es hazaña humana, sino milagro de la Gracia.
Sin Dios, todo compromiso acaba en fuga. Con Dios, incluso lo imposible —la fidelidad perpetua— se vuelve camino de santidad.
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VIII. LA BELLEZA DE LA PERMANENCIA
No basta hablar de verdad y de bien. También la belleza desenmascara la evasión. Porque la evasión es fea. Una vida hecha de fugas es como un cuadro roto, como una sinfonía interrumpida en cada compás: carece de forma, de integridad, de armonía.
El compromiso, en cambio, es bello. La fidelidad de un matrimonio largo es más espléndida que cualquier vitrina de placeres efímeros. La vocación sostenida en el tiempo tiene la majestad de una catedral erguida. La amistad que resiste años y pruebas es más melodiosa que cualquier canción de moda.
La evasión promete juventud, pero entrega fealdad. El sacrificio parece duro, pero resplandece de hermosura. Lo supo la tradición: la Cruz, espantosa a los ojos carnales, es la más alta belleza del amor, porque en ella se muestra el orden perfecto de la entrega.
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IX. EL SER Y LA PERMANENCIA
La modernidad ha divinizado el cambio, lo efímero, lo reversible. Pero Santo Tomás enseña que el ser es permanencia, que lo mutable es accidental, y que la fidelidad humana participa del mismo ser de Dios, que es eterno e inmutable.
El evasor no lo sabe, pero cuando huye de todo compromiso, no solo renuncia al amor: renuncia al ser. Se disuelve en la nada, porque la nada es lo único que no permanece. El hombre que promete y cumple, en cambio, participa de la estabilidad del mismo Dios.
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CONCLUSIÓN: DEL “TAL VEZ” AL “SÍ”
El mandamiento moderno de la evasión ha hecho del mundo un cementerio de promesas rotas. Ha producido hogares vacíos, amistades frágiles, almas cansadas.
Pero el corazón sabe lo que la ideología niega: que solo el que promete y permanece es feliz. La evasión deja ruinas; el compromiso levanta catedrales. La fuga produce fealdad; la fidelidad engendra belleza. El capricho es humo; la promesa es roca.
El joven tiene ante sí dos caminos: seguir adorando al ídolo de lo efímero y terminar perdido en la nada, o atreverse a decir “sí” definitivo y descubrir allí la única libertad verdadera.
Porque solo el que se entrega sin huir vive; solo el que permanece ama; y solo el que ama participa ya, desde ahora, de la eternidad.
Oscar Méndez O.
viernes, 29 de agosto de 2025
DAR DE COMER AL HAMBRIENTO
Cuando tenía 13 años, éramos tan pobres, que me daba vergüenza ir a la escuela. Evitaba mirar a mis compañeros, porque nunca llevaba comida. En los recreos, al ver cómo mis compañeros sacaban su almuerzo, yo me daba la vuelta para que nadie viera ni oyera cómo me rugía el estómago. Ellos sacaban sus bocadillos, manzanas, galletas. Y en mis manos no había más que aire y una sensación de humillación que me hacía querer que me tragara la tierra. Siempre fingía que simplemente no tenía hambre, que estaba demasiado ocupado con un libro o con las conversaciones. Pero por dentro era muy duro. A veces, hasta dolía...
Y todo eso podría haberse quedado solo como mi secreto de infancia, si no fuera por una niña. Un día me tendió un trozo de su bocadillo — y en ese momento entendí lo que es la verdadera bondad. El primer día simplemente se me acercó y, en silencio, me ofreció la mitad de su almuerzo. No sabía qué decir. Me dio vergüenza, pero lo acepté.
Desde ese día compartía comida conmigo todos los días. A veces era un panecillo, a veces una manzana, a veces un trocito de pastel que horneaba su madre. Yo comía despacio, intentando alargar aquel milagro, y por primera vez en mucho tiempo sentía que a alguien le importaba. No recuerdo si le di las gracias en voz alta. Creo que sí. Pero por dentro le daba las gracias cada día.
Y luego nos fuimos de vacaciones, y después de eso ella ya no estaba en nuestra clase. Simplemente dejó de ir a la escuela. El profesor dijo después que su familia se había mudado a otra ciudad, y no la volví a ver nunca más.
Entonces me sentí tan mal, como si me hubieran quitado algo importante. Cada vez que en clase sonaba la campana del almuerzo, me volvía automáticamente — por si acaso entraba, se sentaba a mi lado, volvía a poner delante de mí la mitad de su bocadillo y sonreía. Pero ella no estaba.
Me sentía triste y solo. Entendía que ella fue la única que se dio cuenta de mi problema, la única que no miró hacia otro lado. Nadie más me ofrecía comida, nadie decía: «Toma, esto es para ti». Y yo me había acostumbrado tanto a su gesto pequeño, pero tan importante.
A veces cerraba los ojos y veía su rostro — bondadoso, sencillo, con esa sonrisa que te calienta por dentro. Y llevé ese sentimiento conmigo toda la infancia. Incluso cuando el dolor se fue calmando un poco, recordaba: una niña una vez me regaló no solo pan, sino la sensación de que no era invisible, de que le importaba a alguien.
Pensé que aquel recuerdo quedaría solo como una sombra de mi pasado difícil. Pero 25 años después volvió a mi vida de una manera que me puso la piel de gallina.
Ayer mi hija pequeña volvió de la escuela. Colocaba los cuadernos sobre la mesa, luego sacó su fiambrera y, al cerrarla, dijo de pronto, como si nada:
— Papá, ¿puedes ponerme dos bocadillos mañana?
— ¿Dos? — me sorprendí. — Si nunca te terminas ni uno.
Me miró con seriedad, nada infantil:
— Es para poder compartir otra vez mañana. En nuestra clase hay un niño… dijo que hoy no había comido nada y le di la mitad de mi bocadillo.
Me quedé inmóvil. Me pareció que el tiempo se detenía por un segundo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Vi delante de mí no solo a mi hija, sino también a aquella niña de mi infancia. La que alguna vez me salvó del hambre. En su gesto sentí esa misma continuidad — como si la bondad no hubiera desaparecido, sino que hubiera seguido su camino, a través de los años, a través de las generaciones.
Y entonces entendí: quizá nunca vuelva a encontrar a aquella niña. Puede que ni siquiera se acuerde de mí. Pero su bondad no se desvaneció — siguió su camino. Se quedó viviendo en mí. Y ahora — en mi hija.
Salí al balcón y me quedé mirando el cielo durante mucho rato. Tenía ganas de llorar. Porque por dentro estaba todo a la vez — los recuerdos de una infancia difícil, la gratitud, el dolor y una especie de alegría tranquila. Recordé mis tardes de escuela, cuando me acostaba con hambre y pensaba que el mundo era injusto. Y entendí que aquella niña, con su gesto sencillo, cambió mi vida. Me enseñó a creer que, incluso cuando lo estás pasando mal, siempre habrá alguien que te tienda la mano.
No sé dónde está ahora. Quizá tenga familia, hijos. Quizá ni siquiera recuerde al chico al que alguna vez le ofrecía la mitad de su bocadillo. Pero yo sí me acuerdo. Y lo recordaré mientras viva.
Y lo sé con certeza: mientras mi hija comparta pan con otro niño, la bondad seguirá viva. En cada pequeño trozo de pan, en cada pequeño gesto que calienta el corazón de otro.Y de solo pensarlo se me encoge el corazón… y por primera vez en muchos años me dieron ganas de llorar.
jueves, 28 de agosto de 2025
NO SE HUBIERA RECUPERADO SI LE HUBIERAN EXTRAÍDO LOS ÓRGANOS
Pese a que mostró actividad motora, los coordinadores pretendían continuar con el procedimiento.
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Danella Gallegos, una mujer de 38 años de Nuevo México, fue declarada en coma irreversible y su familia accedió a donar sus órganos, confiando en el diagnóstico médico. Sin embargo, cuando se preparaba todo para la cirugía de extracción en el hospital Presbyterian de Albuquerque, uno de sus familiares notó algo inquietante: lágrimas corriendo por su rostro. Al ser descartadas como simples reflejos, nadie esperó lo que sucedería después. El día del procedimiento, una de sus hermanas observó movimientos y un médico le pidió a Gallegos que parpadeara si podía oírlo y lo hizo. A pesar de ello, coordinadores de donación de órganos presionaron para continuar, incluso sugiriendo administrar morfina para reducir su actividad motora. Afortunadamente, el equipo médico se negó a seguir adelante y suspendió todo. Danella no solo estaba consciente, sino que días después logró recuperarse por completo.
miércoles, 27 de agosto de 2025
ELOGIO DE LA CARIDAD – POR SAN AGUSTÍN
El amor por el que amamos a Dios y al prójimo, resume en sí toda la grandeza y profundidad de los demás preceptos divinos. He aquí lo que nos enseña el único Maestro celestial: amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu entendimiento; y amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la Ley y los profetas (Mateo. XXII, 37 - 40). Por consiguiente, si te falta tiempo para estudiar página por página todas las de la Escritura, o para quitar todos los velos que cubren sus palabras y penetrar en todos los secretos de las Escrituras, practica la caridad, que lo comprende todo. Así poseerás lo que has aprendido y lo que no has alcanzado a descifrar. En efecto, si tienes la caridad, sabes ya un principio que en sí contiene aquello que quizá no entiendes. En los pasajes de la Escritura abiertos a tu inteligencia la caridad se manifiesta, y en los ocultos la caridad se esconde. Si pones en práctica esta virtud en tus costumbres, posees todos los divinos oráculos, los entiendas o no.
Por tanto, hermanos, perseguid la caridad, dulce y saludable vínculo de los corazones; sin ella, el más rico es pobre, y con ella el pobre es rico. La caridad es la que nos da paciencia en las aflicciones, moderación en la prosperidad, valor en las adversidades, alegría en las obras buenas; ella nos ofrece un asilo seguro en las tentaciones, da generosamente hospitalidad a los desvalidos, alegra el corazón cuando encuentra verdaderos hermanos y presta paciencia para sufrir a los traidores.
Ofreció la caridad agradables sacrificios en la persona de Abel; dio a Noé un refugio seguro durante el diluvio; fue la fiel compañera de Abraham en todos sus viajes; inspiró a Moisés suave dulzura en medio de las injurias y gran mansedumbre a David en sus tribulaciones. Amortiguó las llamas devoradoras de los tres jóvenes hebreos en el horno y dio valor a los Macabeos en las torturas del fuego.
La caridad fue casta en el matrimonio de Susana, casta con Ana en su viudez y casta con María en su virginidad. Fue causa de santa libertad en Pablo para corregir y de humildad en Pedro para obedecer; humana en los cristianos para arrepentirse de sus culpas, divina en Cristo para perdonárselas. Pero ¿qué elogio puedo hacer yo de la caridad, después de haberlo hecho el mismo Señor, enseñándonos por boca de su Apóstol que es la más excelente de todas las virtudes? Mostrándonos un camino de sublime perfección, dice: aunque yo hablara las lenguas de los hombres y los de ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Y aunque tuviera el don de profecía y supiera todos los misterios y toda la ciencia; y aunque tuviera tal fe que trasladara los montes, si no tengo caridad, nada soy. Y aunque distribuyera todos mis bienes entre los pobres, y aunque entregara mi cuerpo para ser quemado, si no tengo caridad, de nada me aprovecha. La caridad es paciente; es benigna; la caridad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no se ensoberbece, no es ambiciosa, no busca su interés, no se irrita, no piensa mal, no se goza con el mal, se alegra con la verdad. Todo lo tolera, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo. La caridad nunca fenece (1Corintio. XIII, 1 – 8).
¡Cuántos tesoros encierra la caridad! Es el alma de la Escritura, la virtud de las profecías, la salvación de los misterios, el fundamento de la ciencia, el fruto de la fe, la riqueza de los pobres, la vida de los moribundos. ¿Se puede imaginar mayor magnanimidad que la de morir por los impíos, o mayor generosidad que la de amar a los enemigos?
La caridad es la única que no se entristece por la felicidad ajena, porque no es envidiosa. Es la única que no se ensoberbece en la prosperidad, porque no es vanidosa. Es la única que no sufre el remordimiento de la mala conciencia, porque no obra irreflexivamente. La caridad permanece tranquila en los insultos; en medio del odio hace el bien; en la cólera tiene calma; en los artificios de los enemigos es inocente y sencilla, gime en las injusticias y se expansiona con la verdad.
Imagina, si puedes, una cosa con más fortaleza que la caridad, no para vengar injurias, sino más bien para restañarlas. Imagina una cosa más fiel, no por vanidad, sino por motivos sobrenaturales, que miran a la vida eterna. Porque todo lo que sufre en la vida presente es porque cree con firmeza en lo que está revelado de la vida futura: si tolera los males, es porque espera los bienes que Dios promete en el cielo; por eso la caridad no se acaba nunca.
Busca, pues, la caridad, y meditando santamente en ella, procura producir frutos de santidad. Y todo cuanto encuentres de más excelente en ella y que yo no haya notado, que se manifieste en tus costumbres.
“Sermones”.
martes, 26 de agosto de 2025
LOS PECADOS DE COSTUMBRE
“Acuérdese todo pecador que hay muy grande diferencia de pecar por costumbre (con obstinación) y pecar accidentalmente (por fragilidad) y no por costumbre; y sepa cierto que es necesario a los hombres dejar los pecados de costumbre EN VIDA y no aguardar, por dejarlos, a la hora de la muerte...”
“Para la salvación de mi alma me es tan necesario desacostumbrarme a pecar, por cuanto los pecados de costumbre son los que llevan a los hombres al Infierno...”
San Francisco Javier
lunes, 25 de agosto de 2025
TESTAMENTO ESPIRITUAL DE SAN LUIS, REY DE FRANCIA, A SU HIJO
San Luis Rey de Francia representa la figura ejemplar de gobernante cristiano, según el sentido de lo que quiere decir gobernar a los hombres en el tiempo, fundando en la revelación y en la fe cristiana. Pero, también es figura ejemplar como hombre de familia y esto se puede ver reflejado en el Testamento Espiritual que deja a su hijo, antes de fallecer:
"Buen hijo, lo primero que te enseño es que dediques tu corazón a amar a Dios, pues sin eso, nadie puede salvarse. Guárdate de hacer nada que desagrade a Dios, es decir, el pecado mortal. Por el contrario, deberás sufrir toda clase de villanías y tormentos antes de cometer un pecado mortal. Si Dios te envía la adversidad, entonces recíbela con paciencia y da gracias a Nuestro Señor y piensa que lo has merecido y que todo se volverá en provecho tuyo. Si te da la prosperidad entonces agradécelo humildemente de suerte que no seas peor por orgullo de otra manera cuando deberías valer más por esa causa, pues no se debe guerrear contra Dios con sus dones.
Confiésate a menudo y escoge un confesor prudente que te sepa enseñar lo que debes hacer y lo que debes evitar y tu, te debes mantener y comportar de tal modo que tu confesor y tus amigos se atrevan a reprenderte por tus malas acciones. Asiste al servicio de la Santa Iglesia devotamente con el corazón y con la boca, especialmente a la Misa, cuando se hace la consagración. Ten el corazón dulce y compasivo con los pobres, con los desdichados y con los afligidos y confórtalos y ayúdalos según puedas. Mantén las buenas costumbres de tu reino y elimina las malas. No tengas codicias contra tu pueblo y no te cargues la conciencia con impuestos. Si tienes alguna aflicción dila enseguida a tu confesor o a algún hombre sensato que no esté lleno de palabras vanas, entonces, las llevarás más fácilmente. Vela por tener en tu compañía gente sensatas y leales, sean religiosos o seglares, que no estén llenos de codicia y habla a menudo con ellos. Y, huye y evita la compañía de los malos. Escucha de buena gana la palabra de Dios y retenla en tu corazón y busca con gusto oraciones e indulgencias. Ama lo que es provechoso y bueno. Odia todo lo que es malo donde sea. Que nadie sea tan osado que diga delante de ti una palabra que atraiga y excite al pecado ni que maldiga a otro a su espalda por sus murmuraciones. No sufras tampoco que digan delante de ti ninguna villanía de Dios. Da gracias a Dios con frecuencia de todos los bienes que te ha hecho de suerte que seas digno de tener más.
Para administrar la justicia del Derecho a tus súbditos, se leal y rígido, sin volverte a la derecha ni a la izquierda, pero ayuda al derecho y sostén la queja del pobre hasta que sea declarada la verdad. Y, si alguno tiene una acción contra ti, no creas nada hasta tanto no sepas la verdad, pues entonces tus consejeros juzgarán más atrevidamente según la verdad en pro o en contra tuya. Si tienes algo de otro por ti o por tus antepasados y la cosa es segura, devuélvela sin tardar y si es dudosa, manda a hacer una información por gentes sensatas, prudentes y diligentes. Debes poner atención en que tus gentes y tus súbditos vivan bajo ti en paz y con rectitud, sobre todo guarda las buenas villas y las costumbres de tu reino en el estado y en la franquicia en que tus antepasados las han mantenido y si hay algo que enmendar, enmiéndalo y corrígelo y mantenlas en favor y en amor pues a causa de la fuerza y de la riqueza de las grandes villas, tus súbditos y los extranjeros temerán hacer algo contra ti, especialmente tus pares y tus barones. Honra y ama a todas las personas de la Santa Iglesia y cuida de que no les quiten ni disminuyan los donativos y las limosnas que tus antepasados les hayan dado.
A tu padre y a tu madre ten en honor y respeto y guarda sus órdenes, da los beneficios de la Santa Iglesia a personas de bien y de vida limpia y hazlo con el consejo de hombre buenos y de gentes honradas....
...Y finalmente no olvides cantar misas por mi alma y decir oraciones por todo tu reino y, otórgame una parte especial y entera por todo el bien que hagas. Muy querido hijo, te doy todas las bendiciones que un buen padre puede dar a su hijo y que la Santa Trinidad y todos los Santos te guarden y te defiendan de todo mal y que Dios te de la gracia de hacer siempre su voluntad, de suerte que sea honrado por ti y que tu y yo podamos después de esta vida mortal, estar juntos con él y alabarlo eternamente."
sábado, 23 de agosto de 2025
PLEGARIA A LA VIRGEN
Dame tu mano, María, la de las tocas moradas; clávame tus siete espadas en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla, quiero ver si se retrata esa lividez de plata, esa lágrima que brilla.
¿Dónde está ya el mediodía luminoso en que Gabriel, desde el marco del dintel, te saludó: "Ave, María"? Virgen ya de la agonía, tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti este augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario cítame en Getsemaní.
A ti doncella graciosa, hoy maestra de dolores, playa de los pecadores, nido en que el alma reposa, a ti te ofrezco, pulcra rosa, las jornadas de esta vía.
A ti, celestial princesa, Virgen sagrada María. Amén.
viernes, 22 de agosto de 2025
RENOVEMOS EL ACTO DE CONSAGRACIÓN AL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
Oh Santísima Virgen María, que en Fátima te manifestaste a los tres pastorcitos, y que en tu bondad maternal les revelaste la grandeza de tu Inmaculado Corazón, para evitar que las almas se condenaran.
Yo ......................... acogiéndome a tu promesa de que tu Inmaculado Corazón será nuestro refugio seguro, y el camino que nos conducirá a Dios; me consagro libremente a tu Inmaculado Corazón.
De hoy en adelante, quiero ser tu hijo para que tú me enseñes a vivir los mandamientos de Dios, que son el camino a la santidad.
Te consagro mi cuerpo y mi alma, para que en el futuro no me aparte de Dios.
Tómame, Virgen Santa, de ahora en adelante, para que hagas de mi un apóstol de tu Inmaculado Corazón.
Amén.
jueves, 21 de agosto de 2025
DEL MAESTRO QUE ENSEÑABA EL COMPÁS DEL TIEMPO SANTO
En un aposento recogido de un vetusto convento, donde los muros guardaban, como cofres celosamente cerrados, los ecos de oraciones antiguas, estaba un maestro venerable, de rostro aquilino y mirar tan sosegado que parecía medir no los instantes, sino las eternidades.
A su vera, un mancebo, cuyo ingenio bullía de preguntas, hojeaba con reverente cuidado un misal tan gastado, que las letras, por mucho rezarse, habían perdido la negrura para trocarse en oro invisible.
—Decidme, señor —empezó el discípulo—, ¿por qué dais tanto realce a ese orden de fiestas y vigilias que la Iglesia guarda, cual si en ello le fuera la vida?
El maestro sonrió, como quien advierte que el alma está presta para recibir un arcano, y habló con reposada majestad:
—Porque, hijo mío, no se trata de un vulgar calendario de días y lunas, sino del Cristo mismo, que se nos da por entero, paso a paso, misterio a misterio. Dom Guéranger, monje docto en estas artes, afirmó: «El año litúrgico es Jesucristo mismo, que se desarrolla en el tiempo y comunica sus misterios a la Iglesia».
—¿Y, por ventura, no es esto sólo memoria de lo pasado? —preguntó el joven, con cierto candor.
—¡Memoria dices! —replicó el maestro—. San León Magno, luz de su siglo, dejó escrito: «Lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a los ritos sacramentales». No recordamos como quien suspira por lo ido, sino que recibimos como quien bebe de la fuente misma que brota hoy. Navidad es Belén presente; Pascua es Resurrección viva.
El mozo, prendado de la imagen, calló un instante; mas pronto volvió a la carga:
—¿Quién trazó tal orden?
—El Espíritu Santo, por mano de la Iglesia —respondió el anciano—. Así lo enseñó San Pío X: «La disposición de los tiempos litúrgicos es la escuela más perfecta de la vida cristiana». Y San Andrés de Creta, siglos ha, proclamó: «En el curso del año, la Iglesia nos hace recorrer la vida de Cristo para que nuestra vida se conforme con la suya».
Al decir esto, el maestro se levantó y, andando pausado entre anaqueles, añadió:
—El año litúrgico, hijo, es la cartografía del tiempo redimido. Donde el mundo pinta efemérides vanas y mercantiles, la Iglesia inscribe Advientos, Cuaresmas y Pascuas, recordando que el sentido del tiempo es Cristo. San Agustín, con su filo agudo, sentenció: «Cristo es el día; fuera de Él, la noche».
El discípulo, con los ojos encendidos, preguntó:
—¿Y los santos, maestro?
—Ah, los santos… —respondió éste, con un destello en la mirada—. Ellos son los capítulos menores del mismo libro, los reflejos múltiples del Único Sol. San Bernardo bien lo dijo: «Los santos nos fueron dados como modelos; lo que en Cristo admiramos en su perfección, en ellos lo vemos participable».
Hubo un silencio grave, como si las paredes quisieran memorizar la lección.
—De suerte, hijo mío —prosiguió el maestro—, que quien vive el año litúrgico, vive en el compás de Dios; y quien lo desprecia, se entrega al reloj del mundo, que sólo corre hacia la nada. San Gregorio Nacianceno nos amonesta: «Pasemos de fiesta en fiesta, de etapa en etapa, hasta alcanzar aquella que no termina».
En ese momento sonó la campana de vísperas, vibrando como cuerda de arpa en el aire frío. El maestro cerró el misal, puso la mano en el hombro del joven y concluyó:
—Ven, que la lección no acaba aquí. Hoy es Adviento… y el Esposo está a la puerta.
Y salieron ambos, perdiéndose por el claustro, como dos peregrinos que, con paso firme, caminaban dentro del tiempo… y hacia la eternidad.
Oscar Méndez O.
miércoles, 20 de agosto de 2025
IMPOSTORES
"Así como en el orden natural, todo niño debe tener un padre y una madre, del mismo modo, en el orden de la gracia, todo verdadero hijo de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien se jacte de tener a Dios por Padre, pero no demuestre para con María la ternura y el cariño de un verdadero hijo, no será más que un impostor, cuyo padre es el demonio…"
San Luís María Grignión de Montfort“, El secreto de María”.
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